Juan 10:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Los fariseos, en su oposición a Cristo, se escudaban en el pretexto de ser ellos los pastores de Israel y perseguían a Jesús como a intruso e impostor, y hacían todo lo posible para que el pueblo le odiara a Él y les siguiera a ellos. En este capítulo Cristo los describe a ellos como a falsos pastores, y afirma que Él es el buen pastor. En el decurso de su mensaje, describe el carácter del buen pastor y del mercenario, con lo que los oyentes mismos pueden sacar por sí mismos las conclusiones correctas.

I. Jesús comienza con el símil de la puerta y, para destacar una vez más la importancia de lo que va a exponer, emplea la solemne repetición, corriente en Juan: «De cierto, de cierto os digo …».

1. En el símil parabólico se contrastan las características del ladrón, salteador, extraño, y las del pastor propio y dueño de las ovejas:

(A) El ladrón y salteador, que viene a causar daño a las ovejas y perjuicio al dueño, «no entra por la puerta» (v. Jua 10:1), ya que ni posee la llave ni tiene derecho legal alguno para llegarse por la verdadera entrada, la puerta; por el contrario, «sube por otra parte». Jesús no menciona siquiera una ventana o una chimenea, sino que da a entender que los ladrones son tan astutos para hacer el mal, que pueden arreglárselas para forzar la entrada por donde menos podría temerse. Esto debería avergonzarnos a los creyentes de nuestra indolencia y cobardía en el servicio del Señor.

(B) En cambio, el que es verdadero pastor y dueño del rebaño «entra por la puerta en el redil de las ovejas» (v. Jua 10:2), y llega allá para hacerles bien. Las ovejas han menester del cuidado de su amo y, a su vez, prestan su servicio al amo, y dan abrigo y alimento al mismo que les da cobijo y pastos.

(C) El pastor encuentra franca la entrada: «A éste le abre el portero» (v. Jua 10:3).

(D) El cuidado que el pastor tiene de sus ovejas: «Las ovejas oyen su voz, y lo que es más, él llama a sus propias ovejas por su nombre» tal es el conocimiento que tiene de cada una de ellas en particular, como ponen motes los pastores a sus ovejas, «y las saca» del redil para conducirlas a los pastos (vv. Jua 10:3 y Jua 10:4, comp. con v. Jua 10:9). Y no les empuja para que vayan delante de él (como suele hacerse en la Europa occidental), sino que, «cuando ha sacado fuera todas las propias, de entre las demás que se hallaban en el mismo corral, va delante de ellas mostrándoles el camino; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz, y están acostumbradas a seguirle, pues se sienten a salvo con él» (v. Jua 10:4).

(E) La familiaridad de las ovejas con su pastor, cuya voz reconocen con facilidad, mientras que «al extraño no le seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños» (v. Jua 10:5).

2. Los creyentes son comparados a las ovejas. Los hombres como criaturas de Dios, dependen del Creador, y de Él reciben su pasto, «sustento y alegría» (Hch 14:17). El pueblo de Israel es llamado con frecuencia «ovejas» de Dios (v. Sal 78:52; Sal 79:13; Sal 95:7; Sal 100:3). Y la Iglesia de Dios es como un rebaño dentro del mundo; y todos los hijos de Dios, dispersos por el mundo, han de ser congregados en ese rebaño (v. Jua 11:52). Este rebaño está continuamente expuesto a la malignidad de ladrones y salteadores, que son como lobos (Mat 10:16; Luc 10:3), los cuales se introducen, a veces, en el rebaño vestidos de ovejas (v. Mat 7:15; Hch 20:29). Pero el Gran Pastor de estas ovejas (1Pe 2:25; 1Pe 5:4) pone todo su cuidado en Su rebaño (comp. con Sal 23:1.). Los pastores subordinados, a quien el Príncipe de los pastores ha encomendado la custodia y alimento del rebaño de Dios, deben ser diligentes y fieles en el desempeño de su cometido ministrándole en las cosas espirituales y alimentándole con la Palabra de Dios. Deben conocer a los miembros de la grey por su nombre, velar sobre ellos, ser para el rebaño como boca de Dios en la exposición de las Escrituras, y ser para Dios como boca del rebaño en la exposición de los problemas y de las necesidades de la grey. Quienes son verdaderas ovejas de Cristo habrán de ser aptos para reconocer la voz de los pastores que son fieles, y muy cautos para no escuchar la voz de los extraños. Así seguirán a su pastor, al conocer su voz, lo cual requiere un oído atento y un corazón obediente (v. Heb 13:17).

