Daniel 3:8 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Ciertos caldeos (v. Dan 3:8), no precisamente de entre los sabios, sino en sentido étnico, informan al rey (vv. Dan 3:9-12) de que los tres judíos a quienes el rey había confiado el gobierno de la provincia de Babilonia no respetan al rey, no sirven a sus dioses ni adoran la estatua de oro (v. Dan 3:12). Dos motivos parecen entreverse en esta acusación: (A) Celos. Eran judíos y habían sido promovidos a tan alto cargo con preferencia a todos los caldeos. (B) Desprecio. Entre los hechos del capítulo anterior y los de éste media un período de tiempo durante el cual Nabucodonosor ha consumado la destrucción de Jerusalén y de su Templo. Walvoord da como probable que «hubiesen transcurrido veinte años entre el capítulo Dan 2:1-49 y el capítulo 3». Una pregunta ocurre enseguida a cualquier lector atento: ¿Dónde se hallaba Daniel en este momento? El mismo autor da tres opciones, y se inclina a favor de la última como «más probable» 1) Daniel consideró que era un acto político que no violaba su conciencia (me repugna esta solución nota del traductor ); 2) Daniel no adoró, y su alta posición bastó para que sus enemigos no le acusaran (en contra de esta opinión, basta comparar este caso con el de Dan 6:4.); 3) Daniel estaba ausente por el motivo que fuese (no cabe duda de que ésta es la verdadera solución).

2. El rey ordena que los tres judíos sean conducidos a su presencia (v. Dan 3:13) y les pregunta si es verdad que han decidido deliberadamente (ése parece ser el sentido del texto original) no servir a los dioses caldeos ni adorar la estatua que él ha erigido. Nótese que el rey no parece dudar de la lealtad personal de estos tres hombres, pues calla lo de «no te han respetado» del v. Dan 3:12). Está dispuesto a perdonarles si están ahora dispuestos a adorar la estatua tan pronto como suene la música (v. Dan 3:15). De lo contrario, no quedarán exentos de ser arrojados al horno encendido. La última frase del versículo Dan 3:15 nos recuerda la arrogancia de Senaquerib en Isa 36:18-20.

3. La respuesta de los tres hombres es una obra maestra de valentía, humildad y confianza (vv. Dan 3:16-18); brillan aquí:

(A) Su desprecio a la muerte (v. Dan 3:16): «No necesitamos darte una respuesta sobre este asunto». No ha de verse en esta respuesta ninguna arrogancia ni falta de respeto al rey. Tampoco es una respuesta evasiva. Lo que vienen a decir es que: (a) No necesitan deliberar sobre lo que habrían de responder; (b) no necesitan presentar excusas; (c) no les permite la conciencia obrar de otro modo.

(B) Su confianza en Dios y su total dependencia de Él (v. Dan 3:17). Contra la arrogancia del rey (v. Dan 3:15, al final: «¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos?») responden, según dice literalmente el original: «Si es que nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos de un horno de fuego ardiente, también de tu mano, oh rey, librará». No es que pongan en duda el poder de Dios para librar del fuego y de la mano del rey, sino que arguyen de mayor a menor: El que puede librar del daño que puede hacer un horno de fuego de tal manera encendido, también puede librar de las manos de un hombre mortal.

(C) Su firme resolución de adherirse a sus principios religiosos, sea cual sea la consecuencia (v. Dan 3:18). ¡Qué firmeza tan digna, tan solemne y majestuosa la de estos varones judíos al responder al rey! «Y si no, que te sea sabido (lit.), oh rey, que no serviremos a tus dioses ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado». No le imponen a Dios lo que ha de hacer, sino que se someten a Su santa voluntad, ya que «la liberación o el martirio eran igualmente posibles en Su plan» (Ryrie). ¡Cuán diferente es el carácter de estos héroes del de sus antepasados de las diez tribus, quienes, sin que nadie de fuera les provocara ni les amenazara, habían adorado el becerro de oro en Dan y en Betel! Alguien habría pensado que obraban imprudentemente, pues con un pequeño acto de respeto, ofrecido en un minuto al rey en su imagen, habían podido salvar su propia vida y estar así en condiciones de hacer muchos y grandes servicios a sus hermanos de raza. Pero hay más que suficiente en aquellas palabras de Dios en el segundo mandamiento del Decálogo para dar respuesta y hacer callar a éstos y a muchos otros razonamientos carnales. Antes morir que pecar. No se pueden hacer males para que surjan bienes (v. Rom 3:8).

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