Colosenses 2:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Colosenses 2:1 | Comentario Bíblico Online

1. Al continuar con el informe acerca de su ministerio, el apóstol hace ver a los colosenses la razón por la que interpone asuntos de carácter estrictamente personal (v. Col 2:1): «Porque quiero (gr. thélo, en sentido de deseo, como en 1Ti 2:4) que sepáis …». Desea que se den cuenta de la solicitud que siente, no sólo por ellos, sino por todos los fieles que habitaban el valle del Lico (comp. con 2Co 11:28). Su deseo es: «que sepáis qué lucha tan dura sostengo por vosotros, por los que están en Laodicea y por todos los que nunca me han visto personalmente». Por el contexto se adivina que la lucha (gr. agóna) a la que se refiere aquí es el conflicto de intercesión, como el de Moisés en el collado de Refidim (Éxo 17:8-16), a favor de los fieles de las iglesias de la región donde se hallaba Colosas.

2. Los temas de su oración por dichos fieles se hallan en el versículo Col 2:2, el cual, conforme a los mejores MSS, ha de leerse como en la NVI: «Mi propósito es que sean consolados en su corazón y unidos en amor, para que tengan toda la riqueza de pleno conocimiento, a fin de conocer el misterio de Dios, esto es, Cristo». Hay dos puntos en que la oración de Pablo se extiende a los medios, y otros dos en que se extiende a los fines.

(A) Los medios, con los cuales estarán en la debida disposición para hacer frente a la herejía que les amenaza son: (a) consuelo, es decir (aquí) aliento, ánimo con el que los corazones se mantengan firmes en la adhesión a la verdadera fe; (b) estrecha unión (comp. con Col 3:14). El verbo que usa Pablo aquí es sumbibázo, como en el versículo Col 2:19 y en el lugar paralelo de Efe 4:16, donde quedó explicado; la idea es de un perfecto ensamblaje.

(B) Los fines son: (a) llegar a tener toda la riqueza de pleno conocimiento. El griego plerophoría tes sunéseos significa literalmente «seguridad plena de la penetración intelectual». Ésta se obtiene por fe, no por la falsa ciencia de los gnósticos, y es necesaria para un fin ulterior: (b) el conocimiento del misterio de Dios, que es Cristo. Una vez más se advierte en Colosenses el aspecto cósmico de la encarnación del Verbo. En Efesios veíamos el misterio de Cristo, que es la Iglesia (Efe 3:3, Efe 3:4); aquí vemos el misterio de Dios, que es Cristo, aunque no por eso deja Pablo de mencionar también en Colosenses el misterio de Cristo (Col 4:3).

3. A continuación, Pablo va a explicar en qué consiste este misterio de Dios en Cristo: «el poder de Dios para salvación» (Rom 1:16) en el Cristo que nos ha sido hecho por Dios, ante todo, sabiduría (1Co 1:30). Lo perteneciente a la sabiduría (el elemento que ahora le interesa al apóstol) está expresado en el versículo Col 2:3; lo del poder, en el versículo Col 2:9. Dice así el versículo Col 2:3: «en quien (en Cristo) se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento». Ésta es la verdadera gnósis, no la «falsamente llamada ciencia» (1Ti 6:20) de los gnósticos. Estos tesoros insondables (v. Rom 11:33), pues llegan hasta las profundidades de Dios (1Co 2:10), las cuales no tienen fondo, se hallan escondidos (gr. apókruphoi), ocultos, como una joya en su estuche, en Cristo, «no en el sentido de estar completamente fuera de nuestro alcance, sino más bien como tesoros en una mina que ya ha sido abierta, y de la que se puede extraer, mediante búsqueda diligente, una constante provisión de piedras preciosas» (Carson).

