Hechos 2:14 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Primeros frutos del Espíritu en el sermón que, a continuación, predicó Pedro a todos los judíos allí asistentes, sin excluir a los burladores (v. Hch 2:15). El sermón va dirigido a los judíos en general, y a los habitantes de Jerusalén en particular. El que había negado a Cristo vergonzosamente le confesaba ahora corajosamente. Aunque también otros discípulos hablaron, sólo el discurso de Pedro figura en el texto sagrado y (contra la opinión de M. Henry nota del traductor ) parece ser, por el versículos Hch 2:41, que fue precisamente por el impacto de su sermón por lo que se convirtieron los tres mil.

I. Introducción del sermón: Pedro se puso en pie con los once (v. Hch 2:14). Los que estaban investidos de mayor autoridad fueron los primeros en levantarse para hablar a los burlones. Así también, entre los ministros de Dios, los equipados con los mejores dones están llamados a instruir y responder a los que se les oponen. Pedro alzó la voz, lo cual significa la solemnidad de la ocasión, más bien que la necesidad de hablar en alto debido a la enorme concurrencia. Invita primero a tomar buena nota de lo que va a decir y a prestar mucha atención a sus palabras (v. Hch 2:14).

II. A continuación, primero responde a la calumnia blasfema (v. Hch 2:15): «Estos no están ebrios, como vosotros suponéis. Estos discípulos de Cristo, que ahora hablan en otras lenguas, hablan con buen sentido; no podéis decir que están borrachos, puesto que es la tercera hora del día, esto es, las nueve de la mañana y, antes de esta hora, los judíos no comen ni beben cosa alguna en sábado ni en las fiestas solemnes».

III. Su relato de la efusión del Espíritu Santo, tanto por ser cumplimiento de las Escrituras como por ser fruto de la resurrección y de la ascensión de Cristo.

1. Era cumplimiento de cierta profecía del Antiguo Testamento y especifica Pedro la del profeta Joel (Joe 2:28-32). Es de observar que, aun cuando Pedro estaba lleno del Espíritu Santo, no dejó a un lado las Escrituras, ni pensó que él pudiese estar por encima de ellas. Los discípulos de Cristo nunca pueden aprender algo superior a sus Biblias.

(A) El texto que Pedro cita (vv. Hch 2:17-21). Se refiere a los últimos días. «Los últimos días» es una expresión genérica para designar el tiempo posterior a la primera venida del Mesías (comp. con 1Jn 2:18), y culminan en el Día del Señor (v. Hch 2:20) o Día de Jehová, en que Dios juzgará a los enemigos de Israel e instaurará el reinado del Mesías, como se ve por el contexto anterior en la profecía de Joel. Como en otras muchas ocasiones, la perspectiva profética tiene aquí un doble plano. Pedro menciona los fenómenos que acompañarán al Día de Jehová porque le interesa llegar a la última frase de la profecía (Joe 2:32): «Y sucederá que todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo» (v. Hch 2:21, comp. con Rom 10:13), lo cual es ya cierto en la dispensación del Evangelio de la gracia para todos.

(B) Nótese que Pedro no dice que así se cumplió la profecía de Joel, sino esto es lo dicho por medio del profeta Joel (v. Hch 2:16), es decir, aquí se cumplía algo de dicha profecía: una efusión del Espíritu sobre toda carne (v. Hch 2:17), no sobre todos los hombres, sino sobre judíos y gentiles, nobles y esclavos, sin discriminación. Lo de las «visiones» y el «profetizar» (vv. Hch 2:17, Hch 2:18), como efecto de dicha efusión del Espíritu estaba a la vista en la glosolalia, quizás extática, de los discípulos (v. Hch 2:4). Los fenómenos atmosféricos de los versículos Hch 2:19 y Hch 2:20 que, en muchas ocasiones, acompañan a la manifestación majestuosa y terrible de Dios, apuntan explícitamente al futuro, al Día de Jehová, y nadie puede demostrar (como lo intenta M. Henry y muchos otros ) que se cumpliesen en la destrucción de Jerusalén el año 70 de nuestra era (nota del traductor).

2. Era un don del Señor Jesús (v. Hch 2:33), por lo que Pedro toma ocasión de aquí para predicarles a Cristo (v. Hch 2:22). Vemos:

(A) Un resumen de la vida de Jesús (vv. Hch 2:22, Hch 2:23), a quien llama Jesús de Nazaret. Y añade: «varón acreditado por Dios entre vosotros; censurado y condenado por los hombres, pero aprobado por Dios. Vosotros mismos sois testigos de la fama que adquirió por los milagros, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de Él, como vosotros mismos sabéis» (v. Hch 2:22). Véase el énfasis que pone Pedro en los milagros de Cristo: hechos conspicuos, sobrenaturales, realizados en medio de ellos, por lo que no podía negarse la correcta inducción de que Dios lo marcaba con su sello (Jua 6:27, lit.) como a Hijo de Dios y Salvador del mundo.

