Apocalipsis 2:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Apocalipsis 2:1 | Comentario Bíblico Online

1. Antes de entrar en el análisis de las cartas, conviene hacer una observación preliminar: Las siete cartas tienen en común algunos elementos, pero también ofrecen notables diferencias.

(A) En cuanto a los elementos comunes, podemos destacar siete: (a) Una comisión: «Escribe al ángel …»., con la designación del destinatario: «de Éfeso, etc.»; (b) Un saludo o presentación de Jesucristo: «Estas cosas dice el que … (incluyendo aquí algún título de Cristo)»; (c) Una alabanza: «Conozco tus obras …»; (d) Un reproche: «Pero tengo contra ti …»; (e) Un consejo: «Mira de dónde has caído … arrepiéntete …».; (f) Una llamada: «El que tiene oídos …»; y (g) Una promesa: «Al que venciere …».

(B) También son notables las diferencias: (a) Esmirna y Filadelfia son las únicas que no reciben ningún reproche; (b) Laodicea es la única que no recibe ninguna alabanza; (c) La llamada y la promesa se invierten en las cuatro últimas cartas (a Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea); (d) Un somero análisis nos indica que las iglesias de Éfeso y de Laodicea se hallan en grave peligro; las de Esmirna y Filadelfia, en excelente situación; las de Pérgamo, Tiatira y Sardis, en estado mediocre, de claroscuro o medias tintas; (e) Finalmente, es muy de notar la clara distinción entre la situación de la iglesia local como tal y la individualización de las promesas («al que venciere», en singular). Desde luego, la renovación o reforma de las iglesias surge como fruto de la renovación de los individuos, pero aquí entra de lleno la distinción entre la Iglesia con mayúscula y la iglesia localizada. Dice J. Grau (en Estudios sobre Apocalipsis, Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona, 1977, pág. 85):

«La seguridad de la salvación final, o perseverancia de los santos, es para los miembros de las iglesias, no para las iglesias mismas. Así, la promesa de que las puertas del infierno (el griego dice Hades: el poder de la muerte. El paréntesis es mío) no prevalecerán contra la Iglesia (Mat 16:18) ha de entenderse cumplida en los redimidos verdaderos, los que constituyen la auténtica Iglesia. La historia, por otra parte, corrobora esta afirmación.»

2. Comenzando ya con el análisis de la carta a la iglesia de Éfeso, vemos (v. Apo 2:1), después de la comisión («Escribe al ángel»), el destinatario: «la iglesia en Éfeso». Nótese que, según el uso constante del Nuevo Testamento, se dice en, no de, para señalar la ubicación de la comunidad eclesial. Respecto de Éfeso, será de provecho la siguiente información:

(A) Éfeso era la ciudad más importante de la provincia romana del Asia proconsular; centro postal y administrativo, casi tan importante como Antioquía. «Éfesis» significa «deseo ardiente». Según la escuela de interpretación que sostiene un nivel vertical histórico, conforme al que cada una de las iglesias mencionadas en los capítulos Apo 2:1-29 y Apo 3:1-22 representa un determinado período de la Historia de la Iglesia, la iglesia de Éfeso representa la era apostólica hasta el tiempo en que Juan escribía esto.

(B) Esta ciudad era llamada «Guardiana del Templo», es decir, del templo dedicado a la diosa Artemis (la «Diana», en latín), como diosa de la fertilidad, que suele ser llamada polymastos (equivocadamente, según recientes investigaciones). Las excavaciones de J. T. Wood en 1870 llevaron al descubrimiento de una de las 7 maravillas del mundo antiguo: el famoso templo, cuatro veces mayor que el Partenón de Atenas y adornado con estatuas de los más famosos escultores griegos, como Fidias, Praxíteles y Apeles. Tenía la ciudad otros templos dedicados a los emperadores Claudio, Adriano y Severo. Hch 19:1-41 nos informa del gran tumulto en favor de la «gran Diana de los efesios» que, según ellos, había bajado del cielo (Hch 19:35). Quizás se había forjado la leyenda, basada en la caída de un meteorito.

