Hebreos 2:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Después de esta porción parentética (vv. Heb 2:1-4), en que el autor sagrado ha insertado un aviso solemne, prosigue la argumentación a favor de la superioridad del Hijo sobre los ángeles.

1. La partícula griega gar (porque) enlaza, con la mayor probabilidad, con Heb 1:14, como si dijese: «Los ángeles han sido destinados a servir, no a gobernar … Porque (v. Heb 2:5) no sometió (Dios) a los ángeles el mundo venidero (lit. la venidera tierra habitada; gr. oikouménen, como en Luc 2:1), es decir, «el reino milenario en la tierra, que no será gobernado por ángeles, sino por Cristo y los redimidos» (Ryrie). El autor sagrado añade acerca de dicho mundo venidero: «del cual estamos hablando», por ser la culminación del actual nuevo orden de cosas, inaugurado por medio de Jesucristo.

2. Después de afirmar que Dios no sometió a los ángeles el mundo venidero, el autor sagrado no dice explícitamente a quién lo sometió, pero lo da a entender (vv. Heb 2:6, Heb 2:7) mediante una cita del Sal 8:4-6, según la versión de los LXX. El salmista contempla al primer hombre, hecho a imagen de Dios y puesto por éste para dominar sobre la tierra. Por el pecado, la imagen de Dios en el hombre se oscureció, aunque no se perdió del todo, y el dominio del hombre sobre la tierra se volvió difícil y fatigoso (v. Gén 3:17-19). Sin embargo, el autor sagrado mira por encima del hombre pecador, caído, para llegar al Postrer Adán, quien recupera con creces el dominio sobre todas las cosas; dominio que, por su pecado, perdió Adán. Véase el comentario al Salmo 8 en su lugar correspondiente.

3. Puesto que el Salmo se refiere en directo al primer hombre, de él sigue hablando el autor sagrado (v. Heb 2:8), al decir: «Al subordinar todas las cosas a él, Dios no dejó de someterle nada. Con todo, al presente no vemos que todo le esté sometido» (NVI). El hombre nuevo, salvo por Cristo, unido a Cristo, reinará con Cristo en el mundo venidero, pero, al presente, sufre las penalidades inherentes a la vida presente, y suspira, con el resto de la creación, por la redención venidera, la del cuerpo (v. Rom 8:19-25). El hombre nuevo es legalmente heredero, con Cristo, del Universo, pero todavía no ha entrado en posesión de la herencia. Bartina sufre una gran equivocación al aplicar a Cristo el presente versículo.

4. El designio inicial de Dios con respecto al hombre del que habla el Sal 8:1-9 se cumple en Jesús (v. Heb 2:9). Ese Jesús, al hacerse hombre, fue hecho, como todo hombre, un poco menor que los ángeles, pero a causa del padecimiento de la muerte, está ya coronado de gloria y de honra (v. Flp 2:5-11). El original dice (v. Heb 2:9, al final): «de forma que, por la gracia de Dios, gustase la muerte en beneficio de (gr. huper) todo». Es notable, en el original, este singular «todo» (gr. pantós), para indicar, con la mayor probabilidad, no sólo la redención del hombre, sino también «la restauración de toda la obra de Dios» (Trenchard). «Gustar la muerte» es una expresión semítica que indica gráficamente la amargura del cáliz que el Señor tuvo que beber (v. Luc 22:42; Jua 18:11). Esto fue, para nosotros, una gratuita donación de Dios: «por la gracia de Dios». Podría presentarse una objeción a esta gloria actual de Cristo, y es que todavía está esperando que le sean sometidos sus enemigos (v. Heb 10:13), y es esto, sin duda, lo que ha confundido a S. Bartina para aplicar a Cristo el versículo Heb 2:8. La solución se halla en la alusión al mundo venidero (comp. con 1Co 15:24-28), pues será entonces cuando todo le será sometido a Cristo, no sólo legalmente, sino también realmente. Todo lo que sigue (vv. Heb 2:10-18) es de una densidad doctrinal extraordinaria. Lo estudiaremos conforme a la NVI.

