Filipenses 2:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Filipenses 2:1 | Comentario Bíblico Online

Esta sección comprende tres porciones estrechamente conectadas entre sí. En los versículo Flp 2:1-4, el apóstol exhorta a los filipenses a mantener la unidad de pareceres y sentimientos, en humildad y movidos por el amor. En los versículos Flp 2:5-8, les pone delante el ejemplo de Cristo con su humillación sin par. En los versículos Flp 2:9-11, describe cómo Dios le exaltó hasta lo sumo tras haberse humillado Él hasta lo más bajo.

1. Después de exhortar a los filipenses a luchar valientemente frente a los de fuera (Flp 1:27-30), el apóstol pasa a exhortarles a que promuevan la unidad fraternal dentro de la congregación. Lo hace en forma de una especie de adjuración solemne en cuatro sentencias que muestran el gran interés de Pablo por el tema que lleva entre manos. Conviene leer estos versículos en la NVI, que dice así:

«Si tenéis algún estímulo por estar unidos a Cristo, si algún consuelo de su amor, si algún compañerismo con el Espíritu, si alguna ternura y compasión, entonces, completad mi gozo siendo de un mismo pensar, teniendo el mismo amor, siendo uno en espíritu y propósito. No hagáis nada por ambición egoísta o vanagloria, sino en humildad considerad a los demás como superiores a vosotros mismos. Cada uno de vosotros debe velar, no sólo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás». Analicemos en detalle estos versículos:

(A) El apóstol no duda de que, en alguna medida, existen en los fieles de Filipos todas esas cosas que él menciona. Así lo da a entender la propia construcción griega que usa («ei tis») y que en otros lugares hemos visto como suposición de que, efectivamente, era un hecho lo que con ella se enunciaba, no como una duda. Dice Lenski: «Se supone que todas las condiciones sean realidades, porque de otra manera habrían de tener diferente forma en griego».

(B) Como el apóstol da por sentado que tales cualidades están presentes en la comunidad cristiana de Filipos, eso le da pie para insistir en la unidad eclesial, la cual, por lo que vemos en Flp 4:2, no era perfecta. «Completad, dice, mi gozo …» (v. Flp 2:2). Parafrasea A. Segovia: «Ya estoy alegre por las buenas noticias de vosotros (cf. Flp 1:4, Flp 1:5); llenad ahora mi gozo». El apóstol espera que lo hagan de inmediato (gr. plerósate; el verbo está en imperativo de aoristo), como algo no sólo importante, sino también urgente. Les pide: (a) que sean de un mismo sentir (el mismo verbo del v. Flp 2:5), esto es, que tengan unanimidad de pareceres y de sentimientos (mentalidad y sentimiento van incluidos en el verbo griego phronéte. (b) Esta unidad de pareceres y sentimientos aparece detallada como «un solo amor», esto es, un mismo objeto de interés, de preocupación amorosa; «una sola alma» (expresión no igual, pero parecida a la de Hch 4:32), es decir, unánimes, vibrando juntos al son de unos mismos ideales e impulsados por las mismas motivaciones; «y con unidad de propósito» (el mismo verbo, pero en participio de presente phronoúntes , en el sentido específico de Col 3:2Col 3:2 «poned la mira …»); «las mismas aspiraciones» (A. Segovia).

(C) En los versículos Flp 2:3 y Flp 2:4, propone las virtudes básicas que facilitan esa actitud cristiana de múltiple unanimidad; humildad (v. Flp 2:3) y generosidad (v. Flp 2:4). Contrapone a la humildad la rivalidad y la vanagloria; y a la generosidad, el mirar exclusivamente por lo de uno mismo (v. Flp 2:21). Para entender bien, y aplicar correctamente en la práctica, lo que el apóstol entiende por humildad y generosidad, observemos de cerca las dos frases que las cualifican y especifican respectivamente:

