Colosenses 2:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El apóstol pasa ahora a poner de relieve la excelsitud del cristianismo por encima del legalismo de los judíos y judaizantes, puesto que Cristo acabó con todo eso (comp. con Rom 10:4. V. el comentario a dicho lugar). Nótese el magnífico orden con que procede Pablo para atacar al legalismo.

1. Como el judío, así como el prosélito, se sometían a la Ley mediante el rito de la circuncisión (Gál 5:3), el apóstol asegura que el cristiano no necesita de la circuncisión hecha en la carne, porque, al recibir a Cristo, ha sido circuncidado espiritualmente en el corazón (vv. Col 2:11-13): «En Él (Cristo) fuisteis también circuncidados al desechar vuestra naturaleza pecaminosa; no con una circuncisión hecha por manos de hombres, sino con la circuncisión de Cristo. Fuisteis sepultados con Él en el bautismo (comp. con Rom 6:3.) y resucitasteis con Él, por vuestra fe en el poder de Dios (lit. la fuerza activa de Dios ¡no por el agua del bautismo!), quien le resucitó de entre los muertos (comp. con Rom 10:9). Cuando estabais muertos en vuestros pecados (comp. con Efe 2:1) y en la incircuncisión de vuestra naturaleza pecaminosa, Dios os dio vida con Cristo (comp. con Efe 2:5). Él nos perdonó todos nuestros pecados» (NVI).

(A) Como puede verse por las referencias intercaladas en el texto, el apóstol condensa aquí enseñanzas que ya impartió en Rom 6:1-23 y Efe 2:1-22, pero aquí las dirige primordialmente hacia el fin que se propone contra el legalismo de los herejes gnóstico-judaizantes, al hacer ver a los fieles de Colosas que ellos no necesitan de la circuncisión hecha en la carne, puesto que ya tienen esa circuncisión de modo mucho más perfecto al haber sido concrucificados con Cristo (Rom 6:6); ésta es la «circuncisión de Cristo», a la que Pablo se refiere; no a la que recibió cuando niño de ocho días, sino a la efectuada en la Cruz, donde «el cuerpo del pecado fue destituido de su señorío», según vierte la NVI, Rom 6:6.

(B) Es esa circuncisión, la que, por la fe y el arrepentimiento, nos despoja legal y posicionalmente de nuestra vieja naturaleza pecaminosa, la que cuenta para la salvación, no la circuncisión de la carne, que es un rito meramente exterior; hasta tal punto que es únicamente a la del corazón (comp. con Deu 10:16; Deu 30:6; Jer 4:4) a la que Pablo llama «la verdadera circuncisión» (Rom 2:29, comp. con Flp 3:3). Bruce da cuenta de una alegorización que Justino mártir, en su Diálogo con Trifón, hace de la segunda circuncisión que llevó a cabo Josué (v. Jos 5:2.) con cuchillos de piedra, comparándola con la que reciben los cristianos de manos del verdadero Josué (Jesús) «de la idolatría, dice, y de toda clase de maldad, por medio de piedras agudas, esto es, por medio de las palabras de los apóstoles de Aquel que es la piedra angular cortada sin manos».

(C) «Él nos perdonó todos nuestros pecados», añade Pablo. El vocablo que el apóstol usa aquí es paráptoma. De las 19 veces que ocurre en el Nuevo Testamento, sólo en tres, muy significativas (Mat 6:14, Mat 6:15; Mar 11:25), no sale de la pluma de Pablo. Importantes ejemplos son Rom 4:25; Rom 5:15; 2Co 5:19; Gál 6:1 y Efe 1:7. Su significado primordial es: «caída provocada por un paso en falso». Para perdonar, no usa Pablo el verbo corriente (aphíemi), sino kharízomai, otorgar un favor (de la misma raíz que kháris, gracia, favor), por lo que lo usa Luc 7:41, Luc 7:43 para significar la cancelación de una deuda. Así se explica el empleo que hace Lucas del verbo «deber», como sinónimo de pecar en su versión del Padrenuestro (comp. Luc 11:4 con Mat 6:14, Mat 6:15, donde ocurre paráptoma). Los dos vocablos, juntos aquí (v. Col 2:13), nos dan a entender claramente que, con el perdón de los pecados, quedó cancelada nuestra deuda; esto tiene gran importancia a la vista del contexto posterior.

