Hechos 23:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. La prudencia de la serpiente, recomendada por el propio Jesús, le vale a Pablo para salir bien del apuro presente. Aunque era humilde creyente y apóstol del Señor, tenía ocasión, siempre para bien de la causa de Cristo y del Evangelio, de hacer valer sus honores y privilegios. La declaración de su ciudadanía romana le había librado el día anterior de ver su vida en peligro por el cruel suplicio de los azotes, y su condición de fariseo le iba a salvar de ser condenado por el Sanedrín. La disposición a dar la vida por Cristo es compatible con el uso de métodos honestos para preservarla cuando podemos hacerlo para bien. «Conociendo (más exacto que dándose cuenta) que una parte eran saduceos, y otra fariseos, alzó la voz, etc.» (v. Hch 23:6). Como los fariseos creían en la resurrección, y él era fariseo e hijo de fariseo, halló la oportunidad, no sólo de ir al núcleo mismo del mensaje que predicaba (la resurrección de Cristo), sino también de dividir a la asamblea, como, en efecto, sucedió (vv. Hch 23:7-9). Esta división favoreció a Pablo de tal manera, que los fariseos del Sanedrín se inclinaban a la absolución lisa y llana de Pablo («Ningún mal hallamos en este hombre»); y todavía iban más lejos al dar como probable que algún espíritu o un ángel le hubiese hablado. Estas frases, según Leal, podrían «referirse al episodio del camino de Damasco». La «esperanza» de que hablaba Pablo estaba bien fundada en las Escrituras del Antiguo Testamento (v. Sal 16:9-11; Dan 12:2, Dan 12:3) y se advierte en Luc 2:25, Luc 2:38. La primera frase de los fariseos aquí nos recuerda aquella otra de Pilato en Luc 23:4; Jua 18:38. La frase, al final del versículo Hch 23:9: «¡No luchemos contra Dios!» está mal atestiguada y podría ser una glosa basada en Hch 5:39.

2. Parece ser que, al ir en aumento el altercado (v. Hch 23:10), el tribuno tuvo que proteger, por tercera vez (v. Hch 21:32 y Hch 22:24), a Pablo del furor de la chusma, y ordenar a la tropa que lo sacasen de allí y lo condujeran de nuevo a la fortaleza, la cual le servía, a un tiempo, de cárcel y de refugio. Aquellas noches, los pensamientos se agolparían en la cabeza de Pablo, pero el Señor Jesús se presentó a su lado, junto a la cabecera del lecho y le dijo (v. Hch 23:11): «Ten ánimo, Pablo (¡cuán dulce le sería escuchar su propio nombre de labios del Señor!); pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma». ¡Extraña forma de consolar a un preso, prometiéndole en Roma las mismas aflicciones que en Jerusalén! Pero, ¿no era esto lo que él deseaba? (v. Hch 21:13). ¿No era eso lo que se le había prometido desde el día de su conversión? (Hch 9:16). Lo único que desanimaba a Pablo era no ser útil para servir a su Maestro, por vida o por muerte. Así que las palabras de Cristo eran para él de gran ánimo, pues equivalían a decirle: «¡No temas, Pablo; todavía no he terminado contigo!» Pablo deseaba ir a Roma, para predicar también allí el Evangelio (Rom 1:15) y tenía planes de ir allá (Hch 19:21). Quizás pensaría, antes de la visita del Señor, que no vería satisfecho su anhelo. Pero Jesús le dice ahora que hasta en esto se habían de cumplir sus deseos.

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