Daniel 9:20 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La respuesta que recibe inmediatamente la oración de Daniel contiene una de las más ilustres predicciones que acerca de Cristo se hallan en el Antiguo Testamento.

I. El tiempo en que se dio esta respuesta.

1. Fue mientras Daniel estaba en oración. Esto es lo que él mismo pone de relieve al decir (v. Dan 9:21): «aún estaba hablando en oración». Antes que se levantase de sus rodillas y cuando quizás estaba dispuesto a seguir implorando con vehemencia, le vino del cielo la respuesta. Así se cumplía lo que Dios había dicho por Isaías (Isa 65:24): «Mientras aún estén hablando, yo habré oído». Daniel había orado con gran fervor (vv. Dan 9:18, Dan 9:19), y Dios le envió un ángel, nada menos que el ángel Gabriel, para darle una respuesta asombrosa. No podemos esperar que Dios envíe por medio de ángeles la respuesta a nuestras oraciones, pero si oramos con fervor por aquello que Dios ha prometido, podemos, por fe, tomar la promesa como respuesta inmediata a nuestra oración; pues fiel es el que prometió. A Daniel le fue descubierto mucho más y mejor de lo que había rogado.

2. Fue (v. Dan 9:21, al final) «como a la hora del sacrificio de la tarde». El altar estaba en ruinas y no se ofrecía, por tanto, ninguna oblación sobre él, pero los judíos piadosos, durante su cautiverio, tenían en cuenta diariamente el tiempo en que habrían sido ofrecidos el sacrificio matutino y el vespertino, y esperaban que sus oraciones subiesen a la presencia de Dios como el incienso, y que el alzar de sus manos, y del corazón con las manos, fuese aceptable a los ojos de Dios como la ofrenda de la tarde (Sal 141:2). La oblación de la tarde o sacrificio vespertino era tipo del sacrificio que Cristo había de ofrecer en la tarde del Viernes Santo y en el atardecer del mundo; era en virtud de este sacrificio futuro de Cristo como fue aceptada la oración de Daniel cuando imploraba a Dios en atención a Su nombre.

II. El mensajero por medio del cual fue enviada esta respuesta. No se le dio a Daniel en un sueño ni por medio de una voz procedente del cielo, sino que fue enviado un ángel con este propósito, quien se apareció a Daniel en forma humana para dar respuesta a su oración. Gabriel como ángel y Miguel como arcángel son los únicos seres angélicos que se mencionan por su propio nombre en las Escrituras canónicas. De Gabriel dice Daniel (v. Dan 9:21) que era «el varón a quien había visto en la visión al principio» (comp. con Dan 8:16). Nótese la forma como se dirige Gabriel a Daniel al anunciarle el propósito de su visita (vv. Dan 9:22, Dan 9:23):

1. «Daniel le dice (v. Dan 8:22), he salido ahora para ilustrar tu inteligencia.» Dice Walvoord: «Aunque la oración de Daniel no iba dirigida a su propia necesidad de entender los procedimientos de Dios con el pueblo de Israel, ésta es la suposición que subyace a toda su oración. Dios, en una palabra, quiere dar a Daniel seguridades sobre Su inconmovible propósito de cumplir todo lo que se ha comprometido a hacerle a Israel, incluida su restauración final».

2. «Al principio de tus ruegos continúa el ángel (v. Dan 8:23) fue dada la palabra (lit.), y yo he venido para revelártela.» Le había revelado anteriormente (Dan 8:19) las aflicciones del pueblo bajo Antíoco, pero ahora tenía mayores y mejores cosas que revelarle. En ese «fue dada la palabra» (lit.), es decir, la orden, ve M. Henry la probabilidad de que «saliese la palabra, o el mandato, de Ciro de restaurar y edificar a Jerusalén». M. Henry se equivoca de medio a medio en este cómputo, como veremos luego.

