Efesios 4:2 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos hallamos todo un tratado sobre la unidad de la Iglesia. Adviértase, ya de entrada, que Pablo no exhorta a los efesios a hacer la unidad, sino a guardarla (gr. teréin, guardar de forma activa) y promoverla (vv. Efe 4:3, Efe 4:13). Ningún esfuerzo humano «ecuménico» puede lograr lo que es obra del Espíritu de Dios.

1. Las disposiciones necesarias para la preservación de la unidad en la Iglesia. Son cuatro y están cultivadas y ligadas por el amor, que es el lazo perfecto (comp. vv. Efe 4:2 y Efe 4:3 con Col 3:14):

(A) En primer lugar, Pablo menciona la humildad. El gr. tapeinofrosúne significa literalmente «sentimiento de pequeñez». Tanto el vocablo como el concepto que implica eran desconocidos del mundo grecorromano, pues lo «pequeño» era equivalente de «vil, servil, innoble» (Foulkes), mientras que en el Nuevo Testamento ser humilde (tapéinos, pequeño) de corazón es alabado (ya desde Mat 11:29) aun en el propio Hijo de Dios (comp. con Flp 2:6.), y la pequeñez (no «bajeza», pues ésta comporta una baja condición moral) reconocida es la base indispensable para el ejercicio de una genuina humildad (v. Luc 1:48).

(B) La mansedumbre (comp. con Mat 5:3, Mat 5:5) es hija de la humildad, como la irritación y la rebeldía son hijas de la soberbia. En el Antiguo Testamento la mansedumbre era la virtud específica de los buenos israelitas que sufrían pacientemente los malos tratos que se les daban y, en lugar de vengarse personalmente de este injusto proceder ajeno, se refugiaban en Jehová. En el Nuevo Testamento, se refiere casi siempre a la actitud que el cristiano ha de guardar en relación con los demás (v. 1Co 4:21; 2Ti 2:25; Tit 3:2), y es un requisito indispensable no sólo para soportarse, sino también para el mutuo sometimiento (Efe 5:21).

(C) El apóstol no se ha contentado con decir «con humildad y mansedumbre», sino «con TODA humildad y mansedumbre», pues estas dos virtudes se requieren de forma total y constante para la actitud específica que, a continuación, menciona el apóstol: «soportándoos con paciencia los unos a los otros …». El original dice literalmente: «con (gr. metá, en sentido de compañía como en 1Ti 6:6) longanimidad, soportándoos recíprocamente (gr. allélous) en amor». Por tanto, vemos que lo que Pablo indica aquí es que «la humildad y mansedumbre, totales y constantes, acompañadas de longanimidad» (gr. makrothumía, anchura de ánimo, paciencia para tratar con personas) son el requisito previo para poder aguantarnos cómodamente los unos a los otros en la iglesia.

(D) El aguante, pues, que el verbo gr. anekhómenoi (participio de presente continuativo) comporta, es como la virtud que corona el complejo de virtudes necesarias para preservar la unidad eclesial, del mismo modo que el dominio propio corona las otras ocho facetas del fruto del Espíritu (v. Gál 5:23). Así como la intolerancia es el defecto que impide una comunión eclesial basada en el amor y la comprensión, así también el aguante mutuo es señal de que el amor rige y gobierna nuestro trato con los demás hermanos. Sólo el amor ayuda a comprender al hermano y, por tanto, a aguantarlo. Una de las señales de que andamos según la carne es tener por «insoportables» a otros hermanos, sin percatarnos de que los demás tienen también que «soportar» nuestros defectos; si no es nuestro vicio (por eso, nos tenemos por más santos que otros, comp. con Isa 65:5), será nuestra autosuficiencia, más abominable todavía a los ojos de Dios, pues ella nos incapacita para «aguantar».

La fe no figura en este cuadro de virtudes, ya que aquí no se trata de creer, sino de actuar (comp. con Gál 5:6). Su lugar lo ocupa, pues, el amor.

