Hechos 28:30 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Llegamos aquí al final de la historia (inacabada) del santo apóstol de los gentiles, Pablo. Notemos con toda diligencia cada detalle de las circunstancias en que lo dejamos aquí.

1. No puede menos de producirnos gran tristeza el dejarlo en cadenas por la causa de Cristo, aunque para él formaba parte de su llamamiento. Dos años enteros (v. Hch 28:30) de la vida de este gran hombre se pasan aquí en confinamiento carcelario. Había apelado a César en espera de una pronta sentencia absolutoria en el tribunal del emperador, pero queda detenido por largo tiempo en prisión. En la corte de César eran manifiestas sus cadenas (Flp 1:13). Pero durante estos dos años, escribió sus cartas a los efesios, a los filipenses, a los colosenses y a Filemón, que por eso se llaman las Cartas de la Cautividad. Es tradición (falible) que, después de ser soltado, viajó de Italia a España (todavía se yergue en Tarragona el arco por el que se dice que pasó), de allí a Creta; después, con Timoteo, a Judea; que visitó luego las iglesias del Asia proconsular y, por fin, llegó por segunda vez a Roma y allí fue decapitado en el último año del reinado de Nerón (68 de nuestra era). Sí, nos da pena que un apóstol como éste pasase tanto tiempo frenado en sus labores por la extensión del Evangelio: dos años preso bajo Félix (Hch 24:27), y otros dos años preso bajo Nerón. ¡Cuántas iglesias podría haber fundado durante ese tiempo! Pero Dios quería mostrar que no se debe a ningún instrumento de los que emplea, aunque sea tan útil como Pablo, sino que sigue adelante con sus designios, tanto con los servicios como con los sufrimientos de los suyos. Hasta los sufrimientos de Pablo servían para la extensión del Evangelio (Flp 1:12-14). Y aun para él mismo, este confinamiento fue un descanso de sus grandes fatigas apostólicas, pues parece ser que vivió con bastante comodidad, mejor que cuando era un misionero itinerante. Así que el ir a la cárcel de Roma fue como el ir aparte a un lugar solitario y descansar un poco (Mar 6:31). Cuando estaba libre, estaba también en continuo temor de caer en las asechanzas de los judíos (Hch 20:19), pero esta cárcel era para él como un castillo de refugio.

2. También a nosotros nos sirve de consuelo ver que, aunque lo dejamos en cadenas, lo dejamos trabajando. Todo el que quería, tenía libertad de acceso a su casa alquilada y era bienvenido. Su prisión era templo, iglesia y cátedra; por lo que para él era mejor que un palacio. Gracias a Dios, aunque le pararon los pies, no le pararon la lengua; un fiel ministro del Señor puede sufrir cualquier adversidad con tal de que no se le silencie. Él está preso, pero la palabra de Dios no está presa (2Ti 2:9). Pablo se había alegrado de ver a los hermanos que salieron a recibirle (v. Hch 28:15), y ahora se alegraba más todavía de poderles impartir instrucción (Rom 1:11.). «Recibía a todos los que venían a él» (v. Hch 28:30), como deben hacer todos los ministros de Dios, sin temor a los grandes ni menosprecio a los pobres. Y a todos les predicaba (v. Hch 28:31) el reino de Dios (cuyo significado ya ha sido explicado en otros lugares) y les enseñaba acerca del Señor Jesucristo, como era siempre su gran ilusión. ¡Cómo les ardería el corazón a los oyentes, al oír hablar del Señor a este gran enamorado de Jesús!

3. La historia termina diciéndonos (¡cómo se ve también aquí al optimista Lucas!) que Pablo predicaba y enseñaba «con toda libertad y sin obstáculo alguno» (v. Hch 28:31). El vocablo griego parrhesía, aquí como en todos los demás lugares, significa libertad interior, franqueza y denuedo. Por otra parte, nadie le ponía dificultades para que llevase a cabo su labor. No estaba avergonzado del Evangelio (Rom 1:16) y, por tanto, no se acobardaba de dar testimonio (2Ti 1:8). Esto, por supuesto, siempre con la gracia de Dios (1Co 15:10). Los judíos que en Judea le impedían predicar a los gentiles no tenían autoridad aquí, y el gobierno de Roma no había emprendido aún su persecución contra los cristianos, porque a Nerón no se le habían muerto aún sus buenos consejeros. Había en Roma muchos, tanto judíos como gentiles, que odiaban el cristianismo, pero Dios les ató las manos y les cerró la boca para que nadie pusiese obstáculos al apóstol. No tenía una puerta totalmente abierta, pero sí lo bastante efectiva como para que, hasta entre la familia del emperador, se hallasen sinceros creyentes en Cristo (v. Flp 4:22). Cuando el lugar de nuestra peregrinación nos resulta una morada lo suficientemente tranquila como ésta de Pablo en Roma, hemos de dar gracias a Dios, mientras suspiramos por llegar a aquel santo monte en el que ya no habrá jamás abrojo que pinche ni espina que moleste.

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