5. Para entender la argumentación del autor sagrado en estos versículos, es preciso tener en cuenta lo siguiente: Plugo a Dios restaurar todas las cosas en Cristo, y a nosotros en unión con Él (Efe 1:10-12). Esta restauración requería una expiación: la purificación a que alude el autor sagrado en Heb 1:3. Pero esta expiación requiere una identificación de los purificados con el purificador. ¿Por qué? Sencillamente, porque si es el hombre quien pecó, es también el hombre quien debe expiar. Así, pues, el autor sagrado procede a demostrar, con respecto a la aludida identificación: (A) lo que era apropiado por parte de Dios (vv. Heb 2:10-13); (B) lo que era apropiado por parte de Jesús: (a) en orden a anular el poder del diablo (v. Heb 2:14); (b) en orden a libertar a los cautivos del miedo (vv. Heb 2:15, Heb 2:16); (c) en orden a llevar a cabo la propiciación por los pecados (v. Heb 2:17); (d) en orden a socorrer a los que son tentados (v. Heb 2:18).

(A) Dicen así los versículos Heb 2:10-13 en la NVI: «Al conducir una muchedumbre de hijos a la gloria, estaba en su punto que Dios (Dios no está en el texto, pero ha de suplirse), para quien y por medio de quien todas las cosas existen (comp. con Col 1:15, Col 1:16), perfeccionase mediante sufrimientos al Autor de la salvación de ellos; pues tanto el que santifica como los que son santificados proceden todos de un mismo padre. Por este motivo no se avergüenza Jesús (tampoco Jesús está en el texto, pero se incluye para mayor claridad) de llamarles hermanos, al decir (Sal 22:22): Declararé tu nombre a mis hermanos; en presencia de la congregación cantaré tus alabanzas. Y de nuevo (Isa 8:17): Pondré en Él mi confianza. Y añade otra vez (Isa 8:18): Aquí estoy yo, y los hijos que Dios me ha dado». Varios son los puntos que necesitan aclaración:

(a) El verbo conducir (gr. agagónta) está en participio de aoristo, con lo que se da a entender, por una parte, que la obra de la salvación es, primordialmente, efecto de la soberana iniciativa amorosa de Dios (comp. con Jua 3:16; Hch 2:23, entre otros lugares) y, por otra, que sigue, en tiempo indeterminado, al «perfeccionamiento», mediante los padecimientos, del Redentor (también teleiósai, perfeccionar, está en aoristo).

(b) El verbo éprepen, que las versiones traducen por «convenía», es traducido por la NVI como «estaba en su punto», para que resulte claro que no se trata de una simple «conveniencia», sino de lo que era digno que Dios hiciese para salvar al hombre. Esto no quiere decir que Dios estuviese obligado a ello, pues entonces la salvación cesaría de ser «por gracia». Estaba en su punto significa que, de un Dios que es Amor, y que por amor está dispuesto al sacrificio por el amado, no se puede esperar otra cosa que la decisión de restaurar, a toda costa, lo perdido. Dice Trenchard: «También hemos de pensar que no convenía a la soberanía del Dios potente que se frustrara su plan en orden al hombre que creó a su imagen y semejanza para ser señor de la creación».

(c) Perfeccionar, por medio de sufrimientos, a Jesús significa que Cristo fue perfectamente cualificado como Sumo Sacerdote cuando, por medio de su muerte en cruz, se ofreció a Sí mismo en expiación por nuestros pecados (comp. con Luc 13:32; Heb 5:9; Heb 7:28). Tenía de antemano las cualidades necesarias para ser nuestro Gran Sumo Sacerdote, pero sólo al ponerlas en ejercicio fue perfeccionado como tal (v. Heb 7:26-28).

(d) Autor es, en griego, arkhegós. Cuatro veces sale este vocablo en el Nuevo Testamento (aquí, en Heb 12:2; Hch 3:15; Hch 5:31). Es compuesto de dos verbos: árkho (con el matiz de comenzar) y ágo (con el matiz de llevar). El griego arkhegós viene aquí a significar el productor y distribuidor de la salvación (v. Heb 2:10, al final), así como el gobernante que conduce (duce, Führer, caudillo) a sus hermanos a la salvación. Ambas líneas de conceptos caben aquí, conforme a la riqueza de matices de los dos verbos griegos que hemos descrito.

(e) Al hablar del que santifica (v. Heb 2:11), se refiere a Cristo, ya que Él es el autor de la salvación (v. Heb 2:10, al final). Los que son santificados es referencia obvia a los hijos que son llevados a la gloria (v. Heb 2:10). El autor sagrado afirma que tanto el que santifica como los que son santificados proceden todos de un mismo padre, no conforme a la naturaleza divina (según opina Trenchard), sino conforme a la humana, que es la que se pone de relieve en toda la porción. Este padre humano, común a Cristo y a los que son santificados, puede ser Adán o (más probable, a mi juicio) Abraham (comp. con el v. Heb 2:16).

