Daniel 4:34 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Ahora tenemos a Nabucodonosor recobrado ya de su boantropía y vuelto al uso normal de sus facultades racionales. «Al cabo del tiempo señalado dice (v. Dan 4:34) , esto es (con la mayor probabilidad), al cabo de los siete años, alcé mis ojos al cielo», no en desafío a Dios, sino como hombre erecto, capaz de mirar hacia arriba, no como bestia que mira hacia el suelo. Ha recobrado la razón, como él mismo asegura, y lo muestra al razonar perfectamente, pues no sólo habla como hombre, sino también como penitente. Veremos después hasta qué punto.

1. Le son restauradas sus facultades mentales hasta el punto de que glorifica a Dios y se humilla a sí mismo. Los hombres nunca usan de modo correcto su razón hasta que comienzan a reconocer el eterno poder y la deidad del Creador (v. Rom 1:19, Rom 1:20); tampoco viven como hombres de veras mientras no viven para la gloria de Dios. Su locura fue así, paradójicamente, el mejor medio para entrar en razón. Para volver en sí (comp. con Luc 15:17) es menester haber salido fuera de sí. Sus aduladores le habían lisonjeado muchas veces con la frase: «¡Rey, para siempre vive!» (Dan 2:4, por ejemplo). Pero ahora él mismo está convencido de que ningún rey vive para siempre, sino sólo el Altísimo (v. Dan 4:34): «… al que vive para siempre, etc.», pues «su dominio es sempiterno y su reino no es por una generación, como el de Nabucodonosor mismo, sino por todas las generaciones». No hay sucesión, ni revolución, en el reino de Dios.

2. Se explaya en declarar las múltiples perfecciones de Dios: (A) «Todos los habitantes de la tierra (v. Dan 4:35) son considerados ante él como nada», no porque no se interese por ellos, sino porque, comparados con el Infinito, son menos que una gota de agua en comparación con el océano. (B) Su poder es irresistible, pues (v. Dan 4:35) «hace lo que le place (aunque sin arbitrariedad, favoritismo ni tiranía) con el ejército del cielo y con los habitantes de la tierra». (C) «Todas sus obras son verdaderas» (v. Dan 4:37), es decir, es veraz y fiel en todo lo que dice y hace, y cumple siempre lo que promete. (D) «Y sus caminos son justicia» (lit.), esto es, están de acuerdo con las normas de la rectitud y de la equidad hasta tal punto que puede decirse que son la justicia misma, como lo es Dios. (E) «Y (v. Dan 4:37, al final) Él puede humillar a los que caminan con soberbia». Esto es parte de Su justicia, y si alguna vez no lo hace de inmediato (comp. con el v. Dan 4:29), es por dar lugar al arrepentimiento (v. 2Pe 3:9).

3. Con el uso normal de la razón le es restaurado también el reino (v. Dan 4:36). Se ve restablecido en su trono y en su reino tan firmemente como si no hubiese ocurrido ninguna interrupción. Las aflicciones duran sólo el tiempo preciso que se necesita para que lleven a cabo la obra para la que son enviadas, o permitidas, por Dios. Tan pronto como Nabucodonosor es restablecido en su reino (v. Dan 4:37), «alabo dice , engrandezco y glorifico al Rey del cielo».

4. No mucho después de esto, Nabucodonosor terminó su reinado y su vida. Abideno, citado por Eusebio, cuenta que, en su lecho de muerte, predijo que Ciro había de tomar la ciudad de Babilonia. No se nos dice si continuó hasta el fin en la misma buena línea de conducta que aquí muestra. Si nuestra caridad puede alcanzar tan lejos como nuestra esperanza de que así fuese, hemos de admirar la libre y soberana gracia de Dios, por la que Nabucodonosor perdió su sanidad mental por algún tiempo, a fin de que su alma fuese salva para siempre. Con autores tan expertos como Calvino, entre los antiguos, y Keil, entre los modernos (y muchos otros), este traductor opina (contra el parecer de Young y Walvoord) que Nabucodonosor no llegó a alcanzar la fe y el arrepentimiento que se requieren para una verdadera conversión a Dios, ya que no se menciona tal cosa en el texto sagrado (v. el v. Dan 4:27), y peor aún es la omisión de que deshiciese los muchos entuertos que había cometido durante la destrucción de Jerusalén. No obstante, lo más prudente y caritativo es dejar nuestro juicio en manos de Dios. Como dice E. L. Carballosa: «Es posible que nunca sepamos aquí en la tierra cuál de las dos posiciones es la correcta. No obstante, la lección que todos podemos aprender es que Dios es soberano aun en la administración de su gracia. El hombre está muerto en delitos y pecados y, por lo tanto, es totalmente incapaz de hacer algo en su favor para agradar a Dios. Sólo el poder regenerador del Espíritu Santo puede reproducir la vida de Dios en el corazón humano».

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