Hechos 22:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Pablo se dirige al pueblo con admirable compostura, sin miedo y sin pasión, dándoles los más respetuosos títulos (v. Hch 22:1): «Hermanos (de raza) y padres (los ancianos del pueblo), oíd, etc.» (comp. con Hch 7:2). Quiere mostrar que, al fin y al cabo, es uno de ellos, y va a presentar su «defensa», petición justa, pues todo ser humano que es acusado de algo tiene derecho a responder por sí. Les habló en lengua hebrea (v. Hch 22:2), es decir, en arameo, con lo que confirmaba que era judío. Entonces, ellos guardaron silencio. El tribuno se había sorprendido al oírle hablar en griego (Hch 21:37); ahora éstos parecen sorprenderse al oírle en su lengua. En ambos casos, sube el prestigio del acusado. Muchos hombres sabios y buenos son menospreciados sólo por ser poco conocidos.

2. Pablo comienza su defensa (v. Hch 22:3) y repite lo que había dicho al tribuno («judío tarsense de Cilicia»), pero añade lo que más podía interesar al auditorio judío: «criado en esta ciudad (Jerusalén), instruido a los pies de Gamaliel, quien era tenido por el rabino más prestigioso de su tiempo (v. Hch 5:34), estricto observante de la ley de nuestros padres (frase que comprende también las tradiciones de los mayores), celoso de Dios como hoy lo sois todos vosotros». Bien lo había demostrado (v. Hch 22:4): «Y perseguí este Camino hasta la muerte, etc.» (v. Hch 8:3; Hch 9:2). No sólo era de mente bien instruida, sino de corazón extremadamente celoso. El sumo sacerdote y los ancianos (v. Hch 22:5) le eran testigos del ardor con que persiguió a la Iglesia como un enemigo mortífero. Menciona todo esto para mejor poner de relieve el tremendo cambio que se había operado en él por la pura gracia de Dios.

3. La forma en que fue convertido (vv. Hch 22:6-11). No fue por causas naturales, sino (A) por efecto de una gran luz celestial que le rodeó (v. Hch 22:6), y los judíos sabían que una luz del cielo había de proceder de Dios; (B) por efecto de una voz, también del cielo, que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (v. Hch 22:7). Ante la pregunta de Pablo, el de la voz había respondido (v. Hch 22:8): «Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues». Para salir al paso de la objeción: «¿Cómo es que la luz y la voz operaron en él ese cambio, y no en los que le acompañaban?» Pablo asegura (v. Hch 22:9) que ellos vieron la luz ciertamente (y oyeron el sonido de la voz, Hch 9:7), pero no entendieron lo que decía la voz del que hablaba con él. Y, como la fe viene por el oír (Rom 10:17), el cambio se operó en él que oyó lo que la voz decía, no en los que sólo habían visto la luz y oído el sonido de la voz. (C) Inmediatamente había recibido del Señor (v. Hch 22:10) instrucciones sobre lo que debía hacer. Y, como había quedado ciego por el tremendo resplandor de la luz, tuvo que ser llevado de la mano hasta Damasco. Los pecadores inconversos son cegados por el poder de las tinieblas y su ceguera es perpetua, pero los pecadores convictos y cegados por la luz, como Pablo, padecen una ceguera temporal, a fin de ser mejor iluminados después. Cuando era simplemente un fariseo, Pablo estaba orgulloso de su «vista» espiritual (comp. con Jua 9:40), pero ahora quedaba cegado para que se percatase de su ceguera espiritual.

4. La manera en que fue firmemente establecido en el cambio que en él se había operado, y las ulteriores instrucciones que había recibido, por mano de Ananías (vv. Hch 22:12-16).

(A) Este Ananías no era una persona llena de prejuicios contra el país y la religión de los judíos, sino que era (v. Hch 22:12) varón piadoso según la ley y, además, tenía buen testimonio de todos los judíos que allí habitaban. Éste era el primer cristiano con quien Pablo había tenido contacto amistoso.

(B) La curación de la vista por manos de dicho Ananías (v. Hch 22:13). Para asegurarle que lo hacía de parte, y con el poder, de Cristo, le dijo: «Hermano Saulo, recobra la vista».