3. Grande sería el ánimo que Daniel recibiría al oír de labios del ángel Gabriel la frase (v. Dan 9:23): «porque tú eres muy amado». Esto de «muy amado» es como un epíteto que se repite otras dos veces (Dan 10:11, Dan 10:19). Bien pueden tenerse por muy amados de Dios aquellos a quienes, y en quienes, tiene Él a bien revelarles Su Hijo.

III. El mensaje mismo es revelado, y queda registrado, con gran exactitud. Nota del traductor: Tanto M. Henry como Alonso Díaz no me sirven para nada en el resto del capítulo (vv. Dan 9:24-27), pues no captan en forma alguna el sentido de la porción. Para dichos versículos tomaré prestado el material de mi libro Escatología 11, páginas 164 172, a la vez que recomiendo a mis lectores la lectura de, entre otras, las obras de J. D. Pentecost, Eventos del Porvenir, y E. L. Carballosa, Daniel y el Reino Mesiánico. Los que sepan inglés, disfrutarán con la lectura del libro de J. F. Walvoord Daniel the Key to Prophetic Revelation. Dichos versículos dicen así literalmente:

Versículo Dan 9:24: «Semanas setenta han sido decididas (hebr. nejtakh, cortadas, conforme a la etimología del verbo decidir ) sobre tu pueblo y sobre tu ciudad santa para acabar con la transgresión (o rebelión, hebr. pésha, como en Isa 1:2) y poner fin a los pecados (hebr. uljathem jattaoth, un juego de palabras que expresa poner fin a algo que en sí es una barrera) y expiar la iniquidad (hebr. awón) y hacer que venga justicia de eternidades (es decir, eterna), y sellar (hebr. ulajtom, el mismo verbo de antes para poner fin ) la visión y la profecía (en hebreo no llevan artículo) y ungir al santo de los santos».

Versículo Dan 9:25: «Sabe entonces y entiende que, desde la salida de la palabra (es decir, de la orden) para restaurar y reedificar a Jerusalén hasta (el) Mesías Príncipe (habrá) semanas siete y semanas sesenta y dos. De nuevo será edificada (con) plaza y foso, incluso en angustia de tiempos (esto es, en tiempos angustiosos)».

Versículo Dan 9:26: «Y después de las semanas sesenta y dos, será cortado (esto es, se le quitará la vida al) Mesías (sin artículo en el original) y en ninguna manera (hebr. ein, negación fuerte) para Él (o nada para Él), es decir, no tendrá nada (según la versión más probable). Y destruirá la ciudad y el santuario (el) pueblo de un príncipe que viene; y su fin (será) con una inundación, y hasta (el) fin (habrá) guerra, estricta decisión de desolaciones (las desolaciones decretadas por Dios. V. Dan 8:25)».

Versículo Dan 9:27: «Y hará (el príncipe) que prevalezca un pacto (hecho) a muchos (por) una (numeral cardinal, no artículo indefinido) semana. Y a mitad de la semana hará que cese el sacrificio y la ofrenda, y sobre un ala (esto es, sobre el pináculo del templo) de abominaciones (habrá, o vendrá) un desolador, incluso hasta completa destrucción. Y lo que ha sido decretado será derramado sobre (el) desolador». Vemos que:

1. El hebreo tiene dos vocablos distintos, aunque de la misma raíz, para decir siete. shéba, que significa simplemente siete, y cuyo plural (shibim) es la segunda palabra del versículo Dan 9:24 en el hebreo; y shabúa, que significa un conjunto o período de siete (días, años, etc.), es decir, una hebdómada (del griego) o semana (del latín septimana, donde se ve la raíz de septem, siete); el plural de shabúa, shabuim, es la primera palabra del versículo Dan 9:24 en el original hebreo. Por tanto, si decimos setenta semanas, no necesitamos hacer ninguna aclaración; pero los autores ingleses suelen decir setenta sietes, por la sencilla razón de que, en inglés, semana (week, como el alemán Woche) no es de la misma raíz que siete (seven). Con todo, es más exacto decir setenta hebdómadas (como dice Carballosa) que setenta sietes.

