Jeremías 9:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El profeta es comisionado para predecir la destrucción y declarar el pecado. Lo que va a decir le sale del corazón, y habría de esperarse que llegase también al corazón.

I. Al considerar la calamitosa condición de su pueblo, el profeta se lamenta sin consolación posible (v. Jer 9:1. En la Biblia Hebrea, este versículo es el BHS Jer 8.23 del capítulo anterior): «¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas!» El mismo vocablo hebreo significa ojo y manantial de agua, como si en este valle de lágrimas estuviesen los ojos destinados a llorar más que a ver. Cuando hallamos en nuestro corazón una fuente tal de pecados, bien está que nuestros ojos sean fuentes de lágrimas. Pero el pesar de Jeremías se debe a los pecados y las miserias del pueblo, como las lágrimas de Jesús (Luc 19:41) se debían a la inminente destrucción de Jerusalén. Jeremías se sinte movido a «llorar día y noche los muertos de la hija de mi pueblo» (v. Jer 9:1), es decir, las multitudes de sus compatriotas caídos a espada en la guerra.

II. También se lamenta de las desolaciones del país; y no sólo las villas y ciudades, sino también (v. Jer 9:10) por los montes, cuya vegetación va a ser devastada, y por los pastizales del desierto, que solían estar vestidos de rebaños o cubiertos de cereal, pero ahora los había incendiado el ejército caldeo hasta no quedar quien pasase por allí. Todo respira melancolía al no oírse el bramido del ganado. La guerra siembra en un país la más tremenda devastación, pues es una tragedia que destruye el escenario donde se representa.

III. Llevado de estos sentimientos, Jeremías, como otrora Elías, preferiría marchar al desierto, mientras sus compatriotas huyen a las ciudades fortificadas (Jer 4:5, Jer 4:6): «¡Oh, quién me diese (v. Jer 9:2) estar en el desierto, en un albergue de caminantes, cual los suele haber en los desiertos de Arabia para viajeros, para dejar a mi pueblo y marcharme de ellos!» Pero no hemos de marcharnos de este mundo (comp. con Jua 17:15), por malo que sea, antes de tiempo. Si no se puede hacer el bien a muchos, se podrá hacer a unos pocos. Pero a Jeremías le resultaba fastidiosa la vida, al ver a sus compatriotas deshonrando a Dios y destruyéndose a sí mismos.

1. No piensa en dejarlos porque estén en apuros, sino porque están en pecado.

(A) Están corrompidos: Son sucios (v. Jer 9:2, al final): «Todos ellos, es decir, la inmensa mayoría, son adúlteros». Son falsos. No sólo eran desleales hacia Dios, sino también unos con otros: «una banda de traidores». Siempre están maquinando el engaño y el fraude (v. Jer 9:3): «Hicieron que su lengua lanzara mentira como un arco». El hebreo dice literalmente: Y comban sus lenguas (como) sus arcos de falsedad». Comenta Freedman: «Así como el arquero tensa el arco para tirar, así disponen éstos la lengua para tirar (y matar) con los dardos de falsedad».

(B) Emplean sus fuerzas para el mal, no para el bien (v. Jer 9:3): «Y se fortalecieron en la tierra, pero no para ser fieles». Podrían hacer muy buenos servicios si empleasen para la verdad el arte y la resolución que despliegan para la mentira, pero no quieren hacerlo. Los que son fieles a la verdad son valientes para el bien y no se amedrentan ante la oposición. Un día hemos de responder no sólo por nuestra enemistad al hacer frente a la verdad, sino también por nuestra cobardía al no defenderla.

(C) Entre los demás pecados, sobresale el afán de engañar al prójimo a toda costa (vv. Jer 9:4, Jer 9:5), hasta fatigarse en cometer iniquidad (v. Jer 9:5, al final). Es curiosa la frase del versículo Jer 9:4 «porque todo hermano actúa con falacia» (hebr. aqob yaaqob), donde puede verse una clara alusión a Jacob (hebr. Yaaqob), al suplantar a su hermano (Gén 27:36). Dice el versículo Jer 9:5: «Han enseñado a su lengua a hablar mentira», como si dijese: «La lengua del hombre fue creada para decir verdad; necesita un aprendizaje para decir mentiras, antes de que le resulten fáciles» (Freedman). «Se fatigan en cometer iniquidad, pero no se fatigan de cometerla». Nadie llega de un salto a la cumbre de la maldad; por eso, éstos proceden de maldad en maldad, y me han desconocido, dice Jehová (v. Jer 9:3, al final). Dice Freedman: «Todo pecado descubre sus huellas, en último término, a partir del desconocimiento voluntario de Dios (v. Jue 2:10; Ose 4:1)». Por otra parte, cada pecado oscurece más y más el conocimiento de Dios. Alguien ha dicho: «Todo pecado destila en el corazón una gota de ateísmo. Algunos lo llenan hasta el borde».

2. El profeta declara lo que ha determinado Dios contra ellos:

(A) Dios ha marcado el pecado de ellos y puede decirle al profeta qué calaña de gente son (v. Jer 9:6): «Tu morada está en medio del engaño; todos los que te rodean son adictos al engaño como a una droga; por tanto, has de estar sobre aviso». Sobre este cargo se extiende en el versículo Jer 9:8. La lengua de ellos, como un arco tensado (v. Jer 9:3), es aquí llamada saeta afilada; el vocablo hebreo puede leerse de dos maneras: shajut (afilada) o shojet (asesina); en todo caso, es un instrumento de muerte. «Con su boca (v. Jer 9:8) dice uno paz a su amigo, a quien acecha al mismo tiempo, pues le tiende insidias en su corazón». Así es como Joab besó a Abner para mejor asestarle la puñalada. Las buenas palabras, si no van acompañadas de buenas intenciones, son despreciables; pero cuando se las usa como pretexto para cubrir malas intenciones, son abominables. Por mucho que a los pecadores obstinados se les enseñe el buen conocimiento de Dios, no aprenden; y donde no hay conocimiento de Dios, ¿qué cosa buena se puede esperar? (Ose 4:1).

(B) Dios los ha marcado a ellos para la ruina (vv. Jer 9:7, Jer 9:9, Jer 9:11). Los que no quieren conocer a Dios como Legislador, le conocerán un día como Juez. Algunos serán refinados (v. Jer 9:7): «Como están tan corrompidos, yo los refinaré y los probaré, los derretiré y los examinaré, para ver si el horno de la aflicción les purifica de la escoria y si, una vez derretidos, pueden ser reformados en un nuevo y mejor molde». No serán rechazados como plata desechada, hasta que se vea que el fundidor los ha fundido en vano (Jer 6:29, Jer 6:30). Habla como quien no tiene valor para enviarlos a la ruina sin haber probado antes todos los medios posibles para conducirlos al arrepentimiento. Los demás serán destruidos (v. Jer 9:9): «¿No los he de castigar por estas cosas?, dice Jehová». Fraude y falacia son pecados que Dios aborrece y por los que ha de pedir cuentas. Se pronuncia la sentencia y se promulga el decreto (v. Jer 9:11): «Reduciré a Jerusalén a un montón de ruinas; no servirá para ninguna otra cosa, sino para ser morada de chacales; y convertiré las ciudades de Judá en desolación, sin que quede un morador».

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