4. En el versículo Col 2:4, el apóstol muestra su ansiedad ante el peligro de que los colosenses se dejen seducir con razonamientos capciosos (v. Col 2:5). Pablo usa aquí dos vocablos poco corrientes: para «seducir» (mejor, engañar) usa el término paraloguízetai, que significa «engañar con falsos cálculos, defraudar con cuentas falsas»; sólo vuelve a ocurrir en Stg 1:22; para «razonamientos capciosos» (diversamente traducido en las versiones) usa el término pithanologuía, que no ocurre en ningún otro lugar del Nuevo Testamento y significa «argumento de mera probabilidad», en oposición al argumento apodíctico, cuya conclusión es evidente. Las razones, pues, que los herejes aquí aludidos esgrimen son engañosas y basadas en hipótesis que no se pueden demostrar. ¿No ocurre lo mismo con muchas de las conclusiones llamadas «científicas», con que hoy día se pretende demostrar que Dios no existe y que todo ha surgido por evolución?

5. En forma parecida a como lo hace en 1Co 5:3, Pablo pasa a decir (v. Col 2:5): «aunque estoy ausente en cuerpo, no obstante en espíritu estoy con vosotros», pero aquí lo dice para gozarse con ellos, no para juzgar contra ellos, como era el caso del incestuoso de Corinto. Lo curioso es que Pablo conocía bien la comunidad de Corinto; en cambio, sólo de oídas conocía la de Colosas, pero el informe que había recibido de Epafras (Col 1:7, Col 1:8) era tan bueno que bien podía gozarse, como él dice, «mirando vuestro buen orden (algo que también se echaba en falta en Corinto, v. 1Co 14:1-40 ) y la firmeza de vuestra fe en Cristo». Pablo ha orado precisamente por la consolidación de dicha firmeza (v. Col 2:2). La fórmula eis Khristón da a entender con toda claridad que Cristo es el objeto de la fe, y que esta fe se contempla aquí en su aspecto principal de un «total echarse en brazos del Salvador».

6. El apóstol condensa lo dicho en los versículos anteriores en expresiones de rico contenido doctrinal y práctico (vv. Col 2:6 y Col 2:7): «Así pues, tal como habéis recibido (lit. recibisteis, aoristo ingresivo) a Cristo Jesús el Señor, andad en Él, arraigados y edificados en Él, fortalecidos en la fe como fuisteis enseñados, y rebosando gratitud» (NVI). Analicemos de cerca esta rica porción:

(A) La mención de la firmeza de la fe en Cristo (v. Col 2:5), lleva de la mano al apóstol para exhortar a los colosenses a comportarse («andar») de la misma manera que habían recibido a Cristo, es decir, creído en Él. Deja, pues, en claro que no hay dos maneras de ir por el camino de la salvación: por fe en la justificación, y por obras en la santificación. Tan por fe es la santificación como la justificación, sólo que es en la santificación donde se producen las buenas obras que son el fruto del Espíritu (Gál 5:22; Efe 2:10).

(B) Nótese la acumulación de epítetos: «Cristo Jesús, el Señor». Si «Cristo» pone de relieve la función profética, «Jesús» la sacerdotal, y «el Señor» la regia, se sigue que no basta con creer en Jesús como el Mesías, el Ungido por el Padre con el Espíritu (Isa 61:1), que nos trae de parte de Dios el plan de salvación; es menester también creer en Él como el Salvador que nos representó en la ofrenda de sí mismo (Rom 12:1; Heb 13:8-16) y nos sustituyó en la expiación del pecado (2Co 5:21); y en el Kúrios, cuyo dominio soberano hemos de confesar (1Co 12:3).

(C) Es curiosa la paradoja de que hayamos de andar arraigados (v. Col 2:7), edificados en Él (Cristo) y consolidados en la fe. Parece como si Pablo uniese aquí las metáforas de la planta (Jua 15:1.; Rom 6:5) y del edificio (Efe 2:20, Efe 2:21; Efe 4:16), añadidas a la de la firmeza, base segura, con la que el cuerpo que se edifica obtenga su mayor solidez unido a Cristo y al crecer en Él. Hace notar H. Carson que arraigados está en participio de pretérito, y da a entender «algo que tuvo lugar en el pasado, pero cuyos efectos persisten en el presente», mientras que edificados (lit. sobreedificados) y fortalecidos (lit. consolidados) están en participio de presente, y da a entender «el continuo crecimiento de la estructura». El verbo «sobreedificar» sale cuatro veces en 1Co 3:10-14, con lo que es probable que Pablo aluda a la obra de sobreedificación llevada a cabo por los ministros del Evangelio en la proclamación del que es único fundamento del edificio, Cristo mismo (1Co 3:11; Efe 2:21; 1Pe 2:4-8).