(a) En cuanto la humildad, dice: «teniendo (consideración mezclada de estima, el mismo verbo del v. Flp 2:6 ) cada uno a los demás como superiores a sí mismo» (lit.). Esto no va contra las normas que el mismo apóstol propone en Rom 12:3 y 2Co 10:12, 2Co 10:13. En Flp 2:3, no se trata de vencer el complejo de inferioridad ni el de superioridad, sino de prestar respeto, consideración y honor a los demás, sin requerir para nosotros ese honor, ese respeto y esa consideración. Cada uno, por gratitud a Dios y por responsabilidad en el desempeño de sus respectivas funciones, ha de ser consciente de sus propios dones y de la capacidad y facultades que Dios le ha otorgado; la humildad no está reñida con la verdad; pero aquí no se trata de eso.

(b) En cuanto a la generosidad, el apóstol no exige que cada uno no mire por sus propios intereses, sino que no mire únicamente por lo suyo propio, sino también por lo de los otros. Como único ejemplo en todo el Nuevo Testamento, el pronombre indefinido ékastos, cada uno, aparece aquí en plural en segundo miembro de la frase. Algunos MSS tardíos lo cambiaron por el singular. Algún copista lo enmendó, a fin de obtener la simetría con el primero.

2. Viene a continuación el ejemplo de la humildad y generosidad que nos dio el Señor Jesucristo (vv. Flp 2:5-8). Ésta es una de las porciones más importantes doctrinalmente de todo el Nuevo Testamento. Vale la pena traducirla del original literalmente, antes de comentarla:

«Esto sentid (gr. phroneíte, presente continuativo) en (o entre) vosotros, lo cual también (hubo) en Cristo Jesús; el cual, existiendo (gr. hupárkhon, presente de participio) en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como cosa a la que aferrarse, sino que se vació (esto es, se anonadó) a sí mismo, tomando forma de esclavo, venido a ser (gr. guenómenos, aoristo, como en Gál 4:4 dos veces ) en semejanza de hombres (contraste con Gén 1:26), y hallado en su porte exterior (gr. skhémati. Véase el verbo compuesto correspondiente en Rom 12:2) como hombre, se abatió (se empequeñeció) a sí mismo, hecho obediente hasta (la) muerte; muerte, por cierto (gr. de; aquí, en sentido de énfasis), de cruz». Las especulaciones teológicas previas al estudio cuidadoso de este pasaje han hecho que la mayoría de los autores pierdan la perspectiva de las verdades bíblicas aquí implicadas.

(A) En primer lugar, ha de tenerse en cuenta que el apóstol no contrapone la naturaleza (phúsis) divina de Cristo, anterior a la encarnación (de la que no trata aquí), a la naturaleza humana que asumió en el tiempo, sino la forma de Dios a la forma de esclavo. La «forma» (gr. morphé) es algo que se deriva, de suyo (del interior), de la «naturaleza» (gr. phúsis), pero no se identifica con ella. Alguien puede despojarse de su «forma», pero no de su «naturaleza». ¿Cuál es esta «forma de Dios»? La majestad imponente, soberana, que de su infinita trascendencia divina emana. A esta «forma» gloriosa renunció el Señor de la gloria (1Co 2:8, comp. con Jua 17:5). Bien mirado, no fue un «milagro» el que Jesucristo apareciese glorioso, durante unos pocos minutos, en su Transfiguración, sino el que apareciese sencillamente como un hombre que dice la verdad (Jua 8:40), durante más de treinta años de su vida mortal, sin la majestad imponente del Dios del Sinaí.

(B) De esta «forma», de esta majestad imponente, es de lo que Cristo se despojó al tomar la «forma de esclavo»; del infinito de la majestad suprema, al cero de la ínfima servidumbre. No es la distancia entre Dios y el hombre lo que Pablo tiene aquí en mente, aun cuando esta distancia sea ya infinita, sino la distancia entre la majestad y la esclavitud sumisa, no impuesta, sino voluntariamente asumida. Téngase esto en cuenta, a fin de no perder la perspectiva de toda la porción.