2. Como ya hemos mencionado, el apóstol no exhorta a producir la unidad, sino a preservarla (v. Efe 4:3), puesto que es la unidad hecha por el Espíritu, cuando por medio de Él fuimos incorporados al Cuerpo de Cristo (1Co 12:13). Por eso, no puede hablarse de «unidad del espíritu» como si se tratase (con minúscula) de un mero consentimiento humano, aun en los creyentes, para mantener tal unidad. No es obra del hombre, es un don de Dios, y por ello es «la unidad del Espíritu». Nada menos que se necesita la operación del Espíritu Santo para que la unidad de la Iglesia se establezca sobre bases sólidas y correctas. Dice Lenski: «Son muchos los que hoy están de acuerdo acerca de algún error o alguna manera de vivir (los monjes)». Y para que nadie piense que lo que el Espíritu creó puede ser preservado por el esfuerzo humano, añade el mismo autor: «No se necesita una declaración especial del hecho de que sólo por la ayuda del Espíritu podemos guardar lo que aquí está mandado».

3. A continuación el apóstol pasa a enumerar las bases de la unidad eclesial. Estas bases son siete: tres son constituyentes, otras tres son fundantes, y la última es trascendente.

(A) Los tres elementos constituyentes de la unidad eclesial son (v. Efe 4:4) «un solo cuerpo, un solo Espíritu, una sola esperanza». La Iglesia es una, no hay más que un solo Cuerpo de Cristo. Aunque los seres humanos que lo forman son visibles, la pertenencia real, espiritual, a este Cuerpo es invisible; sólo se muestra al exterior cuando es evidente que falta (v. 2Ti 2:19; 1Jn 2:19). El que, como el alma al cuerpo físico, da la vida espiritual a este Cuerpo que es la Iglesia, es el Espíritu Santo (v. 1Co 12:13), en paralelo con el Hijo (el Señor del v. Efe 4:5) y el Padre (v. Efe 4:6). Vemos, pues, el carácter trinitario (como en Efe 2:18) de la unidad eclesial. Y como la vida indica movimiento, se menciona aquí, en tercer lugar, una misma esperanza, como el motor que nos empuja hacia la meta de nuestro llamamiento, la herencia eterna en los cielos, pues al ser también única para todos los creyentes, nos estimula a preservar y fomentar la ya presente unidad. Dice Foulkes: «Para los que comparten la gloria de esa esperanza (Efe 1:18; Rom 5:2; Col 1:27), y tienen interés en dar de ella testimonio al mundo, es una locura no esforzarse ahora por mantener unidad en paz y amor».

(B) Vienen a continuación (v. Efe 4:5) tres elementos fundantes, esto es, que sirven de cimiento a la unidad eclesial: «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo». La Iglesia tiene una sola base: un solo Señor, porque el cristianismo no está basado primordialmente sobre una doctrina, sino sobre una persona: el cristianismo es Cristo. El énfasis está aquí en el aspecto soteriológico: la Obra de Cristo en el Calvario, base de su propio trascendente señorío (Flp 2:11), base igualmente de nuestra profesión de fe cristiana (1Co 12:3). Una sola fe no es el acto de fe de cada miembro de la iglesia, sino la fe objetiva, la creencia común de la congregación cristiana. Creencia siempre la misma (Heb 13:8), que no se puede alterar (Gál 1:6-9). Sólo la fe que se aferra a esta única creencia tiene la garantía de ser genuina. En cuanto a lo de un solo bautismo, que cierra esta segunda trilogía, opino, contra la mayoría de los autores, que no se trata del bautismo de agua sino del que, por la fe, nos sumerge en Cristo y nos proporciona la «bebida» del Espíritu (comp. con Rom 6:3.; 1Co 12:13; Gál 3:27), aun cuando en todos estos lugares tenga en mente Pablo el símbolo exterior del bautismo interior. El propio Leal (catolicorromano y jesuita) dice: «Un solo bautismo, no tanto por el rito cuanto por el sentido». Mis razones para opinar asi son dos: (a) Todos los siete elementos que aquí se enumeran son espirituales, interiores; un rito exterior estaría aquí fuera de lugar, (b) si la ordenanza del bautismo tuviese aquí un sitio, ¿por qué no menciona Pablo la Cena del Señor, siendo así que, más que el bautismo, simboliza la unidad de la Iglesia? (v. 1Co 10:16, 1Co 10:17).

