Hebreos 1:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Sin preámbulo alguno, el autor pasa de inmediato a ensalzar la superioridad de Cristo, como culminación de la revelación divina, sobre los profetas del Antiguo Testamento.

1. Dicen literalmente los versículos Heb 1:1 y Heb 1:2: «El Dios que habló en muchos fragmentos y de muchas maneras a nuestros padres (es decir, a nuestros antepasados) en los profetas, al final de estos días nos habló en (el) Hijo, a quien puso por heredero de todo, por medio del cual también hizo los siglos (esto es, los mundos, el Universo entero)».

(A) Con la expresión «en muchos fragmentos», el redactor de la epístola pone de relieve la diversidad de porciones que, bajo el epígrafe común de «Debar Jehová», «Palabra de Jehová», se iban acumulando a lo largo de los siglos del Antiguo Testamento, cuando Dios hablaba (hebr. dabar, al que corresponde el gr. laleín) por boca de los profetas, de forma que el depósito de la revelación iba creciendo, no sólo en claridad, sino también en contenido. La otra expresión «de muchas maneras» indica los distintos modos de comunicación: por medio de leyes, promesas, hechos históricos, poesía, así como símbolos, tipos, parábolas, alegorías, etc.

(B) Resulta curioso observar que, mientras lo de «en los profetas» (por medio de la boca y de la persona misma por ejemplo, Oseas , de los profetas) lleva artículo definido, «en Hijo» no lleva artículo ni va acompañado de pronombre personal o posesivo en primera persona, como si el autor quisiera poner de relieve que Dios, en Cristo, nos habló «en Hijo», en la naturaleza humana que el Hijo de Dios asumió al hacerse carne (Jua 1:14, lit.). Tal interpretación, sin embargo, resulta problemática, pues no hay precedente de tal expresión en las Escrituras.

(C) Lo que no cabe duda de que entraba en la intención del autor es poner de relieve que la revelación de Dios, hecha en y por medio de Jesucristo es exhaustiva (en cuanto a la manifestación del plan salvífico de Dios v. Deu 29:29 , y con respecto a nuestra limitada capacidad para conocer al Dios infinito y trascendente) y final, definitiva. En otras palabras: Después de la revelación hecha en la persona y en la obra de Jesucristo, según fue recibida e interpretada por los escritores del Nuevo Testamento por medio de la operación del Espíritu Santo (éste es el sentido primario de Jua 14:26; Jua 15:26; Jua 16:13), Dios no revela ya nada nuevo (al menos, de forma pública, garantizada y normativa para toda la comunidad cristiana). Dice a este respecto el místico español Juan de la Cruz, en Subida del monte Carmelo, lib. II, cap. XXII:

«En lo cual (Heb 1:1) da a entender el apóstol que Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en Él todo, dándonos al Todo que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer alguna otra cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera, diciendo: Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en Él, porque en Él te lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en Él aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones en Él los ojos, lo hallarás en todo; porque Él es toda mi locución y respuesta, y es toda mi visión y toda mi revelación ». (El subrayado es mío.)

Lugares como Jua 1:18; Jua 7:16 y Jua 14:9, entre otros, bastan para confirmar esta verdad de que Jesucristo es, en su persona, en su doctrina y en su obra, la revelación exhaustiva y definitiva del Padre.

(D) La expresión «al final de estos días», con que comienza el versículo Heb 1:2, no es sinónima de «el último tiempo» (1Jn 2:18), sino que «quiere decir que Dios se reveló en su Hijo al final de la época de las manifestaciones diversas y parciales dadas por medio de los profetas» (Trenchard). En realidad, como observa J. Brown, es la versión literal del hebreo behajarit hayamim en Gén 49:1; Núm 24:14; Deu 4:30; Isa 2:2; Jer 23:20; Eze 38:16 en la versión de los LXX.

(E) El resto del versículo Heb 1:2 guarda gran paralelismo con otros lugares como Jua 1:14 y, especialmente, Col 1:15-20Col 1:15-20. Al decir que Dios «puso (al Hijo) por heredero de todo», no cabe duda de que el autor tenía en mente Sal 2:7, Sal 2:8, que va a citar luego (v. Heb 1:5), así como otros lugares como Mat 11:27; Mat 28:18; Jua 3:35; Jua 13:3, y aun Efe 1:10; Col 1:20Col 1:20. La misma idea se halla implícita en Rom 8:17, donde el apóstol dice que somos «coherederos con Cristo», donde se da a entender que Cristo es el único heredero nato de toda la fortuna del Padre, puesto que es su único Hijo propio, no adoptado (v. Rom 8:32; Gál 4:4). Para lo de «por medio del cual también hizo los siglos», podemos ver Jua 1:3 y Col 1:16Col 1:16, y aun Pro 8:22.

2. El versículo Heb 1:3 constituye el más grandioso compendio de Cristología que pueda hallarse en toda la Escritura. Dice así en la NVI: «El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta exacta de su ser, y Él sostiene el mundo entero con su poderosa palabra. Y después de haber provisto el medio de purificar nuestros pecados, se sentó a la mano derecha de la Majestad en los cielos». Analicemos en detalle este versículo.

