Deuteronomio 29:10 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Se echa aquí de ver por la largura de las frases, y por la abundancia y contundencia de las expresiones, que Moisés, ahora que estaba llegando al final de su discurso, estaba muy celoso y deseoso de inculcar y grabar fuertemente en las mentes del pueblo lo que acababa de decir; tanto más cuanto que aquel pueblo carecía del necesario entendimiento. Para ligarlos más estrechamente a su Dios y a los deberes que tenían para con Él, ajusta un trato (por decirlo así) entre ellos y Dios, pero un trato que debería ser un pacto perpetuo. No les demanda consentimiento explícito, sino que deja el asunto ante ellos, y apelan a sus conciencias en la presencia de Dios.

I. Las partes de este pacto. 1. Aquel con quien van a hacer el pacto es Jehová su Dios (v. Deu 29:12). 2. Todos ellos habían de entrar en este pacto con Dios, pues a todos ellos se les había convocado (v. Deu 29:2). (A) Incluso sus grandes hombres, los jefes de sus tribus, sus ancianos y sus oficiales, no han de tener por desdoro el poner su cerviz bajo el yugo de este pacto, y caminar con él puesto. (B) No sólo los hombres, sino también sus mujeres e hijos deben entrar en este pacto (v. Deu 29:1). (C) Y no sólo los israelitas, sino también los extranjeros que residen en el campamento de Israel, con tal que sean prosélitos de la religión judía, al menos en el punto de haber renunciado a todos los dioses falsos. Esta era una indicación muy temprana del favor y de la benignidad que Dios tenía reservados para los gentiles. (D) No sólo las personas libres, sino también los siervos ocupados en los oficios más bajos, «desde el que corta tu leña hasta el que saca tu agua» (v. Deu 29:11). (E) No sólo los que estaban allí presentes delante de Dios en aquella solemne asamblea, sino los que no estaban allí, habían de entrar en el pacto (v. Deu 29:15), es a saber: (a) Los que se veían recluidos en casa, ya por enfermedad ya por un trabajo que no se podía dejar. (b) Los de las sucesivas generaciones. En la presente dispensación de gracia, vemos que el pacto de la redención sellado en el Calvario (2Co 5:19) incluye a todos los seres humanos (Jua 1:9; Jua 3:16; Hch 17:30; 1Ti 2:4-6; 1Jn 2:2, etc.). Este es también un pacto perpetuo, porque Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Heb 13:8), y Él es el Mediador del nuevo pacto (Jua 1:17; 1Ti 2:5).

II. El resumen de este pacto. Todos los preceptos y todas las promesas del pacto están incluidos en la relación contractual de este pacto entre Dios y ellos (v. Deu 29:13).

III. El principal objetivo de la renovación del pacto en este momento era fortalecerlos contra las tentaciones de idolatría. Los idólatras eran como borrachos, apegados sin tino ellos mismos a los ídolos y trataban de arrastrar a otros a la misma insensatez. El Apóstol Pedro enumera toda clase de excesos entre las cosas que agradaban a los gentiles (1Pe 4:3). Efectivamente, vemos que la embriaguez es un pecado que endurece el corazón y corrompe la conciencia tanto como pueda hacerlo cualquier otro, al que los hombres se sienten extrañamente tentados y atraídos, incluso después de haber experimentado todas las nocivas consecuencias que comporta, y al que tienen especial empeño por atraer a otros.

IV. La idolatría habría de ser la ruina de la nación, acarrearía toda clase de plagas al país que consintiera en esta raíz de amargura y recibiera su infección; tanto como se extienda el pecado, se extenderá también el juicio de Dios. El versículo Deu 29:29 nos enseña a no inquirir por pura curiosidad en los secretos designios de Dios. A la pregunta: ¿por qué hizo esto Jehová a esta tierra? (v. Deu 29:24) se le da (vv. Deu 29:25-28) una respuesta suficiente para justificar a Dios y amonestarnos a nosotros. Pero si alguien vuelve a preguntar por qué quiso Dios, mediante un despliegue tan vasto de obras portentosas, milagrosas, formarse un pueblo de tal talante, cuya apostasía y consiguiente ruina previó claramente desde toda la eternidad, o por qué no lo impidió con su gracia omnipotente, o qué es lo que pretende todavía hacer con ellos, que sepa la tal persona que éstas son preguntas que no se pueden contestar (v. Deu 29:29, comp. con Jua 21:22; Hch 1:7; Rom 9:20; Rom 11:33-34; Col 2:18). Todo lo que nos es necesario y conveniente nos ha sido revelado por su Espíritu (1Co 2:10). Las cosas reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre (v. Deu 29:29). 1. Que, aunque Dios se ha reservado muchos de sus secretos, nos ha revelado lo suficiente para satisfacernos y salvarnos. No se ha reservado nada de cuanto nos es útil y conveniente. 2. Que debemos anhelar el conocer y poner por obra todo lo que Dios nos ha revelado, así como enseñarlo a nuestros hijos y procurar, con nuestro ejemplo y con nuestras palabras, que ellos lo conozcan bien y lo cumplan. No es que meramente se nos permita hacerlo, sino que se nos manda, para mostrar cuánto hemos de preocuparnos de ello. Y no es extraño que así sea, puesto que son cosas que nos interesan más que ninguna otra cosa, ya que son normas según las que hemos de vivir, y promesas por las que hemos de vivir; por eso, hemos de aprenderlas con diligencia nosotros mismos, y enseñarlas con la misma diligencia a quienes son los más allegados a nosotros. 3. Que todo nuestro conocimiento ha de estar orientado hacia la práctica (v. 1Co 8:1-3), porque este es el objeto de toda la revelación divina, no precisamente el equiparnos con materias de sutil especulación, en las cuales disfrutar nosotros y entretener a nuestros amigos, sino en que cumplamos todas las palabras de esta ley (v. Deu 29:29). Se puede asegurar que, si cada hijo de Dios pusiese en práctica la cuarta parte de lo que conoce, seríamos espiritualmente ricos. ¿No es nuestro destino ser partícipes de la naturaleza divina (2Pe 1:4)? ¿Quién se sentirá indolente ante una perspectiva tan amplia, cuyos límites se desplazan indefinidamente hasta la misma infinitud de Dios?

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