Hebreos 12:25 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos tenemos una exhortación parecida a la de Heb 2:1-4 y, en ella, la última solemne advertencia, encabezada con ese «Mirad …». A la advertencia propiamente dicha (v. Heb 12:25), siguen unas afirmaciones sobre el establecimiento de lo permanente tras de la sacudida de lo caduco (vv. Heb 12:26, Heb 12:27), por lo que se nos exhorta a rendir a Dios un culto agradecido (v. Heb 12:28), al tener en cuenta que Dios no pasará por alto las escorias de una vida cristiana lánguida y carnal (v. Heb 12:29).

1. Veamos primero la solemne advertencia del versículo Heb 12:25 como la leemos en la NVI: «Mirad de no rechazar al que habla. Porque si no escaparon aquéllos cuando rechazaron al que les promulgaba oráculos en la tierra, ¿cuánto menos escaparemos nosotros, si le volvemos las espaldas al que los promulga desde el cielo?»

(A) Lo solemne de la advertencia se echa de ver ya en el verbo mirad (gr. blépete) que, dentro de la epístola, aparece en la misma forma sólo en Heb 3:12, donde la advertencia es igualmente solemne.

(B) El que habla es Dios (Heb 1:1). Está en masculino, por lo que no puede referirse a la sangre del versículo anterior, ya que, aparte de otras razones, el vocablo griego para sangre (haíma) es neutro. El verbo está en presente, lo que indica que la voz de Dios continúa oyéndose (comp. con Heb 3:14; Heb 4:7).

(C) El que promulgaba oráculos en la tierra no se refiere a Moisés (contra la opinión de Bartina), sino el mismo Dios que los promulga desde el cielo, como se ve al atender a los versículos Heb 12:19 y Heb 12:26. Lo confirma la cita de Hag 2:6 en el versículo Heb 12:26. Dice J. Brown: «No son dos personas diferentes, sino una misma hablando en circunstancias diferentes».

(D) El original usa dos verbos distintos para expresar el rechazo de los oyentes y, además, están en distinto tiempo. Vale la pena analizarlos, no sólo para entender mejor el pasaje, sino también para corregir el doble desechar de nuestras versiones. El verbo que aparece en la primera parte del versículo es, en griego, paraitesámenoi, en participio de aoristo (acción pasada) y su verdadero significado es «disculparse» o «excusarse» (comp. con Luc 14:18, Luc 14:19). Dice Trenchard: «Tras sus ligeras promesas de obediencia, se escondía una verdadera desgana frente a la Palabra, que pronto se echó de ver en el culto del becerro de oro». El verbo que figura en la segunda parte es apostrephómenoi, en participio de presente (acción presente continua) y su verdadero significado es «volverse de», es decir, «volver las espaldas». El verbo es, pues, mucho más fuerte que el de la primera parte e insinúa que, entre los lectores, no sólo había creyentes inmaduros, sino también una «minoría rebelde» (Trenchard). Sin embargo, la advertencia va dirigida también a nosotros, a fin de que nunca tengamos en menos la voz de Dios que nos llama a obedecerle y a servirle.

2. Los versículos Heb 12:26 y Heb 12:27 contienen afirmaciones sobre el establecimiento de lo que permanece tras de la sacudida de lo caduco: «En aquella ocasión, su voz sacudió la tierra, pero ahora ha hecho la siguiente promesa: Una vez más sacudiré, no sólo la tierra, sino también los cielos. Las palabras una vez más indican que las cosas sacudidas sufrirán una alteración, como cosas creadas que son, a fin de que permanezcan sin cambio las que son inconmovibles» (NVI). El autor sagrado se refiere aquí a Éxo 19:18, donde leemos que «todo el monte se estremecía en gran manera». Era una especie de terremoto, pero, al fin, terrestre, pasajero y localizado, pero, como dice Dios mismo en Hag 2:6 (véase el contexto), «Una vez más sacudiré, no sólo la tierra, sino también los cielos». El texto hebreo añade «el mar y la tierra seca y (v. Heb 12:7) haré temblar a todas las naciones». Comparar con 2Pe 3:7-13 para percatarse del tono escatológico (apocalíptico) de los tres lugares (Hebreos, Hageo y 2 Pedro). Las cosas inconmovibles son las que hemos visto en los versículos Heb 12:22-24.

3. En los versículos Heb 12:28 y Heb 12:29, se nos exhorta a rendir a Dios un culto lleno de gratitud y santo temor, teniendo en cuenta que Dios es un Dios celoso, que arde en fuego de cólera para consumir a quienes le son desleales. «Por lo cual, ya que estamos recibiendo un reino inconmovible, seamos agradecidos y sirvamos así a Dios con devoción y respeto, porque nuestro Dios es fuego consumidor» (NVI).

