Apocalipsis 6:9 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Con la apertura del quinto sello, cambia repentinamente el escenario celeste que Juan está contemplando. No olvidemos, sin embargo, que Juan no está viendo las realidades, sino que tiene una visión simbólica de elementos que le son presentados como en una moviola. La sala del trono se convierte ahora en un templo. Recordemos que en el tabernáculo (y en el templo) había dos altares: el de los perfumes, cercano al velo que separaba el Lugar Santísimo del Lugar Santo, y el de los holocaustos, en cuya base se recogía el resto de la sangre de las víctimas, después de haber rociado con ella los cuernos del altar (Lev 4:7). Esta sangre era la que, en sustitución de la persona, hacía expiación por los pecados, mientras los restos de la víctima quedaban encima. Así entenderemos mejor los versículos que siguen (Apo 6:9-11) y que dicen así en la NVI: «Cuando abrió (el Cordero) el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían sido asesinados (lit. degollados) por causa de la palabra de Dios y del testimonio que habían mantenido. Gritaron con voz potente, diciendo: ¿Hasta cuándo, Soberano Señor (gr. ho despótes, el mismo vocablo de Hch 4:24; 2Pe 2:1, entre otros lugares), santo y veraz (gr. alethinós), vas a estar sin juzgar a los habitantes de la tierra (v. el comentario a 3:10) y sin vengar nuestra sangre? Entonces se le dio a cada uno de ellos una túnica blanca y se les dijo que aguardasen en paz un poco más, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a ser matados como ellos lo habían sido» (comp. con Apo 20:4).

1. Como según Gén 9:4. y, especialmente, Lévitico Lev 17:11, en la sangre está la vida de la persona o del animal, aquí aparecen bajo el altar las almas (o vidas), es decir, las personas, representadas en la sangre, de los que habían sido degollados (lit.). El verbo está en participio de pretérito perfecto, para dar a entender una condición que permanece hasta este momento.

2. Dice Juan que habían sido degollados por causa de la palabra de Dios y por causa del testimonio que tenían» (lit.). Nótese que no dice «daban», sino «tenían», porque no se trata aquí del testimonio que ellos habían dado de Cristo (aunque esto era verdad), sino del testimonio que habían recibido por ello (comp. con Heb 11:4, Heb 11:39) de parte del Señor. Desde luego, ellos habían sido testigos (gr. mártures) en el sentido más pleno del vocablo, puesto que habían sido degollados por mantener, hasta el sacrificio de la vida, su profesión de fe en el Evangelio. En Apo 12:17, tenemos, al final, una expresión más explícita: «… y tenían el testimonio de Jesús».

3. Más alusiones al altar las tenemos en Apo 8:3, Apo 8:5; Apo 9:13; Apo 11:1; Apo 14:18; Apo 16:7. Es cierto que en el cielo no hay propiamente altares, ni de holocaustos ni de perfumes, puesto que Cristo se ofreció, de una vez por todas, en el Calvario, pero también es verdad que, dentro del simbolismo que asimismo hallamos en Heb 13:10 («… tenemos un altar …»), cerca del trono y del lugar en que aparece aquí el Cordero «como degollado» (Apo 5:6), vio Juan un altar (siempre en visión simbólica) bajo el cual, esto es, en su base, estaban (en unión con Cristo) los que habían sido inmolados por causa de Él.

4. Este mismo altar (uno solo) aparece también (Apo 8:3, Apo 8:4) como altar de los perfumes, donde a la intercesión del Cordero se unen las oraciones de los suyos. Y de la misma manera que estas oraciones no tendrían valor ni eficacia de ninguna clase si no se echase incienso del cielo, es decir, el poder intercesor de Cristo, tampoco el sacrificio de los suyos sería posible si no hubiésemos sido redimidos y hechos sacerdotes al precio del sacrificio del Calvario.