2. Nadie discute que las semanas de Daniel significan semanas de años. Dice R. D. Culver:

Esta interpretación era común en la antigüedad. Daniel había estado pensando en un múltiplo de «siete» de años (Dan 9:1, Dan 9:2; cf. Jer 25:11, Jer 25:12). Sabía que ese múltiplo (setenta años) era un tiempo de juicio por los 490 años de sábados quebrantados (490, dividido por 7, igual a 70. V. 2Cr 36:21). Además, había una común «semana» de años, que se usaba tanto en recuentos civiles como religiosos (Lev 25:1-55, especialmente v. Lev 25:8). No sólo esto, sino que cuando se desea referirse a semanas de días (Dan 10:2, Dan 10:3), se añade el vocablo hebreo para «días» (yamim) al de «semanas» (shabuim) … y, lo más importante, si se quiere dar un sentido literal a las semanas, únicamente un período de semanas de años cumple las condiciones que requiere el contexto.

3. Como advierten los autores de la obra Search the Scriptures, lo de «acabar con la transgresión y poner fin a los pecados» (v. Dan 9:24) «son expresiones paralelas que significan poner punto final al pecar de Israel (cf. Rom 11:26, Rom 11:27)». Puesto que, detrás de estas expresiones, viene lo de «expiar la iniquidad», «poner fin al pecado» ha de significar algo así como «pronunciar sobre el pecado de Israel un juicio final, perdonador», conforme a Rom 11:26, Rom 11:27.

4. Como dice el texto sagrado (v. Deu 9:24: «sobre tu pueblo y sobre tu ciudad santa»), esta profecía tiene que ver únicamente con Israel y con Jerusalén. De ahí la fuerza de la preposición hebrea al, sobre; como una carga que pesa sobre el pueblo judío: las pruebas, tribulaciones, persecuciones, etc., por las que Israel tendrá que pasar hasta que venga su Gran Libertador, que expíe sus pecados e introduzca la justicia en el nivel perfecto, tantas veces profetizado anteriormente.

5. Lo de «expiar la iniquidad» (v. Deu 9:24) «se refiere a la muerte de Cristo en la cruz, que es la base para el futuro perdón de Israel (Zac 12:10; Rom 11:26, Rom 11:27)» (Ryrie). Puesto que el verbo para «expiar» es el mismo que se emplea para «limpiar o borrar», bien puede añadirse Zac 13:1.

6. La «justicia eterna», en sentido de perpetuidad durante el tiempo prefijado (concepto ya conocido) apunta al reinado milenial de Cristo (comp. con Jer 23:5, Jer 23:6), mientras que lo de «sellar la visión y la profecía» equivale a decir que Dios ha puesto Su sello para ratificar el cumplimiento seguro de tal visión profética.

7. La expresión hebrea (v. Deu 9:24, al final) qodesh qodashim puede significar el «Lugar Santísimo», «un sumo sacerdote», o ambas cosas a la vez: el sacerdote o el santuario. Lo más probable (contra lo que dije en mi libro Escatología 11, p. 165, nota 27) es que se refiera a la unción del Lugar Santísimo en el templo milenario, como señal del regreso de la presencia de Jehová para morar de nuevo en medio de Su pueblo.

8. El decreto (lit. palabra) al que hace referencia el versículo Deu 9:25 es, como admiten hoy la mayoría absoluta de los autores, el de Artajerjes Longimano en el año 445 a. de C., según queda registrado en Neh 2:1. Al tener en cuenta que este decreto se dio en el mes de Nisán (esto es, últimos de marzo y primeros de abril), y que los 483 años que cubren las primeras sesenta y nueve semanas de Daniel llegan exactamente, según el cómputo más probable, al año 30 de nuestra era la fecha más probable de la muerte del Señor , se puede comprender mejor el lamento de Jesús en Luc 19:41-44, especialmente la exclamación del versículo Luc 19:42, donde está bien atestiguada la lectura: «¡Si conocieses tú, Y POR CIERTO EN ESTE TU DÍA, lo que es para tu paz!» ¡Era el día 9 de Nisán, y se cumplían precisamente en ESE DÍA las 69 semanas (483 años), tras de las que el Mesías Príncipe había de ser cortado, según el versículo Dan 9:26. Es posible, como hacen notar los autores de Search the Scriptures, que a esto se refiriese el Señor cuando proclamaba (Mar 1:15): «El tiempo griego kairós se ha cumplido», y que a esto se debiese la creciente expectación (v. Mat 2:1, Mat 2:2; Luc 2:25, Luc 2:26; Luc 3:15) de la Venida del Mesías.

