Éxodo 3:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Los años de la vida de Moisés se dividen curiosamente en tres cuarentenas: los primeros cuarenta años los pasó como príncipe en la corte de Faraón; los segundos, como pastor en Madián; los terceros, como rey en Jesurún. Había terminado la segunda cuarentena de años, cuando recibió de Dios la comisión de sacar de Egipto a Israel. A veces, pasa mucho tiempo antes de que Dios llame a sus siervos para la obra a los que les había destinado desde la eternidad. Es el tiempo en que su gracia los está preparando.

I. Cómo esta aparición de Dios a Moisés le sorprendió estando ocupado. Estaba apacentando las ovejas de su suegro (v. Gén 3:1) cerca del monte Horeb. Este era un oficio muy bajo para un hombre de su educación y de sus cualidades. Esta era, en su opinión, la ocupación que le había tocado en suerte y no veía signo alguno en contra, sino que había de morir siendo un pobre y despreciado pastor, como había vivido estos últimos cuarenta años. Pero Moisés conoció a Dios en un desierto mucho mejor que le había conocido en la corte de Faraón. Cuanto más solos nos vemos, mejor nos percatamos de que nuestro Padre está con nosotros.

II. Cómo fue esta aparición. Para su gran sorpresa, vio una zarza ardiendo, aunque no se veía fuego alguno, ni desde la tierra ni desde el cielo, que la hubiese encendido; y, lo que es más extraño, la zarza no se consumía (v. Gén 3:2). Fue una extraordinaria manifestación de la presencia y de la gloria de Dios. 1. Vio una llama de fuego. Cuando Dios prometió a Abraham la futura liberación de Israel de la tierra de Egipto Abraham vio una antorcha de fuego, que significaba la luz de gozo que tal liberación había de causar (Gén 15:17); pero ahora brilla con mayor resplandor, como llama de fuego, porque Dios estaba purificando a su pueblo. 2. Este fuego no estaba en un cedro alto y majestuoso, sino en una zarza punzante, símbolo del Israel, pequeño, pero correoso y de dura cerviz. 3. La zarza ardía, y no se consumía. Aunque Dios estaba refinando a Israel, no quería acabar con él, sino que lo iba a salvar. Dios es fuego consumidor (Heb 12:29), que destruye los materiales combustibles, pero refina y purifica los metales preciosos (1Co 3:12.).

III. La curiosidad que sintió Moisés de ver este fenómeno extraordinario: Iré yo ahora y veré esta gran visión (v. Gén 3:3).

IV. La invitación que recibió a que se acercara, pero no demasiado ni precipitadamente.

1. Dios le llamó benévolamente, y Moisés respondió prontamente a este llamamiento (v. Gén 3:4). Tan pronto como Moisés se volvió, Dios le llamó dos veces por su nombre: Moisés, Moisés. La palabra de Dios siempre vino uncida a la gloria de Dios, porque cada visión divina tenía por objeto una revelación divina (Job 4:16.; Gén 33:4-16). Y, cuando Dios repite el nombre dos veces, lo cual ocurre siete veces en la Biblia (Gén 22:11; Gén 46:2; Éxo 3:4; 1Sa 3:10; Luc 10:41; Luc 22:31; Hch 9:4), su mensaje tiene una solemnidad específica y peculiar. Moisés contestó prontamente. La llamada divina se hace efectiva cuando le damos una respuesta obediente, como aquí hace Moisés: ¡Heme aquí!

2. Dios le manda tomar una necesaria precaución. Debe acercarse, pero no demasiado. Es su conciencia la que tiene que quedar satisfecha, no su curiosidad; y debe expresar su reverencia y su prontitud para obedecer: Quita tus sandalias de tus pies, como un criado. Quitarse el calzado era entonces una señal de respeto y sumisión, como lo es ahora el quitarse el sombrero.

V. La solemne declaración que hizo Dios de su nombre, por el cual sería conocido de Moisés: Yo soy el Dios de tu padre (v. Éxo 3:6). Abraham estaba muerto y, sin embargo, Dios es el Dios de Abraham; por consiguiente, el alma de Abraham vive, pues mantiene una relación viva con el Dios vivo (Mat 22:32; Mar 12:27; Luc 20:38). Y, para que el alma sea completamente feliz, Dios hará que el cuerpo resucite un día. Mediante sus palabras, Dios demostró que se acordaba de su pacto (Éxo 2:24).

VI. La solemne impresión que esto hizo en Moisés: Cubrió su rostro, como quien está avergonzado y, a la vez, temeroso de mirar a Dios. No tuvo miedo de mirar una zarza que ardía sin consumirse, hasta que se percató de que Dios estaba en ella.

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