Isaías 8:16 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. El inefable privilegio del pueblo de Israel al serles entregadas las Sagradas Escrituras. Sigue hablando Dios en el versículo Isa 8:16, como desde el versículo Isa 8:11, y le dice ahora: «Ata el testimonio, sella la ley entre mis enseñados» (lit.). Nótese: (A) La Palabra de Dios es un testimonio que Él ha asegurado y, como tal, ha de informar nuestra fe; es también una ley que instruye y, en este sentido, ha de dirigir nuestra conducta. Así que hemos de suscribir sus verdades y someternos a sus preceptos. (B) Este testimonio y esta ley están atados y sellados, de forma que no podemos añadirles ni quitarles nada (comp. con Apo 22:18, Apo 22:19). (C) Están alojados como sagrado depósito en manos de los enseñados por Dios (comp. con Hch 3:25). Este es el buen depósito que les ha sido encomendado (2Ti 1:13, 2Ti 1:14).

2. El buen uso que hemos de hacer de este privilegio. Esto se nos enseña:

(A) Mediante la práctica y las resoluciones del propio profeta (vv. Isa 8:17, Isa 8:18). Especifica dos motivos de desaliento: (a) El enfado de Dios contra Su pueblo (v. Isa 8:17), pues «escondió Su rostro de la casa de Jacob», como si no se interesase más por el pueblo que escogió; (b) el desprecio y los reproches de parte de los hombres, no sólo hacia él, sino también hacia sus hijos, cuyos nombres eran ya, de por sí, un mensaje; no obstante, como dice Moriarty, «la palabra yeladim, hijos , incluye probablemente a sus discípulos, cuya tarea era preservar la revelación dada a Isaías y ser testigos de ella». También Cristo considera a los creyentes como hijos que el Padre le dio (Jua 17:6), y tanto Él como ellos están para ser señales y portentos contra los que se habla (v. Luc 2:34; Hch 28:22). Sin embargo, Isaías vio también la mano de Dios en todo lo que le desanimaba (v. Isa 8:17): «Esperaré, pues, a Jehová … y en Él confiaré». Ésta es la fe y la esperanza que no pierden de vista a Dios aun en ocasiones en que Dios parece esconder por completo Su rostro.

(B) Mediante el consejo y la advertencia que da a sus discípulos; quienes habían sido encomendados los sagrados oráculos. Supone que, en días de aflicción, serán tentados (v. Isa 8:19) a consultar a los adivinos y agoreros, como hizo Saúl, en su apuro, al acudir a la médium de Endor (1Sa 28:7, 1Sa 28:15) y Ocozías al dios de Ecrón (2Re 1:2). Se dice que estos adivinos susurran y bisbisean (v. Isa 8:19), porque «las voces que salen de los fantasmas y de los espíritus familiares no son claras» (Slotki). El profeta les dice cómo han de responder a esta tentación: (a) «¿No consultará el pueblo a su Dios? El Dios de Israel es Jehová, el Todopoderoso, infinitamente sabio y bondadoso, presto a impartir gracia, paz, perdón y consejo, refugio y protección; (b) «¿Consultará a los muertos por los vivos?» ¿Cabe mayor absurdo que acudir a los amigos y parientes difuntos, rogándoles como si fuesen dioses a que nos digan y hagan por nosotros lo que no pueden hacer nuestros amigos y parientes vivos? (c) Es a la ¨Palabra de Dios a la que hemos de acudir (v. Isa 8:20): «A la ley y al testimonio». Quienes saben hacer buen uso de su Biblia no acudirán jamás a los adivinos. Esas son las «sanas palabras» (1Ti 6:3) que nos han de servir de norma y de pauta.

(C) Mientras el pueblo acuda a los adivinos y agoreros, en lugar de atenerse a la Palabra de Dios, caminará en tinieblas, pues no le ha llegado la luz del amanecer (v. Isa 8:20). ¿Qué otra cosa pueden esperar cuando rechazan la luz que Dios ofrece? (v. Sal 119:105): Hambre y fatiga, oscuridad y angustia (vv. Isa 8:21, Isa 8:22): «Y pasarán por la tierra, sin reposo y sin rumbo, sin residencia fija, yendo de una parte a otra, fatigados de tanto caminar, y hambrientos por carecer de lo necesario para el sustento. Los que solían comer hasta saciarse se verán hambrientos hasta desfallecer, pues quienes se desvían de Dios se desvían del camino de todo bien. Esta necesidad, en lugar de hacerles volver a Dios, les servirá de ocasión de enojo contra su Dios y su rey, hasta llevarles a maldecir de ambos, levantando el rostro en alto, en señal de reproche y desafío a Dios. Su mirada al cielo será de rebeldía, y su mirada a la tierra (v. Isa 8:22) será de desesperación. ¿Qué puede ofrecer la tierra a los que están en guerra contra el cielo?

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