2. En efecto, inmediatamente detrás de tal afirmación, Pablo habla de la cancelación de nuestra deuda (vv. Col 2:14, Col 2:15), y de la forma como se llevó a cabo, con el triunfo que eso supuso contra nuestros principales enemigos: «Cancelando el documento de deuda en contra nuestra, que consistía en ordenanzas, y que nos era adverso, quitándolo de en medio y clavándolo en la cruz; y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz». Analicemos esta porción:

(A) El griego kheirógraphon (lit. escrito a mano) era el término que se usaba como «pagaré» en el que alguien reconocía su deuda; de ahí, lo apropiado de su empleo para designar «el documento de deuda en contra nuestra». De este documento dice el apóstol (a) «que consistía en ordenanzas», es decir, en los mandamientos, preceptos y estatutos de la Ley mosaica, como reconocen hoy la mayoría de autores tanto evangélicos como catolicorromanos; (b) «que nos era adverso», esto es, estaba en contra de nosotros, ya que «por medio de la ley es el conocimiento del pecado» y «todos hemos pecado» (Rom 3:20, Rom 3:23).

(B) Este documento quedó invalidado, privado de su fuerza legal para exigirnos el pago de la deuda, cuando Cristo murió en la Cruz como nuestro sustituto; de esta forma, «lo quitó de en medio», lo suprimió y quitó de nuestra vista, pues pendía enfrente de nosotros como un cartelón acusador, «y lo clavó en la cruz». Los clavos que ocasionaron la muerte de Cristo, dieron también muerte a la Ley que era nuestro adversario. No olvidemos que el sujeto de todos estos verbos no es Cristo, sino Dios Padre. Dice F. Prat: «Dios, a manera de venganza, clavó en la Cruz de su Hijo la Ley, la cual contribuyó a su crucifixión». En efecto, véase Gál 3:13, por ejemplo.

(C) Pero en la Cruz fue vencido el pecado, no sólo como culpa, sino también como poder. Es cierto que ese poder continúa en el fondo de nuestra vieja naturaleza, pero ha sido abolido legalmente (v. el comentario a Rom 6:6). Y, detrás de ese poder del pecado, están las huestes espirituales de maldad (Efe 6:12) donde el pecado, por decirlo así, tiene su «cuartel general», ya que allí está el supremo jerarca de la maldad, el «Maligno» (v. 1Jn 5:19). También de éstos triunfó Cristo en la cruz (v. Col 2:15). Este triunfo se nos describe bajo tres metáforas muy expresivas:

(a) Dios despojó del dominio que ejercían sobre nosotros, o sea, les quitó las armas y el uniforme, a los principados y potestades (v. Col 2:15) en quienes están representadas las aludidas huestes de maldad (v. el v. Col 2:10, y comp. con 1Co 15:24; Efe 3:10; Efe 4:8). Desarmados y desnudos, perdieron así las prerrogativas de que gozaban con la complicidad de la Ley, nuestra enemiga.

(b) Al dejarlos de esa «facha», Dios los exhibió públicamente, esto es, los expuso a la pública vergüenza o, como dice Gutiérrez, «los expuso a la irrisión».

(c) De esta forma, Dios triunfó sobre ellos (los principados y potestades) en la cruz. Dos puntos necesitan aquí alguna explicación: Primero, el verbo triunfar (gr. thriambéuo), significa «llevar en procesión», como en 2Co 2:14, con la diferencia de que allí los cautivos, entre los que Pablo se cuenta a sí mismo, van voluntaria y gozosamente («con el olor de vida»), mientras que aquí los cautivos van muy a pesar suyo («con el olor de muerte»). Segundo, comoquiera que tanto Khristós (Cristo) como staurós (cruz) son del género masculino, no aparece explícito el sentido de la expresión «en autó» (en él) con que acaba el versículo Col 2:15. Hay quienes opinan que se refiere a Cristo; según esto, la Nueva Biblia Española traduce «… por medio del Mesías». Pero hay una razón muy poderosa para traducir «en la cruz», por cuanto éste es el vocablo que aparece en el contexto más próximo (v. Col 2:14, al final).