5. Barchuk hace notar (ob. cit., pág. 131) que, al abrirse este quinto sello, no se oye la orden de salir, y las fuerzas celestes parecen quedar inactivas, en razón de que el mandato de perseguir y degollar a los siervos de Dios no proviene realmente del trono de Dios, sino de Satanás, aunque sea cierto que, sin el permiso de Dios, ello no podría ser llevado a cabo.

6. La sangre de los inmolados (v. Apo 6:10) por causa de la Palabra de Dios clama aquí como la de Abel (Gén 4:10). «Es sugestivo dice Bartina (ob. cit., pág. 687) verificar que el rabinismo ponía a los justos, especialmente a los muertos por causa de la fe, cerca del trono de Dios.» Estas almas (simbolizadas en la sangre) se dirigen a Dios como al Amo (gr. despótes), Soberano Señor, que es santo para hacer justicia, y verdadero (fiel y constante) en el cumplimiento de sus promesas, a fin de que haga juicio y vindicación de sus vidas, segadas por la persecución del Anticristo, y acelere así el triunfo total del Señor mediante la implantación del reino mesiánico milenario de Cristo (v. Apo 11:15; Apo 16:5-7; Apo 18:20; Apo 19:2.), tras la derrota total de sus enemigos.

7. Estamos, pues, ante los mártires de los primeros meses de la Gran Tribulación. En Apo 7:9. veremos quiénes son estos mártires. Han sido objeto de la persecución del Anticristo. De la misma manera que, en los Salmos especialmente, hallamos gritos de imprecación contra los enemigos, considerados, ante todo, como enemigos de Dios, así también aquí la sangre de estos mártires no clama venganza personal, sino vindicación (gr. ekdikeís) de los atributos divinos. Los perseguidores han llegado a despreciar y desafiar al «Santo y verdadero». Si Dios se está quieto, impasible ante este desafuero, su justicia y su soberanía quedarán en la picota. Por eso claman para que se acelere «el gran día de su ira» (v. Apo 6:17), en que la majestad, la santidad, la sabiduría y la soberanía de Dios quedarán claramente de manifiesto ante todo el mundo, y ¿cuándo se va a realizar esto, si no es al principio del reinado de Cristo en la tierra, cuando Él regirá a las naciones con vara de hierro (Apo 19:15)?

8. No hay contradicción entre esta manera de clamar de la sangre de los justos del versículo Apo 6:10 y el grito de Esteban (Hch 7:60) pidiendo al Señor que no les tuviese en cuenta a los que le apedreaban el pecado que cometían. La vindicación de los atributos de Dios se compagina admirablemente con el llamamiento para que los impíos procedan al arrepentimiento y, por él, al perdón y a la salvación de ellos mismos. Dice Salguero (ob. cit., pág. 383): «La venganza más digna del Dios misericordioso es obligar a sus enemigos a postrarse ante Él pidiendo perdón». Por eso dice Agustín de Hipona: «No odies a nadie, porque el enemigo de hoy puede ser el hermano de mañana».

9. A este clamor de los mártires se les responde (v. Apo 6:11) desde el trono de Dios tranquilizándoles con una triple promesa que va a cumplirse a corto plazo:

(A) Se les van a dar unas vestiduras blancas («a cada uno una estola blanca» dice el original ), símbolo de justicia (tanto de la imputada Apo 7:9 como de la cumplida y ejercitada Apo 19:8 ), de victoria, paz, gloria y regocijo festivo, como arras de la primera resurrección (Apo 20:4-6), de modo que, ya antes del fin, el cual se acelera por la oración de los santos (Apo 8:1-5), pregusten la gloria venidera. Con estas ropas aparecen vestidos también en Apo 7:9, Apo 7:14.

(B) Se les anuncia que, por un pequeño tiempo (lit. Gr. khrónon mikrón se trata de espacio de tiempo, no de una ocasión u oportunidad, pues diría kairón ), van a disfrutar de un descanso deleitoso, como lo indica el griego anapaúsontai.