(C) Dice el apóstol que Cristo tomó esta resolución «no teniendo el ser igual a Dios como algo a que aferrarse». Que el vocablo harpagmón (botín o presa) ha de tomarse en este sentido, no como «cosa robada o arrebatada», está claro por la conjunción adversativa fuerte (gr. allá) con que comienza el versículo Flp 2:7, la cual estaría completamente fuera de lugar si se tradujese de ese otro modo. Ser igual a Dios (gr. to éinai ísa Theó) equivale literalmente a «ser las mismas cosas que Dios es», en consonancia con lo que el mismo Señor dijo en Jua 14:9: «el que me ha visto a mí, ha visto al Padre». Dos consideraciones de enorme importancia, tanto doctrinal como práctica, se desprenden del versículo Flp 2:6:

(a) Ése (Cristo) que, desde antes de la fundación del mundo (Jua 17:5), existía en forma de Dios, con una gloria igual a la del Padre, es igual a Dios, al Padre. Esto ofrece una doble vertiente de gran relieve para lo devocional: Primero, en Jesucristo habita la plenitud de la Deidad (Col 2:9): todo lo que hay en Dios, lo hay en Cristo. El trono es de Dios y del Cordero (Apo 22:1). Jesucristo se merece el mismo amor, el mismo respeto, la misma obediencia que Dios. Segundo, en Dios no hay absolutamente nada que no esté en Cristo. Como escribe A. M. Ramsey, no hay en Dios ninguna cualidad «no-crística». Así que, al ver al Jesús humilde, tierno, amoroso, siempre «el hombre para los demás», estamos contemplando a Dios. EN NADA ES DIOS DE OTRA MANERA QUE JESUCRISTO.

(b) Al despojarse de su majestad divina, Cristo mostró que no tenía intención de aferrarse a su condición, única y exclusiva de Él, de ser igual a Dios en esa majestad infinita, inaccesible. Ahora bien, esto no puede menos de traernos a las mientes la conducta totalmente opuesta del más alto querubín y del primer ser humano, el Primer Adán. Si el personaje simbolizado por el rey de Tiro en Eze 28:1-26 es Satanás, como opinan los mejores exegetas, su deseo de ser como Dios y escalar el trono de Dios (Eze 28:2. Véase también Isa 14:13, para expresiones similares), está en total contraposición al sentir de Jesucristo. Lo mismo decimos de nuestros primeros padres, quienes sucumbieron a la tentación de Satanás de «ser como Dios» (Gén 3:5), por su propio camino, contra la voluntad de Dios. Frente a estas actitudes de «rebeldía» orgullosa y autosuficiente, tenemos la actitud de «sumisión» absoluta, propia del esclavo, de Jesucristo, quien, siendo igual a Dios, se despoja del manto regio de la divina majestad para vestirse la librea del esclavo servidor (comp. con Jua 13:3-17). Quien deja «la forma de Dios» y al vestirse «la forma de esclavo», le dice a su Dios y Padre: «Padre mío, yo no aspiro a escalar tu trono y ser el dominador del Universo, yo sólo quiero ser un esclavo tuyo. ¡Aquí me tienes para hacer tu voluntad! (Heb 10:7). Quiero hacer, sólo y siempre, lo que te agrada (v. Jua 8:29).» ¡Cómo disfrutaría el corazón del Padre, al ver que su Hijo Unigénito se ofrecía a desagraviarle de la rebeldía de Satanás y de Adán! El Postrer Adán iba a ser así «espíritu vivificante» para todos los que, por Él, se acercan a Dios, pues con su obediencia iba a rectificar lo que, con su desobediencia, había echado a perder el Primer Adán (Rom 5:19).