II. Los ojos de los judíos estaban velados, de modo que no entendían el sentido de la alegoría: «Esta alegoría les dijo Jesús; pero ellos no comprendieron de qué les estaba hablando» (v. Jua 10:6). Los fariseos tenían un alto concepto de sus propios conocimientos; sin embargo, no tenían la suficiente comprensión para entender las cosas que Jesús les hablaba, parecía que estas cosas estaban muy por encima de la capacidad de ellos. Con frecuencia, los que más pretenden saber son los más ignorantes en las cosas de Dios.

III. La explicación que Jesús dio de la alegoría. En la porción que antecede, Jesús había distinguido el verdadero pastor del extraño en que aquél entra por la puerta, mientras que el extraño sube por otra parte (vv. Jua 10:1-2). Pero ahora, dice de Sí mismo que es la puerta del redil, al mismo tiempo que pastor del rebaño.

1. Cristo es la puerta. Esto lo dijo a los judíos, que se tenían por ovejas de Dios, sus únicas ovejas, y a los fariseos, quienes se tenían a sí mismos por los únicos pastores de Israel: «Yo soy la puerta de las ovejas» (v. Jua 10:7).

(A) En general, es una puerta cerrada contra los ladrones y salteadores, contra todos los que no son aptos para estar entre las ovejas de Su rebaño; pero es también una puerta abierta de pasadizo y comunicación. A través de Cristo, y sólo por medio de Él, tenemos admisión al rebaño de Dios (comp. con Jua 14:6). Y también por medio de Él, Dios viene a su Iglesia, la visita y se comunica con ella.

(B) En particular:

(a) Cristo es la puerta de los pastores, de forma que los que no vienen encargados por Él, no deben ser contados como pastores, sino como ladrones y salteadores, aun cuando pretendan ser pastores; a éstos no les deben oír las ovejas. Y añade Jesús: «Todos cuantos vinieron antes de mí, son ladrones y salteadores; pero no los oyeron las ovejas» (v. Jua 10:8). Conecta así con el versículo Jua 10:1. Pero, ¿qué significa ese «antes de mí»? Ciertamente, no se refiere a los profetas que vinieron antes de Él, en el Antiguo Testamento, ni a Juan el Bautista, ya que no se puede decir de todos ellos que fuesen ladrones y salteadores. Al admitir que la preposición significa aquí una prioridad de tiempo, no una superioridad de oficio, clase o carácter, no hay duda de que Jesús se refiere aquí a los líderes religiosos de su tiempo, especialmente a los fariseos, como nota Hendriksen, y como se ve por Jua 9:40; Jua 10:19, pues éstos eran los que intimidaban al pueblo (Jua 9:22) y le ataban cargas pesadas y difíciles de llevar (Mat 23:4; Luc 11:46), al mismo tiempo que devoraban las casas de las viudas (Mat 23:14; Mar 12:40; Luc 20:47). Ellos eran los que campaban por sus respetos como maestros de Israel cuando Jesús comenzó su ministerio público (v. Jua 3:1). Éstos se tenían por superiores a Cristo (v. Jua 9:28-29) y le señalaban delante del pueblo como si Él fuera el intruso y salteador porque no había pasado por las manos de ellos para hacerse cargo de las ovejas de Israel, al ser así que ellos deberían haberle admitido por las pruebas que presentaba de parte de Dios. «Pero no los oyeron las ovejas», esto es, las verdaderas ovejas, que eran los discípulos de Cristo. Los que habían reconocido en Jesús al Enviado de Dios no podían aprobar las tradiciones de los hombres ni adherirse a las formalidades externas de los ancianos.

