Daniel 7:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. La fecha de esta visión (v. Dan 7:1) es anterior a los sucesos del capítulo Dan 5:1-31, que es el último año de Belsasar, y a los del capítulo Dan 6:1-28, que es el primer año de Darío. El texto sagrado dice explícitamente que esta visión ocurrió en el primer año de Belsasar, es decir, el año 553 a. de Cristo y, por tanto, catorce años antes de la caída de Babilonia.

2. Las circunstancias de la visión (v. Dan 7:1): «Tuvo Daniel un sueño, y vio visiones de su cabeza (lit., esto es, de su cerebro) mientras estaba en su lecho, es decir, cuando estaba durmiendo. Dios revela a veces sus secretos «cuando el sueño cae sobre los hombres» (Job 33:15). Y, cuando despertó, escribió el sueño, medida muy prudente, pues los sueños suelen desvanecerse rápidamente de la mente, y relató lo principal del asunto, con lo que éste quedó no solamente registrado para la posteridad, sino incorporado en las Escrituras, como era voluntad de Dios por lo importante de su contenido.

3. La visión misma.

(A) Observó (v. Dan 7:2) que «los cuatro vientos del cielo irrumpieron en el gran mar». El verbo meguiján tiene una variedad de significados, pero el castellano irrumpieron refleja bien el sentido de «romper» o «estallar» de repente sobre el mar. El mar, y especialmente el gran mar, es una metáfora que designa la muchedumbre de los hombres paganos (v. Apo 17:15 y, a su luz, Apo 13:1). El versículo Dan 7:17, en efecto, dice que «estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán en la TIERRA», por donde se ve el sentido figurado de «mar».

(B) «Vio salir del mar cuatro bestias grandes (v. Dan 7:3), diferentes la una de la otra.» El contexto determina (vv. Dan 7:5-7) que las bestias no salieron del mar todas a la vez, sino una detrás de otra. Al ser, en realidad, seres humanos que, a su vez, personifican reinos (vv. Dan 7:17, Dan 7:18), la notada diferencia de estas bestias denota los diferentes genios de los diversos países, pueblos y culturas.

(C) La primera bestia (v. Dan 7:4) era como un león, y corresponde a la cabeza de oro de la estatua del capítulo Dan 2:1-49 (v. Dan 2:37, Dan 2:38, y comp. con todo el cap. Dan 4:1-37). Simbolizaba, pues, la monarquía caldea en todo su apogeo en tiempos de Nabucodonosor. Además de la majestad y grandeza del león, vemos que tenía alas de águila, lo que representaba la rapidez con que dicho monarca conquistaba las naciones. El hecho de que Daniel vio que le fueron arrancadas las alas y levantada del suelo apunta claramente a la experiencia de Nabucodonosor en Dan 4:29-37, la cual le obligó a concluir que no era un semidiós, sino un hombre como los demás.

(D) La segunda bestia (v. Dan 7:5) era semejante a un oso, animal fuerte, pero más pesado que el león y no tan fuerte como él. Esta bestia simbolizaba la monarquía medopersa que sucedió a la caldea en el dominio sobre las naciones. De este oso se dice (v. Dan 7:5) que se alzaba de un costado más que del otro, para indicar la preponderancia que, a la sazón, había adquirido Persia sobre Media (comp. con Dan 8:3). Se añade que tenía en su boca tres costillas entre los dientes, lo que indica con esto la voracidad medo-persa en absorber nuevos territorios, pero sin poder «digerirlos». Corresponde al pecho y brazos de plata de la estatua del capítulo Dan 2:1-49.

(E) La tercera bestia (v. Dan 7:6) era semejante a un leopardo, animal que se distingue por su rapidez, su astucia y su crueldad, y representa la monarquía griega en su apogeo bajo Alejandro Magno. Las alas de ave en sus espaldas representan la misma rapidez que también hemos visto en la primera bestia. Dice que tenía cuatro cabezas, las cuales representan los cuatro generales del ejército de Alejandro (comp. con Dan 8:8, Dan 8:22) y que, al morir él, se repartieron el territorio conquistado, el cual era muy extenso, ya que, en el breve espacio de seis años, Alejandro se hizo dueño de todo el imperio persa, gran parte de Asia, Siria, Egipto, India y otras naciones.