9. Como puede verse (v. Dan 9:25), el texto sagrado distingue «semanas siete» antes de «semanas sesenta y dos». En efecto, «la plaza pública y el foso fueron reedificados al tiempo en que se completaban las primeras siete semanas (49 años)» (Ryrie). Los tiempos angustiosos en que todo esto se llevó a cabo se comprenden con una somera lectura del libro de Nehemías.

10. Ese corte entre las primeras «siete semanas» y las «sesenta y dos semanas» restantes, que, a su vez (nótese bien), se separan también de la semana restante la septuagésima semana, se percibe aún con más claridad al comienzo del versículo Dan 9:26: «Y después de las semanas SESENTA Y DOS, será cortado, etc.». Al traducir dicho versículo Dan 9:26 ya hemos dicho que la frase hebrea (ein lo, nada para Él) significa, según la versión más probable, «no tendrá nada». ¡Qué bien encaja dicha frase en la manera como Cristo vivió y murió! ¡Siempre de prestado! Especialmente, en Su pasión y muerte: fue tenido por blasfemo en el tribunal religioso; por loco, en el del arte y el placer; por sedicioso, ante el tribunal político. Antes de morir fue despojado de todas sus ropas; y, ya en la cruz, otorgó el perdón a sus verdugos; el Reino, a un criminal; Su madre, a un discípulo. Y cuando ya lo había dejado todo, aún fue desamparado por Dios, ¿cabe mayor pobreza?

11. «El pueblo (v. Dan 9:26) del príncipe venidero» es, sin duda, el pueblo romano, pero el príncipe no es Tito (el que destruyó Jerusalén el año 70 de nuestra era), pues el contexto no cuadra con lo que de él sabemos. El texto sagrado dice de dicho príncipe «que viene», porque ha sido introducido ya en Dan 7:8, Dan 7:24-26, y hace un pacto con el pueblo judío al comienzo del período de la Gran Tribulación. Pero, a mitad de la semana septuagésima (v. Dan 9:27, comp. con Dan 7:25), quebrantará dicho pacto y profanará el templo, y hará que cesen los sacrificios y se erigirá a sí mismo como objeto de adoración en el propio santuario (comp. con 2Ts 2:4).

12. Quizás el dato más importante de toda la porción, y la clave para la correcta exégesis del pasaje, es determinar quién es el sujeto del verbo hebreo higbir, vocablo con que comienza el versículo Dan 9:27. La norma gramatical más elemental exige que el sujeto sea el antecedente más próximo, y ese antecedente no puede ser otro que «el príncipe» del versículo Dan 9:26, como concede hasta un amilenarista como Leupold. El verbo higbir es la forma Hiphil (causativa) del verbo gabar, ser fuerte o prevalecer; por tanto, su sentido no es el de confirmar un pacto ya existente, sino el de hacer que prevalezca, o hacer que se concierte, un nuevo pacto. Los muchos con quienes el príncipe venidero concertará un pacto son, de modo especial (no exclusivo), los judíos, puesto que todo el contexto (vv. Dan 9:24, Dan 9:27) trata de «tu pueblo y … tu ciudad santa». Este pacto nadie lo ha hecho todavía. La rotura del pacto y la consumación de que habla el versículo Dan 9:27 se comprenden mejor a la luz de Apo 13:4-7, a cuyo comentario remitimos al lector. Es evidente que el «pacto» será llevado a cabo entre el Anticristo y el pueblo de Israel, vuelto a su patria en los últimos días.