(b) Cristo es la puerta de las ovejas: «Yo soy la puerta; el que entre por medio de mí, será salvo, entrará y saldrá, y hallará pastos» (v. Jua 10:9). Aquí vemos: Primero, las instrucciones sencillas para entrar al redil: hemos de entrar por la puerta que es Jesús. Todavía a principios del presente siglo, un misionero halló a un pastor en Palestina, cuyo redil estaba abierto, y al preguntarle el misionero por qué no tenía puerta, respondió él: «Yo soy la puerta; por el día, me coloco en la entrada y voy contando una por una mis ovejas, haciéndolas pasar por debajo de mi cayado; por la noche, me tiendo sobre la entrada, de modo que cualquier ladrón o bestia que se llegue a mi rebaño tendrá que encontrarse conmigo». Por fe en Jesús, que puso Su vida por nosotros, entramos en Su rebaño y somos guardados con toda seguridad en comunión con Dios. Segundo, las magníficas promesas para todos los que observen estas instrucciones: (i) «será salvo», es decir, tendrá vida y la tendrá en abundancia (v. Jua 10:10, comp. con v. Jua 10:28 y Jua 3:15-17); (ii) «entrará y saldrá», expresión hebrea para indicar completa libertad (comp con Jua 8:32, Jua 8:36); al que sale, no se le cierra la puerta como a un extraño, sino que es libre para regresar a casa; y al que entra, no se le tiene por intruso, pues viene a su propia casa; pueden ir al campo, al quehacer diario, por la mañana, y volver al redil, a descansar, por la tarde; y en ambos lugares (iii) «hallará pastos»; hierba, en el campo; forraje, en el redil.

2. Cristo es el pastor (vv. Jua 10:11.). Dios ha determinado que Jesucristo sea nuestro pastor; y aquí expresa una y otra vez el reconocimiento de esa relación que tiene para con nosotros, sus ovejas, y espera de nosotros la atención, la obediencia y el afecto que las ovejas guardan a sus verdaderos pastores.

(A) Cristo es un buen pastor, no un ladrón: «El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir» (v. Jua 10:10). Los que vienen a robar, a privar a los hombres de Cristo y de sus pastos, vienen a matar y destruir espiritualmente. Los impostores religiosos son asesinos de almas. En cambio, nótese el objetivo del buen pastor: Él viene:

(a) A dar vida a las ovejas. Dice Jesús: «Yo he venido para que tengan vida». Vino a poner vida en el rebaño, que parecía un valle de huesos secos (comp. Eze 37:1-28), más bien que personas vivas rodeadas de pastos alimenticios. La palabra «vida» incluye toda clase de bienes espirituales.

(b) A dar vida abundante. Añade Jesús: «y para que la tengan en abundancia», en mayor abundancia de lo que podrían pedir o esperar (v. Efe 3:20). Lo que Cristo da es siempre algo más y algo mejor, pues es vida y vida eterna.

(c) No sólo a dar vida a las ovejas sino a dar la vida por las ovejas: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas» (v. Jua 10:11). El adjetivo griego no significa directamente el carácter moral del pastor, sino su cualidad excelente (lo mismo que en Jua 2:10 acerca del vino). Un pastor de cualidades excelentes es el que no sólo cuida y guarda bien sus ovejas, sino que, en defensa de ellas, está dispuesto a dar la vida. Fue prerrogativa de nuestro Pastor Divino dar Su vida para comprar el rebaño (v. 1Pe 1:18-19).