(D) He dicho que hay una aparente paradoja en eso de andar en Cristo al estar arraigados, edificados y bien cimentados. Sin embargo, podemos explicarlo atendiendo a que andamos en un camino que anda. En Jua 14:6, dijo Cristo: «Yo soy el camino …», pero cuatro versículos más arriba, dice: «voy a preparar lugar para vosotros». Sólo necesitamos, pues, arraigarnos bien en Él, porque así andaremos con Él al lugar donde Él está. Hay una ilustración fácil y asequible a todas las inteligencias. Las escalerillas del metro de las grandes ciudades suelen ser automáticas; no hace falta avanzar para subir por ellas; basta con mantenerse firme sobre ellas para que le «suban» a uno (comp. con Efe 2:10; 1Pe 2:21, donde el verbo significa «seguir tan de cerca como si se anduviese encima»).

(E) Al decir «como fuisteis enseñados», da a entender que esta enseñanza fue de palabra, pues no estaba escrito todavía el Nuevo Testamento. Además, como hace notar F. F. Bruce, el verbo «recibisteis» (gr. parelábete) del versículo Col 2:6, es el que se usaba «para indicar el recibo de algo que había sido dado por tradición», con lo que Pablo opondría la verdadera «tradición» acerca de Cristo a la falsa «tradición de los hombres» a que alude en el versículo Col 2:8.

7. Los colosenses habían comenzado bien y caminaban bien, pero había necesidad de prevenirlos contra el afán que los herejes mostraban de seducirlos y atraerlos a su partido fuese como fuese, y eso es lo que el apóstol hace en los versículos Col 2:8-10.

(A) La amonestación va en el versículo Col 2:8, que dice así: «Mirad que no haya (como si dijese: ¡Fuera con él!) nadie que os esté llevando cautivos por medio de filosofías y de huecas sutilezas (lit. de la filosofía y del vacío engaño), según la tradición de los hombres, conforme a los principios elementales del mundo, y no según Cristo». El apóstol habla de una «filosofía» que es puro engaño, de una «tradición» que no procede de Dios, sino que es un invento de los hombres, y a esos dos elementos integrantes de la enseñanza herética que aquí se contempla, añade la ya conocida expresión griega ta stoikhéia tou kósmou (comp. con Gál 4:3, Gál 4:9) que, en mi opinión, se refiere, como en Gálatas, al ritualismo legalista de dichos herejes, como se confirma por todo el contexto en que dicha expresión se repite en el versículo Col 2:20. Permítaseme señalar, con todo respeto para todo sincero catolicorromano, que son precisamente esos tres elementos los que han corrompido el sistema de la Iglesia de Roma. En efecto:

(a) El papel de primerísima importancia que la filosofía aristotélica jugó en la formación de la llamada «teología escolástica» de la Edad Media, impidió la correcta interpretación de las Escrituras en esa «mezcla de agua con vino» que menciona Tomás de Aquino, aun cuando él protestaba de que no era mezclar agua con vino, sino «convertir el agua en vino» (¡como en las bodas de Caná!) Dice Bruce que «no es la filosofía en general, sino una filosofía de esta clase la que seduce a los creyentes apartándoles de la simplicidad de su fe en Cristo la que Pablo condena». Es cierto que la filosofía en sí, mientras no ataque a la fe, no es de suyo condenable, pero ¿qué puede esperarse de bueno, cuando una persona trata de cimentar su fe, no en la analogía de la fe, que no es otra cosa que el contexto total de las Escrituras, sino en las analogías inventadas por la falible y pecaminosa razón humana?