(D) Es probable que la expresión «los príncipes de este mundo», en 1Co 2:8, incluya también a las potestades angélicas malignas que vemos en Col 2:15Col 2:15. Apoyado en esta opinión, dice F. F. Bruce: «Si se hubiesen percatado de la realidad, estos príncipes de este mundo si (como lo expresa Pablo en otra epístola) hubiesen conocido la oculta sabiduría de Dios que decretó la gloria de Cristo y de Su pueblo , no habrían crucificado al Señor de gloria (1Co 2:8). Pero ahora están inutilizados y destronados, y el madero vergonzoso se ha convertido en carroza triunfal del vencedor, delante de la cual Sus cautivos son conducidos en humillante procesión, y confiesan contra su voluntad y en su impotencia la superioridad del que los rindió».

3. El apóstol saca las últimas consecuencias prácticas de este triunfo, por el que hemos sido libertados del dominio de la Ley y de los poderes malignos que actuaban detrás de ella, y dice que, anulada la Ley, ya no se nos puede juzgar de lo preceptuado en ella (vv. Col 2:16, Col 2:17, comp. con Mar 7:19; Rom 14:3, Rom 14:17; Heb 9:10): «Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o sábados, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo». Notemos los siguientes puntos:

(A) Los falsos maestros que intentaban seducir a los fieles de Colosas enseñaban, como ya dijimos, una mezcla de legalismo judío, en el que la observancia de las festividades solemnes, de los novilunios y del sábado tenía tanta importancia, y de gnosis teosófica propia de los círculos pitagóricos y platónicos, abstemios en cuanto a la bebida. También los nazareos (o, mejor, nazireos) y los esenios eran abstemios y, en cuanto a la comida, todos los judíos habían de atenerse a las normas que señalaban lo que era limpio (hebr. kosher) o inmundo.

(B) El apóstol dice que nadie tiene derecho a sentarse como juez para ver si observamos o no, tanto las leyes acerca de la comida y bebida, como las que tienen que ver con las festividades. Nótese que, entre ellas, incluye también los sábados que el cristianismo, casi unánimemente, ha visto trasladado al «primer día de la semana» (v. Mat 28:1; Mar 16:2, Mar 16:9; Luc 24:1; Jua 20:1, Jua 20:19; Hch 20:7; 1Co 16:2). Insisto en que toda la semana, no sólo el domingo, es del Señor (v. el comentario a Apo 1:10), como indica, por ejemplo, Rom 12:1. Una enseñanza similar expresa Pablo en Gál 4:9-10, a cuyo comentario remitimos al lector. Las razones por las que se observa el domingo, aparte de conmemorar la resurrección de Cristo, son de pura conveniencia, conforme a las leyes civiles acerca del descanso semanal.

(C) De todas estas normas sobre alimentos y festividades, dice Pablo (v. Col 2:17) que son sombra de lo que ha de venir (mejor, de lo que estaba a punto de venir). El vocablo skiá (sombra) se halla también en Heb 8:5; Heb 10:1, para dar a entender que los sacrificios levíticos eran mera figura o tipo que apuntaba al único real sacrificio, el del Calvario. La sombra se desvanece cuando aparece la luz. Cristo es la luz (Jua 8:12), que podemos contemplar a cara descubierta (2Co 3:18) sin que se interponga ningún velo. Esta metáfora de la sombra es muy apropiada, porque, como dice H. Carson, «una sombra no tiene realidad permanente aparte del cuerpo que la proyecta».

(D) «Y el cuerpo, dice Pablo (v. Col 2:17), es de Cristo». Hay quienes opinan que la frase tiene un sentido semejante al de 1Co 6:13 «el cuerpo es para el Señor» (el cuerpo del creyente), o que se refiere a la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Pero estas interpretaciones están aquí fuera de contexto. La interpretación más natural, dentro de este contexto, es que Cristo es quien da el cuerpo, la realidad, a lo que sólo era sombra. De ahí la exhortación de Pablo a no dejarse juzgar por lo que es únicamente sombra, pues ahora la luz de Cristo cae de forma perpendicular sobre nosotros, con lo que desaparece la sombra. Como apunta Médebielle, «sería una necedad volver a la Ley, pues entonces los cristianos cambiarían la realidad (Cristo) por la sombra».

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