(B) Una explicación profunda del misterio que encerraba el que un hombre así aprobado por Dios sufriese una muerte tan ignominiosa como si estuviese abandonado y desamparado por Dios (v. Hch 2:23): Los ejecutores de la muerte de Cristo cometieron el crimen más abominable de todos los siglos al crucificar por manos de inicuos (es decir, los paganos romanos, sin la Ley) al Hijo de Dios, pero el que movía todos los hilos de la trama (el mayor responsable, pero el menos culpable) era el mismo Dios Padre que, por medio de esa muerte en cruz, se proveía a Sí mismo del único sacrificio aceptable para la redención del mundo al precio de la sangre de Su Hijo; por esta parte, la muerte de Cristo era la obra magna de Dios; la gran proeza, por excelencia, de su sabiduría, su poder y su amor infinitos.

(C) Un vibrante testimonio de la resurrección de Cristo (v. Hch 2:24): al cual Dios resucitó. La frase «sueltos los dolores de la muerte» indica, por una parte, algo así como la salida de una prisión, conforme al hebreo del Sal 18:5, tomando la cita de los LXX, donde, en lugar de «ataduras» se lee «dolores»; el griego odinas significa dolores de parto, como si el sepulcro sufriese dolores de parto y no pudiese contener en sus entrañas a Cristo. «Era imposible dice Pedro que Cristo fuese retenido por ella (la muerte)», no sólo porque Cristo es el Autor de la vida (Hch 3:15), sino también porque la resurrección era el respaldo que Dios daba a la obra de la Cruz y, a la vez, la apertura de la fuente de la vida para todos los creyentes y la inauguración de la nueva humanidad (v. el comentario a Rom 4:25).

(D) Pedro no se contenta con atestiguar el hecho de la resurrección, ya que el pueblo no había visto al resucitado (Hch 10:41), sino que invoca el testimonio de las Escrituras. (a) Primero, del Salmo 16:8 11 (vv. Hch 2:25 al Hch 2:28) de acuerdo con la tradición judía, apoyada en la versión de los LXX, ya que el hebreo no hace referencia a la resurrección ni a la inmortalidad (v. el comentario a dicho salmo) y deduce (vv. Hch 2:29-31) que David, siendo profeta … habló de la resurrección de Cristo, por donde vemos, una vez más, que la intención del Espíritu Santo sobrepasa, en muchos lugares, la percepción consciente de los mismos escritores sagrados (comp. 1Pe 1:10-12). (b) Del Sal 110:1, cita que se repite 16 veces en el Nuevo Testamento y que el propio Jesús había usado (v. Mat 22:41-45) para demostrar que era el Mesías, pues David le había reconocido como «Señor» suyo, siendo «hijo suyo».

(E) Tras atestiguar de nuevo el hecho de la resurrección de Cristo (v. Hch 2:32), Pedro explica la efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos, cuyos efectos podían ver todos los presentes, en función de la exaltación de Cristo a la diestra del Padre, ya que sólo después de recibir el espaldarazo de «Vencedor» al ascender a los cielos pudo derramar, con el Espíritu Santo, la fuente de todos los dones otorgados a su Iglesia (v. Efe 4:8-10).

(F) Pedro finaliza su magnífico mensaje con una valiente y poderosa peroración (v. Hch 2:36): «Por tanto, que todo el pueblo de Israel lo sepa con absoluta seguridad: Dios ha constituido como Señor y como Mesías a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis» (Nueva Versión Internacional). Antes de su resurrección, a nadie se le debía decir que Jesús era el Mesías (v. por ej., Mat 17:9), a causa de las falsas ideas de la gente (v. Jua 6:15), pero ahora debían proclamarlo. Jesús ya era antes Señor y Cristo (hebr. Mesías), pero ahora Dios lo hacía, es decir, lo constituía públicamente al exaltarlo con una gloria sin par. El original dice «la casa de Israel» por su «sentido de familia, que toma el nombre de su jefe o antepasado», como dice Leal. Nótese el contraste que Pedro establece entre la glorificación de Cristo por obra del Padre, y su crucifixión por obra de los mismos asistentes al sermón. Ambos elementos eran necesarios en la peroración de Pedro. No basta con predicar la salvación; es preciso predicar el pecado, la perdición, sin la que la salvación no tiene sentido.

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