Hechos 11:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Veremos ahora cómo fue recibida en Jerusalén la noticia de lo que había ocurrido en casa de Cornelio.

1. Antes de que Pedro regresara a Jerusalén (v. Hch 11:1), «oyeron los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea, que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios». Lo que debería haber causado la mayor alegría entre creyentes de la circuncisión, vino a ser materia de disputa y envidia. Así es como, muchas veces, los prejuicios de grupo o de denominación llegan a oscurecer la verdad divina y a ponerse en contra de las bendiciones obradas por Dios en otros medios y lugares. Para no confundir las cosas (nota del traductor), es preciso distinguir entre el grupo incipiente de judaizantes, que eran los que criticaban a Pedro, y el grupo mayor de creyentes judíos, incluidos los apóstoles y ancianos de la iglesia de Jerusalén, quienes no criticaban a Pedro, pero, como dice Trenchard, «quedaban perplejos frente al caso hasta oír la explicación de Pedro».

2. Quiénes disputaban con Pedro y sobre qué versaba la disputa (vv. Hch 11:2, Hch 11:3): «Y cuando Pedro subió a Jerusalén. disputaban con él los que eran de la circuncisión, diciendo. Has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos». Con esto, llegaban a pensar, quizá, que había manchado, y aun profanado del todo, su ministerio apostólico. Siempre ha causado gran daño a las iglesias el empeño de algunos en sentirse poseedores, «en exclusiva», como un monopolio, de la verdad, y tender así a excluir de la fraternidad cristiana a los que no piensan en todo como ellos. Aun los ministros de Dios no han de extrañarse de ser criticados, no por sus declarados enemigos, sino por los que profesan ser sus amigos. Pero, si nuestra obra ha recibido la aprobación de Dios, bien podemos regocijarnos, como Pedro, sea cual sea la reacción de los hermanos en la fe. Los más celosos en el amor y el servicio del Señor deben esperar ser censurados por quienes, bajo pretexto de ser precavidos, se tornan fríos e indiferentes. En el fondo, tal vez inconsciente, de esta reacción psicológica, se halla encubierto cierto sentimiento de «ser acusados de flojedad espiritual» por el celo de los mejores y más humildes miembros de la congregación.

3. Pedro da un informe completo, pero humilde, de todo el asunto, suficiente para justificar su conducta, así como para satisfacerles a ellos (v. Hch 11:4): «Pedro comenzó a explicarles punto por punto todo lo sucedido» (NVI).

(A) Da por supuesto que si ellos hubiesen comprendido rectamente el asunto, no habrían contendido con él. Debemos ser moderados en nuestras censuras, porque si comprendiésemos bien lo que se nos expone, haríamos (con frecuencia) causa común con nuestros interlocutores, en lugar de oponernos a ellos.

(B) Está muy deseoso de que no le juzguen mal en esto. Se dispone a dar razón de la esperanza que hay en él (1Pe 3:15) concerniente a los gentiles, y por qué ha cambiado de la opinión anterior, que era la misma que ellos sostienen todavía.

(a) Por medio de una visión, se le había dicho que cesase de observar las distinciones hechas por la ley ceremonial; refiere la visión (vv. Hch 11:5, Hch 11:6), como la conocemos de antes (Hch 10:9.). El lienzo que allí (Hch 10:11) se decía «bajado a la tierra», aquí se cambia por «venía hasta mí», pues ambas cosas eran ciertas. Los descubrimientos que Dios hace de sí mismo y de las cosas celestiales, los hemos de aplicar por fe a nosotros mismos. Añade también aquí (v. Hch 11:6) que fijó en él los ojos y lo observó atentamente, como debemos hacer nosotros cuando Dios nos guía a considerar las cosas celestiales. Les refiere la repetida orden del cielo de que comiese de todo aquello (v. Hch 11:7), así como la respuesta negativa que él dio (v. Hch 11:8), con lo que les muestra que sentía la misma repugnancia que ellos tienen, pero Dios le dijo por segunda vez que no llamase común a lo que Dios había purificado (v. Hch 11:9). Así que no tenían por qué reprocharle el haber cambiado de opinión cuando Dios había cambiado la cosa misma. De ello no había duda, pues (v. Hch 11:10) «esto se hizo tres veces». Finalmente, para confirmar que se trataba de una visión celestial, las cosas que él vio no se desvanecieron en el aire, sino que volvió todo a ser llevado arriba al cielo.

