Job 2:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Relato de la visita que tres amigos le giraron a Job durante su aflicción. Algunos de entre sus enemigos disfrutaban al verle así afligido (v. Job 16:10; Job 19:18; Job 30:1; etc.). Pero sus amigos se preocuparon por él y trataron de consolarle. Se nombran aquí tres de ellos (v. Job 2:11): Elifaz, Bildad y Zofar (mejor, Sofar). Como se ve por sus discursos, estos tres tenían bien ganada reputación de hombres sabios y rectos, además de la experiencia que les confería la edad (v. Job 32:6).

I. Job había contraído amistad con ellos durante su prosperidad. Uno de los grandes consuelos de la vida presente se cifra en la amistad de personas prudentes y virtuosas; el que tiene algunos amigos de esta clase debe estimarlos altamente. Parece ser que los tres amigos de Job eran descendientes de Abraham: Elifaz descendía de Temán, el nieto de Esaú (Gén 36:11); Bildad (es probable), de Súa, hijo de Abraham y Cetura (mejor Quetura), como vemos en Gén 25:1-2; En cuanto a Zofar (o Sofar), hay quienes aventuran la opinión de que es una variante de Sefó, descendiente de Esaú (Gén 36:11). La preservación de tanta sabiduría y piedad entre quienes eran extraños al pacto de la promesa era una indicación de la bondad de Dios entre los gentiles y un feliz presagio de que algún día habrían de tener acceso a la gracia del Evangelio, cuando fuese derribado el muro de separación en el futuro. Esaú fue rechazado; sin embargo, algunos de sus descendientes heredaron algunas de las mejores bendiciones.

II. Continuaron siendo amigos de Job en su adversidad, cuando la mayoría de sus allegados le habían desamparado (v. Job 19:14). Vinieron a compartir sus pesares, como antes habían venido a compartir con él sus consuelos. Son muchas las buenas lecciones que podemos aprender de las aflicciones ajenas, a fin de ganar en prudencia y seriedad. También cabe la oportunidad de decirles algo bueno que les ayude a soportar mejor los sufrimientos. De estos amigos, vemos:

1. Que vinieron llevados de su propio impulso, sin ser llamados (Job 6:22). Vinieron con intención de consolarle, aunque resultaron malos consoladores, pues carecieron de tacto y de base sana al juzgar el caso.

2. Que cuando le vieron a cierta distancia, le hallaron tan desfigurado por las llagas que no lo reconocieron (v. Job 2:12) ¡Qué cambio tan grande produce en las facciones de una persona una grave dolencia o una aflicción torturadora! «¿Es posible que éste sea Job?», dirían. Pero no por eso se marcharon de allí con aprensión, sino que se quedaron con él tanto más enternecidos cuanto mayor era la miserable condición en que le veían. No cabe duda de que, al verlos venir y, sobre todo, al verlos llorar, se avivaría la pena de Job. Cada uno de ellos rasgó su manto, y los tres esparcieron polvo sobre sus cabezas hacia el cielo (lit.); esto es, al aire por encima de su cabeza. Eran señales corrientes de duelo. Es de suponer que se habían sentado con él a la mesa muchas veces, reclinados en sus divanes, cuando él gozaba de prosperidad. Ahora demuestran su amistad al compartir también con él el asiento de cenizas: se sentaron con él en tierra (v. Job 2:13).

3. Que resolvieron quedarse con él hasta que le viesen recuperado o finado. Siete días y siete noches permanecieron junto a él y ninguno le hablaba palabra. La razón, según el texto, es que veían que su dolor era muy grande. Esto concuerda con lo que, todavía en el siglo actual, acontece en algunas regiones árabes, según A. Musil. Cuando se alarga la enfermedad, «sacan los parientes al enfermo a las afueras del poblado, al sitio donde se amontonan los escombros, y allí, con cuatro estacas que sostienen un toldo, instalan un cobertizo en el que yace el enfermo día y noche. Luego que se extiende la noticia de la enfermedad, van los otros parientes y los conocidos a visitarle y forman un círculo alrededor del enfermo. En silencio, sin decir palabra, escuchan sus gemidos y quejas. Sólo si él les habla, responden y se lamentan de su suerte, pero no todos, sino los más ancianos; los demás apenas se atreven a añadir alguna palabra que otra». Además, este silencio les ayudaría a considerar y digerir lo que después habían de expresar como resultado de muchos y largos pensamientos.

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