(C) La lista se cierra con la mención de un elemento trascendente (v. Efe 4:6): «Un solo Dios y Padre de todos, el que (es o está) sobre todos y a través de todos y en todos» (lit.). La comparación con Rom 11:36 nos impide volver a dar a este versículo Efe 4:6 un repetido sentido trinitario; la idea, como la ha visto Barclay, es que los cristianos «viven en un mundo creado por Dios, controlado por Dios, sostenido por Dios, lleno de Dios». Comenta Foulkes. «Ya sea en un mundo con deidades para cada ciudad o nación, o para cada aspecto de la vida, como era el mundo de tiempo de Pablo, o en un mundo que, para todo objetivo práctico, ha renunciado de Dios, tal convicción sobre Él debería unir a los hombres más estrechamente que cualquier otro lazo humano».

4. Tras de los siete vínculos de la unidad eclesial, tenemos luego (v. Efe 4:7) la diversidad dentro de la unidad: «Ahora bien, a cada uno de nosotros nos fue dada la gracia conforme a la medida del regalo de Cristo» (lit.). Notemos aquí los siguientes detalles:

(A) La gracia de que aquí habla Pablo no es la gracia justificante, ya que ésta no tiene medida, pues es coextensa con la justicia imputada de Cristo, sino la gracia como don que capacita para un servicio o ministerio específico. Basta comparar este versículo con Rom 12:3-8 y 1Co 12:4-7 para percatarse de que estamos ante el mismo concepto de «gracia».

(B) Esta gracia se nos dio (aoristo ingresivo) según una medida; en otras palabras, no todos tienen las mismas capacidades, ni los mismos dones; cada miembro tiene su función especial en el Cuerpo de Cristo y, por tanto, una medida especial de gracia para el desempeño de tal función (v. 1Co 12:14.). Quien pretenda acaparar todos los dones y todas las funciones está destruyendo el Cuerpo en su propia definición.

(C) Esta medida de gracia es un regalo de Cristo, un don que el Señor da mediante la agencia de su Espíritu (1Co 12:4). Cristo produce y presenta el regalo; el Espíritu lo aplica y coloca en el creyente para beneficio de toda la comunidad eclesial. Cristo puede regalar con medida esta gracia a cada uno, porque a Él le fue dado el Espíritu sin medida (Jua 3:34; lit. «no por medida»). No se ve, pues, cómo a Lenski puede parecerle más probable el que «nuestros dones están de acuerdo con la medida del don concedido a Cristo» (v. también Jua 1:14, Jua 1:16, Jua 1:17).

5. A continuación el apóstol presenta el precio de la unidad eclesial (vv. Efe 4:8-10). «Por lo cual …» (v. Efe 4:8) significa la razón por la que Cristo puede distribuir desde el cielo sus dones a la Iglesia. Fue porque, antes de subir por encima de todos los cielos para llenarlo todo (v. Efe 4:10), hubo de descender primero a las partes más bajas de la tierra (v. Efe 4:9), no a los infiernos (según la mala traducción del ad ínferos del Credo, ya de por sí desorientador), según puede engañar la referencia hecha en nuestras versiones a 1Pe 3:19 (v. el comentario a dicho lugar), sino a esta tierra como lugar en que se llevó a cabo la más profunda humillación del Hijo de Dios (Flp 2:6-8) y, a la vez, su triunfo en la Cruz sobre los principados y potestades de las huestes espirituales de maldad (comp. Efe 6:12 con Col 2:15) a los que, con el derramamiento de su propia sangre y con su triunfante resurrección y ascensión a los cielos (v. Efe 4:8), arrebató los que estaban bajo cautiverio del diablo («llevó cautiva la cautividad», lit.).