(C) Las monedas descubiertas en distintos países, con la inscripción romana: «Diana Ephesia», muestran que la diosa de Éfeso era venerada en todo el mundo pagano (comp. con Hch 19:27, Hch 19:34). También había un enorme teatro en el centro de la ciudad, con capacidad para cerca de 50.000 espectadores. Es curioso que, el año 431 de nuestra era, se definiese allí como dogma de fe para la Iglesia de Roma la divina maternidad de la Virgen María, con la subsiguiente procesión de antorchas, en la que desfilaron miles de cristianos (?) efesinos, acompañando a los obispos que habían tomado parte en el Sínodo.

(D) Fue hacia el año 52 cuando penetró allí el cristianismo por el ministerio de Priscila y Aquila, y fue Pablo el fundador de aquella iglesia (había ya una importante colonia judía). Posteriormente (v. Hch. caps. Hch 18:1-28 y Hch 19:1-41), Pablo hizo allí una estancia de más de dos años. Otros detalles pueden verse en diccionarios y enciclopedias. Sólo resta añadir que posteriormente se afincó allí el apóstol Juan, quien tenía bajo su apostólica supervisión tanto esta iglesia como las otras seis que se mencionan después.

3 Volviendo al análisis del versículo Apo 2:1, tenemos, después de la comisión y del destinatario de la carta, la presentación de Jesucristo como «el que sujeta firmemente (gr. ho kratón, en participio de presente; en señal de que es el dueño y señor de las iglesias) en su derecha las siete estrellas, el que se pasea (gr. ho peripatón, también en presente; en señal de constante vigilancia) por en medio de los siete candelabros, los de oro» (lit.).

4. A continuación (v. Apo 2:2), viene la alabanza de parte del Señor: «Sé (gr. oída, que indica seguridad por experiencia sensorial de primera mano) tus obras y el arduo trabajo (gr. kópon) y tu paciencia (gr. hupomonén, el aguante frente a las circunstancias) y que no puedes soportar a los malos, y que probaste (gr. epeírasas, en aoristo. Este verbo se emplea en el sentido de experimentar una prueba, ordinariamente amarga. Es de la misma raíz que peirasmós prueba, en sentido, que ha de matizarse, según el contexto, de «tentación» . No debe confundirse con el «poner a prueba» para ver si se pasa el examen, que se indica con el bien conocido verbo dokimazo) a los que se dicen a sí mismos apóstoles y no son, y los hallaste mentirosos» (lit.). La alabanza continúa en el versículo Apo 2:3: «Y tienes paciencia (de nuevo, hupomonén) y soportaste (el mismo verbo del v. Apo 2:2) a causa de mi nombre y no te has rendido de fatiga (gr. ou kekópiakes, en pretérito perfecto. El verbo es de la misma raíz que kópos del v. Apo 2:2 )» (lit.).

(A) Lo primero que notamos es que los creyentes de Éfeso eran activos, no eran holgazanes; se hacían cosas; se llevaban a cabo planes. No sólo había allí buenas obras (gr. érga), sino que trabajaban arduamente, fatigosamente, aunque la fatiga no los había rendido, vencido, desmayado (v. Apo 2:3). El propio hecho de probar con amargura a los falsos enviados les fatigaba, pero no los desmayaba.

(B) Los fieles de Éfeso habían pasado por la amarga prueba del influjo y de la nociva enseñanza de los falsos maestros (v. Hch 20:29, Hch 20:30 y, con mucha frecuencia, en las Epístolas de Juan). Debían haberles dado las correspondientes «cartas de recomendación» (v. 2Co 3:1) y no lo hicieron. Pero, al fin y al cabo, el Señor los alaba porque no los soportaron, es decir, no cometieron la insensatez de cargar con ellos, como indica el verbo bastásai (cargar a cuestas), una vez que los hallaron mentirosos. Lo más probable es que este termino indique, más que otra cosa, hipocresía, apariencia de piedad con negación práctica de una piedad eficaz (v. 2Ti 3:5), lo cual era muy corriente en los maestros imbuidos de gnosticismo y que, como vimos en las Epístolas de Juan, pululaban en las iglesias; no se excluye la posibilidad de graves errores doctrinales, como los implícitamente denunciados en la 1 Juan.

(C) Además de la repetición del término hupomoné, el versículo Apo 2:3 nos ofrece un contraste notable de frases: (a) En el versículo Apo 2:2, se dice que la iglesia de Éfeso no puede soportar a los malos, a los lobos rapaces que han entrado de matute en la congregación (v. 2Pe 2:1; Jud 1:4); pero en el versículo Apo 2:4 se nos dice que soportaron por causa del nombre de Cristo la persecución que les había acosado desde fuera; (b) Se habían fatigado en el arduo trabajo (v. Apo 2:2, comp. con 1Ts 1:3), pero no habían desmayado, la fatiga no los había vencido y seguían adelante, por decirlo así, «infatigables».