(A) Al decir que «(el Hijo) es el resplandor de la gloria (de Dios)» el autor sagrado viene a darnos a entender que la suprema belleza de la Deidad, en todas sus perfecciones, se hace visible únicamente en Cristo (comp. con Jua 1:18, Jua 6:46, Jua 14:9; 2Co 4:6; 1Ti 6:16), «de la manera en que los rayos de luz que proceden del sol, y que nos dan su imagen, son ondas de energía que irradian la misma sustancia del astro» (Trenchard). También podría tratarse de una hendíadis: «el resplandor glorioso» (comp. con Apo 21:23; Apo 22:5). Tampoco al sol se le puede mirar de frente (sólo cuando sale o se pone, pero Dios no varía, no tiene saliente ni poniente comp. Stg 1:17, al final ), pero al resplandor de su luz vemos todas las cosas. Así también, todas las cosas de Dios las vemos en el Hijo. No hay nada en Dios que no esté en Cristo (Jua 14:9). Dios es totalmente Cristiforme. Así que quien quiera ver a Dios, no tiene más que mirar a Cristo, ¡y cuán perfecto, hermoso y amable le hallará!

(B) El autor remacha la misma idea al añadir que el Hijo es «la impronta exacta del ser de Dios». Para «impronta», el griego dice kharaktér (de donde procede «carácter»), vocablo que designa la marca grabada que, como en un sello, representa los rasgos distintivos, «característicos», de un objeto. Para ser, el griego dice hupostáseos, que, primariamente, designa la substantia (latín), es decir, lo que se oculta debajo de las apariencias externas y accidentales del ser invisible de las cosas. Así, pues, el ser mismo, íntimo, de Dios está grabado, como en un sello, en Cristo (v. el comentario a Efe 1:13). Allí pueden verse, con toda claridad, los rasgos distintivos de la Deidad. Dice Trenchard: «la impresión no es borrosa, sino precisa y clara».

(C) De ahí pasa el escritor sagrado a decir del Hijo que «sostiene el mundo entero con su poderosa palabra» (lit. con la palabra de su poder). El griego emplea el verbo phéron (participio de presente continuativo), con lo que se expresa la acción de sostener, como con el puño, todas las cosas creadas, de forma que, si las dejase caer, volverían a la nada. Es, pues, un modo de darnos a entender que aquel por medio del cual fueron creadas todas las cosas, es también el mismo por quien son conservadas en su ser. Se expone así en forma activa la misma perfección que aparece en forma pasiva en Col 1:16Col 1:16: «todas las cosas tienen consistencia en Él». Pero no por eso se agota el sentido del verbo llevar. Dice S. Bartina: «No es un mero sustentar, como quien sostiene un peso; es más: es conducir, guiar hasta un fin». Trenchard nos da la nota devocional: «Es el Hijo quien sustenta y perfecciona todas las cosas, incluso aquellas que nos preocupan tanto. Sus hombros y sus manos no desfallecen nunca, y podemos dejar nuestras manos cansadas en las suyas, para que Él obre a nuestro favor lo que Él ha determinado».

(D) Entra de inmediato el autor en la Soteriología al decir en cuatro palabras griegas lo siguiente: «después de hacerse a sí mismo (en una sola palabra) purificación de los pecados …» («de los» es también una sola palabra en griego). La NVI ha captado bien el sentido al traducir: «después de haber provisto el medio de purificar nuestros pecados», ya que, y esto es de suma importancia para entender bien la obra de la redención, la provisión de la salvación se obtuvo en el sacrificio de la Cruz (comp. con Heb 9:12, Heb 9:14, Heb 9:26, Heb 9:28; Heb 10:12, Heb 10:14), de una vez por todas; de ahí el participio de aoristo (gr. poiesámenos) que, al estar en la voz media, comporta la idea de que esa purificación la hizo en sí o por sí, siendo innecesaria la añadidura del di autoú («por medio de sí mismo»), que falta en los MSS más importantes. Dice J. Brown: «Como el pecado es considerado una contaminación de la persona, haciéndola objeto de disgusto para Dios, la remoción del pecado, tanto en su fuerza condenatoria como en su fuerza corruptora, es representada como una limpieza».

(E) Tanto por lo que es en sí como por lo que llevó a cabo (comp. con Flp 2:5-11), el Hijo volvió a ocupar el sitio que le corresponde: «se sentó a la mano derecha de la Majestad en los cielos». La mano derecha representa el lugar de mayor honor, dignidad y poder (v. 1Re 2:19; Sal 45:9; Sal 110:1; Hch 2:34; Hch 7:56; Efe 1:20; Col 3:1; Apo 3:21 y, en esta misma epístola, Heb 8:1; Heb 10:12 y Heb 12:2). La «Majestad (lit. Grandeza) en los cielos (lit. en las alturas)» es una expresión con la que se pone de manifiesto la gloria de Dios, al par que se evita pronunciar el nombre sagrado de Jehová (comp. con Sal 145:3, Sal 145:6; 2Pe 1:17).

3. El versículo Heb 1:4 sirve de puente para introducirnos en la porción siguiente (vv. Heb 1:5-14); dice literalmente: «Llegado a ser tanto mejor que los ángeles cuanto superior a ellos (es el) nombre que ha heredado». Si se tiene en cuenta que la exaltación de Cristo y el nombre que le fue otorgado (v. Hch 2:33; Efe 1:21; Flp 2:9) fueron una consecuencia de la humillación que se impuso al tomar la forma de esclavo y hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2:5-8), se comprenderá por qué el autor de Hebreos usa guenómenos (participio de aoristo), esto es, «llegado a ser», en lugar de lo que es constantemente como resplandor de la gloria del Padre y como impronta o representación exacta de su ser (v. Heb 1:3). El pretérito perfecto «ha heredado» indica la permanencia constante de lo que un día le fue otorgado.

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