Apocalipsis 9:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En los versículos Apo 9:1-6 se nos declara la aparición de unas especiales, horribles, langostas que surgen del abismo tras del toque de la quinta trompeta. La descripción minuciosa de estas langostas se hace en los versículos Apo 9:7-12.

1. Leamos primero los versículos Apo 9:1-6: «Tocó el quinto ángel su trompeta, y vi una estrella que había caído del cielo a la tierra, y le fue dada a la estrella la llave del pozo del Abismo. Cuando abrió el Abismo, subió de él una humareda como la humareda de un horno gigantesco. El sol y toda la atmósfera se oscurecieron a causa de la humareda procedente del Abismo. Y de entre la humareda cayeron langostas sobre la tierra y les fue dado un poder (lit. potestad. Gr. exousía) como el de los escorpiones terrestres. Se les dijo que no hiciesen ningún daño a la hierba de la tierra, ni a ninguna verdura, ni a ningún árbol, sino sólo a las personas que no llevasen marcado en sus frentes el sello de Dios. Se les dio poder, no para que las matasen (lit. se les dio para que no las matasen), sino para que las torturasen durante cinco meses. Y la agonía que sufrían era como la que produce la picadura de un escorpión cuando ataca a una persona. Durante aquellos días, los hombres buscarán la muerte, pero no la encontrarán; anhelarán morir, pero la muerte no se dejará atrapar de ellos» (NVI).

(A) Al toque de trompeta del quinto ángel (v. Apo 9:1), Juan ve una estrella caída (el verbo está en participio de pretérito perfecto), del cielo a la tierra. Discuten los comentaristas la identidad de esta estrella. No cabe duda de que se trata de un ángel (comp. con v. Apo 9:11, así como con Apo 1:20; Apo 20:1-3, entre otros lugares). Nótese también que, como dice S. Bartina (ob. cit., pág. 701), «según la literatura rabínica, los ángeles dirigen las estrellas y son como una personificación de ellas mismas. Éste es un enviado de Dios para dar otro castigo a los hombres perseguidores de la Iglesia». El jesuita Bartina es, por supuesto, antimilenialista y, lo mismo que Grau y otros, piensa que se trata de un ángel bueno. Sin embargo, la mayoría de los autores (Alford, Hendriksen, Ryrie, Davidson, Walvoord, W. Smith, F. F. Bruce) aseguran que se trata de un ángel malo; no es otro, sin duda, que el propio Satanás (comp. con Apo 12:7-12, así como con Luc 10:17, Luc 10:18)

(B) Este ángel recibe la llave del pozo del Abismo, sede de las moradas infernales. Dice Bartina (ob. cit., pág. 701):

El abismo es el lugar donde moran los malos espíritus. Es como un calabozo o prisión que está bajo tierra (cf. Isa 24:21, Isa 24:22). Tiene fuego sulfúreo, símbolo de lo diabólico. Un pozo conduce a él desde la superficie de la tierra. Está generalmente cerrado. La llave la tiene Dios, que pone límites a la acción diabólica. La legión de diablos (¿? Según la Biblia, no hay más que un diablo, aunque haya muchos demonios. El paréntesis es mío) que Jesús sacó al endemoniado de Gerasa, no quería volver al abismo (Luc 8:31). Está en el abismo Satanás, durante el reino de los mil años (Apo 20:1-3), y también la bestia (Apo 11:7-19; Apo 12:1-18; Apo 13:1-18; Apo 14:1-20; Apo 15:1-8; Apo 16:1-21; Apo 17:1-8). Hay que distinguir cuidadosamente el abismo del orco o hades y del lago de fuego. El hades era el lugar de los muertos (es decir, de las almas), donde, antes de la resurrección de Cristo, se hallaban congregados incluso los buenos. Llevaban una vida inerte y triste. El hades, personificado, va acompañando siempre a la muerte. El lago de fuego, o infierno propiamente dicho, es un sitio donde arde continuamente el azufre (Apo 14:10; Apo 19:20; Apo 20:10, Apo 20:14, Apo 20:15; Apo 21:18) y cuyos tormentos son eternos (Apo 14:10, Apo 14:11; Apo 19:3). Tampoco se ha de confundir el abismo demoníaco con el abismo de las aguas o de los mares, que es el océano primitivo o tehom (Gén 1:2). El abismo de los espíritus está bajo tierra.

(C) Al abrirse el pozo del abismo (v. Apo 9:2), sube una humareda tan densa que se oscurece el sol y también el aire. Nótese que, para los antiguos, el aire tenía su propia luz, distinta de la del sol.

Cuando leemos dice Hendriksen (ob. cit., pág. 120) que Satanás abre el pozo del abismo quiere decir que él incita al mal, llena el mundo de demonios y de malvadas influencias y operaciones … Es el humo del engaño y de la decepción, del pecado y del pesar, de las tinieblas morales y de la degradación que está constantemente saliendo del infierno.

