Hebreos 10:19 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El autor sagrado, apoyado en todo lo que acaba de decir, exhorta ahora a los lectores, como lo hizo en Heb 4:14-16, a entrar con entera libertad en el Lugar Santísimo hasta el trono de Dios. Resume primero (vv. Heb 10:19-21) los factores que confluyen para darnos tal libertad. Hace la exhortación propiamente dicha a acercarnos allá (v. Heb 10:22). Exhorta finalmente a la perseverancia, al amor mutuo y a la mutua exhortación congregacional (vv. Heb 10:23-25).

1. El factor decisivo («precioso pasaporte», como lo llama Trenchard) para conseguirnos dicha libertad (v. Heb 10:19, gr. parrhesían, como en 4:16, donde puede verse el comentario), es el derramamiento de la sangre de Jesús (lo de Cristo no está en el original). El griego dice literalmente «para la entrada de los santos», es decir, en los lugares santos, donde se incluye el Lugar Santísimo. Esto es evidente, además, no sólo por el contexto posterior, sino también por el paralelismo con Heb 4:14-16. Nótese que aquí ya se ha roto el velo; no hay, por tanto, separación alguna entre el Lugar Santo y el Santísimo. Su cuerpo, ya rasgado para dar salida a la sangre, es como el velo, también rasgado (v. Mat 27:51); así se abrió el acceso al trono de la gracia. El tercer factor es (v. Heb 10:21) el sacerdote mismo sobre la casa de Dios (comp. con Heb 3:6 y 1Ti 3:15).

Es una lástima que las versiones pierdan gran parte del especial sabor que el original ofrece en el versículo Heb 10:20 y que comienza literalmente como sigue: «la cual (entrada, del v. Heb 10:19) inauguró para nosotros, (como) un camino recién matado (gr. prósphaton, única vez que tal vocablo sale en el Nuevo Testamento) y viviente …» (la misma paradoja de Apo 1:18; Apo 5:6). Si apuramos un poco más la etimología de prósphaton, veremos que significa «recién degollado» y nos recuerda la forma en que se confirmaba un pacto solemne (v. Gén 15:10, Gén 15:17): al partir las víctimas por la mitad y pasar los contratantes por en medio, es decir, por la sangre que afluía al centro. Era, pues, «un camino recién sacrificado que daba la seguridad de las bendiciones garantizadas por el pacto» (Trenchard). Y ¿cómo no recordar lo de «Yo soy el camino …» (Jua 14:6)?

2. Viene luego, sobre estos motivos, la exhortación general del versículo Heb 10:22, que dice así en la NVI: «Acerquémonos con un corazón sincero y con plena seguridad de fe, teniendo los corazones purificados de una conciencia culpable y teniendo nuestros cuerpos lavados con agua pura». Analicemos algunos detalles:

(A) El verbo para «acerquémonos» (gr. proserkhómetha) es el mismo de Heb 4:16; Heb 7:25; Heb 10:1; Heb 11:6; Heb 12:18, Heb 12:22, y en esta epístola suele tener sentido cultual, como era el acercarse del sumo sacerdote a la presencia de Jehová en el Lugar Santísimo.

(B) La «plena seguridad de fe» equivale a una «creencia completa y segura», propia de un corazón verdadero (gr. alethinés), esto es, leal, sincero. Así, pues, la fe de que habla aquí el autor sagrado no es la fe mediante la que somos salvos (Efe 2:8), sino la firme creencia en la realidad y eficacia del sacrificio de Cristo. Dice J. Owen: «La plena seguridad de fe se refiere aquí no a la seguridad que uno tenga de su propia salvación, ni a grado alguno de tal seguridad; es solamente la plena satisfacción de nuestra alma y de nuestra conciencia en la realidad y eficacia del sacerdocio de Cristo para darnos aceptación para con Dios, en oposición a todos los demás métodos y medios».

(C) El original dice a continuación: «rociados los corazones de mala conciencia», «donde se alude a la consagración de Aarón y sus hijos, cuyas vestiduras fueron rociadas con sangre, para que pudiesen entrar en el santuario» (J. Brown). Ese rociamiento les purificaba de la contaminación ceremonial, exterior, pero aquí es un rociamiento interior, del corazón, para purificarlo de los pecados con que una conciencia culpable nos puede acusar delante del tribunal de Dios e impedirnos el acceso digno a su presencia.

(D) Lo de tener el cuerpo lavado con agua pura es, para Trenchard, algo representado en el simbolismo de Lev 8:6; así lo tiene él como «lo más probable». Sería entonces otra manera de decir que «todo el ser del creyente ha de ser purificado con el valor de la sangre de Cristo aplicada en la potencia del Espíritu Santo». Pero después de lo del rociamiento interior del corazón, este lavamiento del cuerpo parece aludir más bien a un requisito exterior, por lo que tanto los autores catolicorromanos como los evangélicos en general (Brown, Ryrie, F. Hawthrone, etc.) ven aquí una alusión al bautismo de agua (comp. con Hch 22:16; 1Co 6:11; Efe 5:26; Tit 3:5; 1Pe 3:21).