5 «Pero (v. Apo 2:4) tengo contra ti que dejaste atrás (gr. aphékes, en aoristo) tu amor, el primero» (lit.).

(A) El versículo se abre con una conjunción adversativa fuerte (gr. allá), que da un giro de media vuelta a lo anterior: «Pero …». Viene una amarga queja de parte de Cristo: «Tengo contra ti que dejaste atrás, abandonaste (como una mala decisión, de una vez por todas), tu primer amor». La rutina de cada día llega a dar lugar al enfriamiento del amor inicial, del fervor del noviazgo, de la luna de miel del matrimonio. Suele ser un proceso lento, pero desemboca en una crisis tremenda. «El enfriamiento del amor, dice Barchuk, significa traición.» «30 años antes, esta iglesia había sido encomiada por su amor (Efe 1:15, Efe 1:16)» (Ryrie).

(B) ¿Cómo llega a suceder esto? De muchas maneras. J. Grau aporta uno de los casos: «La obra de Dios, dice, cobra más importancia que el Dios de la obra; la Iglesia de Cristo, que el Cristo de la Iglesia» (ob. cit., pág. 88). Esto es tanto más grave cuanto que el discernimiento del error doctrinal, en frío, es más fácil que detectar el enfriamiento del corazón; no es objeto de deducción, sino de intuición; no se expresa, se respira, se palpa, se siente con mayor o menor fuerza. Barchuk cita del profesor B. Marsenkovski:

El verdadero cristianismo no consiste en recordar el amor pasado, sino en mantener el mismo amor ardiente a Cristo, esa actitud reverente hacia Él. El pan puesto sobre la mesa de oro del templo debía ser fresco, no pasado. Así debe ser el amor del cristiano, siempre nuevo, porque el amor es el alma del cristianismo. Cuando el cristianismo carece de amor hacia Cristo, se torna sin alma, muerto.

El mismo Barchuk hace notar que el Señor no acepta nada en sustitución del corazón, y añade:

Supongamos que una mujer le dice a su marido: «Tú sabes que por ley estoy atada a ti y, por eso, debo estar contigo. Por lo tanto, yo estaré cumpliendo todo cuanto me incumbe. Yo te prepararé la comida, lavaré la ropa, mantendré limpia tu casa, pero te advierto que mi corazón no está contigo; ¡yo amo a otro!» ¿Estaría contento ese hombre con semejante esposa? ¡No! Cualquier hombre, al descubrir que el corazón de su esposa pertenece a otro, la abandonará.

Por su parte, G. Campbell Morgan relaciona «el primer amor» con lo dicho por Pablo en 2Co 11:2, 2Co 11:3 y concluye:

Los elementos del primer amor son entonces sencillez y pureza … El amor de la Iglesia a Cristo tiene su símbolo en el amor que el esposo tiene a la esposa. ¿Cuál es entonces el amor de Cristo por la Iglesia? Amor desinteresado, amor en el que no hubo ni el menor pensamiento de sí. ¿Cuál ha de ser entonces el amor de la Iglesia por Cristo? La respuesta del amor al misterio del amor es la sumisión del amor al amor perfecto … El primer amor es el dejarlo todo por el amor que lo ha dejado todo (citado por W. M. Smith, ob. cit., pág. 1503).

Y es el mismo Campbell Morgan (citado por Grau, ob. cit., pág. 89) quien compara Éfeso con Tesalónica de la siguiente manera: «ÉFESO: obras, trabajo y paciencia ; TESALÓNICA: obra de fe, trabajo de amor, constancia en la esperanza ». Y continúa:

¡Las mismas cosas, pero con qué diferentes compañías y estímulos! A Éfeso le faltan estos acicates de fe, amor, esperanza: El primer amor es «obra de fe» (v. Gál 5:6 «la fe que cobra su energía por medio del amor» El paréntesis es mío ); el amor perdido es simplemente «obra» a secas. El primer amor es «trabajo de amor» ; el amor perdido es simplemente «trabajo» sin más. El primer amor implica «paciencia para esperar» ; el amor perdido es tan sólo «paciencia», como si hubiese olvidado el objetivo y el propósito de la misma.