(A) «Por lo cual …», esto es, «como conclusión de lo que acaba de decirse y aun de toda la epístola» (Bartina). En efecto, el capítulo Heb 13:1-25 tiene todas las trazas de ser un apéndice. Más aún, conforme nos vamos acercando al final de la epístola, mayor es la impresión de que estamos leyendo a Pablo. Personalmente, me confirmo en la opinión de que las ideas de toda la epístola las sugirió el gran apóstol, aunque fuese (probablemente) el gran retórico Apolos (o Apolo) quien la redactase. Sin embargo, en el capítulo Heb 13:1-25, parece como si Pablo estuviese dictando, como en sus reconocidas epístolas, aunque otros detalles podrían también sugerir lo contrario

(B) Al estar en participio de presente el verbo «recibiendo», se nos declara que los creyentes, al allegarnos a las cosas espirituales, eternas, inconmovibles, que se nos han presentado en los versículos Heb 12:22-24, estamos ya participando de las bendiciones espirituales del reino de Dios. Dice J. Brown: «Es otro modo figurativo de expresar los privilegios y honores que, bajo la nueva dispensación (ingl. economy), obtienen los hombres mediante la fe de la verdad como está en Jesús»

(C) La frase del original «tengamos gracia» (lit) es entendida por algunos como si fuese equivalente a «retengamos la gracia de Dios», ya sea al entender por «gracia» el favor de Dios (Tomás de Aquino), ya sea la religión cristiana (Spicq). Comparar con el versículo Heb 12:15, así como con Heb 2:9; Heb 4:16; Heb 10:29; Heb 13:9. Éste es también el sentido que le dieron a la frase Reina y Valera. Sin embargo, el griego khárin ékhein sólo admite la traducción de ser agradecido. Es cierto que el griego clásico expresa también el complemento (a quién hemos de ser agradecidos), pero el autor sagrado lo calla aquí porque fácilmente se sobrentiende que es Dios (el sujeto de los vv. Heb 12:25-27 y el expresamente aludido en la segunda mitad del v. Heb 12:28). El sentido explicado se confirma al comparar este lugar con Luc 17:9; 1Ti 1:12 y 2Ti 1:3, donde khárin ékhein significa indudablemente «dar gracias».

(D) El autor sagrado continúa diciendo que mediante ella (lit.), esto es, con esta disposición de gratitud a Dios, hemos de servirle con devoción (gr. eulabeías, piedad respetuosa; sinónimo de eusebeías) y respeto (gr. déous, temor respetuoso). El verbo griego latreúomen, sirvamos, lo hemos visto ya en otras ocasiones; siempre tiene carácter cultual, aun cuando se trate de devoción privada, no comunitaria. Dice J. Brown que «la gratitud es como el alma y la quintaesencia del deber cristiano». En efecto, alguien ha dicho que «toda la teología puede resumirse en una palabra gracia; y toda la ética cristiana, en esta otra gratitud».

(E) Esto ha de hacerse, dice el autor sagrado, «de modo agradable a Dios» (lit.). El texto deja bien claro que, mediante esta actitud de agradecimiento, ya servimos a Dios de un modo que le agrada (gr. euaréstos), pues estamos cumpliendo su santa voluntad (comp. con Rom 12:2).

(F) Finalmente, la devoción respetuosa que el autor sagrado recomienda se entiende fácilmente a la vista del carácter santo de Dios, que es fuego consumidor. La frase está tomada de Deu 4:24 y se repite en Deu 9:3; Isa 33:14. Véase también 2Ts 1:8 («en llama de fuego») y, en esta misma epístola, Heb 10:27, donde el original dice «un celo de fuego» (lit.), por donde se ve que el fuego es figura del celo de Dios (v. Deu 4:24, al final). Sin embargo, tengamos en cuenta que este fuego de Dios consume del todo solamente a quienes no se dejan purificar por él. Tomando pie de las preguntas que Isaías hace en Isa 33:14-17, dice Trenchard: «El poder morar con el fuego consumidor es el privilegio de los redimidos, cuyos pecados se han perdonado por la sangre de Cristo, y quienes se regocijan en las manifestaciones de la santidad del Eterno, que, por otra parte, significan la perdición del pecador. ¡Que se quemen las escorias y que nuestra vida en Cristo sea conforme con la manifestación de la majestad y la pureza de nuestro Dios!» Sólo resta añadir a estas sabias palabras un gran ¡AMÉN!

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