Hebreos 4:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos, el autor sagrado propone los remedios contra esa incredulidad que para tantos ha sido y es el motivo por el que no entraron en el reposo de Dios (Heb 3:19). Dichos remedios son dos: 1) diligencia (vv. Heb 4:11-13); y 2) confianza (vv. Heb 4:14-16).

1. El primer remedio está expuesto en los versículos Heb 4:11-13, que dicen así en la NVI, la cual capta perfectamente el sentido del original: «Pongamos, pues, todo nuestro empeño (gr. spoudásomen, el mismo verbo de Efe 4:3; 2Ti 2:15; 2Pe 1:10; 2Pe 3:14, entre otros lugares) en entrar en ese descanso, para que nadie caiga imitando la desobediencia de la que nos dieron ejemplo (mal ejemplo; v. entre otros, el v. Heb 4:6). La Palabra de Dios es viva y operante. Más tajante que cualquier espada de dos filos, penetra hasta los linderos del alma y del espíritu, de las articulaciones y de los tuétanos, siendo capaz de discernir los pensamientos y las actitudes del corazón. No hay nada en todo el Universo que pueda quedar oculto a la vista de Dios. Todo está desnudo y al descubierto ante los ojos de Aquel a quien hemos de rendir cuentas».

(A) A primera vista, parece que el autor sagrado se contradice con lo que ha dicho anteriormente. Ha exhortado a «descansar de las obras» (vv. Heb 4:1, Heb 4:10), ahora exhorta a «poner todo empeño en entrar», lo cual es también una «obra». Pero esta diligencia en entrar en el reposo de Dios es, como hemos dicho, una diligencia en descansar de las obras propias para que sea solamente Dios quien obre en nosotros el querer y el hacer lo que a Él le place (v. el comentario a Flp 2:12-13). Permítaseme una ilustración para aclarar esta aparente paradoja: Cuanto más unida está una cañería a la toma de agua, mejor se aprovecha el líquido. Si hay fisuras o empalmes defectuosos, por allí se pierde el agua (comp. con Efe 4:15, Efe 4:16).

(B) El autor exhorta a poner todo ese empeño, «para que nadie caiga imitando la desobediencia de la que nos dieron ejemplo» (v. Heb 4:11), esto es, como cayeron (Heb 3:17) en el desierto los que desobedecieron. Esa caída, ahora espiritual, es un apartarse del Dios vivo (Heb 3:12), aunque su paralelismo con el cayeron de Heb 3:17 insinúa, como hace ver Calvino, «que ha de tomarse por perecer (físicamente) o, para hablar con mayor claridad, no por el pecado, sino por el castigo». En todo caso, ese «caiga» no comporta la pérdida de la salvación, sino de la comunión con Dios.

(C) Algo de la mayor importancia para que el empeño en entrar corra por los cauces legítimos es escudriñar íntimamente las motivaciones del corazón, tan perverso y engañoso como es (Jer 17:9). Por eso el autor sagrado introduce esos dos versículos sobre la Palabra de Dios que desnuda el corazón y lo expone así a la mirada penetrante de Dios (vv. Heb 4:12, Heb 4:13). Esa Palabra de Dios es descrita como viva, operante, tajante, penetrante y discerniente, como el mejor bisturí espiritual del mejor cirujano. Deja al paciente desnudo y al descubierto, de modo que no quedan excusas ante el tribunal divino. Veámoslo en detalle:

(a) La Palabra de Dios es viva, porque participa de la vida misma de Dios que la inspira, la sopla (2Ti 3:16). No sólo es viva, sino que es vital (v. Jua 6:63; 1Pe 1:23-25).

(b) Es también operante, eficiente como Dios mismo (gr. energués, de la misma raíz que el verbo energuéo, que se aplica a Dios en lugares como 1Co 12:6; Flp 2:13). «Así será mi palabra que sale de mi boca, dice Dios por Isa 55:11; no volverá a mí vacía, sino que realizará lo que me place, y cumplirá aquello para que la envié». Cuando, por la dureza del corazón, no causa vida, no por eso vuelve de vacío: causa juicio.

(c) Es tajante, cortante, más que cualquier espada de dos filos (comp. con Isa 49:2; Efe 6:17; Apo 1:16; Apo 2:12, Apo 2:16; Apo 19:15, Apo 19:21). El vocablo que aquí usa el autor sagrado para espada es mákhaira, el mismo de Efe 6:17, mientras que, en todos los citados lugares de Apocalipsis, el vocablo griego es rhomphaía, la espada larga de ataque. La mákhaira es una daga corta, que en Efe 6:17 indica la defensa cuerpo a cuerpo (v. el comentario a Efe 6:11 y ss.), mientras que aquí es figura del bisturí del cirujano operador y está destinada a curar al amigo, mientras que la rhomphaía de Apocalipsis está destinada a destruir al enemigo.

