Josué 8:30 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La solemnidad religiosa que a continuación se nos refiere sorprende al lector como algo inesperado en medio de la historia de las guerras de Canaán. Se abre aquí una escena de naturaleza completamente diferente. El campamento de Israel es reunido ahora, no para combatir al enemigo, sino para ofrecer sacrificios, escuchar la lectura de la Ley y decir Amén a las bendiciones y a las maldiciones. Es un ejemplo notable, por una parte, del celo de Israel por el servicio y el honor de Dios. Las armas han de descansar mientras hacen esta larga marcha al lugar señalado para asistir a esta solemnidad. El camino de la prosperidad comienza por Dios (Mat 6:33). Por otra parte, es un ejemplo del cuidado que Dios tiene de sus fieles servidores y adoradores. Aunque estaban en territorio enemigo, pues no lo habían conquistado aún, están a salvo en el servicio de Dios. Iban a firmar una transición pactada; el pacto era ahora renovado con ocasión de tomar posesión de la tierra prometida, a fin de que se animasen a conquistarla y conociesen bajo qué cláusulas era estipulado, y venir así a obligarse de nuevo a prestar obediencia a los mandamientos de Dios. En señal de este pacto con Dios:

I. Erigieron un altar y ofrecieron sacrificios a Dios (vv. Jos 8:30-31), mostraron así que se consagraban a Jehová como sacrificios vivos en su honor, mediante la mediación del altar, que es el que santifica al sacrificio. Este altar fue erigido en el monte Ebal. Las maldiciones pronunciadas en este monte habrían tenido inmediato cumplimiento si no se hubiese hecho expiación mediante el sacrificio. Con los sacrificios ofrecidos en este altar, glorificaron igualmente a Dios por las victorias que hasta este punto habían alcanzado, como en Éxo 17:15. El altar que erigieron era, conforme a la Ley (Éxo 20:25), de piedras enteras y sin labrar, pues lo que más agrada a Dios en el culto que se le tributa es lo llano y natural, y lo que más carece de artificio y afectación.

II. Allí escucharon la lectura de la ley que habían recibido de Dios. Esto es lo que deben hacer cuantos deseen hallar favor a los ojos de Dios y esperar que sean aceptos a Dios sus sacrificios.

1. Que la ley de los diez mandamientos fue escrita en piedras en presencia de todo Israel. Mediante la lectura atenta del capítulo Deu 27:1-26 del Deuteronomio, nos percatamos: (A) De que no escribieron sobre las piedras toda la ley, sino un resumen importante de la misma. (B) Las piedras estaban revocadas con cal, a fin de que la escritura resaltase suficientemente y todos pudiesen enterarse de lo que estaba escrito.

2. Las bendiciones y las maldiciones, a saber, las sanciones de la ley, fueron leídas públicamente, y es de suponer que, conforme a las instrucciones de Moisés, todo el pueblo las confirmaría con su Amén (vv. Jos 8:33, Jos 8:34).

(A) Lo numeroso del auditorio. (a) El príncipe más exaltado no pudo excusarse de asistir. (b) El más pobre extranjero no fue excluido de la reunión. Esto sirvió para animar a los prosélitos, y fue un feliz presagio del favor que Dios iba a dispensar a los gentiles en la era mesiánica.

(B) Las tribus fueron colocadas, como Moisés había señalado: seis hacia el monte Gerizim, y otras seis hacia el Ebal. Y allí en el fondo del valle, en medio de los dos grupos, estaba el Arca, pues era el Arca del pacto, y en ella estaban encerrados los rollos de la ley, de los que se había sacado copia sobre las piedras encaladas, así quedaban a la vista de todos los circunstantes. El pacto fue mandado y el mandato fue pactado. Los sacerdotes que servían al Arca, o algunos de los levitas que les asistían, luego que todo el pueblo ocupó sus respectivos lugares y se impuso silencio, pronunciaron con toda claridad las bendiciones y las maldiciones, conforme había ordenado Moisés, a las que el pueblo puso su Amén.

C) Es muy de notar que, al final del versículo Jos 8:33, se nos dice que Moisés había mandado esto para que bendijesen primeramente al pueblo de Israel; con esto se nos llama la atención al hecho de que el designio primordial de Dios, al dar la ley, era de bendición para su pueblo. Si incurría en la maldición, sólo podía achacarlo a su propia culpa.

3. Se recalca de nuevo, en el versículo Jos 8:35, la lectura de la ley, sin omitir nada de lo que Moisés había mandado. El verbo hebreo parece indicar que fue el propio Josué quien dio lectura, delante de todos los asistentes, a los mandamientos respecto a los que se habían pronunciado las bendiciones y las maldiciones.

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