Apocalipsis 21:9 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Llegamos ahora a una descripción, un tanto genérica, de la Jerusalén Celestial: «Uno de los siete ángeles que llevaban las siete copas anchas llenas de las siete últimas plagas, se dirigió hacia mí y me habló así: Ven y te mostraré la novia, la esposa del Cordero . Y me transportó en el espíritu a un grande y elevado monte, y me mostró la Ciudad Santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, desde Dios. Resplandecía con la gloria de Dios, y su brillo era como el de una joya de las más valiosas, como un jaspe claro y brillante como el cristal» (NVI).

1. El ángel que ahora se dirige a Juan es «uno de los que llevaban las siete copas anchas llenas de las siete últimas plagas». Este dato se hace constar únicamente para identificar al ángel, puesto que ahora las copas ya han sido vaciadas, al haberse llevado a cabo todas las plagas.

2. Así como un ángel le había mostrado (Apo 17:1.) la ruina de Babilonia, así otro le va a mostrar ahora la gloria de la nueva Jerusalén. El ángel compara la Ciudad a una «novia, la esposa del Cordero», y da así a entender que su belleza es como la de una novia ataviada para su esposo el día de las bodas (v. Apo 21:2). Se trata de una figura retórica, ya que, a tono con el versículo Apo 21:2, la nueva Jerusalén no es novia ni esposa, sino la residencia eterna de los santos en el cielo. L. S. Chafer (Systematic Theology, vol. IV, pág. 131) opina que se habla así por el papel central que allí ocupa la Iglesia, conforme a Heb 12:22-24.

3. Discuten los autores si se trata todavía, o no, de una especie de retrospección milenial. Al no haber en Apocalipsis un orden cronológico estricto, sólo un estudio atento del contenido puede sacarnos de dudas. Los que opinan que es una retrospección, piensan que Juan vuelve a considerar la nueva Jerusalén descendiendo a la tierra en el Milenio y permaneciendo suspendida sobre ella como residencia de los resucitados. Así piensan W. Kelly, A. Gaebelein y E. Bennett. Este último apela a Apo 22:2 («… para la sanidad de las naciones»), a fin de probar su aserto. En cambio, Walvoord opina que, después de los tremendos acontecimientos anteriores, ahora se habla ya del estado eterno (vv. Apo 21:7 y Apo 21:8) y de la nueva Jerusalén, establecida en la nueva tierra. Aporta las siguientes razones:

(A) Porque desde el capítulo Apo 19:1-21, parece ser que todo se sucede por orden cronológico; un salto atrás rompería ahora la estructura del libro.

(B) La descripción del versículo Apo 21:9 es idéntica a la del versículo Apo 21:2. Si allí se trata del estado eterno (y ése es, sin duda, el caso), también aquí.

(C) Las profecías sobre el Milenio no concuerdan con los detalles de esta ciudad en la tierra. Basta con leer Ezequiel capítulos Eze 40:1-49 al Eze 48:1-35, al hablar del nuevo Templo, así como de los límites y divisiones de la Tierra Santa.

(D) Siguiendo a W. Hoste, opina que las referencias a las naciones, los reyes de la tierra y la «curación» a la que alude Apo 22:2, tienen una explicación satisfactoria dentro del estado eterno. Igual opina F. O. Ottman. Pentecost por su parte, añade que el versículo Apo 21:25 va contra la situación descrita en Isa 30:26, Isa 60:19, Isa 60:20, y que el versículo Apo 21:27 no puede aplicarse al Milenio, ya que, durante el Milenio, habrá no salvos y, por tanto, internamente inmundos y abominables.

4. La descripción de la ciudad nos plantea, como en la mayor parte de este libro, un problema de hermenéutica: ¿Qué es simbólico y qué no lo es? Juan dice lo que vio. ¿Vio solamente símbolos que le fueron interpretados por otros personajes, o por él mismo bajo divina inspiración? ¿O vio las realidades, y las expresó él mismo bajo símbolos? (v. por ej. Apo 5:5, Apo 5:6). Dejo al lector que opine por su cuenta. Una cosa segura es que los materiales descritos en los versículos siguientes son de diferente naturaleza que la de los que conocemos. Los hechos más importantes son: (A) Que Juan vio una ciudad; (B) que estaba habitada por santos de todas las épocas; (C) que Dios estará presente en ella de una manera especial. Si no hay otros inconvenientes, podemos aceptar las características físicas que se nos describen.

5. Como la nueva ciudad es muy alta, según veremos más adelante, el ángel le lleva (v. Apo 21:10) a un monte muy alto (gr. óros méga kai hupselón, monte grande y alto), desde donde pueda Juan contemplar la ciudad como a vista de pájaro. Juan es transportado en espíritu, es decir, en un éxtasis, como en otras ocasiones. Igual que en el versículo Apo 21:2 (v. también Apo 3:12), se dice aquí: «la ciudad santa, Jerusalén (no se añade ahora nueva ), bajando (lit., en participio de presente, lo mismo que en el versículo Apo 21:2) del cielo desde Dios». Se nota, con la repetición de las frases del versículo Apo 21:2, el interés del escritor sagrado en poner de relieve que es una ciudad celestial.

6. La primera impresión que Juan recibe al ver la ciudad (v. Apo 21:11) es la de una espléndida iluminación. El texto sagrado dice que «resplandecía con la gloria de Dios». Puesto que Dios habita en medio de ella, la gloria de Dios se manifiesta en ella con todo su esplendor (comp. con Isa 58:8; Isa 60:1, Isa 60:2, Isa 60:19). Recordemos que la gloria de Dios es, en realidad, la suma de Sus infinitas perfecciones manifestándose al exterior, con lo que se refleja, de algún modo, lo que Dios es. Después (v. Apo 21:23) veremos que toda esa luz proviene de la «lumbrera que es el Cordero». El brillo que la ciudad adquiría con tal resplandor era semejante al jaspe cristalizado y centelleante. Dicho jaspe es, dice, «una joya de las más valiosas»; sin embargo, en la nueva Jerusalén es un material común (v. Apo 21:19). Caird hace notar la referencia, en Apo 4:3, Apo 4:6, al «jaspe cristalino», lo cual denota la íntima comunión con Dios: «una impresión del ser de Dios mismo», dice. En efecto, el cielo será una ciudad transparente, en la que no hay nada que ocultar, ni noche que pueda oscurecer la visión (comp. con 1Ts 5:5-8).

7. Con respecto a la frase «la lumbrera es el Cordero», el Prof. J. Walvoord hace la consideración siguiente: «El creyente en Cristo no genera la luz de Cristo, pero debería reflejar y transmitir su gloria, sin hacer borrosa la belleza y el encanto de Cristo» (ob. cit., pág. 320). J. D. Pentecost, por su parte (Eventos del Porvenir, pág. 441), transcribe, a este propósito, un fragmento de un bello himno que, vertido al castellano, dice así:

La Esposa no mira sus vestidos,

Sino el rostro de su Esposo amado.

Contemplaré, no la gloria,

Sino a mi Rey lleno de Gracia.

No la corona otorgada por Él,

Sino sus manos traspasadas.

El Cordero es toda la gloria

De la tierra de Emanuel.

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