Jeremías 2:20 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. El pecado mismo: la idolatría.

1. Frecuentaban los lugares de culto idolátrico (v. Jer 2:20): «Sobre todo collado alto y debajo de todo árbol frondoso te echabas como ramera», practicando el adulterio espiritual. Dice Freedman: «La infidelidad de Israel a Dios, con quien estaba desposado (cf. v. Jer 2:2), es asemejada a un acto de adulterio. Hay también una alusión a la crasa inmoralidad que formaba parte de los cultos idolátricos».

2. Hacían imágenes para sí y las honraban (vv. Jer 2:26, Jer 2:27); no sólo el pueblo llano, sino también los reyes y los príncipes, los sacerdotes y los profetas, eran tan estúpidos como para decirle a un trozo de madera: «Mi padre eres tú, esto es, tú eres mi dios, a ti te debo el ser y, por ello, a ti me debo y de ti dependo; y a una piedra: Tú nos has engendrado y, por consiguiente, tú nos tienes que proteger». ¿Qué mayor afrenta se puede hacer a Dios nuestro Padre que nos ha creado? Cuando estos objetos comenzaron a ser venerados, se suponía que estaban animados por algún poder o espíritu celestial, pero gradualmente se fue perdiendo este concepto y el propio objeto material fue considerado como dios y padre y adorado en conformidad con esta nueva idea.

3. Multiplicaban sin límite el número de estas abominables deidades (v. Jer 2:28): «porque según el número de tus ciudades, oh Judá, fueron tus dioses». No podían estar de acuerdo acerca de un solo dios: a un ciudad le gustaba más un dios; a otra, otro, y así sucesivamente. Refiere un tal Marston (citado por Freedman) que «en mayo de 1929, dos arqueólogos franceses, los señores Schaeffer y Chenet, al excavar entre las ruinas de Ras Shamra en el norte de Siria, frente a la isla de Chipre, hallaron unas tablillas de barro en las que aparecía una nueva forma de escritura cuneiforme … Estas tablillas indican que había unos cincuenta dioses y un número de diosas por la mitad de esa cifra, asociados con Ras Shamra. Esta abundancia de deidades recuerda la amarga acusación de Jeremías, muchos siglos después, a los judíos: según el número de tus ciudades, oh Judá, fueron tus dioses» (v. también Jer 11:13, donde se repite la frase).

II. La prueba de esto. Presumían de que podían por sí mismos limpiarse de este pecado: Se lavaban con nitro (lejía) y con abundancia de jabón (v. Jer 2:22). Pensaban que los actos exteriores de religiosidad bastaban para expiar, como si fuesen lejía y jabón, las abominaciones idolátricas que, por otra parte, practicaban. Quizás se excusaban con que el respeto que prodigaban a los ídolos no equivalía a honores divinos, sino a temores demoníacos (v. Jer 2:23): «¿Cómo puedes decir: No soy inmunda, nunca anduve tras los baales?» Como lo hacían en secreto y lo ocultaban con todo cuidado (Eze 8:12), pensaban que nunca podría probarse contra ellos. Pero Dios les dice (vv. Jer 2:22.) que a Él no le han pasado desapercibidos todos sus movimientos: «Mira tu proceder en el valle (v. Jer 2:23), etc.». Como si dijese: «Mira los horribles sacrificios humanos que has ofrecido en el valle de Hinnom. Por mucho que quieras lavarte de esas manchas de sangre, como lo hacen los asesinos para que no aparezca en sus ropas la sangre de sus víctimas, no podrás quitártelas».

III. Las circunstancias agravantes del pecado de que les acusa.

1. Dios había hecho por ellos grandes cosas y, con todo, se apartaban de Él y se rebelaban contra Él (v. Jer 2:20): «Porque desde muy atrás rompiste tu yugo y soltaste tus ataduras». Ésta es la lectura de nuestras versiones según los LXX y la Vulgata Latina, pero el texto hebreo masorético dice: «Porque desde muy atrás he quebrantado tu yugo y he suelto tus ataduras», con lo que el sentido sería que Dios había librado a Israel en muchas ocasiones.

2. En conformidad con esta lectura, Israel habría hecho la promesa de no volver a transgredir: «No transgrediré» (hebr. lo eebor). Pero el texto masorético dice claramente «lo eebod», «no serviré». Por lo que es más probable, según dice Freedman, que shabarti y nittakti, que se traducen por «he quebrado», «he roto» (o he suelto), sean «formas arcaicas de la segunda persona femenina, y no de la corriente primera persona del singular», con lo que la versión correcta sería la que traen nuestras versiones, que siguen a los LXX y a la Vulgata. Añade Freedman: «Ésta es la que prefieren los modernos comentaristas, como que se aviene mejor al tenor general del contexto».