Este humo recordaría a los lectores el de los volcanes que habían visto (comp. con la oscuridad de Apo 6:12; Apo 8:12), pero aquí se presenta como introductor de una plaga de langostas (comp. con Joe 1:6; Joe 2:4-10) demoníacas.

(D) Para entender el alcance de esta plaga de langostas, similar a la octava plaga de Egipto (v. Éxo 10:12), es preciso tener en cuenta el azote que los acrídidos representan en Palestina, Egipto, Arabia, y a veces en Canarias y el sur de España. Dice Bartina (ob. cit., pág. 700):

Cada cápsula tiene unos 40 huevos, de los cuales salen en primavera pequeñas larvas, que se transforman en fases intermedias cada vez más voraces, llamadas sucesivamente mosquitos, moscas y saltones, hasta alcanzar la forma adulta. Se reúnen por millones. Son tan voraces que no dejan nada verde, e incluso comen hierbas que son venenosas para otros animales; y cuando desaparecen, la región ofrece la sensación de haber sido destruida por imponentes incendios. Cuando emprenden el vuelo para devastar otras regiones, llegan a formar columnas o nubes de algunos kilómetros que oscurecen el sol. Producen un ruido intenso con sus alas cuando se desplazan por el aire.

(E) Aquí vemos que estas langostas tenían poder (v. Apo 9:3) como el de los escorpiones terrestres, pero notamos que este poder no era innato, sino «dado». En la Biblia, son símbolo de juicio divino (v. Deu 28:38, Deu 28:42; Amó 7:1-3; Nah 3:15-17). Su semejanza con los hombres aparece en Jue 6:5; Jer 46:23.

(F) Pero, ¡cosa curiosa!, a estas diabólicas langostas se les manda (v. Apo 9:4) que hagan lo contrario de lo que hacen las langostas naturales, pues éstas dañan exclusivamente a la vegetación, mientras que a las langostas demoníacas se les manda que no dañen precisamente a la vegetación, sino solamente a los hombres no sellados. Notemos de paso que aquí están las tres divisiones que de la vegetación hallamos en Gén 1:11-13.

(G) El poder que se les dio, con respecto a los hombres (v. Apo 9:5), no fue para matarlos, sino para atormentarlos durante cinco meses. Lo hacen durante ese preciso espacio de tiempo, porque ése es realmente el lapso de tiempo al que llega la longevidad media de una langosta: primavera y verano. Y se nos dice expresamente que este tormento no alcanza a los que fueron sellados (v. Apo 7:3).

(H) El tormento que causan estas langostas es tal que los hombres preferirán la muerte (v. Apo 9:6), pero ésta (personificada aquí) huirá de ellos. Contrasta esto con el caso del apóstol Pablo, quien también deseaba la muerte, pero no para huir del sufrimiento, sino para estar con Cristo; y, aun con esta gloriosa perspectiva por delante, prefería quedarse por algún tiempo más en esta vida por amor a los hijos de Dios, para quienes tan provechosa era su estancia en este mundo.

(I) Los escorpiones causan un dolor tremendo, aun cuando rara vez sea mortal su picadura para el hombre. W. Newell refiere que a él mismo le picó uno en un talón y experimentó una angustia sin alivio y fuera de toda descripción. Son muchos los autores que entienden esto de un modo «espiritual». Por ejemplo, Milligan dice que esto se refiere «a una explosión de maldad espiritual que agravará las penas del mundo, y le hará aprender cuán amarga es la esclavitud de Satanás». Por su parte, Hendriksen se refiere también a este tormento en los términos siguientes:

¿Se puede concebir algo más terrorífico y horrible que este cuadro descriptivo de la operación de los poderes de las tinieblas en las almas de los malvados durante la época presente? Aquí tenemos a los demonios robándoles a los hombres toda luz, esto es, toda justicia y santidad, gozo y paz, sabiduría y entendimiento (ob. cit., pág. 122).

Según, pues, los referidos autores, dicha picadura, y el dolor consiguiente, indican más bien el remordimiento, el despecho, la rabia y la furia que acompañan al pecador convicto, pero no confeso; acorralado por la justicia de Dios, pero no arrepentido. En todo caso, la desesperación que aquí se nos describe llega a unos límites que no podemos imaginarnos. Ahora bien, cierto que todos estos efectos «espirituales» podrán darse en los hombres atormentados por dichas picaduras, pero eso no quiere decir que se haya de descartar el sentido literal de Apo 9:5, Apo 9:6. Dice W. Newell: «Intentar retorcerlo de su sentido natural es una perversidad: ¡pues la incredulidad es perversidad!» (The Book of the Revelation, pág. 130). Hendriksen comete, además, otro error: el de aplicarlo a la presente dispensación.