(b) Tampoco es ningún secreto que la Tradición ocupa un lugar igual, y aun superior, a las Escrituras en la Iglesia de Roma. No atacamos la tradición interpretativa de las Escrituras, con tal de que a esa tradición no se le dé una autoridad y un valor de infalibilidad que sólo la Palabra de Dios posee, pero ¿qué decir de tantas tradiciones elevadas a la categoría de «dogmas» sin base alguna en la Palabra de Dios; más aún, totalmente contrarias a ella, de forma parecida a como el Señor lo dijo en la referencia que tan estupendamente nos ha conservado Marcos (Mar 7:5-13)?

(c) Finalmente, ¿qué otra cosa sino «ritualismo legalista» es la serie de fórmulas y ritos sacramentales, y de múltiples preceptos adobados con una minuciosa casuística, que se dan (especialmente, hasta bien entrada la segunda mitad de este siglo XX) en la Iglesia de Roma?

(B) Contra toda esa acumulación de elementos nocivos con que los herejes aludidos en esta Epístola se esforzaban por cautivar a los fieles de Colosas, al hacer presa (eso es lo que el verbo sulagogón indica) en ellos, el apóstol afirma solemnemente la completa suficiencia de Cristo, tanto en sí (v. Col 2:9), como para los suyos (v. Col 2:10). «Porque en Él (Cristo), dice, habita corporalmente la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en Él, que es la cabeza de todo principado y potestad». Analicemos los detalles más importantes:

(a) Dice que «en Cristo, es decir, en Jesucristo Hombre, habita, reside permanentemente, según el sentido del ya conocido verbo griego katoikéin (comp. con Col 1:19, así como con Efe 3:17), la plenitud de la Deidad, esto es, la Deidad en pleno. No hay nada de la esencia misma de Dios que no esté en Cristo llenándole enteramente de sí. El apóstol usa aquí el término griego theótes, el cual, a diferencia de theiótes, no indica meramente una cualidad de Dios como en Rom 1:20, sino a Dios mismo, la esencia misma de la Deidad (comp. con Jua 14:9-11; 2Co 4:6; Heb 1:3).

(b) Dice que la plenitud de la Deidad habita en Cristo corporalmente (gr. somatikós), acerca de lo cual advierte certeramente F. F. Bruce que «el adverbio somatikós no se refiere a la encarnación como a tal (es decir, en sentido directo, aunque la supone), sino a la completa incorporación del pléroma en Cristo, en contraste con la supuesta distribución a través de otros intermediarios». Con todo, no cabe duda de que ese adverbio indica también que en Cristo se halla la plenitud de Dios de un modo visible y palpable (comp. con Jua 1:1).

(c) Precisamente por habitar en Cristo la plenitud de la Deidad, el apóstol hace ver (v. Col 2:10) a los colosenses (y a todos nosotros) que en Él (Cristo) estamos habiendo sido completados (lit.). Esto significa, ni más ni menos, que, mediante nuestra unión vital con Cristo, participamos de la plenitud de la Deidad que llena de sí a Cristo. ¡Compartimos la naturaleza divina! (2Pe 1:4). Lo que aquí le interesa a Pablo subrayar es que, al tener así a Cristo, estamos espiritualmente completos, no en el sentido de que hayamos llegado ya a la perfección final (v. Flp 3:10.), sino de que tenemos dentro, a nuestro alcance, la fuente de toda llenura de Dios, de la que extraer todo lo que necesitamos para nuestro progreso, tanto específicamente espiritual, como mental y moral; por lo que no necesitamos, en modo alguno, de esos seres angélicos, intermediarios entre Dios y los hombres, por los que abogaban los herejes contra los que el apóstol arremete en esta Epístola. Así pues, quien tiene a Cristo tiene a Dios, y, como decía Teresa de Ávila «Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta».

(c) Lo de que Cristo «es la cabeza de todo principado y potestad» (v. Col 2:10) ha sido interpretado por algunos como si Cristo fuese cabeza, no sólo de la Iglesia, sino también de los ángeles. Tal interpretación es totalmente antibíblica. «Lo que aquí pone de relieve, como en Col 1:15-18, es la primacía de Cristo sobre todas las cosas, incluidas las principalidades y los poderes» (Bruce). Por eso, la NVI aclara bien el sentido al traducir dicha frase del modo siguiente: «que es la cabeza sobre todo poder y autoridad».

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