La cita de Sal 68:18, «considerada como un enigma por los intérpretes» (Lenski), deja de ser tal enigma si se tiene en cuenta el sentido de los versículos Efe 4:18 y Efe 4:19 de dicho Salmo en el propio original (vv. Efe 4:19 y Efe 4:20 en el hebreo), que dice así: «Has subido a lo alto; te has llevado cautiva la cautividad; has tomado dones entre los hombres, incluso a los rebeldes para habitar (entre ellos), oh Yah Dios. Bendito (sea) el Señor; cada día lleva nuestras cargas el Dios de nuestra salvación». El comentario a esta porción puede verse en el lugar correspondiente. Lo único que aquí nos interesa repetir, pues ello sirve para descifrar el enigma al que alude Lenski, es que el verbo hebreo laqaj significa «recibir para dar», con lo que la aparente discrepancia del texto de Pablo (v. Efe 4:8), tanto con respecto al original hebreo como a la versión de los LXX, queda abundantemente explicada: Jesucristo, por medio de su Obra redentora, arrebató el botín que después iba a distribuir (comp. con Hch 2:33).

5. Los versículos Efe 4:11 y Efe 4:12 nos presentan los ministerios fundados por Cristo (comp. con 1Co 12:5) para el mantenimiento y el progreso de la unidad eclesial. Tales versículos dicen así a la letra: «Y Él mismo (Cristo, al empalmar con el v. Efe 4:8, ya que los vv. Efe 4:9 y Efe 4:10 forman un inciso parentético) dio (a la Iglesia) los unos, apóstoles; los otros, profetas; los otros, evangelistas; los otros, pastores y maestros; en orden a la capacitación de los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo». Varios detalles requieren aquí un análisis especial a causa de tantas traducciones defectuosas, debido esto, en gran parte, a toda clase de prejuicios.

(A) Lo primero que debe notarse es que el término directo del verbo dio son «los unos, apóstoles, etc.», e indica claramente que eso es lo que Cristo dio, no a quiénes lo dio (ya que entonces estaría en dativo). ¿A quién dio Cristo los apóstoles, etc.? Evidentemente, a la Iglesia, a su Iglesia, de la que es único Señor. Como dice Watchman Nee: «El Espíritu da dones a los hombres (o Cristo mediante su Espíritu, v. Efe 4:8 ); Cristo da hombres a su Iglesia». No puede, pues, traducirse: «Les dio el ser apóstoles, etc.». Mucho menos «Constituyó (como sobre una plataforma) a unos, apóstoles». Ni siquiera vemos aquí el verbo «colocar» (gr. títhemi) de Jua 15:16. No se trata, pues, de una posición de dominio ni de honor, sino de servicio (comp. con 1Pe 5:14).

(B) Se nombran aquí cuatro ministerios: dos de fundación, y otros dos de continuación. (a) Los apóstoles y los profetas son ministerios de fundación (comp. con Efe 2:20), porque sobre el mensaje que ellos proclamaron fue edificada la Iglesia. Esos no tienen sucesores. (b) Los evangelistas son los predicadores del Evangelio, que marchan en vanguardia roturando el campo y sembrando la semilla; los pastores y maestros son los encargados de edificar, de hacer crecer en la fe y en la conducta cristianas las congregaciones ya formadas por los predicadores del Evangelio. El hecho de que los pastores y maestros vayan unidos por un mismo artículo determinativo da a entender que una misma persona ha de ejercer ambos ministerios, pues el pasto es la buena doctrina (comp. con 1Ti 3:2; Tit 1:9). Sin embargo, en Rom 12:7; 1Ti 5:17, aparecen dichos ministerios en manos de distintas personas, lo cual indica que, aun cuando todos los pastores han de ser competentes para enseñar, hay líderes particularmente equipados para la enseñanza, mientras otros destacan por sus dotes de gobierno, y son especialmente dignos de doble honor los que ejercen fielmente ambas funciones.

