Deuteronomio 34:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Aquí se nos refiere la muerte de Moisés: Murió allí Moisés, siervo de Jehová (v. Deu 34:5). Cosa dura hubo de ser para Moisés, después de todas las fatigas y aflicciones del desierto, verse impedido de disfrutar de la tierra prometida. Pero aquel varón era muy manso; y, como Dios lo había dispuesto así, él se sometía de buena gana. 1. Aquí se le llama siervo de Jehová no sólo por ser un hombre bueno (todos los creyentes son siervos de Dios), sino también por ser un hombre útil (que sirve para algo) y él había sido eminentemente útil, pues había estado al servicio de los planes de Dios en sacar a Israel de Egipto y conducirlo a través del desierto. 2. Y con todo, muere. Ni su piedad ni sus útiles servicios le eximen del golpe de la muerte. Los siervos de Dios mueren por tres razones: para descansar de sus labores, para recibir su recompensa, y para dejar su lugar a otros. Pero, cuando los siervos de Dios son retirados del servicio de esta tierra van a servirle mejor en otra patria mejor, en otro santuario mejor: Delante del trono de Dios, le sirven día y noche en su santuario (Apo 7:15). 3. Moisés muere conforme al dicho de Jehová (v. Deu 34:5. lit. según la boca de Jehová). Como dicen los judíos «murió de un beso de la boca de Dios». «Dios dicen los rabinos evita a los suyos la amargura de la muerte, llevándoseles el alma con un beso.» Así vemos que, aquel Jehová que, con un aliento de su pecho, hizo del vaso de arcilla una persona viva, pensante y hablante (Gén 2:7), con un beso de su boca se lleva del hombre el espíritu que le dio (Ecl 12:7). ¡Dichosos de nosotros si, en la hora de la muerte, podemos decir, como Jesús: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! (v. también Hch 7:59).

II. Su sepultura (v. Deu 34:6). Dios se cuida de los cadáveres de sus siervos. Si estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos (Sal 116:15), también lo es su cadáver, pero su pacto con él será recordado y el sello del Espíritu nos da la garantía de la resurrección (Rom 8:11). Moisés fue sepultado por el mismo Dios (v. Deu 34:6), en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor. Si el alma descansa con Dios, no es de mucha monta el lugar donde esté sepultado el cadáver. No se conoce el lugar de su sepultura, como refiere probablemente Josué en este mismo versículo (v. Jud. v. Jud 1:9). Además del honor que Dios quería otorgar a Moisés, al darle Él mismo sepultura, está el importante motivo de ocultar el lugar de su sepultura, para impedir que los hijos de Israel, tan inclinados a la idolatría, hiciesen del sepulcro de Moisés un lugar nacional de peregrinación y llegasen a tributar honores divinos al cadáver del que había sido el gran fundador, bienhechor y guía del pueblo de Israel. Es también la última expresión de su proverbial abnegación: Yace en un sepulcro ignorado, en una tumba que nadie puede visitar.

III. Su edad (v. Deu 34:7). 1. Vivió hasta una edad muy avanzada, pues tenía 120 años, lo cual, lejos ya de los tiempos de los patriarcas, más longevos que él, no era ya corriente entre sus contemporáneos. Su vida quedó así distribuida en tres grupos de cuarenta años: los primeros cuarenta años los pasó como un príncipe en la corte de Faraón; los segundos cuarenta años los vivió en el solitario oficio de un pobre pastor de Madián; y los últimos cuarenta años los vivió como un rey en Jesurún, con mucho honor y poder, pero también con gran responsabilidad, con pesadas fatigas y continuos disgustos. 2. Vivió hasta una ancianidad muy bien llevada, pues sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor (v. Deu 34:7).

IV. El solemne duelo que se hizo por él (v. Deu 34:8). 1. Quiénes hicieron el duelo: Los hijos de Israel. 2. Por cuánto tiempo le hicieron duelo: Por treinta días. Pero, al fin, se cumplieron los días del llanto y del luto por Moisés. Esto nos da a entender que, por muy graves que sean nuestras pérdidas, y por muy queridos que nos sean nuestros familiares, no debemos abandonarnos a un duelo perpetuo; hemos de permitir que las heridas se cicatricen. Si esperamos ir gozosamente al Cielo, ¿por qué se ha de bajar tristemente al sepulcro?

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