(C) La declaración de Ananías del gran favor que Dios le había otorgado a Pablo: (a) En cuanto al pasado y al presente (v. Hch 22:14), Dios, el Dios de nuestros padres (con lo que Ananías declaraba ser también judío) te ha elegido para darte a conocer su voluntad, para que vieses al Justo y oyeses sus palabras (NVI), y conociese así la voluntad de Dios por medio del propio Hijo de Dios. Esteban le había visto de pie a la diestra de Dios (Hch 7:55) pero Pablo le vio como a la diestra de Él mismo. «El Justo» es título claramente mesiánico (comp. Hch 3:14; Hch 7:52; 1Jn 2:1) y el oír la voz de su boca pone de relieve la comunicación personal que, como apóstol, había recibido directamente del Señor. (b) En cuanto al futuro (v. Hch 22:15), Pablo había de ser testigo, ante todos los hombres, de lo que había visto y oído. No se hace distinción entre judíos y gentiles, entre reyes y vasallos, para destacar el carácter universal del testimonio del apóstol. La repetición de su experiencia, tanto aquí como en el capítulo Hch 26:1-32, insinúa que daría, con mucha frecuencia, el mismo testimonio en sus predicaciones, a fin de mejor obtener la conversión de otros. Si él, perseguidor y blasfemo, había conseguido gracia, ¿quién podía desesperar de obtener el favor de Dios?

(D) La exhortación de Ananías a que se bautizase para perdón (signo del perdón) de sus pecados (comp. con Hch 2:38; Hch 9:18). Es la invocación del nombre del Señor la que salva (Rom 10:13, así como Joe 2:32: Hch 2:21). Con la circuncisión, había entrado en pacto con Dios, pero con el bautismo se había dedicado a Dios en Cristo. La frase: «¿a qué esperas?» indica que la ordenanza del bautismo no debe retrasarse más de lo necesario para que los líderes de la iglesia tengan una seguridad, siempre falible, de la genuina conversión de la persona. Dos detalles son aquí dignos de mención, como hace notar Trenchard: (a) Ese «bautízate» está, en griego, en la voz media, pero eso no indica el autobautismo, sino el beneficio del sujeto que recibe el bautismo. Además nota del traductor la voz media griega no es, en realidad, reflexiva. (b) La mención del perdón de los pecados en conexión con el bautismo no significa que el bautismo de agua sea el medio necesario para tal perdón, sino el signo exterior de la fe interior mediante la que la persona es justificada. Dice Trenchard: «en los tiempos apostólicos la señal del bautismo se hallaba tan íntimamente enlazada con la manifestación del arrepentimiento y la confesión de la fe que a veces la mención de la señal bastaba para presentar la actitud espiritual que simbolizaba». Por desgracia, pronto se adulteró esta correcta doctrina hasta hacer del bautismo de agua «el sacramento de la regeneración».

5. La comisión que recibió de ir a predicar a los gentiles (vv. Hch 22:17-21). Esto es precisamente lo que enfureció a los que le escuchaban (v. Hch 22:22). Esta comisión no la recibió inmediatamente después de su conversión, sino (A) vuelto a Jerusalén (v. Hch 22:17), cuando estaba orando en el templo, que era casa de oración para todos los pueblos (Isa 56:7). Esto era una prueba clara de la veneración en que tenía al templo. (B) Allí le sobrevino un éxtasis (v. Hch 22:17), distinto del que menciona en 2Co 12:1-4. (C) «Y le vi que me decía» (lit. diciéndome). El original expresa bien que Pablo vio al Señor en aquel éxtasis. También en éxtasis (Hch 10:10), tuvo Pedro la comisión de abrir la puerta del Evangelio a los gentiles. El Señor le dijo primeramente (v. Hch 22:18): «Date prisa y sal prontamente de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí». El Señor sabe quiénes han de recibir el Evangelio y quiénes lo van a rechazar. (D) Como se ve por el contexto anterior y posterior, la mención que hace Pablo de su historia pasada (vv. Hch 22:19, Hch 22:20) mostraba la esperanza que aún abrigaba de que, con ello, los judíos se convencerían de que el cambio que en él se había operado, se debía a una intervención sobrenatural y, por tanto, estarían dispuestos a aceptar su testimonio, pero el Señor insiste en que se vaya de Jerusalén, «porque yo te enviaré lejos a los gentiles» (v. Hch 22:21). El versículo Hch 22:20 muestra cuán grabada estaba en la mente de Pablo la escena del apedreamiento de Esteban, en el que él había consentido (v. el comentario a 26:10). Muchas veces por nuestras inclinaciones personales, aun legítimas, nos cuesta mucho seguir el camino que Dios nos ordena emprender, pero hemos de convencernos de que la Providencia dispone nuestros pasos más convenientemente, aun para nosotros mismos, de lo que nosotros podemos hacerlo. Si el Señor lo ordena, el Espíritu del Señor nos acompañará con su gracia y su poder.

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