2 Samuel 16:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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David soporta las maldiciones de Simeí mucho mejor que como había recibido las adulaciones de Sibá. Con lo de Sibá pronunció un falso juicio sobre otra persona; con lo de Simeí pronunció un justo juicio sobre sí mismo. Las sonrisas del mundo son más peligrosas que sus iras.

I. Cuán insolente fue la furia de Simeí y cuán malvada su actitud al aprovecharse de la presente aflicción de David para mejor llenarle de insultos. En su huida, David y los suyos habían llegado a Bahurim, ciudad de Benjamín, en la que (o cerca de la que) vivía Simeí (hebreo, Shimí), quien, al pertenecer a la tribu de Saúl, con cuya caída toda esperanza de promoción a mejores puestos se había acabado para él, abrigaba contra David una implacable hostilidad y le consideraba injustamente como el causante de la ruina de Saúl y de toda su familia. Es probable que le tuviese por culpable de la muerte de Abner, de Is-bóset, de Urías y hasta del propio Saúl.

1. Por qué aprovechó esta ocasión para dar rienda suelta a sus insultos. (A) Porque pensó que ahora podía hacerlo impunemente. (B) Porque ahora le resultaría más penoso a David, ya que añadiría aflicción al afligido y echaría vinagre en las heridas que estaban en carne viva. (C) Porque pensó que la Providencia justificaba estos insultos y que la presente aflicción de David era la prueba de que era un perverso. Es el mismo falso principio en que se basaron los «amigos» de Job para condenarle.

2. Cómo expresó el rencor de su corazón. (A) Arrojaba piedras contra David (v. 2Sa 16:6), como si el rey fuera un perro. (B) El versículo 2Sa 16:13 añade que iba esparciendo polvo, el cual, probablemente, le caería a sus propios ojos, como le caerían a su misma cabeza las maldiciones que profería contra David. Así, mientras su maldad resultaba odiosa, su impotencia resultaba ridícula y despreciable. (C) Acompañaba con insultos las piedras y el polvo que arrojaba (vv. 2Sa 16:7, 2Sa 16:8). Lo único que le traía a la memoria era el cargo infundado de haber causado la ruina de la casa de Saúl, precisamente porque con eso él salía perdedor. Nadie tan inocente como David de la sangre de la casa de Saúl. Una y otra vez le había perdonado la vida a Saúl, cuando Saúl trataba de dar muerte a David. Nada tan injusto como acusar a David de la sangre derramada en la familia y los allegados de Saúl, llamándole: (a) hombre de sangre e hijo de Belial (lit. v. 2Sa 16:7 ); (b) sorprendido en su maldad (v. 2Sa 16:8), como castigado por Dios: Jehová te ha dado el pago de toda la sangre de la casa de Saúl. Véase cómo se atreven los malvados a poner al servicio de su rencor y venganza lo que a ellos les parece juicios de Dios contra otros. (c) Depuesto del trono y privado de la corona, en favor de Absalón, por obra de la Providencia justiciera: Jehová ha entregado el reino en mano de tu hijo Absalón. Quiere así quitarle toda esperanza de recuperar el trono.

II. Cuán pacientemente y con qué sumisión a los designios de Dios soportó David los insultos de Simeí. Los hijos de Sarvia, especialmente Abisay, como sobrinos del rey y generales de su ejército, no pudieron aguantar la afrenta (v. 2Sa 16:9): ¿Por qué maldice este perro muerto a mi señor el rey? Si David les hubiese dado licencia, habrían silenciado pronto aquellos labios maldicientes y le habrían cortado la cabeza a Simeí. Pero el rey no lo consintió: «¿Qué tengo yo con vosotros (lit. ¿Qué a mí y a vosotros), hijos de Sarvia? Déjale que maldiga». De modo semejante hubo de reprender Cristo a sus discípulos cuando, celosos del honor de Él, querían hacer descender fuego del cielo sobre la ciudad que le afrentó (Luc 9:55). Nótese de paso que la expresión «¿Qué a mi y a ti?» o «¿Qué a mí y a vosotros?» sale en la Biblia once veces: seis en el Antiguo Testamento (Jue 11:12; 2Sa 16:10, 2Sa 19:23, 1Re 17:18; 2Re 3:13; 2Cr 35:21) y cinco en el Nuevo Testamento (Mat 8:29, Mar 1:24; Mar 5:7; Luc 4:34; Jua 2:4). Según declara el jesuita J. Leal (sobre Jua 2:4), «esta expresión siempre equivale a una negativa, a veces muy categórica y resuelta, a veces suave e indulgente». Veamos ahora con qué consideraciones conservó David la calma.

1. La principal fue que reconoció merecer esta aflicción; de ahí que la considerase como venida de la mano de Dios: «Déjale que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho» (vv. 2Sa 16:10, 2Sa 16:11). En cuanto a que era pecado de Simeí, no era de parte de Dios, sino del diablo y de su propio malvado corazón; pero David veía más allá del instrumento de su aflicción, hasta llegar al supremo director de los acontecimientos, y, como Job, cuando se vio despojado de cuanto tenía, reconoció: «Jehová me lo dio, Jehová me lo quitó» (Job 1:21). No hay nada tan eficaz para llevar la calma a un hijo de Dios que se halla en grave aflicción como ver en ella la mano de Dios.

2. También le sirvió para calmarse en la presente aflicción la consideración de otra mayor (v. 2Sa 16:11): «He aquí, mi hijo que ha salido de mis entrañas acecha mi vida; ¿cuánto más ahora un hijo de Benjamín?»

3. Se consuela con la esperanza de que Dios, de una manera u otra, sacará bien de este mal (v. 2Sa 16:12): «Quizá mirará Jehová mi aflicción, y me dará Jehová bien por sus maldiciones de hoy». Hemos de depender de Dios como de un amo que es buen pagador (lo contrario del diablo v. Rom 6:23 ), pues nos recompensa, no sólo por nuestros servicios, sino también por nuestros sufrimientos. Al fin, David y los suyos pudieron refugiarse en Bahurim y verse a salvo de lenguas malignas.

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