(C) ¿En qué direcciones se manifestaba esta pérdida de amor? Muy probablemente, en dos: (a) En la dirección de la murmuración y, por ende, de la división. La oposición a los falsos apóstoles y maestros, de suyo legítima, les había llevado a otro extremo igualmente falso: la hipercrítica, el espíritu de constante censura, con el consiguiente enfriamiento del amor, tanto a Dios como al prójimo (comp. con Jer 2:2-5; Mar 12:30, Mar 12:31; 1Jn 4:20). El diablo, que está dando vueltas sin cesar para encontrar el punto flaco de cada creyente y atacar por allí (v. 1Pe 5:8), se estaba aprovechando, para sus propios fines, de una virtud sin equilibrio: su objetivo era atacar a la comunión eclesial. (b) Esta misma oposición a los peligros de dentro y de fuera habría llevado a uno o varios «Diótrefes» a imponer su autoridad de una forma dictatorial; con lo cual, los «nicolaítas» citados en el versículo Apo 2:6 habrían conseguido, aun sin intentarlo, dañar a la iglesia de Éfeso (v. 3Jn 1:9).

6. Al reproche del Señor sigue (v. Apo 2:5) el consejo, la recomendación, la amonestación amorosa: «Recuerda» (gr. mnemóneue, en presente de imperativo). Es una exhortación a volver en sí, a reflexionar, a considerar el propio estado. Como el hijo pródigo de Luc 15:17, lo primero que se necesita es «volver en sí»: «Recuerda, pues, de dónde has caído» (en pretérito perfecto, como un estado que continúa). Como si dijese: «Recuerda aquel tiempo dichoso del primer amor; el termómetro ha bajado mucho desde entonces; el lento enfriamiento te ha impedido percatarte del descenso espiritual. Recuerda de dónde, de qué altura, has caído. Todo lo externo ha quedado; el edificio se mantiene en pie, pero el fundamento ha sido minado por el enemigo».

La exhortación se va haciendo más íntima, más amorosa: «arrepiéntete: date media vuelta en tu camino de extravío, vuelve a tu primer amor, al fervor de la espiritual luna de miel con el Señor; aparta de ti todo lo que sea un estorbo en la íntima comunión con tu Esposo y Señor». Lo que tiene que recobrar se describe a continuación (v. Apo 2:5): «y haz las obras que hacías al principio» (NVI). No necesita hacer obras distintas de las actuales, sino las mismas como fruto de un amor igual al primero; no se trata de un cambio en la cantidad, sino en la calidad; falta el primer espíritu y es menester invocarlo (comp. con Eze 37:9); de lo contrario, para nada servirá la febril actividad de siempre (comp. con 1Co 13:1-3). No es que la comunión contemplativa sea enemiga de la actividad (todo lo contrario), pero sí lo es del huero activismo.

Y, tras del consejo, viene la seria conminación (v. Apo 2:5): «Si no te arrepientes, vendré a ti y removeré tu candelabro de su lugar» (NVI). Aparte de la Gran Venida en el último día, el Señor amenaza con hacer a esta iglesia una «visitación» de juicio (comp. con v. Apo 2:16 y, por contraste, con Apo 3:20). Nuestro Dios se define a sí mismo como «un Dios celoso» (Éxo 20:5) y, de igual modo, lo es el Hijo de Dios y exige de su Esposa la Iglesia una lealtad y una fidelidad enteras e incondicionales, porque en ese tálamo nupcial no puede penetrar ningún intruso. Por desgracia, parece ser que la iglesia de Efeso no hizo caso de esta amonestación. De ahí que, mientras Esmirna (hoy, Izmir) se conserva en pie, con una comunidad cristiana, de Éfeso sólo quedan ruinas a muchos metros bajo tierra. El candelabro de Éfeso fue removido. Y no es ése el único desdichado ejemplo. Dice Grau:

Regiones antes cristianas, hoy son paganas (norte de África, Medio Oriente, en los primeros siglos). En Inglaterra se pueden ver antiguos templos, convertidos en salas de baile, de juego (bingo), en otros países, sirven de museos o mezquitas. En la actualidad, el crecimiento del cristianismo se da en Asia, África y América Latina, no en Europa. ¡Qué terribles perspectivas y posibilidades comporta esto! (ob. cit., pág. 90).