(f) Para mostrar que Jesús no se avergüenza de llamar hermanos (comp. con Mat 28:10; Jua 20:17) a los que son santificados (v. Heb 2:11), el autor sagrado cita de tres fuentes del Antiguo Testamento:

Primera (v. Heb 2:12): Sal 22:22. Este salmo, no sólo es mesiánico, sino que contiene varias profecías acerca de los padecimientos que el Mesías había de sufrir en la Cruz. Tampoco puede pasarse por alto el universalismo que campea en los versículos Sal 22:28-30 con respecto a la salvación que se obtendrá en el futuro reinado mesiánico; por lo que el versículo Sal 22:22 designa a Cristo como Sumo Sacerdote de su pueblo, que dirige el culto divino en medio de la congregación. Pero el énfasis de la cita recae en ese hermanos del versículo Sal 22:22, lo que le sirve al autor sagrado para probar la comunidad de estirpe de Cristo y los suyos.

Segunda (v. Heb 2:13): «Pondré en Él mi confianza». Está tomada de Isa 8:17, donde el profeta se presenta rodeado de sus hijos y de los hombres más fieles de Judá, frente a una generación rebelde y en un momento muy delicado de la historia de Israel, como puede verse por todo el contexto anterior. La cita significa, ni más ni menos, que Isaías era en ese momento, tipo de Cristo.

Tercera (v. Heb 2:13): «Aquí estoy yo, y los hijos que Dios me ha dado», donde de nuevo aparece Isaías (Isa 8:18) como tipo de Cristo. J. Brown llega a decir que esta profecía no va dirigida en modo alguno (ni típico) a Isaías y sus hijos, sino a Cristo plena y directamente. Pero en este caso, no se explica que el texto sagrado hable de «hijos», cuando toda la porción llama a los santificados «hermanos» de Jesús e «hijos» de Dios Padre, no de Jesucristo. En cambio, si la cita de Isa 8:18 se toma en sentido típico, se explica que hable de «hijos», conforme al contexto en que aparece inscrita.

(B) Pasa después el autor sagrado (vv. Heb 2:14-18) a declarar lo que era apropiado que Cristo hiciera (a) para anular el poder del diablo (v. Heb 2:14); (b) para libertar a los cautivos del miedo (vv. Heb 2:15, Heb 2:16); (c) para llevar a cabo la propiciación por nuestros pecados (v. Heb 2:17); y (d) para socorrer a los que son tentados (v. Heb 2:18). Dicen así todos estos versículos en la NVI: «Así pues, como los hijos tienen carne y sangre, Él también entró a compartir la condición humana de ellos, a fin de reducir a la impotencia, por medio de su muerte, al que detentaba el dominio de la muerte esto es, al diablo y dejar en libertad a todos aquellos que, durante toda su vida, estaban sometidos a esclavitud por temor a la muerte; pues, por supuesto, no es a los ángeles a quienes socorre, sino que acude en socorro de los descendientes de Abraham. Por esta razón tenía que ser hecho semejante en todo a sus hermanos, a fin de llegar a ser un misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo concerniente al servicio de Dios, y a fin de expiar los pecados del pueblo. Por el hecho de haber sido probado con padecimientos, puede venir en ayuda de los que pasan por pruebas». Vamos a analizar, por partes, esta porción:

(a) En los versículos Heb 2:10-13, el autor sagrado ha expresado la identificación del Salvador con los salvos, llamándolos respectivamente «el que santifica» y «los que son santificados», con lo que responde «al tema y al fondo hebraico de la epístola, pues tal como los sacerdotes y levitas fueron santificados para Dios, es decir, apartados para su sagrado servicio, así también lo son, en la esfera espiritual, aquellos que se allegan a Dios por medio de Jesucristo, limpios por el sacrificio único» (Trenchard). Ahora va a explicar cómo se lleva a cabo tal identificación (v. Heb 2:14): Al compartir la misma naturaleza humana, débil y mortal («sangre y carne»; por este orden, aquí), de los «hijos» (por conexión con la cita del versículo anterior). De esta forma, estuvo en condiciones, primero, de hacerse solidario de ellos (hecho hombre, para expiar por los hombres) y, segundo, de morir (en sacrificio de expiación, como nuestro sustituto).

