Ezequiel 3:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Estos versículos pueden considerarse como una continuación del capítulo anterior, pues tratan de la misma materia: la misión que Ezequiel recibe de comunicar al pueblo lo contenido en el rollo que le ha sido presentado en Eze 2:9, Eze 2:10. Vemos aquí:

1. Cómo debe recibir él mismo la revelación que se le hace (v. Eze 3:1): «Hijo de hombre, come lo que hallas; come este rollo, asimila su contenido, imprimiéndolo en tu mente y en tu corazón, de forma que tu alma se nutra de él y sea fortalecida por él; llénate de él como se llena el que está hambriento del alimento material». Toda palabra de Dios es provechosa para el alma (2Ti 3:15-17), y hemos de recibirla sin repugnancia y sin discutir. El que, por medio de su Espíritu Santo, nos extiende el rollo y nos abre el entendimiento, nos incita también a comerlo, asimilarlo hasta hacerlo, por la práctica, parte de nuestra sustancia espiritual. Si Él no hiciese todas estas cosas, seríamos para siempre extraños a la Palabra de Dios. Aunque el rollo estaba lleno de lamentaciones, endechas y ayes (Eze 2:10), a Ezequiel le supo en la boca dulce como la miel (v. Eze 3:3, al final). Dice Feinberg: «Por muy penosa que sea la labor, hay satisfacción en hallar y poner por obra la voluntad de Dios y en ejercer un servicio en comunión con el Dios viviente».

2. Cómo ha de entregar a otros la revelación divina que él mismo ha recibido (v. Eze 3:1): «Come este rollo, y ve y habla a la casa de Israel». No es enviado a los caldeos para reprenderles por sus pecados y la opresión que ejercen sobre el pueblo de Dios, sino a la casa de Israel para reprenderles por sus pecados; porque un padre corrige a su hijo que no se comporta como debe, pero no corrige al hijo de un extraño.

(A) Ha de recordar que son la casa de Israel a la que Dios le envía para que les hable, casa de Dios y también suya. Con ellos estaba estrechamente relacionado, no sólo por ser compatriotas, sino también compañeros de tribulación (vv. Eze 3:4-6).

(B) Ha de recordar lo que ya le había dicho Dios del carácter de los destinatarios de su mensaje, a fin de que no se decepcione ni se desanime si no le prestan atención, pues son gente dura de frente y obstinada de corazón (v. Eze 3:7, al final, comp. con Eze 2:4). No hay en ellos convicción de pecado que les haga ruborizarse, ni denuncia del pecado que les haga temblar. Su obstinación va dirigida contra Dios mismo (v. Eze 3:7): «Mas la casa de Israel no te querrá oír, porque no me quiere escuchar a mí». No están dispuestos a obedecer la ley de Dios y, por eso, se hacen los sordos a la voz de los profetas, cuyo oficio es hacer cumplir dicha ley.

(C) Pero Dios le capacitará a poner buena cara ante esta perspectiva (vv. Eze 3:8, Eze 3:9): «He aquí que yo he hecho tu rostro fuerte contra los rostros de ellos, etc.». Dios le dará firmeza y osadía. Cuanto más desvergonzados y atrevidos son los impíos en su oposición a la religión, tanto más abierta y resueltamente debería portarse el pueblo de Dios en la práctica y la defensa de la religión. Cuando el vicio es atrevido, la virtud no debe escabullirse furtivamente.

(D) Por consiguiente, se le ordena que tenga coraje y se lance a la obra, sin miedo a las censuras ni a las amenazas de sus enemigos. Ni el rostro enojado ni la lengua maldiciente deben intimidar a unos labios que reprenden con la mejor de las intenciones. No sólo ha de decirles lo que Dios dice, sino también que es Dios quien lo dice (v. Eze 3:11): «Así dice el Señor Jehová; háblales y diles eso, escuchen o dejen de escuchar». No quiere decir que a Ezequiel (y, por extensión, a cualquier ministro de Dios) le haya de resultar indiferente el resultado del ministerio, sino que, cualquiera sea dicho resultado, hemos de seguir adelante con nuestra obra y dejar a Dios las consecuencias.

(E) Después oyó Ezequiel (v. Eze 3:12) una voz de gran estruendo, como si los ángeles se reuniesen a presenciar la inauguración de un profeta. Según Malbim (citado por Fisch), «la voz de gran estruendo escuchada por el profeta fue la de la Merkabah (la carroza de los querubines nota del traductor ), que estaba presente en la visión, pero se retiró al marcharse Ezequiel a cumplir su misión». Esta explicación es confirmada por el paralelismo del versículo Eze 3:13. Pero todo este estruendo terminó con voces de alabanza (v. Eze 3:12, al final): «Bendita sea la gloria de Jehová desde Su lugar». Aunque es cierto que el lugar de la gloria de Dios es el Universo entero (v. Isa 6:3), Su lugar puede designar específicamente, como explica Malbim, «Jerusalén, que continúa siendo la morada de la gloria divina».

(F) Con amargura e indignación de su propio espíritu (v. Eze 3:14), fue transportado por el espíritu divino, infinitamente más fuerte que el suyo propio, para cumplir su difícil misión. Esto mismo es lo que expresa la frase final del versículo Eze 3:14: «mientras la mano de Jehová era fuerte sobre mí». Dios le había ordenado ir, pero no le impulsó a ir hasta que el espíritu le levantó y lo transportó al campo de misión. De buena gana se habría guardado Ezequiel para sí todo lo que había oído y visto, pero fue transportado por el impulso de Dios, de forma que no pudiese menos de proclamar las cosas que había visto y oído, como los apóstoles (Hch 4:20).

(G) Allá se fue con el espíritu amargado e indignado, «porque la obstinación de su pueblo había de hacer tan difícil su tarea (cf. Mat 11:21-24; Luc 4:24-27)» (Ryrie). Quizás había presenciado lo que le había sucedido a Jeremías en Jerusalén: las dificultades para ejercer su ministerio y lo mal que le habían tratado. Sin embargo, no desobedeció a la visión celestial, ni se escabulló, como Jonás, del llamamiento de Dios, sino que, amargado e indignado como estaba, sin embargo fue. La misma mano de Dios, que fue fuerte sobre él para llevarlo al campo de misión, había de ser también fuerte sobre él para equiparle y animarle frente a las dificultades que le esperaban.

(H) Así llegó (v. Eze 3:15) a los cautivos en Tel-abib (que significa, según Feinberg, «colina de las espigas verdes»), que moraban junto al río Quebar (comp. con Eze 1:1). Allí estuvo sentado durante siete días, a la espera de que le llegase el mensaje de Dios. Comenta Fisch: «Durante siete días, estuvo sentado el profeta entre su pueblo, sin hablar ni moverse, probablemente esperaba nuevas instrucciones, que recibió a continuación. El número siete juega un papel significativo a lo largo de las Escrituras. En opinión de Kimchi, éste y los demás incidentes narrados hasta el final del capítulo Eze 11:1-25, no fueron llevados a cabo en realidad, sino sugeridos a Ezequiel durante su estado visionario. Sólo entonces como se menciona en Eze 11:25, le fue permitido hablar al pueblo y contarles todas sus experiencias».

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