(B) Cristo es un buen pastor, como dueño amante de Su rebaño, no como un asalariado. Había muchos pastores en Israel que, sin ser precisamente lobos, eran mercenarios, pues descuidaban el desempeño de su cargo y el rebaño sufría grandes perjuicios a causa de la negligencia de estos pastores. Cristo se llama aquí buen pastor (y en v. Jua 10:14), porque no hay ninguno tan fiel, tan tierno, tan experto, como Él. Con ello, se contrasta a Sí mismo con los pastores que eran mercenarios o asalariados (vv. Jua 10:12-14). Veamos:

(a) Cómo se describe el carácter y conducta del pastor infiel: «Ve venir al lobo, y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa … Huye porque es asalariado, y no le importan las ovejas» (vv. Jua 10:12-13). Los malos pastores, así como los malos magistrados y ministros, quedan aquí descritos tanto por sus malos principios como por su mala conducta. Sus malos principios son la raíz de su mal obrar. ¿Cuál es la causa por la que los pastores mercenarios que tienen a su cargo las almas de los creyentes, hacen traición en tiempos de prueba al encargo que les fue hecho, y no se interesan por el bienestar de las ovejas en tiempos de tranquilidad? El que «son asalariados y no les importan las ovejas». Las riquezas de este mundo son todo su objetivo: el salario. Han asumido el cargo de pastor como un negocio con que medrar y enriquecerse. Son asalariados todos los que aman el beneficio más que el oficio. No les importan las ovejas porque no aprecian el valor que éstas tienen a los ojos de Dios, pues por rescatarlas de la muerte eterna envió a Su Hijo Unigénito a morir en la Cruz del Calvario; «buscan lo suyo» (v. 1Co 10:24; 1Co 13:5; 2Co 12:14; Flp 2:21; Flp 4:17). ¿Qué puede esperarse de ellos, sino que huyan cuando viene el lobo, ya que no les importan las ovejas? Efecto lógico de su mala estimación es su indigno y cobarde comportamiento. Todos cuantos buscan su propia seguridad más que su deber son fácil presa de las tentaciones de Satanás. ¡Y cuán fatales son las consecuencias! «El lobo arrebata las ovejas y las dispersa».

(b) Por contraste, véase la gracia, el cuidado y la ternura del buen pastor (vv. Jua 10:14-18). Aquí tenemos dos grandes ejemplos de la excelencia del buen pastor:

Primero, el conocimiento que tiene de su rebaño: (i) Conoce bien a los que ya son ovejas suyas (vv. Jua 10:14-15), como buen pastor de ellas (vv. Jua 10:3-4): «Conozco mis ovejas, y las mías me conocen» (v. Jua 10:14). Las conoce, las discierne, las ama, las cuida, las recibe, no le engañan los cabritos, aun cuando se vistan de ovejas. Y las ovejas le reconocen a Él con los ojos de la fe; pero su mayor felicidad está en ser conocidas de Él (v. 1Co 8:3), más que en conocerle a Él ellas. La base y modelo de este conocimiento mutuo es el conocimiento mutuo que del Padre tiene el Hijo, y del Hijo el Padre (v. Jua 10:15, comp. con Jua 17:21). Jesús conoce a los que son suyos, pues Él los ha escogido y está seguro de ellos (v. Jua 13:18), y ellos saben en quién han confiado (v. 2Ti 1:12). Como Cristo amaba y obedecía al Padre, así los creyentes han de amar y obedecer a Jesús. (iii) También conoce Jesús a los que serán después ovejas suyas: «También tengo otras ovejas que no son de este redil (de Israel); aquéllas también debo traer; y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor» (v. Jua 10:16). En alguna ocasión Cristo había expresado su especial preocupación por las ovejas de Israel; pero aquí dice: «Tengo otras ovejas» (comp. con Jua 11:52; Jua 17:20). Cristo afirma así sus derechos sobre algunas almas de las que todavía no ha tomado posesión. Pero, ¿por qué tiene que traerlas? Sencillamente, porque si Él no las trae, ellas no vendrán (comp. con Jua 6:44); y ha de traerlas porque a eso le envió el Padre (v. Jua 6:37.). Ya hemos hecho notar en otro lugar que, entre todos los animales, la oveja es la más incapaz de encontrar el camino de vuelta al rebaño, si el pastor no viene a rescatarla, se pierde sin remedio (v. Luc 15:4). El efecto saludable de esta búsqueda será que también estas ovejas oirán su voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor. Nótese que no dice: «y habrá un solo redil», un solo compartimento visible, según dice la Vulgata Latina y traduce desafortunadamente la Versión Autorizada inglesa, sino «y habrá un solo rebaño», porque, en cualquier compartimento o «denominación» en que haya verdaderas ovejas de Cristo, allí hay una parte de su «rebaño».

