2 Timoteo 1:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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A continuación, el apóstol hace diversas exhortaciones a Timoteo.

1. La primera exhortación, en forma de hacer a la memoria (gr. anamimnésko), es (v. 2Ti 1:6): «que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos». Recuérdese que a este don se había referido Pablo en 1Ti 4:14, en cuyo comentario explicamos ya algunos de los conceptos. Allí le pedía que no descuidara tal don; ahora le pide algo más y, precisamente, ante el recuerdo de la fe que habita seguramente en él («Por la cual causa», dice, con una expresión poco frecuente en Pablo); le pide que reavive el fuego del don de Dios. El verbo anazopureín (aná, de nuevo, zo, vida, pur, fuego) significa aquí atizar el fuego, especialmente soplando, a fin de que lo que son como carbones encendidos, pero más o menos ocultos bajo la ceniza del miedo o de la indolencia, se manifiesten en llamarada que calienta e ilumina. El apóstol dice de este don «que está en ti mediante la imposición de mis manos» (v. 2Ti 1:6), expresión más fuerte que la de 1Ti 4:14con la imposición, etc.»). El apóstol da la razón por la cual exhorta a Timoteo a reavivar dicho don (v. 2Ti 1:7): «Porque no nos ha dado (lit. dio, en aoristo) Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura (gr. sophronismoú, único lugar en que aparece este vocablo, aunque términos de la misma raíz aparecen en otros quince lugares). Los dos versículos (2Ti 1:6 y 2Ti 1:7) se aclaran mutuamente:

(A) Dios, dice Pablo, no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder (v. 2Ti 1:8) para actuar en medio de circunstancias difíciles, de amor para sacrificarse por el bien de los demás (comp. con Jua 10:11) y de cordura, para obrar con la ecuanimidad que exijan las circunstancias. Dice Collantes: «La fuerza puede llevar al ministro de Dios a ser duro a veces; la caridad (esto es, el amor), a un celo indiscreto. La prudencia sabrá endulzar los rigores de la fuerza y encauzar ordenadamente la torrentera del celo. Fuerza, caridad y prudencia, unidas, harán al ministro de Cristo animoso sin debilidad, enérgico sin aristas, bondadoso sin claudicaciones, celoso sin exageración».

(B) Aunque espíritu aparece correctamente escrito con minúscula, no cabe duda de que, como en otros muchos lugares (comp. con Rom 8:15, por ej.), en el origen sobrenatural de todo lo que acontece en nuestro espíritu regenerado está el Espíritu (con mayúscula) de Dios. Este Espíritu Santo de Dios es el que otorga el don (v. 1Co 12:4, 1Co 12:7.). La imposición de las manos de Pablo no tenía en sí ninguna eficacia «sacramental» (ni principal, ni instrumental). El apóstol usa en el versículo 2Ti 1:6 la preposición diá con genitivo instrumental (como, por ej., en Efe 2:8, «mediante la fe»), porque la imposición de las manos simbolizaba la prolongación del ministerio de Pablo en la persona de Timoteo. Esto acontece dentro de la comunidad eclesial animada y estimulada por el Espíritu Santo. Por tanto, Timoteo no podía sacar de su propio espíritu la fuerza necesaria para avivar el don de otro modo que al echar mano del poder que imparte el propio Espíritu de Dios.

(C) Esta exhortación era muy oportuna, habida cuenta de las múltiples dificultades que asediaban a Timoteo desde dentro y desde fuera, ya que, además de ser un joven (1Ti 4:12, comp. con 2Ti 2:22) débil físicamente (1Ti 5:23) y tímido, según insinúa el apóstol en 1Co 16:10, estaba expuesto a los ataques de los falsos maestros de Éfeso (1Ti 1:3-7, 1Ti 1:19, 1Ti 1:20; 1Ti 4:6, 1Ti 4:7; 1Ti 6:3-10; 2Ti 2:14-19, 2Ti 2:23) y a las persecuciones que el Estado y los judíos inconversos desencadenaban contra los cristianos.

2. La segunda exhortación (v. 2Ti 1:8) es consecuencia de la primera. Es como si ahora le dijera Pablo a su discípulo e hijo en la fe: «Mira, Timoteo, tienes en ti el don de Dios; no tienes excusa; por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni (te avergüences) de mí, preso suyo (comp. con Efe 3:1), sino comparte conmigo el sufrir por el Evangelio (NVI), conforme al poder de Dios; con el poder que da Dios, no por tus propias fuerzas». La mención del poder de Dios lleva al apóstol a una declaración grandiosa del plan amoroso de salvación (vv. 2Ti 1:9 y 2Ti 1:10), cuyo heraldo ha sido designado el propio Pablo (v. 2Ti 1:11) y por el que padece con la cabeza muy alta (v. 2Ti 1:12). Todo lo que Pablo dice en los versículos 2Ti 1:9-12 está orientado a estimular a Timoteo para que ponga por obra la exhortación que le hace en el versículo 2Ti 1:8.