7. El Señor no quiere terminar con un reproche, sino con algo positivo, constructivo, alentador; y, con otro «Pero», encabeza una nueva alabanza a la iglesia de Éfeso (v. Apo 2:6): «Pero tienes a tu favor esto: Aborreces las prácticas de los nicolaítas, que yo también aborrezco» (NVI).

(A) Lo primero que notamos es que Cristo alaba el odio a las obras de los nicolaítas, no el odio a ellos mismos (v. Sal 52:3, Sal 52:4; Sal 97:10). «Odio al pecado, pero amor al pecador» es un antiguo eslogan que solemos repetir, pero lo dejamos frecuentemente sin cumplir. Dice I. Barchuk:

Con frecuencia, la gente no distingue los hechos de las personas y se ofende contra los creyentes fieles por aborrecer éstos sus hechos, como si les aborreciesen a ellos mismos. Pero no es así, ya que los buenos creyentes aman a los demás y les desean lo mejor de todo; especialmente, la salvación de sus almas. Pero con sus hechos permanecerán en desacuerdo los creyentes, y aborrecerán los malos actos (ob. cit., pág. 49).

(B) Otro detalle, digno de consideración, es que los ojos del Señor no sólo escrutan lo malo que hay en nosotros, sino tambien cualquier detalle bueno, por insignificante que nos pueda parecer a nosotros mismos o a los demás. Ello nos consuela, a la vez que nos estimula y nos amonesta. De la misma manera que al Señor no se le puede engañar con ninguna exteriorización vacía de espíritu, así también nos cabe el consuelo de saber que Él aprecia y estima cualquier cosa buena que haya en nosotros, aun cuando los demás nos interpreten mal, no nos comprendan o nos juzguen a la ligera.

(C) Ahora bien, ¿quiénes eran esos nicolaítas de los que aquí se nos habla? Desde antiguo, se ha creído que eran seguidores del diácono Nicolás (v. Hch 6:5), del que suponen que apostató de la verdadera fe y estableció una especie de secta. El Nuevo Testamento nada nos dice de esto, y los modernos comentaristas se inclinan a pensar que, como en el caso de la «Jezabel» del versículo Apo 2:20, el nombre tiene una significación simbólica. En efecto, vemos que el griego Nikoláos (Nicolás) significa «vencedor (o conquistador) del pueblo»; así, la similitud con el hebreo Balaam («dueño del pueblo») sería evidente (v. el v. Apo 2:14); connotaría, pues, el afán de ejercer autoridad y dominio sobre el pueblo, como el aludido Diótrefes.

Es, pues, posible que se trate de una secta de «iniciados» (gnósticos. V. la introducción al comentario a 1 Jn.), que pretendían establecer una división del pueblo de Dios en castas, lo cual había de derivar, andando el tiempo, en el establecimiento de la casta sacerdotal dentro de la Iglesia oficial del Imperio; esto había de comportar los ritos y ceremonias que abundan en todas las religiones mistéricas, como pueden verse aún en la Iglesia Romana, y más todavía en la llamada Ortodoxia. Al mezclar el ceremonialismo judío con la filosofía griega, tenemos ya una secta que combina el entusiasmo espiritual con el relajamiento moral; mucha fantasía religiosa mezclada con despreocupación ética; orgullo y vanidad de mística retórica y de carácter «superior» que, en realidad, introducía en la Iglesia el egoísmo, la soberbia, el descuido del amor fraternal; en fin de cuentas, la misma ortodoxia estaba también en peligro. ¿Cómo defenderse de tales enemigos? Nos lo dice claramente la Palabra de Dios: «Mis ovejas oyen mi voz» dice el Señor (Jua 10:27 ). Y el propio Juan nos dice: «Vosotros tenéis la unción del Santo y conocéis todas las cosas. Lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros … Os he escrito esto sobre los que os engañan» (1Jn 2:20, 1Jn 2:24, 1Jn 2:26).

Los nicolaítas vuelven a salir en el versículo Apo 2:15, cercanos a los que siguen la «doctrina de Balaam». Por la similitud con el versículo Apo 2:20, parece ser que todos ellos propugnaban los mismos errores y las mismas prácticas pecaminosas: incitar a comer de lo sacrificado a los ídolos y a la fornicación. Esto último, en el presente contexto, es probable que se refiera a lo que, entre los paganos, era llamado «sagrada prostitución» porque se practicaba en honor de los dioses y en sus propios templos, como puede verse en las alusiones del Antiguo Testamento a dichas prácticas.