(F) La cuarta bestia es más fiera, más fuerte y cruel que las otras tres (v. Dan 7:7). Como dice Walvoord, «el punto crucial en la interpretación del libro entero de Daniel, y especialmente del capítulo Dan 7:1-28, es la identificación de la cuarta bestia». Los conservadores, en general, admiten que designa el imperio romano, pero difieren entre sí acerca de detalles importantes: mientras los amilenialistas sostienen que la época de la cuarta bestia acabó hace muchos siglos, los premilenialistas defienden que queda por cumplir una etapa importante, cuando dicho imperio resurgirá al final de los días bajo diferente forma.

(a) Comencemos por hacer un poco de historia. El poder de Roma empezó a manifestarse en la conquista de Sicilia el año 241 a. de C., isla que estaba antes en poder de los cartagineses. Con la derrota final de los cartagineses en la batalla de Zama (202 a. de C.), Roma se hizo dueña del Mediterráneo. Desde el norte de Italia, las águilas romanas avanzaron hacia el este, y se pasearon triunfales por Macedonia, Grecia y el Asia Menor. El año 63 a. de C., Pompeyo, general en jefe de las fuerzas romanas que luchaban en el Oriente, se apoderó de Jerusalén tras destruir los restos que quedaban del imperio seléucida en Siria. En las décadas siguientes, y bajo el mando de Julio César, los romanos extendieron su dominio a todo el resto de la Europa continental al oeste del Rin, además del sur de Gran Bretaña (España había sido conquistada dos siglos antes). El imperio romano siguió creciendo poco a poco (en contraste con los otros tres anteriores, que lo hicieron rápidamente) durante otros cuatro siglos, y llegó a alcanzar su punto más alto el año 117 de nuestra era.

(b) La decadencia de dicho imperio fue también gradual: Comenzó en el siglo III de nuestra era y se hizo manifiesta en el siglo v, cuando las fuerzas romanas tuvieron que abandonar la Gran Bretaña el año 407; vino luego el saqueo de Roma por los visigodos el año 410. Un nuevo saqueo de Roma el año 455 dejó la capital en manos de los bárbaros, y en el 476, el imperio romano, en su parte occidental, fue destruido, y sobrevivió la parte oriental hasta el año 1453, en que Constantinopla cayó en poder de los turcos.

(c) Al entrar ya en la exégesis de los versículos Dan 7:7 y Dan 7:8, vemos que coincide con las piernas de hierro de la estatua de Dan 2:33, Dan 2:40. Aquí la fiera tiene (v. Dan 7:7) unos dientes grandes de hierro. La terrible crueldad de los soldados romanos es patente en todas las páginas de la historia; en especial, en la destrucción de Jerusalén el año 70 de nuestra era, que es lo que más de cerca atañe a los judíos. Las frases «devoraba y desmenuzaba, y lo sobrante lo pisoteaba con sus patas» son muy expresivas para designar las tropas romanas que destruían cuanto se oponía a su avance, en lugar de conquistarlo para conservarlo, como hacían los imperios anteriores, representados en las otras tres bestias.

(d) En todo era esta bestia (v. Dan 7:7, al final) «muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella». Pero la principal diferencia, y la que determina contundentemente el carácter escatológico de esta bestia, es que tenía diez cuernos. Es necesario aquí volver la vista a Dan 2:43, Dan 2:44, a fin de percatarse de que estos diez cuernos, ¡simultáneos!, son los diez reyes, en cuyos días (Dan 2:44) levantará Dios el reino mesiánico (v. el comentario a dicha porción). Esos diez reyes (del nuevo imperio romano, pues nunca antes se dieron en el antiguo imperio romano diez reyes simultáneos) son diez reinos que, políticamente, tendrán su centro en Roma (v. el comentario a Ap. caps. 17 y 18).

(e) Daniel (v. Dan 7:8) ve salir, de entre los diez cuernos de la cuarta bestia, otro cuerno pequeño; es pequeño, no porque tenga menos importancia, sino porque es una persona, con ojos como de hombre (no «parecidos a los ojos del hombre», sino «como son los ojos de hombre», lo cual no podía esperarse de un cuerno) y una boca que hablaba con gran arrogancia (comp. con Apo 13:5, Apo 13:6). La interpretación que de la visión es dada a Daniel (vv. Dan 7:15.) confirma contundentemente todo lo que acabamos de decir, al declarar al mismo tiempo la gran fuerza y el poder enorme del «cuerno pequeño» (vv. Dan 7:24, Dan 7:25).

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