(A) Veamos primero el texto de los versículos 2Ti 1:9-12, según la NVI, donde se clarifica el sentido: «Quien (Dios) nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por algo que nosotros hubiésemos hecho, sino por su propio designio y su gratuito favor. Esta gracia nos fue otorgada en Cristo Jesús desde la eternidad (comp. con Rom 16:25; Efe 1:4; Tit 1:2), pero se ha manifestado ahora mediante la aparición (gr. epiphaneías) de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que ha reducido a la impotencia (en aoristo: de una vez por todas; el verbo es el mismo de Rom 6:6, entre otros lugares) a la muerte y ha sacado a la luz la vida incorruptible por medio de la predicación de la Buena Noticia, para lo cual he sido yo designado heraldo, apóstol y maestro (lo de «de los gentiles» falta en los MSS más importantes, y es añadidura tomada, probablemente, de 1Ti 2:7). Por este motivo estoy padeciendo estas cosas, pero no me avergüenzo, pues sé a quién he creído, y estoy convencido (o persuadido; gr. pépeismai, pretérito perfecto de la voz media-pasiva) de que es poderoso para guardar (gr. phuláxai; el mismo verbo del v. 2Ti 1:14 y de 2Ti 4:15, así como de 1Ti 5:21; 1Ti 6:20) lo que le he confiado (lit. mi depósito; el mismo vocablo del v. 2Ti 1:14 y de 1Ti 6:20) para el día aquel».

(B) Analicemos primero los versículos 2Ti 1:9 y 2Ti 1:10, en los que el apóstol hace su gran declaración doctrinal acerca del plan de la salvación. Son muchos los autores que ven en estos versículos un himno (o fragmentos de él), similar a los de Flp 2:5-11; 1Ti 3:16; Tit 3:4-7.

(a) Nótese el orden de los dos primeros verbos («nos salvó y nos llamó») del versículo 2Ti 1:9. El sentido exacto del primero ha de verse a la luz de 1Ti 1:15: vino a salvarnos. Aplicado a Dios, como es aquí el caso, significa «procedió a salvarnos». No se habla todavía de una aplicación personal ya hecha, sino de la declaración de un propósito amoroso de Dios hacia nosotros. «Nos llamó» (comp. con Rom 8:30, donde el llamar aparece como el primer paso en el orden de la ejecución); al llamado corresponde acudir «tal como uno está»: «no conforme a nuestras obras», añade Pablo (v. 2Ti 1:9, comp. con Efe 2:9; Tit 3:5). Pero este llamamiento se halla aquí cualificado con el complemento circunstancial «con un llamamiento santo» (lit.), es decir, con llamamiento a la santidad (comp. con Efe 1:4).

(b) Nuestra salvación y el llamamiento a una vida santa no se deben, añade Pablo (v. 2Ti 1:9) a nada que nosotros hayamos podido hacer o merecer, sino únicamente al designio amoroso y gratuito (¡gracia!) de Dios hacia nosotros. El amor y el poder, conjuntamente, de Dios han hecho posible la obra de nuestra salvación. Dice Collantes: «El poder de Dios está trascendido de amor. Y por eso nos obliga más a serle fieles, porque el mismo que opera en nosotros la fortaleza para sufrir es el que nos ha salvado y nos ha dado la vocación al cristianismo».

(c) «Esta gracia, continúa Pablo, nos fue otorgada en Cristo Jesús desde la eternidad (lit. antes de los tiempos eternos)». Es un favor que se nos otorgó cuando fuimos escogidos en Cristo (Efe 1:4), pero esa concesión estaba escondida, desde la misma eternidad, en el seno del Padre (comp. con Jua 1:18). Sólo se publicó a los cuatro vientos, se manifestó (gr. phanerotheísan), cuando el propio Salvador (v. 2Ti 1:10) fue manifestado (ephaneróthe, el mismo verbo y en el mismo tiempo, aunque en diferente modo) en carne (1Ti 3:16). Pablo describe al Salvador como al Yeshúa (Jesús, el «Yahweh salva») Mesías (Cristo) ungido por Dios para el oficio específico de salvar (v. Mat 1:21).

(d) El apóstol describe la obra de la salvación, llevada a cabo por nuestro Salvador Cristo Jesús (v. 2Ti 1:10, lit.), en lo que más tiene de Buena Noticia: la oferta de la vida eterna (v. Jua 3:16). Para todo el que creyere, con el perdón de los pecados viene la derrota de la muerte y la donación de la vida incorruptible. Es Cristo Jesús, nuestro Salvador, el que, mediante la obra de la Redención, ha reducido a la impotencia a la muerte, y ha abolido el dominio que ejercía sobre nosotros a causa del pecado (comp. con Rom 6:6), que es el aguijón de la muerte. Morir, para el cristiano, se ha convertido en dormir. Y al resucitar de entre los muertos, Cristo Jesús (con quien hemos resucitado a la nueva vida; v. Efe 2:4-7), sacó a la luz la vida incorruptible. Todo el que lea con atención el Antiguo Testamento se percatará de lo escondida que estaba la idea misma de una vida incorruptible. Era como un misterio escondido desde los siglos en Dios (Efe 3:9). La proclamación del Evangelio es la declaración solemne de que esa explosión de luz y vida eternas ha tenido lugar en este pequeño planeta nuestro y, desde aquí, por medio de la Iglesia, ha sido comunicada a los lugares celestiales (Efe 3:10).

