Deuteronomio 10:12 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Aquí tenemos una exhortación sumamente patética a obedecer.

I. Nos vemos aquí confrontados directamente con nuestros deberes hacia Dios, hacia el prójimo y hacia nosotros mismos.

1. Se nos enseñan primero nuestros deberes para con Dios. Debemos temer a Jehová nuestro Dios (vv. Deu 10:12, Deu 10:20). Temerle como a un gran Dios y Señor, y amarle como a un buen Dios y Padre. A Él sólo hemos de servir (v. Deu 10:20), con todo corazón y con toda el alma (v. Deu 10:12). Todo lo que hemos de hacer para con Él, lo hemos de hacer gozosamente y de buen grado. Debemos guardar sus mandamientos y sus estatutos (v. Deu 10:13).

2. Se nos enseñan después nuestros deberes para con el prójimo: Amaréis al extranjero (v. Deu 10:19). Esta demanda de amar al extranjero no tiene par en las leyes antiguas de ningún pueblo. En tiempos posteriores, este término (hebreo ger) vino a representar especialmente al prosélito, a quien se había de acoger con peculiar afecto. Pero, si hemos de amar al extraño, ¡cuánto más a nuestros hermanos! Dos razones se dan aquí como bases de este deber:

(A) La providencia ordinaria de Dios, que se extiende a todos los pueblos (v. Deu 10:17), pues los ha hecho a todos de una misma sangre (Hch 17:26). Dios ama al extranjero (v. Deu 10:18), es decir, a todos da la vida, la respiración y todas las cosas (Hch 17:25) y, por ello, también a los gentiles, excluidos de la ciudadanía de Israel y extranjeros en cuanto a los pactos de la promesa (Efe 2:12). (B) La condición angustiosa en que los israelitas mismos se habían encontrado, cuando eran extranjeros en Egipto. Quienes se han encontrado en apuros y han sido liberados por la misericordia de Dios, han de simpatizar profundamente con quienes se hallan en apuros parecidos y se han de mostrar compasivos y amables con ellos.

3. Se nos enseñan finalmente nuestros deberes para con nosotros mismos: Circuncidad el prepucio de vuestro corazón (v. Deu 10:16), es decir, echad de vosotros cortad y arrancad todo afecto mundano e inclinación corrompida, que os impida temer, amar y servir a Dios. La circuncisión del corazón sirve para hacernos dóciles al yugo de Dios y no endurecer nuestra cerviz. Una cerviz endurecida denota un talante altivo, incapaz de doblegarse en humildad.

II. Viene después la más patética exhortación a cumplir fielmente esos deberes.

1. Hay que considerar la grandeza y majestad de Dios y, por ello, hay que temerle y, en consecuencia, servirle y obedecerle (vv. Deu 10:20-21).

2. Hay que considerar igualmente la bondad y la gracia de Dios y, por ello, hay que amarle, servirle y obedecerle. Su bondad pertenece a Su gloria tanto como Su majestad, pues estas dos son las vertientes de la santidad de Dios: un Ser infinito, infinitamente lejano por su pureza y su trascendencia; un Ser infinito, infinitamente cercano por su bondad y por su inmanencia.

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