(d) El vocablo dístomos, de dos filos, significa literalmente «de dos bocas», con lo que se pone de relieve su poder incisivo para penetrar hasta lo más hondo del ser humano. La mención de alma, espíritu, coyunturas y tuétanos no tiene por objeto (menos aún que en 1Ts 5:23) describir las partes de que se compone el ser humano, sino sólo la más honda penetración en los pensamientos mismos y en las intenciones del corazón.

(e) Es este discernimiento (gr. kritikós, capaz de juzgar) de la Palabra de Dios, que llega a los últimos recovecos del ser, lo que hace que el hombre (aquí el creyente) quede totalmente desnudo y al descubierto ante los ojos de Dios (v. Heb 4:13). Es cierto que el autor habla (lit.) de creación (es decir, del Universo creado) como patente a la mirada escrutadora de Dios, pero los vocablos que emplea para expresar esto (desnudo y con el cuello descubierto, lit.) dan a entender bien a las claras que se trata de seres humanos. Es muy probable que el autor sagrado tuviese en mente las víctimas destinadas al sacrificio (comp. con Rom 12:1), desolladas y colgadas del cuello, y abiertas por medio, de forma que el sacerdote podía observar si la víctima tenía algún defecto interior. La aplicación al terreno espiritual es clara: Así quedamos, con el bisturí de la Palabra de Dios, expuestos ante la mirada de Dios y aun ante nuestra propia conciencia. ¿No es cierto que, con frecuencia, al oír mensajes punzantes (v. Hch 2:37; Hch 7:54), decimos en nuestro interior: «¡Eso va para mí!», y sentimos como si nos abrieran con un bisturí? Esta llamada a la conciencia tiene largo alcance, pues es un aviso de otra llamada futura: la llamada a juicio (v. Heb 4:13, al final), cuando vayamos a rendir cuentas ante Aquel que todo lo ve.

2. De la exhortación a la diligencia pasa el autor sagrado a exhortar a la confianza (vv. Heb 4:14-16). Dice así en la NVI: «Por consiguiente, ya que tenemos un gran sumo sacerdote que ha penetrado en los cielos, Jesús el Hijo de Dios, aferrémonos firmemente a la fe que profesamos; porque no tenemos un sumo sacerdote que sea incapaz de condolerse de nuestras debilidades, sino que tenemos uno que ha pasado por toda clase de pruebas, exactamente igual que nosotros, excepto que no cometió ningún pecado. Acerquémonos, pues, con toda familiaridad al trono de la gracia, para que podamos alcanzar misericordia y encontrar la gracia que nos ayude en nuestros momentos de apuro».

(A) ¿Qué significa ese «Por consiguiente …» (gr. oun, lit. pues, como conjunción consecutiva)? Piensa Brown que no indica una deducción de lo que antecede, sino una conexión con lo que sigue. Bartina, en cambio, opina que, aun al considerar los versículos Heb 4:14-16 «como el comienzo de una nueva sección … el versículo Heb 4:14 expresa una conclusión exhortativa, que se deduce de lo anterior». No me cabe duda de que Bartina está en lo cierto. Más aún, ya desde Heb 3:1, donde se introduce a Cristo como el sumo sacerdote de nuestra confesión (lit.), se adivina ya un contexto cultual, en el que el reposo de Dios tendrá que ver con el santuario celestial. En el capitulo Heb 3:1-19, el autor sagrado ha mostrado la superioridad de Jesús sobre Moisés a este respecto (v. Heb 3:2-6). En el capítulo Heb 5:1-14, va a mostrar la superioridad de Jesús sobre Aarón, para entrar de lleno en el sacerdocio de Cristo, tema que ocupará todo el resto de la epístola hasta el capítulo Heb 10:1-39 inclusive. En el capítulo Heb 4:1-16 ha mostrado la superioridad de Jesús, nuestro Señor, sobre el otro Jesús, como se llama en griego a Josué en el versículo Heb 4:8. Es cierto que esta superioridad no se expresa de modo explícito, pero aparece bien clara para todo aquel que se de cuenta de que es por medio de Cristo como entramos al reposo y al santuario, cosa que Josué no pudo hacer (vv. Heb 4:6-11). De ahí, la exhortación a retener firmemente nuestra profesión (v. Heb 4:14, comp. con Heb 3:1, Heb 3:6, Heb 3:14).