2. La descripción que, en los versículos Apo 9:7-12, se nos hace de estas langostas es impresionante: «Las langostas parecían como caballos preparados para la batalla. Llevaban en la cabeza algo así como coronas de oro, y sus rostros eran parecidos a caras humanas. Su pelo era como el cabello de las mujeres, y sus dientes eran como dientes de leones. Ceñían corazas como de hierro, y el ruido que producían con sus alas era como el estrépito de carros de guerra con muchos caballos lanzándose al combate. Tenían colas y aguijones como los escorpiones; y en sus colas tenían poder para torturar a la gente durante cinco meses. Tenían como rey sobre ellos al ángel del Abismo, cuyo nombre es en hebreo Abaddón; y en griego, Apolluón (o Apollyón). Ha pasado el primer ay! Otros dos ayes están aún por pasar» (NVI).

(A) Al ser semejantes a caballos preparados para la batalla, estas langostas muestran su carácter punitivo. La similitud de las langostas con caballos es mencionada con frecuencia por los escritores antiguos. Al llevar «algo así como coronas de oro» indican que cada uno saldrá vencedor en la batalla, a la vez que ostentan como una caricatura de la victoria justa, que es la victoria del bien. Tanto las coronas como el parecido con las caras humanas parecen indicar que la realidad no versa sobre animales, sino sobre seres intelectuales.

(B) El parecido (v. Apo 9:8) al cabello de mujer podría explicarse por el parecido de las antenas de las langostas al cabello de las mujeres o, quizá con mejor sentido, «al estilo de los bárbaros dice Bartina (ob. cit., pág. 703) trasluciendo su incuria psicológica, su complejo y su crueldad». Sus dientes como de leones indicarían su poder implacable y destructor. Sus corazas como de hierro o acero simbolizan que es muy difícil dañarles, a semejanza de las escamas con que tienen revestida su dura piel las langostas. El ruido de sus alas como el estrépito de carros de guerra con muchos caballos lanzándose al combate es una imagen que subraya el arrollador avance de su frente de batalla, imagen muy expresiva para los pueblos del oriente, especialmente para los judíos, que podían recordar no sólo el ruido de una invasión masiva de langostas, sino más aún el fragor de las huestes invasoras de egipcios y asirios.

(C) Finalmente (v. Apo 9:10), sus colas y aguijones muestran el veneno de su naturaleza diabólica (v. Jua 8:44; 1Jn 3:12), así como el verdadero límite del castigo que infligen, pues indica que no son soberanos en su modo de ser y actuar, sino, al fin y al cabo, criaturas limitadas que no pueden sobrepasar el límite de la permisión divina. Dice Salguero:

Los diversos elementos constitutivos de estas langostas infernales sirven para simbolizar el gran poder que tenían para hacer daño. Poseían la rapidez del caballo, la sagacidad del hombre, el atractivo de la mujer, la fuerza del león, la voracidad de la langosta y el veneno del escorpión. Difícilmente el autor sagrado podría imaginar otro ser más dañino y aterrador que el que aquí nos presenta (ob. cit., pág. 402).

Grau, por su parte, comenta:

La descripción de los rasgos de la langosta resulta de efectos fantásticos, casi surrealistas. Pero es muy eficaz para acumular los rasgos de violencia y crueldad propios de los diablos, así como otras de sus características: 1) rasgos de violencia: «caballos de guerra»; 2) rasgos de poder: «coronas», «corazas»; 3) rasgos de sensualidad (o seducción sensual): «cabellos de mujeres»; 4) rasgos de apariencias falsas: «rostros de hombre». El diablo no da la cara, los demonios dañan con sus «colas», es decir, con sus artificios, sus mentiras y falsedades de toda especie; atraen por la lujuria, por la riqueza, por el afán desmesurado de poder. Y siempre con apariencia falsa, encubriendo su verdadero rostro (ob. cit., pág. 178).

(D) Este maligno ejército tiene un rey (v. Apo 9:11): el ángel del abismo (comp. con el v. Apo 9:1), esto es, el jefe de ese fondo del Seol (v. Job 26:2; Job 28:22; Pro 15:11), del que proceden. Juan le da un nombre arameo: Abaddón, cuya forma hebrea habaddón significa «destrucción» o «perdición»; exactamente lo contrario de la salvación que trae Jesucristo. A continuación, Juan da su nombre griego: Apolluón (en participio de presente): «el que constantemente destruye o echa a perder» (v. el contraste con Luc 19:10). En Mat 7:13 encontramos apóleian (destrucción) y en 2Ts 2:10 apolluménois (participio de presente de la voz pasiva): «para los que se están perdiendo». Dice Bartina (ob. cit., pág. 703): «Constatación terrible: pertenecen al círculo del abismo, como formando parte de las huestes sujetas a su ángel, dos hijos de la perdición: Judas (Jua 17:12) y el Anticristo (2Ts 2:3)».

(E) El versículo Apo 9:12 deja bien claro que eso no es más que el principio de dolores, pues quedan todavía otros dos ayes por pasar.

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