3. En los tres versículos restantes de esta sección (vv. Heb 10:23-25), el autor sagrado exhorta a los lectores, incluyéndose él, a la perseverancia, al amor mutuo y a la mutua exhortación congregacional. Vamos por partes:

(A) Dice el versículo Heb 10:23 en la NVI: «Mantengamos inamovible la profesión de nuestra esperanza, porque el que ha hecho la promesa es fiel». El griego dice, como en otros lugares, «confesión» donde las versiones leen «profesión». Se refiere, de todos modos, al testimonio que hemos de dar de nuestra fe, como en Rom 10:9, Rom 10:10; 1Ti 6:13; 1Pe 3:15 y, en esta misma epístola, Heb 3:1. Dice Trenchard: «El que se adentra para adorar, ha de salir luego para testificar de las maravillas que el Señor ha hecho con él». Puesto que la fidelidad del Señor en cumplir Su promesa es permanente, también debe ser permanente, más aún, sin oscilaciones (gr. akliné, que no se dobla, que no se inclina) la profesión de nuestra esperanza.

(B) La siguiente exhortación (v. Heb 10:24) tiene que ver con la relación «horizontal» entre los creyentes: «Y consideremos cómo podemos incitarnos mutuamente al amor y a las buenas acciones» (NVI). El sentido del verbo griego katanoéo, en las catorce ocasiones en que ocurre en el Nuevo Testamento es de prestar atención (sentido intensivo de katá). Por tanto, el sentido aquí no es el de «tener consideración» a los otros hermanos, según suele entenderse la frase «tener consideración», sino la de prestar atención a incitarnos mutuamente …, como ha captado muy bien la NVI. Es sumamente curioso que el autor sagrado haya usado para expresar la incitación aludida el mismo vocablo griego (paroxusmón) que usa Lucas al describir el acaloramiento de Pablo y Bernabé en la disputa sobre Marcos (Hch 15:39). Dicho vocablo no sale en ningún otro lugar del Nuevo Testamento, fuera de esos dos. En el griego clásico indicaba el grado más alto de la fiebre. Podríamos decir que hay una «calentura» mala, como la de Hch 15:39, y otra buena, como es el caso aquí: el amor mutuo entre los creyentes ha de ser ferviente y práctico, no frío y de labios (v. 1Jn 3:16-18). Más aún, la piedad «vertical» hacia Dios se demuestra prácticamente, se prueba, en el amor «horizontal» al prójimo (v. 1Jn 4:20). Por eso, menciona el autor sagrado «las buenas obras» después del «amor».

(C) Finalmente, la exhortación del versículo Heb 10:25 tiene matiz claramente «congregacional, eclesial»: «No desertemos de nuestras reuniones, como suelen hacer algunos, sino animémonos unos a otros, y tanto más, cuanto que veis acercarse el Día» (NVI). Este versículo requiere especial análisis:

(a) El verbo que la NVI traduce por «desertemos» es enkataleipóntes (participio de presente, que da idea de un alejamiento continuo), el mismo de Mat 27:46; Mar 15:34; 2Ti 4:10, 2Ti 4:16, entre otros lugares. Más que un simple «dejar» (RV) es, pues, un modo de «desertar». ¿Qué motivos podían alegar estos creyentes hebreos para no asistir a las reuniones de la congregación? Dice S. Bartina: «Podía ser la desidia y negligencia que, como causa y como efecto, suele aliarse con una fe vacilante y enferma, cual era la de los lectores. Podía ser el egoísmo, aunque fuera con el pretexto de darse más a Dios. Podía ser la soberbia, que rehúye el trato con el pueblo (cf. 1Co 11:18-22; Stg 2:2-6). Podía ser y es lo más probable el temor de las persecuciones que se acercaban en el horizonte». Como dice también Trenchard, «no habría mucha diferencia entre las reacciones de los hebreos del primer siglo y la de los españoles en el siglo XX». No es algo exclusivo de los españoles, digo yo, sino de todas las naciones donde la comodidad y el bienestar material han hecho perder el sentimiento de la propia indignidad y de la necesidad de acudir a la presencia de Dios en compañía de nuestros hermanos en la fe. ¿Qué puede esperarse de la inmadurez espiritual? (v. Heb 5:11-14).

(b) Lo contrario de «desertar» de las reuniones es aquí, en el pensamiento del autor sagrado, «reunirse para una mutua exhortación»; es decir, para animarse mutuamente, de palabra y con el ejemplo, a mantener inamovible la profesión de la esperanza (v. Heb 10:23) y el fervor del amor mutuo (v. Heb 10:24). Aunque el número no lo es todo en nuestras reuniones eclesiales, también es cierto que ayuda a sentirse apoyado y más seguro. Dice Bartina: «El no sentirse aislados ni solos, sobre todo en momentos de peligro, es estímulo y ánimo para ir adelante y no desfallecer».

(c) Este animarse y alentarse unos a otros tenía un matiz de urgencia por la inminencia, siempre presente, del Dia (comp. con 1Co 3:13; Efe 4:30; Flp 1:6, entre otros muchos lugares), que Pablo veía acercarse rápidamente (v. Rom 13:11). Esta cercanía de la Segunda Venida del Señor había de estimularles (y a nosotros también) a estar bien preparados para recibirle (comp. con Flp 4:5, «¡El señor está cerca!»)

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