(C) En el versículo 2Ti 1:11, el apóstol declara, con frases similares a las de 1Ti 2:7, que, para el anuncio de la Buena Noticia, fue puesto (el mismo verbo de Jua 15:16) por Dios como heraldo, apóstol y maestro. Las tres funciones tienen por objeto el anuncio de lo mismo, pero cada una tiene su característica respectiva: «Como heraldo, debe anunciar y proclamar en voz alta ese Evangelio. Como apóstol no puede decir ni hacer sino lo que se le ha encomendado que diga y haga. Y como maestro, ha de poner todo esmero en impartir instrucción en las cosas que pertenecen a la salvación y a la gloria de Dios, y debe exhortar a la fe y a la obediencia» (Hendriksen). Nótese que el que humildemente está hablando de las más altas funciones que, como a ministro suyo, le ha encomendado Dios, ¡es un preso, condenado a muerte!

(D) Pero, precisamente por eso (v. 2Ti 1:12), porque está padeciendo por la causa del Evangelio («Por la cual causa padezco estas cosas», lit.), se siente más movido a hacer una de sus grandiosas declaraciones, que se canta como estribillo de un himno bien conocido en nuestras congregaciones: «Mas yo sé a quién he creído, / y estoy bien cierto que es poderoso / para guardar mi buen tesoro / consigo, junto a Dios». Antes de estas frases, dice: «pero no me avergüenzo». Ya había escrito esta misma frase a los fieles de Roma (Rom 1:16); ahora lo escribe desde Roma a su discípulo Timoteo. Entonces no se avergonzaba del Evangelio «porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree». Ahora no se avergüenza «porque sabe a quién ha creído», es decir, en quién ha puesto su confianza. Y añade: «Y estoy convencido (o persuadido) de que es poderoso para guardar (gr. phuláxai, custodiar) mi depósito con vistas a (gr. eis) aquel día». Dos detalles necesitan especial aclaración:

(A) ¿A qué se refiere Pablo aquí con eso de «mi depósito» (gr. parathéken; el mismo vocablo del v. 2Ti 1:14 y de 1Ti 6:20)? ¿Se refiere al Evangelio que se le ha encomendado proclamar, o a sí mismo y su completa salvación? Tanto en el versículo 2Ti 1:14 como en 1Ti 6:20, está claro que Pablo se refiere al depósito que Dios ha puesto en las manos de Timoteo para que lo guarde, pero en el versículo 2Ti 1:12 no dice «el depósito», sino «mi depósito»; además, en el versículo 2Ti 1:14, como en 1Ti 6:20, es Timoteo quien tiene que guardar el depósito, pero en el versículo 2Ti 1:12 no es Pablo el que ha de guardarlo, sino Dios en Cristo. Como demuestra Hendriksen, todo el contexto anterior, además del texto en sí mismo, favorecen la opinión de que Pablo se está refiriendo a sí mismo y a su completa salvación, la cual está bien segura en las manos de Dios (v. Jua 10:28-30). Así opinan también la mayoría de los autores y así lo ha entendido siempre el pueblo cristiano.

(B) ¿Cuál es el día aquel al que se refiere Pablo al final del versículo 2Ti 1:12? Es claro que debe entenderse del día de las recompensas (comp. con el v. 2Ti 1:18 y con 2Ti 4:8, así como con 1Co 3:13 y 2Ts 1:10). En todos estos lugares hallamos la misma expresión indefinida («el día aquel» o, simplemente, «el día»). No era necesario precisar más, pues los lectores sabían perfectamente a qué día se estaba refiriendo el apóstol.

3. La tercera exhortación (v. 2Ti 1:13) dice así en la NVI: «Lo que escuchaste de mis labios, guárdalo como pauta directriz de sanas doctrinas, con fe y amor de índole cristiana». Para «pauta directriz», el apóstol usa el vocablo griego hupotíposin, que ya conocemos por 1Ti 1:16; son los dos únicos lugares en que tal vocablo aparece en todo el Nuevo Testamento. Aquí está todavía más clara la figura de «poner debajo para calcar» con la mayor exactitud los contornos del modelo, pues se trata de las sanas palabras (comp. con 1Ti 1:10), esto es, la doctrina revelada, infalible e inmutable; y, por ello, más de fiar todavía que cualquier ser humano, aunque su santidad sea del calibre de la del gran apóstol. A estas enseñanzas del Evangelio, que Timoteo escuchó de labios de Pablo, ha de atenerse en todo cuanto enseñe y haga. Dice W. Hendriksen: «El lema, tan popular hoy, de No importa lo que usted crea, con tal que sea sincero en lo que cree , es diametralmente opuesto a la enseñanza de las Epístolas Pastorales. No obstante, el espíritu con que uno se aferra a la verdad y la comunica a otros sí que importa. Por eso añade el apóstol: Haz esto con fe y amor centrados en Cristo Jesús ».

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