(C) En vista de que los citados ministerios están ordenados, dicen relación, a (gr. pros. Comp. con Jua 1:1) la capacitación de los santos, es decir, de cada uno de los miembros de la iglesia (cada uno de acuerdo con el don, o dones, que haya recibido), la frase «para la obra del ministerio (o del servicio)», se entiende mejor al considerar dicho ministerio como ejercido por los miembros «capacitados», «bien equipados doctrinal y espiritualmente» mediante la formación llevada a cabo por los pastores y maestros, ya que el verbo griego katartízo (única vez que ocurre en todo el Nuevo Testamento) significa «equipar» o «amueblar de forma completa y conveniente»; en este caso, a los demás miembros de la iglesia, a fin de que éstos, a su vez, cooperen a la edificación de la iglesia mediante el ejercicio de sus dones respectivos.

(D) Notemos, en fin, que Pablo habla de la edificación del Cuerpo, así como en el versículo Efe 2:16 hablará del crecimiento del edificio, y unirá así las dos metáforas del cuerpo vivo y del edificio (al fin y al cabo, somos «piedras vivas», 1Pe 2:5 ).

6. Viene luego la meta final a la que tiende esta edificación, este crecimiento conjunto de la congregación cristiana, servida por ministros competentes y consagrados (v. Efe 4:13): «Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo». También este versículo requiere un análisis detallado.

(A) En primer lugar, hemos de notar que el verbo griego katantáo que usa Pablo aquí, significa «llegar al final, a la estación de término» (comp. con Hch 26:7; Flp 3:11). Indica, pues, algo que solamente se conseguirá al final de los tiempos (comp. con Efe 5:27). El griego pántes es distributivo: «todos y cada uno».

(B) De ahí que la unidad que en este versículo se menciona signifique una unidad perfecta, sin fisuras de ninguna clase, más allá de toda división denominacional. Será una unidad perfecta en la fe y en el pleno conocimiento doctrinal y experimental del Hijo de Dios, del Señor Jesucristo. El gran teólogo bautista A. Strong lo ilustra de la manera siguiente: «En los Estados Unidos de Norteamérica, nuestras haciendas están separadas por vallas y, en la primavera, cuando el trigo y la cebada están todavía brotando de la tierra, estas vallas se notan demasiado y dan al paisaje un aspecto poco agradable; pero al llegar el verano, cuando el cereal ha crecido y se acerca el tiempo de la recolección, las espigas son tan altas que las vallas quedan completamente ocultas y, en mucho kilómetros a la redonda, aparecen a los ojos del viandante como una sola hacienda».

(C) El apóstol añade que, cuando hayamos llegado a esa perfecta unidad, habremos llegado también a (la condición de) un varón perfecto (lit. gr. téleion). El modo de calibrar esta «perfección» escatológica es atendiendo a la frase siguiente: «a la medida de la edad de la plenitud de Cristo». «Plenitud de Cristo», como abundantemente demuestra Lenski, no puede entenderse en el sentido de Efe 1:23, sino «a todo lo que colma a Cristo»; yo añadiría «como a Cabeza de la Iglesia». En otras palabras, lo que, a mi ver, quiere expresar Pablo es que Cristo, la Cabeza, está plenamente desarrollado; lo que falta es que su Cuerpo, que es la Iglesia, alcance el completo desarrollo que le corresponde de acuerdo con la medida plena que la Cabeza ya alcanzó. Añade Lenski: «no en el sentido de la perfección de Cristo, que entonces significaría el que todo creyente pudiera llegar a una edad de perfección moral, o a poseer un carácter semejante al de Cristo. La plenitud hace claro lo que hay en el Hijo de Dios , Aquel que ascendió y descendió y tiene por consiguiente tantos dones para los hombres, y entre tales dones, los apóstoles, etc., los cuales han de prepararnos por la Palabra para lograr nuestra meta». Sin embargo, Lenski parece no tener en cuenta que es precisamente a esta meta a la que se refiere el apóstol en ese «hasta que lleguemos todos», por lo que, si el Cuerpo ha de estar ya desarrollado a la medida de la edad de la plenitud de Cristo, ha de ser ya, en cada uno de los miembros, enteramente semejante a Cristo (comp. con 1Jn 3:2). Naturalmente, esto jamás borrará la trascendencia de la Cabeza, la distancia inmensa entre la perfección ontológica de la Cabeza y la del Cuerpo, pero el Cristo espiritual completo (V. el comentario a 1Co 12:12 b) habrá alcanzado toda la perfección posible en cuanto a unidad, vida espiritual y funcionalidad sin defectos ni estorbos de ninguna clase.