(D) Por cierto, al tomar voluntariamente la «forma de esclavo», el Señor Jesucristo se vació de su majestad aterradora, pero no de su naturaleza divina; así lo insinúa ya (sin recurrir a la «analogía de la fe») la frase final del versículo Flp 2:7: «venido a ser semejante a los hombres» (lit. en semejanza de hombres). El «venido a ser» (gr. guenómenos) es algo que contrasta con el hupárkhon («existiendo», condición estable) del versículo Flp 2:6. «En semejanza de hombres» no significa que no llegase a ser hombre verdadero, pero sí da a entender una diferencia: «que Cristo no era puramente hombre» (A. Segovia). También en Rom 8:3, dice que «Dios envió a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado, para dar a entender que, aunque su carne era verdaderamente carne humana, tenía una diferencia: su naturaleza humana era sin pecado, aunque en su exterior parecía como los demás hombres, cuya naturaleza lleva dentro el pecado. Por una de las paradojas divinas, no era el Dios majestuoso, sino el Cristo hecho esclavo, el que había de destruir, por medio de la muerte, el poder del diablo» (Heb 2:14).

(E) La construcción gramatical sigue (v. Flp 2:8) su curso minuciosamente ordenado en su avance, hasta el punto de que son muchos los autores que ven, en Flp 2:5-11, vestigios de un himno que ya se cantaba en las iglesias en el tiempo en que Pablo escribe la Epístola, y que el apóstol incorpora aquí por ser una ocasión propicia para insertarlo. Lo cierto es que el «llegado (o venido) a ser en semejanza de hombres», con que termina el versículo Flp 2:7, halla su explanación natural en el versículo Flp 2:8, como se ve por la conjunción copulativa griega kai con que empieza este versículo: «y como fue hallado en su porte exterior como hombre, se abatió (lit. se empequeñeció) a sí mismo, hecho (de nuevo, guenómenos) obediente hasta la muerte; y, por cierto, muerte de cruz». Analicemos de cerca este versículo Flp 2:8.

(a) «Y como fue hallado (o, al ser hallado) en su porte exterior como hombre …». La frase, en su misma construcción gramatical, muestra que el hecho mismo de presentarse en público como un hombre cualquiera ya era un despojo evidente de su gloria. Por lo que se veía al exterior, Jesucristo nació, creció, trabajó, comió y bebió, se fatigó, tuvo que dormir para reponer energías, etc., como cualquier otro ser humano. Compartió todas las debilidades humanas, excepto el pecado, que es el verdadero mal del hombre (Jua 8:46; Heb 4:15; Heb 7:26).

(b) Pero no es en esto donde carga Pablo el abatimiento de Cristo, sino (consecuente con lo que ha dicho sobre «la forma de esclavo») en su obediencia total, de todo corazón, a la voluntad del Padre, aunque al Padre no se le mencione explícitamente aquí. Esta obediencia comportaba, y Jesús lo sabía muy bien desde su entrada en el mundo (Heb 10:7), ir a la muerte por el áspero camino del Calvario (Jua 10:18). Dice Segovia: «La muerte en cruz, escandalosa y afrentosa para los judíos, suma necedad para los gentiles, es el ejemplo más sublime de renunciamiento y humildad, virtudes a las que exhorta Pablo como condiciones de la unión (cf. Flp 2:3)».

(c) Por eso, se advierte un énfasis especial en la última frase del versículo Flp 2:8: «muerte, por cierto, de cruz». Escribe Teodoro de Mopsuestia (350 428) acerca de este punto: «La muerte es humillación para Dios, no para el hombre; otra cosa es la muerte en cruz». Tanto es así que sólo con la ayuda de un extraordinario poder celestial (v. Luc 22:43; Heb 9:14), pudo Jesús vencer la repugnancia que la naturaleza humana tiene hacia una muerte tan cruel y dolorosa. Pensar que, por ser el Hijo de Dios, tal tormento fue más llevadero para Él que para otros hombres, es puro y grosero monofisismo. Precisamente por ser el Hijo de Dios, su psicología humana percibía mejor que la de cualquier otro ser humano la suma fealdad del pecado, la suma santidad de Dios, el sumo horror de verse cargado con el pecado de la humanidad al ser totalmente inocente y lo extremo de aquellos inimaginables tormentos de su agonía, de su proceso y de su crucifixión, sufridos en una naturaleza humana que, precisamente por ser sin pecado, era más sensible que ninguna otra a los estímulos físicos que producen el dolor. El que a tantos había curado, tenía poder más que suficiente para ahorrarse a sí mismo la muerte (Jua 10:17, Jua 10:18) y, puesto que había de morir en cruz, podía, al menos, haberse ahorrado el dolor, con mayor facilidad que los gurús hindúes que caminan impasibles sobre ascuas y aguantan, sin derramar una gota de sangre, el peso de media tonelada sobre una gran plancha recubierta de largos clavos que penetran hondamente en sus carnes; pero ¿cómo habría podido Jesús ofrecerse en sacrificio a Dios sin derramamiento de sangre? (Heb 9:22). Lo sufrió todo, y lo sufrió sin impedir en lo mínimo los tremendos dolores, a fin de que su sacrificio fuese tan cruento como lo exigía la sustitución que llevaba a cabo por el pecado de nosotros, los miserables pecadores.