13. No cabe duda de que el desolador (hebr. shomem) al que alude el versículo Dan 9:27 (al final) es el príncipe venidero, esto es, el Anticristo, sobre el cual pende un decreto divino de ruina, que «será derramada sobre él» (comp. con Dan 7:11; 2Ts 2:8; Apo 19:20). Este es un dato que no puede aplicarse a Tito, el destructor de Jerusalén el año 70 de nuestra era, ya que, aunque murió joven (a los 40 años de edad), murió tranquilamente el año 81.

14. Finalmente, los versículos Dan 9:26 y Dan 9:27 nos hablan de una semana aparte, la septuagésima y última de la presente profecía, pues ya quedaron atrás siete (v. Dan 9:25) y sesenta y dos (vv. Dan 9:25, Dan 9:26), después de las cuales suceden los acontecimientos referidos en los versículo Dan 9:26 y Dan 9:27. De esta septuagésima semana hemos de decir:

(A) Que constará de siete años como las anteriores. Al ser las primeras 69 semanas de Daniel «semanas de años», no hay razón para negar que la septuagésima semana sea igualmente una semana de siete años.

(B) Que dicha semana está por venir, es decir, es plenamente escatológica. Esto se prueba por las siguientes razones:

(a) «Después de las sesenta y dos semanas» (v. Dan 9:26) que siguen a las siete primeras, ocurren dos acontecimientos separados entre sí por unos 40 años: la muerte de Jesucristo y la destrucción de Jerusalén. Estos dos acontecimientos no caben en una sola semana de años. Luego si se admite un lapso aproximado de tiempo de 40 años no incluidos en una semana, no hay razón suficiente para descartar otro lapso mayor; sobre todo, cuando este lapso está de acuerdo con todo el contexto de la profecía. Separaciones similares pueden verse en muchos otros lugares del Antiguo Testamento, siendo el más notable Isa 61:2, donde la primera parte del versículo se refiere a la Primera Venida de Cristo, y la segunda se refiere a la Segunda Venida (¡en un mismo versículo!).

Es interesante consignar que la prestigiada versión catolicorromana Biblia de Jerusalén, en nota a Dan 9:25, y refiriéndose a «los Padres más antiguos de la Iglesia», declara lo siguiente: «Algunos remitían la última semana al fin de los tiempos». En esta misma línea, resulta también interesante consignar que la mayoría de los escritores eclesiásticos de los tres primeros siglos de nuestra era creían en un Milenio literal. Sólo después que la Iglesia oficial ganó la protección del Estado y comenzó a identificarse a sí misma con el Reino de Dios en la tierra, el milenarismo fue atacado y, finalmente, proscrito por la Sede romana. Esta «tradición» antimilenarista es la que heredaron los Reformadores (Lutero, Calvino, etc.), mientras identificaban erróneamente el papado con el Anticristo por ignorar el sentido de Apo 17:1-18 (v. el comentario a dicho cap.).

(b) Mat 23:37-39 es posterior al relato de la entrada triunfal en Jerusalén, pero el versículo Mat 23:39 habla de un rechazo que perdurará hasta la restauración del favor de Dios hacia el pueblo como tal (v., por ej., Zac. caps. Zac 12:1-14; Zac 13:1-9; Zac 14:1-21; Ro. cap. Rom 11:1-36). Pero si la semana septuagésima ya se ha cumplido, las bendiciones prometidas para ella se habrán cumplido también; lo cual no es cierto si tenemos en cuenta que toda la porción se refiere a Israel, no a la Iglesia.

(c) La comparación con Mat 24:9. nos da a entender que el Señor Jesucristo coloca la semana septuagésima de Daniel al final de los acontecimientos profetizados en dicha porción, es decir, en los años que preceden inmediatamente a su Segunda Venida. La comparación con Hch 1:6-8 nos hace ver que queda por delante toda una «era» o kairós (sazón), que bien puede traducirse por economía o dispensación.

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