7. En séptimo lugar, tenemos los estorbos que se oponen a que esa unidad alcance de momento tal perfección (v. Efe 4:14): «Para que ya no seamos niños pequeños (gr. népioi), zarandeados por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error». Analicemos este versículo tan rico en imágenes.

(A) Contra la opinión de Lenski, no hay motivo para suponer que la conjunción hína carece aquí de sentido causal. El apóstol ha dicho en el versículo Efe 4:12 que la función del ministerio específico («pastores y maestros») es equipar a los miembros de la iglesia para la tarea que cada uno debe desempeñar en el Cuerpo, con vistas a un crecimiento normal que debe prolongarse hasta que hayamos llegado (v. Efe 4:13) a la estación de término. Ahora (v. Efe 4:14) «expone negativamente el blanco del ministerio. A la madurez espiritual del cuerpo de Cristo se opone la infancia espiritual de sus miembros» (Leal).

(B) Los miembros inmaduros son como «niños pequeños» (gr. népioi) en sentido peyorativo. En efecto, los niños pequeños tienen dos cualidades positivas: su inocencia (siempre relativa) y el sentimiento de su propia pequeñez. En esto, hemos de parecernos a ellos, como dijo el Señor, para alcanzar el Reino de los cielos. Pero tienen también dos defectos propios de su tierna edad: carecen de discreción para distinguir el oro del oropel y están expuestos a creer todo lo que les digan los «mayores» (comp. con 1Co 14:20). Estos dos defectos son los que tiene aquí en mente el apóstol. Por eso, desea que todos los miembros de la iglesia crezcan y se robustezcan en doctrina y en conducta espirituales, a fin de que no se dejen engañar por falsos maestros, como ocurría en Corinto y, especialmente, en Galacia.

(C) Pablo compara a estos miembros inmaduros (como niños pequeños) a un barquito sin ancla, sin brújula y sin timón, que es zarandeado por las olas (lit. llevado en derredor, esto es, de un lado a otro, sin rumbo fijo) por todo viento de doctrina. Así como un viento muy fuerte puede trastornar un barquito inestable, así también una enseñanza errónea, pero expresada con fuerza retórica por quienes son tenidos falsamente por grandes «maestros de la Palabra», puede trastornar incluso a los que están familiarizados con las Escrituras.

(D) Muchos de los falsos maestros obran así por prejuicios doctrinales o superficiales interpretaciones de la Biblia; pero, a veces también, por celos de otros hermanos o para sentar cátedra de «conocedores del sentido que inspiró el Espíritu», etc. Así resultan engañados los inmaduros. Los términos que usa el apóstol son sumamente expresivos: kubéia (de donde viene «cubo») significa el «juego a los dados», juego de azar y, por ello, propicio para hacer trampas; es, pues, una «estratagema» fraudulenta; panourguía es siempre (v. Luc 20:23; 1Co 3:19; 2Co 4:2; 2Co 11:3) astucia en su peor sentido (comp. con el panoúrgos de 2Co 12:16); methódeia (de la misma raíz que méthodos, método, aunque este último vocablo no sale en el Nuevo Testamento), indica un plan perverso y premeditado; y pláne (de donde procede «planeta». V. planétes en Jud 1:13) significa error en forma de extravío, un «ir dando vueltas», como los planetas, siempre lejos del centro.

