2 Corintios 3:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El apóstol pasa ahora a establecer una comparación entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Dios le había capacitado a él y a sus cercanos colaboradores para ser ministros de este Nuevo Pacto.

1. Distingue (v. 2Co 3:6) entre la letra de la Ley y la vida comunicada por el Espíritu en el Nuevo Pacto, el cual fue firmado con sangre en el Calvario, a fin de eximirnos de la obligación de guardar la extensa lista de normas y reglas dadas a Israel desde el Sinaí, de forma que los creyentes, «al aceptar el sacrificio de Jesús en la Cruz como el único medio de poder ser, como pecadores, reconciliados con Dios y someterse a la conducción del Espíritu vivificante de Cristo» (Tasker), puedan ser aceptados como cumplidores de toda la Ley. Llama a la Ley «letra que mata» porque los preceptos mosaicos demandaban una obediencia perfecta por parte de todos los que vivían bajo el régimen viejo de la letra (Rom 7:6), pero como la Ley no daba la fuerza necesaria para cumplirla al nivel de la santidad exigida por Dios, todos se hacían reos de desobediencia conducente a la muerte (v. Rom 7:9; Gál 3:10).

2. En los versículos 2Co 3:7-11, y sobre la base anterior, muestra la excelencia del Evangelio sobre la Ley.

(A) La Ley y, especialmente, los Diez Mandamientos que estaban grabados en tablas de piedra (v. 2Co 3:7) daba lugar a un ministerio que causaba la muerte, la condenación (v. 2Co 3:9), mientras que la predicación del Evangelio es ministerio del espíritu (v. 2Co 3:8), ministerio de vida, de justificación (v. 2Co 3:9).

(B) La promulgación de la Ley en el Sinaí estuvo rodeada de tal gloria que ni Aarón ni los demás hijos de Israel pudieron acercarse al monte, y el propio Moisés tuvo que ponerse un velo sobre el rostro para cubrir el brillo que su piel había adquirido después de estar, durante cuarenta días, cara a cara con Jehová. Y si tal fue la gloria con que fue dada la Ley, ¡cuánto más gloriosa no será la promulgación del Evangelio!

(C) La excelencia del Nuevo Pacto sobre el Antiguo es tal que este último no merece el epíteto de glorioso (v. 2Co 3:10) si se le compara con el Nuevo, ya que el Antiguo era pasajero (v. 2Co 3:11), por cuanto Cristo vino a poner punto final a la Ley (Rom 10:4), mientras que el Nuevo permanece, pues el Evangelio es eterno (Heb 13:20; Apo 14:6). Como dice R. Knox, «su gloria (la del Viejo Pacto) palidece como el brillo de las lámparas cuando llega el alba». No sólo se eclipsa, sino que desaparece.

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