Jeremías 34:8 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Otra profecía de Jeremías en otra particular ocasión.

1. Cuando Jerusalén estaba estrechamente sitiada por el ejército caldeo, los príncipes y el pueblo acordaron reformar el trato que se daba a los siervos.

(A) La ley de Dios era explícita: los siervos de la nación judía no habían de ser tenidos en servidumbre por más de siete años, sino que, al término de ese plazo, habían de ser puestos en libertad, aunque se hubiesen vendido a sí mismos en pago de sus deudas, o hubiesen sido vendidos por los jueces en castigo de sus crímenes. Los de otras naciones, prisioneros de guerra o comprados por dinero, podían ser conservados en perpetua esclavitud, pero sus compatriotas no habían de servir más de siete años. Dios apela (vv. Jer 34:13, Jer 34:14) al pacto que hizo con ellos cuando los sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre. Ésta fue una de las primeras leyes judiciales que Dios les dio (Éxo 21:2). Dios los había sacado de la esclavitud de Egipto y quería que expresasen su gratitud dando la libertad a quienes habían estado en sus casas como en casa de servidumbre (como Egipto lo había sido para sus antepasados). Las compasiones de Dios hacia nosotros deberían animarnos a tener compasión de nuestros hermanos; debemos libertar así como nosotros somos libertados.

(B) Esta ley la habían quebrantado ellos lo mismo que sus padres. El provecho material contaba para ellos más que el pacto de Dios. Cuando los siervos habían estado siete años en sus casas, veían que el negocio había prosperado mucho con la ayuda de estos esclavos, y no querían que se marchasen. «Vuestros padres dice Dios (v. Jer 34:14, al final) no me oyeron, ni inclinaron su oído», y ellos seguían el ejemplo de sus padres. Por este pecado suyo, y de sus padres, Dios les imponía ahora una nueva servidumbre, y con toda justicia.

(C) Pero, al verse estrechamente cercados por los caldeos, y tras de escuchar la palabra de Dios mediante Jeremías (vv. Jer 34:8, Jer 34:9), pusieron inmediatamente en libertad a sus siervos (v. Jer 34:10), como hizo Faraón cuando la plaga de la muerte de los primogénitos era ejecutada en todo Egipto y consintió en dejar marchar al pueblo. Obedecieron, pues, los príncipes y los siguió el pueblo, todo el pueblo, aunque no fuese más que por vergüenza. Se ligaron a esto por pacto jurado en el templo, en presencia de Dios (v. Jer 34:15): «… habíais hecho pacto en mi presencia, en la casa en la cual es invocado mi nombre». Nótese la forma solemne (vv. Jer 34:18, Jer 34:19) con que fue ratificado este pacto, con la tremenda imprecación que la acompañaba: «Que seamos partidos por medio de la misma manera, si no cumplimos lo que hemos prometido».

2. Pero, al asomar cierta esperanza de que el sitio se levantase y desapareciera el peligro de destrucción, deshicieron lo que habían hecho y forzaron a sus siervos, ya manumitidos, a volver a la esclavitud de antes. En efecto, el sitio se había levantado por poco tiempo (v. Jer 34:21, al final): «… se ha retirado de vosotros». Faraón traía de Egipto un ejército para oponerse al avance de las victorias de Babilonia, y los caldeos levantaron el asedio por un tiempo (Jer 37:5). Esta acción de los príncipes y del pueblo (v. Jer 34:11) fue una gran afrenta hecha a Dios, pues con ella (v. Jer 34:16) profanaron el nombre de Dios.

3. Por esta traición al pacto Dios les amenaza con el más severo castigo. «No os dejéis engañar dice Pablo (Gál 6:7) ; de Dios nadie se mofa». Quienes piensan que pueden hacerle trampa a Dios mediante una reforma pasajera y oportunista, están realmente entrampando a su propia alma. Puesto que ellos no dan libertad a sus siervos para que marchen al lugar que les plazca, Dios dará libre curso a sus juicios y les hará marchar a ellos al lugar que no les agrada (v. Jer 34:17), después de acabar con la mayoría de ellos mediante la espada, la pestilencia y el hambre. Príncipes y pueblo habían tomado parte en esta traición (v. Jer 34:19), y juntos habían de sufrir el castigo. Puesto que ellos habían vuelto al pecado, los caldeos también volverían al asedio de Jerusalén (vv. Jer 34:21, Jer 34:22), por mandato de Jehová («He aquí, mandaré yo, dice Jehová», v. Jer 34:22). Iban a tomar la ciudad y reducirla a cenizas; las demás ciudades de Judá serían reducidas a soledad, pues quedarían sin habitantes. Si nos arrepentimos del bien que pensábamos hacer, Dios se arrepentirá del bien que se había propuesto hacernos.

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