Hechos 23:12 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Tenemos ahora el relato del complot que contra Pablo urdieron sus enemigos.

1. Al ver que nada ganaban por medio de alborotos populares ni por procedimientos legales, recurren al bárbaro método del asesinato. Así lo tramaron tan pronto como se hizo de día (v. Hch 23:12). Pero el Señor había madrugado más que ellos. Más de cuarenta eran los que habían hecho esta conjuración (v. Hch 23:13). Se habían comprometido bajo anatema (lit.) a no gustar nada (¡huelga de hambre y de sed!) hasta haber dado muerte a Pablo (vv. Hch 23:12, Hch 23:14). Cometer el crimen era ya suficientemente malo; juramentarse para ello bajo maldición, peor que peor, es como si entrasen en pacto con el diablo, al no dejar lugar para un posible arrepentimiento. ¡Muy seguros estaban de que el complot les saldría bien! El plan estaba astutamente concebido (v. Hch 23:15): Los principales sacerdotes y los ancianos, haciéndose cómplices del crimen juramentado, demandarían del tribuno que hiciese comparecer de nuevo ante el Sanedrín a Pablo para indagar alguna cosa más de él, y ellos estarían listos para matarle antes que llegase. Estaba bien fundada la opinión que tenían de sus principales sacerdotes y ancianos: eran tan asesinos como ellos y como sus antecesores (y algunos de ellos) lo habían sido en el proceso contra el Señor. Odiaban a Pablo tanto como habían odiado a Jesús. ¡Qué honor ser amado por los que aman al Señor y ser odiado por quienes le odian!

2. Se descubre el complot (vv. Hch 23:16-22). Un sobrino de Pablo (v. Hch 23:16), del que nada más sabemos ni de cómo se enteró de la conjura, pasó aviso a Pablo, y éste (v. Hch 23:17) llamando a uno de los centuriones, dijo: Lleva a este joven ante el tribuno, porque tiene cierto aviso que darle. Así lo hizo el centurión (v. Hch 23:18) y, con este gesto de romano cortés y civilizado, salvó la vida del apóstol. Nótese la prudencia de Pablo, al ocultar su parentesco con el joven y al no revelar al centurión la conjura, poniendo así a su sobrino en directa comunicación con el tribuno. El tribuno, por su parte, tomó amablemente de la mano al joven y llevándole aparte (v. Hch 23:19), se enteró por él de la conjura (vv. Hch 23:20, Hch 23:21) y le despidió (v. Hch 23:22), mandándole que a nadie informase de que le había dado aviso de esto. Todos se comportaron con extremada prudencia, como lo requería el caso. Quienes no saben guardar secretos no deben estar en puestos de responsabilidad.

3. Se deshace la conjura (vv. Hch 23:23-35). El tribuno preparó el traslado de Pablo de forma que llegase a su destino en Cesarea a salvo del complot que habían tramado contra él.

(A) Ordenó que Pablo fuese acompañado por un considerable destacamento de tropas romanas (v. Hch 23:23) y que se le proveyese de montura para el trayecto, no como un reo, sino como protegido, ya que no hallaba en él nada digno ni siquiera de prisión (v. Hch 23:29). ¡Qué triste es observar cómo los principales sacerdotes judíos, al enterarse del complot, dieron su «visto bueno», mientras un tribuno romano, llevado del sentimiento natural de justicia y humanidad, hace lo posible por librarle de la muerte! Con tal alarde de fuerza, el tribuno quería mostrar a los judíos que no debían seguir en su actitud tumultuosa, sino temer el poder de Roma y someterse a la férrea administración de la autoridad imperial. Todo entraba en los planes de Dios, quien quería salvar la vida de su fiel siervo y animarle con todas estas medidas del tribuno, mero instrumento en manos de la Providencia. Si hubiesen sido los enemigos de Pablo los encargados de conducirle al gobernador, lo habrían llevado a pie o en una mala carreta, pero el tribuno le provee de montura como a un caballero (v. Hch 23:24).

(B) El tribuno escribe una carta a Félix, el gobernador de la provincia.

En ella, después de los saludos de rigor (comp. con Luc 1:3), el tribuno, con claridad y concisión propias de un educado romano (le escribiría en latín, que tan bien se presta para ello, traducido estupendamente por Lucas, quien pudo enterarse del contenido de la carta), expone el caso de Pablo y su propia actuación militar en el asunto, cambiando, como observa Trenchard, «sutilmente el orden de los acontecimientos al efecto de presentar su propia actuación en la luz más favorable posible» (v. Hch 23:27). El hombre que le enviaba había estado a punto de morir a manos de los judíos, pero él no lo había permitido, al saber que se trataba de cuestiones internas de la Ley judía, sin delito alguno que requiriese la intervención de las autoridades romanas. Los romanos permitían a las naciones conquistadas por ellos el ejercicio de su religión respectiva, pero, como responsables de la paz y el orden público de sus dominios, no permitían que, bajo pretexto de religión, se actuase violentamente contra el prójimo.

(C) Fue conducido, pues, Pablo a Cesarea con buena escolta y con toda cautela («de noche», v. Hch 23:31), primero a Antípatris, y (v. Hch 23:32), al día siguiente, dejando que los jinetes fuesen con él (a Cesarea), volvieron (los demás de la escolta) a la fortaleza. ¿Qué se hizo de los conjurados a no comer ni beber hasta que hubiesen dado muerte a Pablo? (v. Hch 23:12). De seguro que violaron el juramento y el anatema. Después de todo, los que estaban decididos al asesinato de un inocente, contra uno de los preceptos del Decálogo, ¿por qué iban a tener escrúpulos de conciencia al quebrantar otro que tan de cerca les atañía? Antípatris distaba unos 60 km de Jerusalén, con lo que la primera y principal etapa del viaje estaba realizada a salvo; bastaban los jinetes para acompañar a Pablo en los 40 km que Antípatris distaba de Cesarea.

(D) Así fue como Pablo fue puesto en manos del gobernador Félix (v. Hch 23:33), a quien los jefes militares de la expedición entregaron la carta del tribuno Lisias así como el propio acusado, Pablo. El apóstol no se había interesado jamás en hacer amistad con los grandes de este mundo y, sin embargo, Dios le proveyó de abundantes oportunidades (precisamente en medio de sus padecimientos) de testificar de Jesucristo delante de reyes y gobernadores. Después de leer la carta, y enterado de qué provincia era, le dijo Félix a Pablo (v. Hch 23:35): «Te atenderé cuando vengan tus acusadores. Y mandó que le custodiasen en el pretorio de Herodes». Las frases de Félix no se deben entender en sentido de benignidad hacia Pablo; el verbo griego para «atender» significa «escuchar dentro de un proceso legal». En realidad, como veremos en el capítulo siguiente, Félix era un gobernador corrompido y sin escrúpulos. De él escribe el escritor latino Tácito que «ejercía la autoridad de un rey con mentalidad de esclavo».

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