(C) También se les dice que está presto a completarse el número de sus consiervos (relación conjunta vertical en relación con el mismo Amo del v. Apo 6:10) y hermanos (relación fraternal horizontal) que todavía tienen que dar la vida en testimonio de su fe.

10. W. Hendriksen apela aquí a la enseñanza bíblica de que el número de los elegidos «ha sido fijado desde la eternidad en Su (de Dios) decreto» (ob. cit., pág. 106). Esta consideración teológica, aparte de necesitar cierta matización (¿presciencia?, ¿predeterminación?), resulta aquí fuera de contexto; algo que Hendriksen no puede ver por su punto de vista antifuturista. El texto ha de verse a la luz de Apo 20:4, y aun a la de Heb 11:40. Salguero hace notar (ob. cit., pág. 383) que «la respuesta que se da a la petición de los mártires es semejante a la que se encuentra en el apócrifo 2Es 4:35-37: Los justos, desde sus receptáculos, preguntan: ¿Cuánto tiempo tendremos todavía que permanecer aquí? A lo que responde el arcángel Jeremiel: Hasta que el número de vuestros semejantes sea completo . El Targum judío nos ayuda también a entender mejor este sentido de solidaridad que Apo 6:11 establece entre los creyentes, así como la posición privilegiada que ocupan junto al trono de Dios. Así Akiba (en Aboth R.M. 26) dice: Todo el que era enterrado en la tierra de Israel era como si fuese enterrado bajo el altar, y todo el que era enterrado bajo el altar era como si fuese enterrado bajo el trono de Dios ». Por nuestra parte, diremos que vale como pensamiento devocional, pero cae también fuera del presente contexto, que no trata de creyentes en general, sino de los mártires asesinados durante los primeros meses de la Gran Tribulación.

11. Queda una delicada cuestión por resolver: Estos mártires que han sido asesinados en los primeros meses de la Gran Tribulación, ¿están ya en el cielo (¿sentido proléptico con relación a Apo 20:4?), puesto que Juan habla de que fueron vestidos de blanco? ¿O es que los espíritus desencarnados disponen de alguna clase de cuerpo, más o menos aéreo? A esto contesta Walvoord (ob, cit., págs. 134, 135):

En este versículo se contribuye a contestar a esa pregunta. Los mártires muertos, aquí descritos, no han sido resucitados de entre los muertos y no han recibido sus cuerpos de resurrección. Con todo, se declara que se les dan vestidos. El hecho de que se les den vestiduras casi habría de requerir que tuviesen un cuerpo de alguna clase. Una vestidura no puede colgar de un alma o espíritu inmaterial. No es la misma clase de cuerpo que los cristianos tienen ahora, esto es, el cuerpo de tierra; ni es el cuerpo de la resurrección, con carne y huesos, del que Cristo habló después de Su propia resurrección. Es un cuerpo temporal, adecuado para su presencia en el cielo, pero reemplazado a su vez por su perpetuo cuerpo de la resurrección, que se les da al tiempo del regreso de Cristo.

Una grave objeción contra este punto de vista es que la Biblia jamás menciona ni insinúa que entre el cuerpo terrenal de esta vida y el de la resurrección exista otro cuerpo provisorio, «temporal», del que estén revestidos los espíritus desencarnados hasta el día de la resurrección y en el que puedan colocar vestiduras de la clase que sea. Para el que esto escribe, la cuestión es muy sencilla: Las vestiduras son tan simbólicas como la sangre y el altar de que se nos habla en el versículo Apo 6:9. Juan expresa las realidades por medio de símbolos, y eso es todo.

12. Finalmente, algo que, desde este punto, es preciso tener bien en cuenta, es que todo lo que aquí se dice, a partir de la apertura del segundo sello, tiene su lugar en la segunda mitad (tres años y medio) del período de siete años que abarca la Gran Tribulación.

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