(B) Tras de este prenotando, necesario para entender la conexión con lo que antecede, podemos ya ver a nuestro Pionero (el arkhegós de Heb 2:10 y de Heb 12:2) que entra en el santuario celestial, hasta llegar a sentarse en el trono mismo de Dios, después de atravesar (gr. dieleluthóta, en participio de pretérito perfecto) los cielos, es decir, los siete cielos (según la cosmogonía judía) o los tres (según los ve el apóstol Pablo; v. 2Co 12:2). Al decir «Jesús el Hijo de Dios», expresa la función del Mediador (v. 1Ti 2:5), juntamente con la dignidad divina que ya poseía antes de hacerse hombre (Jua 17:5; 2Co 8:9; Flp 2:6).

(C) Al tener en cuenta la suprema dignidad sacerdotal de Jesús, así como su condición divina, bien podemos aferrarnos firmemente a la fe que profesamos (lit. a la confesión). No hay nadie ni nada que pueda impedirnos el libre acceso al trono de la gracia y de la misericordia, si ese gran sumo sacerdote está de nuestra parte.

(D) Y efectivamente lo está, porque comprende bien nuestra situación (v. Heb 4:15). Puede compadecer, es decir, «padecer con» (gr. sumpathésai, ¡simpatizar!) nosotros en nuestras debilidades, puesto que también Él ha pasado por toda clase de pruebas, exactamente igual que nosotros, pero sin cometer pecado. ¡Él ha vencido!, y nos ha mostrado el camino de la victoria: la fe (v. 1Jn 5:4, 1Jn 5:5). ¡Retengámosla y defendámosla! (comp. con Efe 6:16, ¡defendámonos con ella!) Lo de «habiendo sido tentado en cuanto a todo» (lit.), o «pasado por toda clase de pruebas» (NVI), no quiere decir que Cristo sufriese todas y cada una de las clases de tentaciones que nosotros sufrimos, sino que sufrió, por decirlo así, las tres cabezas de serie de toda clase de tentación: «carne, codicia y ostentación vanidosa» (v. 1Jn 2:16). Desde esos tres flancos fueron tentados nuestros primeros padres y sucumbieron (v. Gén 3:6, «bueno para comer … agradable a los ojos … codiciable para alcanzar la sabiduría», ¡ser como Dios!, según el consejo de la serpiente en el v. Heb 4:5). Desde esos tres flancos fue tentado Jesús (v. Luc 4:3-12, «pan … poderío … «ostentación vanidosa») y venció. Pero su victoria no le quita compasión, sino que se la aumenta, al condescender desde la altura de su fuerza para ponerse al nivel de nuestra debilidad … y socorrerla (v. 2Co 4:7; 2Co 12:9).

(E) A la vista, pues, de este gran sumo sacerdote divino-humano, fuerte y compasivo, bien equipado para ser nuestro Abogado ante el Padre (Heb 7:25, Heb 7:26; 1Jn 2:1), ya podemos acercarnos con toda familiaridad (más aún, se nos exhorta aquí a ello) al trono de la gracia (v. Heb 4:16). El verbo que el autor sagrado usa para «acercarse» (proserkhómetha) «tiene con frecuencia en los LXX sentido de acercarse en función sacerdotal o cultual (Lev 9:7; Lev 21:17, Lev 21:21; Lev 22:3; Núm 18:3); a veces sencillamente acercarse delante de un personaje … Ambos sentidos cuadran en este lugar, donde los que han sido partícipes de la vocación celestial (Heb 3:1), son invitados y exhortados a presentarse delante del trono divino en actitud de obediencia y servicio» (Bartina). El servicio cultual al que aquí se nos exhorta es el de intercesión sacerdotal (comp. con Efe 6:18, Efe 6:19), eficaz, por cuanto tenemos un gran abogado en el cielo y un gran ayudador aquí en la tierra.

(F) El trono de la gracia es el trono desde el que se dispensan los favores divinos y el poder divino, pues ambos sentidos tiene el vocablo kháris, gracia (v. por ej., Efe 2:8, en sentido de favor, y 1Co 15:10, en sentido de poder). Por eso, el autor sagrado nos asegura que en ese trono de la gracia podemos alcanzar misericordia (la gracia de Dios en el perdón de nuestros pecados, Rom 5:15) y hallar gracia, el poder, para el socorro oportuno (lit. gr. eúkairon boétheian), es decir, el auxilio divino que necesitamos en momentos de prueba, «de flaqueza o de apuro» (Trenchard).

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