3. Habían degenerado perversa y miserablemente de lo que fueron cuando Dios los formó como pueblo (v. Jer 2:21): «Y eso que yo te planté de vida escogida, simiente verdadera toda ella; ¿cómo, pues, te me has vuelto sarmiento de vid extraña?» (comp. con Éxo 15:17; Sal 44:2; Sal 80:8; Isa 5:2, Isa 5:4). En Josué leemos Jos 24:31 que «sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de Josué y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué». La siguiente generación, sin ir más lejos, ya «no conocía a Jehová ni la obra que Él había hecho por Israel» (Jue 2:10), y así habían ido de mal en peor hasta convertirse en el degenerado sarmiento de vid extraña.

4. Eran violentos y persistentes en el seguimiento de sus idolatrías y no querían ser frenados por la palabra de Dios ni por la providencia de Dios. Son comparados a una «joven dromedaria ligera que tuerce su camino» (v. Jer 2:23, al final), «que corre de un lado para otro, atraviesa y vuelve a atravesar su camino, llevada de su concupiscencia» (Freedman). También son comparados (v. Jer 2:24) a «un asna montés, acostumbrada al desierto, no domesticada por el trabajo y, por tanto, olfateando el viento en el ardor de su lujuria» (v. Jer 14:6, comp. con Job 39:5-8). En tal condición, «¿quién la detendrá de su lujuria?» F. Asensio hace de los versículos Jer 2:24-27 la siguiente paráfrasis: «La pasión idolátrica le empuja (a Israel) irresistiblemente, y como asna salvaje, indómita y sin freno en sus instintos sexuales, Israel corre desbocado hacia los ídolos. Es como su mes, período de su celo, que le hace buscar descalzo y sediento a los dioses extraños, sus amantes, sin poderlo remediar. Confesión forzada de quien, como el ladrón sorprendido mientras roba, ha sido sorprendido en masa (pueblo y dirigentes) cuando invoca al leño como padre y a la piedra como madre. Cara a los ídolos, obra del hombre, y de espaldas a Jehová (Jer 7:30, Jer 7:31; Jer 32:31-35), su Creador y su Padre-madre al mismo tiempo (Éxo 4:22; Deu 14:1; Deu 32:18; Ose 11:1), hasta que las calamidades les hacen cambiar de posición (Jue 10:6-16; Sal 78:34-38; Jer 26:3, Jer 26:13, Jer 26:19), para lanzar a Jehová su angustioso levántate y sálvanos».

5. Eran obstinados en su pecado y, así como no podían ser frenados, tampoco querían ser reformados (v. Jer 2:25), a pesar de las advertencias. Como toda persona adicta a un vicio (tabaco, bebida, lujuria, etc.), Israel confiesa su impotencia moral para abandonar la idolatría: «No hay remedio en ninguna manera, porque a extraños he amado y tras de ellos he de ir». Ni aun ante la perspectiva del exilio, están dispuestos a dejar ese pecado. Éste puede ser, como lo interpretan rabinos de la mayor talla, el sentido de la primera parte del versículo Jer 2:25: «No persistas en la idolatría, por la que últimamente serás castigado yendo a la cautividad descalzo y sediento». Contra las frases fatalistas de la segunda parte del versículo, dice M. Henry: «Así como no debemos desesperar de la misericordia de Dios, sino creer que basta para el perdón de nuestros pecados, por horribles que éstos sean, si nos arrepentimos e invocamos misericordia, así tampoco debemos desesperar de la gracia de Dios, sino creer que basta para someter nuestras corrupciones, por fuertes que éstas sean, si oramos y pedimos gracia y cooperamos después con ella. Una persona nunca debe decir No hay esperanza, mientras se halla de este lado del infierno».

6. Se habían cubierto de vergüenza al rechazar lo que les habría servido de ayuda (vv. Jer 2:26-28): «Como se avergüenza el ladrón cuando es descubierto (lit. hallado), especialmente si antes pasaba por ser hombre honrado, así se avergonzará la casa de Israel, no con una confusión de arrepentimiento por el pecado del que ha sido hallada culpable, sino con la que causa la desilusión que el castigo le trae por el pecado». En la prosperidad le habían vuelto la espalda a Dios, pero cuando la calamidad apriete, no podrán hallar otro alivio que el de acudir a Él con un grito de angustia (v. Jer 2:27, al final): «Levántate y líbranos». Para conducirlos a este estado de vergüenza y confusión saludable, si sirve para hacer que se arrepientan, se les envía (v. Jer 2:28, comp. con Jue 10:14) a los dioses a quienes habían servido. Ellos gritan a Dios: Levántate y líbranos. Dios dice de los ídolos: «Levántense ellos, a ver si te podrán librar en el tiempo de tu aflicción, pues no tienes motivos para esperar que yo lo haga».

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