Hechos 9:36 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Tenemos aquí otro milagro obrado por Pedro, y todavía mayor que el anterior, pues no se trata de una curación, sino de una resurrección en la persona de una buena discípula (v. Hch 9:36), habitante en Jope (hoy Jafa, un poco al sur de Tel Aviv), a unos 16 km de Lida. Se llamaba en hebreo Tabithá, que quiere decir «gacela». Lucas, al escribir en griego, lo traduce al griego «Dorcás» (no Dorcas). Era eminente por su generosidad, y mostraba su fe por medio de sus buenas obras en las que abundaba (v. Hch 9:39), además de las limosnas que hacía. Empleaba, pues, su tiempo y su dinero del mejor modo posible. Quienes no poseen bienes de fortuna, pueden, con todo, hacer el bien con el trabajo de sus manos o la andadura de sus pies. Parece haber cierto énfasis en ese «hacía», como si no se limitase a dar limosna, sino que perseveraba en hacerla con toda su fuerza. Buen retrato de un buen discípulo de Cristo. Pero, en medio de su vida provechosa en abundancia, fue removida (v. Hch 9:37): «en aquellos días enfermó y murió». Sus amigas lavaron el cadáver, según costumbre, y la pusieron, ya amortajada, en la estancia de la parte alta de la casa.

II. La petición que los discípulos de Lida hicieron a Pedro, por medio de dos hombres que le enviaron a Jope (v. Hch 9:28): «No tardes en venir a nosotros», que equivale a: «Date prisa, que es cosa urgente». Sin duda se habían enterado, no sólo de que Pedro estaba allí, sino también de la curación que había efectuado por el poder del Señor. La hermana Dorcás estaba muerta y era demasiado tarde para llamar a un médico, pero no era demasiado tarde para llamar a Pedro.

III. La respuesta de Pedro a esta petición (v. Hch 9:39): «Levantándose entonces Pedro, fue con ellos». Los fieles ministros de Dios no han de codiciar reverencias, cuando el gran apóstol Pedro se hizo siervo de todos. Halló el cadáver en el aposento en que lo habían colocado, y allí le rodearon todas las viudas, las cuales estaban llorando la pérdida de tan singular bienhechora. No necesitan llorar por ella, pues descansa de sus trabajos y sus obras siguen con ella (Apo 14:13), pero sí lloran por ellas y por sus hijos, que pronto echarán en falta a una mujer tan buena. Lloraban delante de Pedro a fin de que tuviese compasión de ellas y les restaurase la que de ellas se compadecía. Mientras lloraban, le mostraban las túnicas y los vestidos que Dorcás hacía cuando estaba con ellas (v. Hch 9:39). ¡Qué bien cumplía Dorcás lo de cubrir al desnudo (Isa 58:7; Mat 25:36), sin pensar que era bastante con decir: «Id en paz, calentaos» (Stg 2:16)! Le mostraban a Pedro dichos vestidos en señal de gratitud hacia la difunta. Horrible es la ingratitud de quienes han recibido favores y hasta se avergüenzan de reconocerlo. Los que reciben limosna no están obligados a ocultarlo como lo están los que la dan. Estos vestidos mostraban que Dorcás era, no sólo generosa, sino también laboriosa.

IV. La forma en que fue devuelta a la vida: 1. En privado: «Pedro hizo salir a todos fuera de la habitación» (v. Hch 9:40. NVI). Pedro declinó así todo lo que pareciese vanagloria y ostentación. Ellas vinieron a ver, pero él no vino a ser visto. 2. Previa oración: «se puso de rodillas y oró». Al curar a Eneas, se implica que oró en silencio, pero en esta obra de mayor envergadura se dirigió a Dios por medio de una oración solemne, con la sumisión de siervo, por lo que se hincó de rodillas para orar. 3. Mediante dos palabras, dichas (implícitamente) en el nombre de su Maestro: «Tabitá, levántate». La semejanza con el caso de la hija de Jairo es tan grande, que Pedro no podría menos de recordar el milagro del Maestro, especialmente por la casi identidad de las palabras de Jesús, conservadas únicamente en Mar 5:41 (sin duda, al dictado del propio Pedro, que se hallaba presente): «Talithá, cumi», y las que Pedro le diría a Dorcás, hebrea como lo muestra su nombre: «Tabithá, cumi». ¡Una sola letra de diferencia, como observa el Prof. F. F. Bruce! Con las palabras de Pedro, salió el poder de Dios, de forma que «ella abrió los ojos, que ya tenía cerrados por la muerte y, al ver a Pedro, se incorporó». Y él, dándole la mano, la levantó (v. Hch 9:41), como si le diese la bienvenida a la nueva vida con la diestra de un compañerismo entre los vivientes, de los que ella había quedado separada. 4. Finalmente (v. Hch 9:41), «llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva».

V. El buen efecto de este milagro. 1. Muchos quedaron convencidos de la verdad del Evangelio y creyeron en el Señor (v. Hch 9:42), pues el caso fue notorio en toda Jope, y aunque muchos no se darían por enterados, otros muchos fueron convertidos por la verdad, pues el objetivo de los milagros es confirmar la revelación divina. 2. Pedro, por su parte, se quedó bastantes días en Jope (v. Hch 9:43). Al haber hallado abierta la puerta de la oportunidad allí, se quedó muchos días hasta que fue enviado por Dios a otro lugar que luego veremos. Acerca de su hospedaje «en casa de un cierto Simón, curtidor», dice Trenchard: «Desde Harnack en adelante, los escriturarios han señalado el significado de Hch 9:43, que revela que el judío ortodoxo que era Pedro se digna posar en la casa de Simón curtidor, toda vez que el oficio de curtidor se consideraba inmundo para los judíos estrictos, a causa de la necesidad de manejar los cuerpos muertos de animales. Pedro no pone objeciones en este caso, lo que nos hace suponer que los horizontes de su mente van ensanchándose como preparación para recibir la gran verdad: lo que Dios había limpiado, él no había de llamarlo inmundo».

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