(b) El Espíritu de Dios le había instruido directamente para que fuese con los hombres que había enviado Cornelio (v. Hch 11:12). Especifica el lugar y la hora (v. Hch 11:11) de aquella llegada. Y, para que no le quedase duda alguna, también Cornelio había tenido una visión correpondiente a la suya, de forma que la visión de Pedro quedaba confirmada por la de Cornelio, así como la de Cornelio quedaba confirmada por la suya propia (vv. Hch 11:13, Hch 11:14). De todo esto podían dar fe los seis hermanos que habían acompañado a Pedro en aquel viaje (v. Hch 11:12).

(c) Lo que ponía fuera de toda cuestión el asunto de la disputa era el descenso del Espíritu Santo sobre los oyentes en casa de Cornelio (v. Hch 11:15). El hecho era innegable; los testigos, numerosos. Así declaraba Dios que era testigo del acto y que lo aprobaba plenamente. Con esto, recordó Pedro (v. Hch 11:16) aquel dicho del Maestro, que los demás apóstoles habían oído también (Hch 1:5): «Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo». Se confirma así, una vez más, por palabras del propio Pedro, que lo sucedido en casa de Cornelio era como una extensión de lo sucedido en Jerusalén el dia de Pentecostés. Uniendo la referencia de Hch 1:5 y Hch 11:16 con Mat 3:11, estaba claro que el Espíritu Santo era un don de Cristo, así como el cumplimiento de la promesa que les había dejado antes de ascender a los cielos. No había, pues, duda, de que el don procedía de Él. La conclusión que Pedro saca (v. Hch 11:17) de todo esto no puede ser más correcta y atinada: «Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder impedir a Dios?» Como si dijese: «¿Cómo podía yo negarme a bautizar con agua y a impedir que fuesen añadidos a la Iglesia, a quienes Dios había bautizado con el Espíritu Santo?» No se puede poner, o dejar, fuera de comunión con la Iglesia a los que Dios ha tomado en comunión consigo. Un pequeño detalle nota del traductor en el que Pedro insiste es la referencia al «ángel» que estaba en pie en casa de Cornelio (v. Hch 11:13), con lo que venía a decir: «¿Por qué no podía entrar yo adonde había entrado un ángel?»

4. Este humilde y detallado informe de Pedro satisfizo, por fin, a sus interlocutores. Hay quienes, una vez que han censurado a alguien, se aferran a ello por grande que sea la evidencia de que eran ellos los que estaban equivocados. No fue así en esta ocasión, sino que, «oídas estas cosas, callaron» (v. Hch 11:18), es decir, no tuvieron nada más que objetar, y sólo abrieron la boca para glorificar a Dios por la bondad que había mostrado también hacia los pobres gentiles. Por eso, no es mero asombro, sino también gozo, lo que expresaron al decir: «¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!» Les había dado la gracia del arrepentimiento al darles el Espíritu Santo, quien da convicción y dolor del pecado, antes de dar la visión y el gozo de Cristo. Todo arrepentimiento sincero es para vida, pues los que se arrepienten, al morir al pecado, viven desde entonces para Dios; sólo entonces comienzan a vivir de veras y a vivir para siempre. Así que, dondequiera se propone Dios dar vida, da también arrepentimiento. Con esto mostraba Dios (comp. con Hch 5:31) que el arrepentimiento y el perdón de pecados concedido a Israel, se concedían también a los gentiles.

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