3. Si el abatimiento de sí mismo que Cristo aceptó voluntariamente y se impuso a sí mismo cordialmente fue tan absoluto que ya no cabía más (v. Efe 4:9: «a las partes más bajas de la tierra»), la exaltación que Dios le otorgó fue tan excelsa que tampoco cabía más (vv. Flp 2:9-11).

(A) «Por lo cual también …» (v. Flp 2:9), dice Pablo; es decir, por haberse abatido hasta obedecer … hasta la muerte … hasta la muerte de cruz, Dios le superexaltó (lit.) hasta el punto de partida: no sólo al de su igualdad con Dios, sino al de «la forma gloriosa de Dios», de la que voluntariamente se había despojado para tomar «la forma anonadante de esclavo». La idea del verbo griego huperúpsosen, como dice Lenski, «no es comparativa, sino superlativa»; es decir, no cabía mayor exaltación (comp. con Efe 1:20-22).

(B) En esta exaltación va incluido lo que leemos en la segunda parte del mismo versículo: «Y le otorgó el nombre que (está) sobre todo nombre» (lit.). El artículo determinativo aparece en todos los MSS, por lo que es incorrecto silenciarlo como hace la RV anterior a la 1977. «El nombre» no puede ser más que uno. ¿A qué nombre se refiere Pablo? El contexto posterior da la respuesta. Ese nombre es el de Jesús (v. Flp 2:10) en su pleno significado del hebreo Yeshúa: ¡Dios salva! Es cierto que este nombre le fue impuesto antes de ser concebido (Mat 1:21; Luc 1:31), pero sólo después de llevar a cabo la obra de la redención de la humanidad, obtuvo tal nombre su pleno sentido soteriológico.

(C) La mención del epíteto «Señor» (v. Flp 2:11, comp. con Hch 2:36; 1Co 12:3) ha hecho pensar a muchos exegetas que ése es el nombre (equivalente al hebreo Adonay) al que se refiere el apóstol. Sin embargo, hay dos razones, a mi juicio, para preferir el de «Jesús»: (a) Es el más próximo en el contexto posterior del versículo Flp 2:9; (b) Cristo es manifestado como el «Señor», precisamente por haber actuado como «Jesús», no viceversa. En todo caso, nos basta con saber que, a causa de esa «superexaltación» que le ha otorgado el Padre, toda rodilla (v. Flp 2:10) creada se ha de doblar delante de Él en señal de vasallaje (al final de los tiempos, comp. con Apo 5:12-14 ), y toda lengua (v. Flp 2:11) ha de confesar que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Esta sumisión universal tiene alcance escatológico (comp. con Sal 2:12), pues ahora todavía no vemos que todas las cosas le estén sometidas (Heb 2:8). Sólo los creyentes que, en virtud del Espíritu Santo, confiesan al Señor con todo denuedo (1Co 12:3), frente a toda clase de presiones procedentes del diablo, del mundo y de la carne, cumplen ahora ya con este merecido tributo de homenaje y pleitesía. Como siempre (comp. con 1Co 15:28), el fin último de todo es «la gloria de Dios Padre» (v. Flp 2:11).

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