S. Bartina propone (ob. cit., pág. 642) una solución nueva, sacada de Janzon: «Para él (Janzon), el nombre nicolaíta (Apo 2:6, Apo 2:15) es un criptograma. No se refiere a Balaam (Núm 24:1-25), sino a la apostasía mencionada en Núm 25:18, donde aparece por dos veces la raíz nkl (be-nikley-hem, nikkleu), que significa ser falso, seducir, tentar, inducir a la apostasía, como en el caso de Peor y de Cosbí. No serían gnósticos, como los consideraban algunos Padres. Serían sincretistas que mezclaban los ritos paganos con los cristianos. Fornicación equivale a apostasía».

Sea lo que sea de ello, nos interesa recalcar que el propio Señor dice que aborrece las obras y la doctrina (v. Apo 2:15), no las personas, de los nicolaítas.

8. Como ya hemos hecho notar anteriormente, el Señor no sólo se dirige a las iglesias, sino también a los individuos, porque la renovación de las iglesias es fruto de la renovación de cada uno de los miembros. Por eso, la carta termina (v. Apo 2:7) particularizando: «Quien tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venza, le daré derecho a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios» (NVI).

(A) El «Espíritu» que habla a las iglesias es el aliento caliente, personal, de Cristo y, por eso, exhorta a oír. La exhortación va dirigida a quien tenga los oídos atentos (comp. con Mat 13:9, Mat 13:43). Como hace notar Griffith Thomas, «aquí no leemos: Oiga lo que la Iglesia dice a sus hijos , sino oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias ». Es cierto que cada iglesia cobija a sus miembros como a hijos (v. 2Jn 1:1, 2Jn 1:13), pero es falso atribuir a una superestructura universal los epítetos de «Madre y Maestra». El Espíritu Santo es el único Vicario de Cristo en la tierra (v. Jua 14:16) y, por eso, es su voz la que se ha de hacer oír y seguir (comp. con Rom 8:9-14; 2Co 3:17).

(B) El vencedor es el creyente consciente de su condición de soldado de Cristo (v. Rom 8:37; Efe 6:11.; 2Ti 4:7; 1Jn 2:13, 1Jn 2:14; 1Jn 5:4, 1Jn 5:5). La frase se repetirá en este libro. Dice Ryrie: «No se refiere a un grupo especialmente espiritual entre los creyentes, sino a todos los verdaderos cristianos».

(C) La promesa a los vencedores es, en este caso de Éfeso, que el Señor les dará a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios (comp. con Apo 22:2, Apo 22:14). Toda la frase hace referencia al árbol de la vida del que se nos habla en Génesis capítulos Gén 2:1-25 y Gén 3:1-24. Este árbol confería a quien comiese de él el don de la inmortalidad (v. Gén 3:22, Gén 3:23). Por el pecado, quedó prohibido a la humanidad el acceso a tal árbol. Pero ahora, después que Cristo nos ha recuperado con creces el Paraíso perdido, el cristiano vencedor tiene acceso a la inmortalidad dichosa que comporta la vida eterna. El original no usa un genitivo de posesión, sino de origen (ek tou xílou …), indica así que nunca se acabará su fruto y que siempre quedará abundante para muchos más vencedores.

(D) No estará de más advertir que, contra lo que han opinado algunos exegetas liberales, la referencia al árbol de la vida en este lugar nos da pie para asegurar que los capítulos Apo 2:1-29 y Apo 3:1-22 no son añadidura posterior, sino que están perfectamente ensamblados con el resto del libro. En efecto, no es sólo el árbol de la vida de Apo 2:7 el que vuelve a salir en Apo 22:2, Apo 22:14, sino que también la «segunda muerte» de Apo 2:11 vuelve a salir en Apo 20:14; y el «nombre nuevo» de Apo 2:17; Apo 3:12 sale en Apo 14:1; Apo 22:4 (comp. con Apo 19:12, Apo 19:13, Apo 19:16); los conceptos vertidos en Apo 2:26, Apo 2:27, con las imágenes que los expresan, los tenemos en Apo 12:5; Apo 20:4; y «la estrella de la mañana» de Apo 2:28 está también en Apo 22:16.

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