Hechos 28:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. La amable recepción que les dispensaron los habitantes de la isla (v. Hch 28:2), encendiendo para ellos una hoguera, pues llovía y hacía frío. Dios puede hacer de los extranjeros amigos, como puede hacer de los enemigos hermanos en la fe. El griego llama a los habitantes de Malta «bárbaros», es decir, «no griegos». Todos los que no seguían las costumbres (y la lengua) de Grecia o de Roma eran apellidados así. Sin embargo, estos «bárbaros», dice Lucas (v. Hch 28:2), nos trataron con no poca (es decir, con mucha) humanidad. Lejos de aprovecharse del naufragio, vieron una oportunidad de hacer el bien a otros. Esto nos sirve de ejemplo, para que aprendamos a ser compasivos con los que se hallan en apuros de cualquier clase. Estos «bárbaros» no se contentaron con decir «Id en paz, calentaos» (Stg 2:16), sino que ellos mismos encendieron una hoguera, para que los náufragos se calentaran y secaran sus ropas.

2. Un nuevo peligro para la vida de Pablo. Tan acostumbrado estaba el apóstol a ayudar a los demás, siempre lejos del ocio y de la egoísta comodidad, que también él se puso a recoger ramas secas y echarlas al fuego (v. Hch 28:3). El gran apóstol no temió rebajarse por condescender a este menester, enseñándonos que sólo el pecado rebaja al hombre. No fue pura casualidad, como veremos, que saliese una víbora huyendo del fuego y se le prendiese en la mano, pues, aunque al principio las nativos, llevados de la superstición, vieron en esto un castigo de la Justicia (la diosa Dike) por algún crimen que Pablo habría cometido, a pesar de que había logrado escapar del naufragio (v. Hch 28:4), al ver que no le sucedía nada malo, después de haber esperado mucho tiempo, cambiaron de parecer y decían que era un dios (v. Hch 28:6). Varios detalles son dignos de atención:

(A) Estos «bárbaros» tenían alguna luz natural, la de la conciencia y, por medio de ella, sabían que había una Deidad que gobernaba el mundo, que el crimen persigue al criminal y que las malas obras no han de quedar sin castigo, pues aunque los malhechores logren escapar de los males comunes y aun de la justicia de este mundo, no lograrán escapar de la justicia divina.

(B) Pero el conocimiento que tenían, por medio de esta luz natural, era defectuoso en dos cosas: (a) Creían que todos los criminales son castigados en esta vida. El día de la ira de Dios está por venir (Apo 6:17, entre otros lugares) y, aunque algunos sufran castigo en este mundo, para demostrar que hay un Dios, muchos no parecen sufrir aquí ningún castigo, para probar que hay un juicio venidero. (b) Creían que todos los que sufren de modo notable en este mundo, son notablemente malvados. La divina revelación pone las cosas en su sitio, al enseñarnos que, en esta vida, males y bienes suelen estar distribuidos por igual (Mat 5:45) y que los justos son particularmente afligidos aquí para que mejor ejerciten su fe y su paciencia.

3. Pablo salió indemne de este peligro (vv. Hch 28:5, Hch 28:6). Con toda serenidad, ya de por sí señal de inocencia, sacudió la víbora en el fuego y no sufrió ningún daño (v. Hch 28:5); después de mucho tiempo … nada anormal le sucedía (v. Hch 28:6). Tal presencia de ánimo, así como la liberación de todo daño, se debieron a la gracia de Dios, no sólo para preservar la vida de su siervo, sino también para darle prestigio entre los isleños. Lo de «dijeron que era un dios» (v. Hch 28:6, al final) lo dijeron, sin duda, entre ellos, ya que, si hubiese llegado a los oídos de Pablo, no habría consentido que lo tuviesen por Dios (comp. con Hch 14:11.). El suceso nos sirve, una vez más, para percatarnos de la volubilidad de los hombres, tanto bárbaros como civilizados.

4. Vemos luego la milagrosa curación, por ministerio de Pablo, de un hombre principal de la isla (vv. Hch 28:7-9). El hijo de este hombre, según refiere Lucas (v. Hch 28:7), «nos recibió y hospedó amistosamente tres días». Este hombre, llamado Publio, con lo que se muestra que era romano, no sólo era rico en bienes de este mundo, sino también en buenas obras. Por esta hospitalidad, recibió Publio un gran galardón, ya que, al enterarse Pablo de que su padre estaba en cama, enfermo de fiebre y disentería, entró a verle y, después de haber orado, le impuso las manos y le sanó. La providencia divina dispuso que este hombre se hallase enfermo a la sazón para dar a Pablo oportunidad de curarle, y a Publio la oportunidad de premiarle por su generosidad. Pablo entró a verle, no como médico que intentase curarle con alguna pócima, sino como apóstol para sanarle por medio de un milagro. Pronto se divulgó el hecho (v. Hch 28:9): «también los demás que en la isla tenían enfermedades, venían y eran sanados». Parece como si estuviésemos leyendo algún pasaje del Evangelio, donde se nos habla del ministerio bienhechor de nuestro Salvador, con una notable diferencia: Cristo, por ser el Hijo de Dios, no necesitaba orar a Dios, a no ser para testimonio a los presentes (v. Jua 11:41.). Dos consideraciones se ofrecen a este respecto:

(A) Pablo no se excusó de ser extranjero en la isla y de que había sido arrojado allí por un naufragio, sino que dio gracias a Dios por la oportunidad que le daba de hacer el bien allí. Toda persona buena se esfuerza por hacer el bien allí donde la Providencia le ha colocado.

(B) Los habitantes de la isla recibieron, a cambio de su cordial acogida a los náufragos, una riqueza mayor que todas las que podrían haber recibido de los restos de un naufragio, pues vieron sanados a todos sus enfermos. Dios no se deja ganar en generosidad.

5. A consecuencia de estas numerosas curaciones, efectuadas por manos del apóstol, los isleños, dice Lucas (v. Hch 28:10), «nos honraron con muchas atenciones; y cuando zarpamos, nos proveyeron de las cosas necesarias». Les mostraron los máximos respetos, al pensar que nada era demasiado para pagarles por los favores que de ellos habían recibido. Pablo aceptó los generosos presentes de los buenos isleños, no como una paga por sus curaciones (gratis lo había recibido, y gratis lo daba), sino como un alivio para su necesidad y la de quienes estaban con él.

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