Apocalipsis 21:7 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos tenemos las bendiciones del hombre de fe, en contraste con el destino funesto de los incrédulos: «El que venza heredará todo esto, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes, los incrédulos, los viles, los asesinos, los sexualmente inmorales, los que practican artes mágicas, los idólatras y todos los que obran la mentira, tendrán su lugar en el lago de fuego de azufre ardiente. Ésta es la muerte segunda» (NVI).

1. Tenemos aquí dos bendiciones que, en realidad, se funden en una, y están reservadas para «el que venza». Ocho veces, con ésta, son las que, en Apocalipsis, ocurre (en nominativo o en dativo) la expresión griega ho nikón (en participio de presente: el que vence, o el que venza). La repetición se explica en un libro donde domina la lucha por mantenerse firme en la fe (comp. con 1Jn 5:4), por muy dura que sea la aflicción que cause física y moralmente la persecución sufrida precisamente por causa de esa misma fe. La frase ocurre, además de aquí, en Apo 2:7, Apo 2:11, Apo 2:17, Apo 2:26; Apo 3:5, Apo 3:12, Apo 3:21.

2. Lo que Dios promete al que venza, al hombre de fe contra viento y marea, es que «heredará estas cosas», es decir, todas las que se han dicho y se dirán acerca de la felicidad eterna. El texto no dice «todas», pero se sobrentiende, especialmente por la frase siguiente: «(Yo) seré para él Dios, y él será para mí hijo» (lit.). Esta idea se repite mucho en el Antiguo Testamento; en general, con respecto a Israel (v., por ej., Éxo 4:22; Deu 14:1; Ose 1:10), pero se repite de modo especial en 2Sa 7:14, dentro del pacto que hizo Dios con David. Véanse también Rom 8:17; 1Co 3:22, en que se confirma esta herencia universal, reservada a los creyentes (1Pe 1:4).

3. Esta bendita suerte de los elegidos contrasta con el funesto destino de los malvados (v. Apo 21:8):

(A) Figuran en primer lugar los cobardes. Cuando Juan escribía esto, los cristianos se hallaban en medio de una de las más feroces persecuciones de los primeros siglos del cristianismo: la de Domiciano. Los cobardes eran los que se avergonzaban de confesar públicamente a Cristo como Señor, prefiriendo así la vida temporal a la eterna (en contraste con Apo 12:11).

(B) Los incrédulos (gr. apistoís) van en segundo lugar. El vocablo designa, más bien que a los incrédulos en general (todos los de la lista lo son, pues se condenan realmente por su incredulidad comp. con Jua 8:24), a los infieles; probablemente, infieles a la palabra que un día dieron de ser discípulos de Cristo, haciendo así una falsa profesión de fe. Se entendería mejor así el que vayan detrás de los cobardes, además de que el término resultaría más específico.

(C) Siguen los abominables. ¿Quiénes son éstos? La Palabra de Dios los señala en Job 15:16 («se bebe la iniquidad como agua»); Sal 14:1 (el que vive como si Dios no existiera); Tit 1:15, Tit 1:16 (los de sucia conciencia). Especialmente abominables son los hipócritas (v. Mat 7:22, Mat 7:23).

(D) Los homicidas. La gravedad de este pecado se pone de relieve ya en Gén 9:6. Pero también es homicida el que se quita la vida a sí mismo, el que odia a su hermano (1Jn 3:15) y el que provoca directamente el aborto, pues toda vida humana es sagrada, ya desde el vientre de la madre (v. Sal 139:16).

(E) El griego pórnois (de donde viene «pornografía», etc.) designa, en general, a los que están dados a cualquier clase de inmoralidad sexual.

(F) Vienen después «los que practican artes mágicas» (NVI. Lit. los hechiceros. Gr. pharmákois, vocablo bien conocido). Por si alguien cree que esto tiene que ver poco con nuestros días, voy a copiar de mi libro Escatología II (pág. 347) lo siguiente:

Si vamos a la Biblia, hallamos la conexión de la hechicería con la magia, la adivinación y el espiritismo, todo lo cual era abominable a YHWH (v., por ej., Éxo 22:18; Lev 19:26, Lev 19:31; Lev 20:6, Lev 20:27; Deu 18:11-14; 2Re 9:22; Isa 19:3; Dan 1:1, Dan 1:2; Hch 8:9-11). En nuestros días, la hechicería primitiva sigue vigente en muchas tribus de Asia, África y América. Lo verdaderamente lamentable es el auge que el ocultismo, el espiritismo y el satanismo están cobrando en nuestros días entre las gentes que se tienen por más civilizadas. Más aún ni los propios creyentes son impermeables al esoterismo, revestido de múltiples formas, algunas aparentemente suaves. Hemos de estar, pues, alertados, ya que también éstos irán al infierno.

(G) Siguen los idólatras, entendiendo por tales no sólo a los que adoran imágenes de metal, madera, yeso, mármol, etc., sino también a todos los que entronizan en su corazón un sucedáneo del único Dios verdadero: dinero, carne, joyas, etc. El ídolo principal de todos los tiempos y de todos los hombres es Mamón: el dinero (v. Mat 6:24; Col 3:5; 1Ti 6:9, 1Ti 6:10).

(H) Finalmente, cerrando la procesión, todos los mentirosos. Se entiende aquí por «mentirosos», no sólo los que dicen mentiras, sino especialmente (en sentido bíblico) aquellos cuya vida es una mentira, pues la peor de todas las mentiras es una vida de farsa, hipócrita, inconsecuente, como la de los que viven amando y haciendo la mentira (Apo 22:15), en agudo contraste con los que siguen y practican la verdad, y andan en la verdad (v. Efe 4:15; 1Jn 1:6; 2Jn 1:4; 3Jn 1:4).

4. Con respecto a la lista precedente, bueno será hacer un par de observaciones:

(A) Como es costumbre en el original del Nuevo Testamento, en una lista cualquiera de personas, cosas, vicios, etc., es de notar el énfasis de colocación, por el que el lector toma nota de lo primero y de lo último con mayor atención que la que le suscitan los elementos intermedios Por esa razón, por ejemplo, vemos a Bernabé y a Saulo en cabeza y al final respectivamente de la lista de Hch 13:1. Podemos, pues, conjeturar que Juan tiene aquí por los peores malvados a los cobardes y a los mentirosos, de acuerdo con la forma en que hemos explicado el sentido de dichos vocablos.

(B) No es ésta la única lista de malvados que aparece en el Nuevo Testamento. Listas similares se hallan incluso en Apocalipsis (v. Apo 21:27 y Apo 22:15), pero ésta es bastante comprensiva para darse cuenta de las muchas puertas por las que se va al infierno: «al lago que está ardiendo con fuego y azufre, el cual es la muerte, la segunda» (lit.). Es muy de notar que el texto sagrado no dice aquí, como dice de los que vencen (v. Apo 22:7), que heredarán ellos, el cielo; éstos, el infierno (comp. con Mat 25:34: «preparado para vosotros»; 41: «preparado para el diablo y sus ángeles» , sino que ésa es «la parte de ellos»: la porción que su perversidad les ha proporcionado. ¡Funesto destino! Y, de la misma manera que el que guarda toda la ley, pero ofende en un punto, se hace culpable de todos (Stg 2:10), así también de poco importa que alguien tenga un solo vicio de los enumerados en la lista del versículo Apo 21:8. ¡Con una puerta basta para entrar al infierno!

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