8. Para no caer en este peligro, Pablo prescribe la receta oportuna (v. Efe 4:15): «sino que aferrándonos a la verdad en amor, crezcamos en todo hacia aquel que es la cabeza, esto es, Cristo». El verbo alethéuontes es difícil de traducir al pie de la letra; tendríamos que inventar el vocablo «verdadeando». Puede significar «obrar con verdad», «seguir la verdad», «practicar la verdad», etc. Personalmente, prefiero la versión de la RV 1977 (que también aparece en el margen de La Biblia de las Américas); «aferrándonos a la verdad», pues ofrece un buen contraste con el versículo Efe 4:14, donde prevalece la inestabilidad. Esto ha de hacerse en amor (lit.), amorosamente, a fin de cultivar el progreso espiritual de los comiembros, al revés de los falsos maestros, los cuales engañan astutamente para sus propios fines egoístas. El crecimiento ha de ser hacia arriba, hacia Cristo, que es la Cabeza, pues en Él se halla el centro de la fe y la fuente de todo desarrollo espiritual.

9. Finalmente, Pablo expone (v. Efe 4:16. Comp. con Col 2:19, de construcción más fácil) el dinamismo de la unidad eclesial, es decir, el funcionamiento del organismo, donde podemos observar los siguientes detalles:

(A) Para entender este versículo de construcción difícil, demasiado densa, es preciso unir primero la frase inicial con la final: «De quien (Cristo) todo el cuerpo … recibe su crecimiento para ir edificándose en amor». La Iglesia (todos y cada uno de los miembros en comunión espiritual) recibe de Cristo, su Cabeza, por medio de su Espíritu, todo lo que tiene en el orden espiritual: vida, unidad y movimiento. «Todo el cuerpo» (v. Efe 4:16) crece así en todo (v. Efe 4:15).

(B) Viene después, en el centro del versículo, la forma en que cada miembro recibe de la Cabeza la provisión espiritual:

(a) Hay primero una disposición general, expresada por medio de dos participios medio-pasivos de presente: El primero es sunarmologoúmenon vocablo que se compone de tres partes: sun (con), armo (articulación; de él procede el vocablo «armonía») y logoúmenon (del verbo légo, en su primer sentido de estar colocado); significa, pues, que los miembros han de estar juntamente colocados articuladamente, esto es, bien conectados. El segundo es sumbibazómenon y está compuesto de dos partes: sum (sum ante labial) y bibazómenon, que significa levantar; da, pues, a entender que los miembros están conectados en posición vertical con la cabeza. El verbo compuesto, como aparece aquí, «se usa, en general, para reunir cosas o personas, para reconciliar a quienes han estado pendenciando y para acumular hechos en un argumento o en un curso de enseñanza» (Foulkes). En el primero se enfatiza la articulación; en el segundo, la receptividad conjunta.

(b) Hay después una funcionalidad: Este ajuste bien trabado de todos los miembros entre sí «mediante toda juntura de suministro (o sustento)», como dice literalmente el original, entra en función «conforme a la energía que se pone en actividad en la medida (comp. con el v. Efe 4:7) de cada uno de los miembros». Esto significa, ni más ni menos, que, aun cuando de la Cabeza fluya el suficiente sustento espiritual para mantener vivo y desarrollado todo el cuerpo, depende de la forma en que cada miembro actúa el que el alimento que viene de la Cabeza-Cristo pase limpio y sin obstrucciones a los demás miembros o se quede estancado en algún lugar por falta de «paso libre», con lo que algunas partes del cuerpo no pueden menos de permanecer atrofiadas o anquilosadas.

(C) La meta de esta especie de sistema nervioso-vascular espiritual es el crecimiento de todo el cuerpo en amor (última parte del versículo), puesto que el amor es el que impulsa a cada miembro a poner de su parte el máximo rendimiento, a fin de que los demás comiembros reciban el mayor provecho espiritual posible. Por eso, Pablo repite tantas veces, en esta Epístola, la frase en amor (Efe 1:4; Efe 3:17; Efe 4:2, Efe 4:15, Efe 4:16; Efe 5:2). El crecimiento de cada congregación cristiana, de puertas para adentro primero (misterio), y de puertas para fuera después (misión), depende enteramente de la forma en que se lleve a cabo la funcionalidad que aquí describe el apóstol.

Efesios 4:2 explicación
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Efesios 4:2 resumen para niños
Efesios 4:2 interpretación bíblica del texto

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