En efecto, fue precisamente mediante su muerte (v. Heb 2:14) como Cristo redujo a la impotencia y anuló legalmente el poder del diablo, lo mismo que ocurrió con el pecado (comp. con Rom 6:6; 1Co 15:54-57; 2Ti 1:10). Bien traduce la NVI «al que detentaba el dominio de la muerte», ya que el verbo «detentar» significa «retener uno abusivamente lo que no le pertenece», pues fue por medio del engaño como hizo caer a nuestros primeros padres y como implantó su dominio en nuestra raza pecadora. Al despojar a la muerte de su poderío, mediante su muerte en cruz, Cristo le arrebató al diablo sus mal adquiridos derechos sobre la humanidad (v. Luc 11:21-23). El verbo griego es katargueín que, como en todos los demás lugares en que ocurre, no significa «destruir», sino «anular legalmente» o, literalmente, «reducir a la impotencia».

(b) En los versículos Heb 2:15, Heb 2:16, el autor sagrado afirma que Jesús, al anular legalmente el imperio del diablo, libertó a quienes, por miedo a la muerte, estaban sujetos de por vida a servidumbre. En efecto, el que está unido a Cristo no tiene nada que temer de la muerte (v. textos como Mat 10:28; Jua 6:40, Jua 6:50-58; Jua 11:24; 1Co 15:54-57; 1Ts 4:13-18). El miedo continuo es una esclavitud continua (Rom 8:15), pero al ser adoptados por hijos, hemos dejado de ser esclavos, pues somos los amos de todo, incluida la muerte (1Co 3:22). De nuevo se refiere el autor sagrado a nuestra identificación con Cristo cuando dice (v. Heb 2:16) que no tiende una mano (lit.) para socorrer a los ángeles, sino a la descendencia de Abraham (comp. con el v. Heb 2:11). El verbo epilambánesthai, según está aquí, esto es, en la voz media, significa agarrar para sí y podría traducirse, pues ésa es la idea, por asumir, como hace la versión de S. Bartina; en otras palabras, el Hijo de Dios no tomó una naturaleza angélica, sino humana; pero, por dirigirse a los hebreos, el autor dice que «asume descendencia de Abraham».

(c) Conviene traducir literalmente el versículo Heb 2:17, donde se nos expone lo que la identificación de Jesús con los suyos comportaba en cuanto al sacrificio de propiciación por nuestros pecados: «De ahí que (gr. óthen, conjunción ilativa que sale seis veces en Hebreos) debía (obligación moral; gr. ópheilen) asemejarse en todo a los hermanos, para llegar a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que respecta a Dios, en orden a (gr. eis) hacer propiciación por los pecados del pueblo». Sobre este versículo conviene hacer las siguientes observaciones:

Primera: Supuesto el decreto divino de salvar a la humanidad por medio de la encarnación del Verbo y la subsiguiente obra de la redención, Jesús tenía la obligación moral, compatible con su libertad psicológica, de obedecer en esto el mandamiento (gr. entolé) del Padre, como Él mismo expone claramente en Jua 10:18.

Segunda: Para poder llevar a cabo eficazmente ese cometido, tenía asimismo la obligación de hacerse semejante a sus hermanos en todo lo que es propio de la naturaleza humana, débil y mortal, excepto el pecado (v. Heb 4:15).

Tercera: De esta manera, hecho partícipe de todo lo que afecta a la naturaleza humana, en cuanto a tribulaciones, tentaciones, padecimientos de toda índole y, finalmente, la muerte, estaba en condiciones de ser misericordioso, en relación con sus hermanos, y fiel sumo sacerdote, en relación con Dios.

Cuarta: Una vez que poseía estas cualidades, ya podía hacer propiciación (gr. hiláskesthai) por los pecados del pueblo. Téngase en cuenta que la propiciación es aquel aspecto de la redención objetiva en el que la santidad de Dios, ofendida por el pecado del hombre, queda satisfecha por la obediencia de Cristo al morir en la Cruz.

(d) Finalmente, en el versículo Heb 2:18 (según la NVI), se nos dice que «por el hecho de haber sido probado con padecimientos, puede venir en ayuda de los que pasan por pruebas». La razón por la que la NVI ha optado por traducir «pasar por pruebas» en lugar de «ser tentados» es, sin duda, para no confundir lo que es una «prueba» (enviada o permitida por Dios) con lo que es una «tentación» maligna (v. Stg 1:12-15). Al haber pasado por tentaciones y padecimientos de los más acerbos, Jesús puede ayudar a todos los que son tentados, están atribulados y sufren padecimientos, pues es un experto en la materia y sabe cómo consolar, animar y ayudar a cada uno en sus respectivas circunstancias, las cuales varían considerablemente en cada caso.

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