Hechos 4:32 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Vemos aquí cuán entrañablemente se amaban los discípulos de Jesús unos a otros. Dice a la letra el original (v. Hch 4:32): «El corazón y el alma de la multitud de los que habían creído era uno solo». Vemos, pues, (A) que los creyentes formaban una multitud. Sabemos que, sólo en Jerusalén, se habían convertido 3.000 en un día, y otros 2.000 en otro día, sin contar las mujeres y los que iban siendo añadidos cada día a la Iglesia (Hch 2:47). (B) Aunque eran muchos y de diversas edades, condiciones y cualidades naturales y espirituales, tenían un solo corazón (el mismo amor, los mismos criterios, las mismas inclinaciones) y una sola alma (los mismos afectos y sentimientos). ¡Quién nos diera que así fuesen las iglesias actuales! La comunidad de bienes que a continuación se nos refiere era consecuencia normal del mutuo amor (v. 1Jn 3:16-18).

2. Los ministros de la Palabra continuaban con su bendita tarea con gran vigor y éxito (v. Hch 4:33): «Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús», pues ésta es la prueba decisiva que el Señor había propuesto para demostrar su mesianidad. Ese «gran poder» del que aquí se nos habla incluía vigor, valentía, resolución por parte de ellos; eficacia, tremendo impacto en los oyentes; señales exteriores, de parte de Dios.

3. La hermosura de la gracia de Dios (comp. con Núm 6:25) brillaba sobre toda la congregación. «Abundante (lit. grande) gracia había sobre (nótese esta preposición) todos ellos» (v. Hch 4:33). El Señor derramaba abundante gracia sobre todos ellos, pues los frutos eran evidentes. Sin duda gozaban del respeto del pueblo, pero no es el favor del pueblo el que aquí se menciona, sino el de Dios.

4. Eran muy generosos con los necesitados. (A) No estaban apegados a sus posesiones, defecto común de la humanidad que hasta en los niños más pequeños se echa de ver (v. Hch 4:32): «Ni uno solo decía ser suyo propio (de propiedad exclusiva) nada de lo que poseía». No arrojaban de sí lo que poseían, pero tampoco se apegaban a ello. No lo llamaban suyo propio porque, de corazón, ya lo tenían todo abandonado por Cristo. Lo único verdaderamente propio de cada uno de nosotros es el pecado. Por eso estaban tan bien dispuestos a desprenderse de todo en favor de los necesitados. Los que tenían grandes posesiones no pensaban en acumularlas, sino en repartirlas. El gran motivo de todas las riñas y guerras es apegarse a lo propio y codiciar lo ajeno. (B) Al tenerlo todo en común (v. Hch 4:32), no había entre ellos ningún necesitado (v. Hch 4:34), lo cual, si no es hipérbole, habrá que entenderlo de los primeros días de la Iglesia, pues, desde muy pronto (v. Hch 6:1) y en lo sucesivo, hubo siempre pobres en la iglesia de Jerusalén (Hch 11:27-30; Gál 2:10, entre otros lugares). (C) Igualmente se nos dice que todos los que poseían heredades o casas las vendían y traían el precio de lo vendido poniéndolo a disposición de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad (vv. Hch 4:34, Hch 4:35). Por Hch 12:12, vemos que la madre de Marcos tenía su casa. (D) Se menciona un caso particular (vv. Hch 4:36, Hch 4:37): el de un tal José, levita, de Chipre. Quizá se le cita: (a) por contraste con el egoísmo de Ananías y Safira, cuyo caso se expone a continuación; (b) por ser, como se verá en el decurso del relato de Hechos y en varios lugares de las epístolas paulinas, un destacado siervo de Dios. Es probable que los apóstoles le pusiesen de sobrenombre Bernabé (que traducido del arameo es Hijo de Consolación, es decir, consolador) por el don de profecía (v. Hch 13:1).

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