Segundo, el sacrificio que hace por su rebaño (vv. Jua 10:15, Jua 10:17, Jua 10:18), donde vemos que: (i) declara su propósito de morir por el rebaño: «Y pongo mi vida por mis ovejas» (v. Jua 10:15). Puso su vida, no sólo por el bien de sus ovejas, sino en lugar de sus ovejas (v. 2Co 5:21). Miles y miles de ovejas habían sido ofrecidas por los pastores en sacrificio a Dios, pero aquí, en contraste sorprendente, es el pastor el que se ofrece en sacrificio a Dios por las ovejas. Aunque al herir al pastor, se dispersarán las ovejas (v. Mar 14:27), tras matar al pastor, se reunirán las ovejas (v. Jua 10:16; Jua 11:52); (ii) quita la ofensa de la Cruz mediante cuatro consideraciones. Primera: porque el poner la vida por sus ovejas le merece el amor del Padre y el honor que el Padre le ha de conferir: «Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida» (v. Jua 10:17, comp. con Flp 2:9-11). Cuando Cristo tuvo en tanto el amor del Padre, que lo juzgó suficiente recompensa por la muerte que había de sufrir a favor de nosotros, ¿nos parecerá a nosotros poca cosa dicho amor, de forma que prefiramos las sonrisas y los placeres que el mundo nos pueda ofrecer? Segunda: Que daba la vida para recuperarla de nuevo: «Yo pongo mi vida para volverla a tomar» (v. Jua 10:17). El Padre le amaba demasiado como para permitir que su cuerpo permaneciera en el sepulcro (v. Hch 2:24). Entregó la vida como si hubiese sido herido malamente por la muerte pero, en realidad, murió para conquistar la muerte y despojar al sepulcro de su victoria (comp. con 1Co 15:55). Tercera: Que sus sufrimientos y su muerte eran perfectamente voluntarios: «Nadie me la quita (la vida), sino que yo la pongo de mí mismo. Tengo potestad (o autoridad) para ponerla y tengo potestad para volver a tomarla» (v. Jua 10:18). Véase aquí la potestad de Cristo como Señor de la muerte. Tenía potestad para conservar su vida frente a todos los poderes de este mundo. Aunque parecía que Cristo era sorprendido por la muerte como por una tormenta inesperada, lo cierto es que fue Él quien se rindió con toda libertad a la muerte (v. el comentario a 19:30), pues, de lo contrario, habría sido inexpugnable como el mejor guarnecido baluarte: «Nadie me la quita». Tenía potestad para «poner su vida»; es decir, para colocarla frente a la guadaña de la muerte. Nosotros no podemos hacer eso, pero Él podía, cuando le pluguiera, soltar el nudo que ata el alma con el cuerpo. Así como había tomado voluntariamente un cuerpo (Heb 10:5-7), así también era libre para dejarlo. El poder que tenía sobre su propia vida era soberano. Además, tenía potestad para volver a tomar la vida; ningún ser humano disfruta de esa potestad. Nuestra vida, una vez que ha sido puesta, es «como aguas derramadas por tierra, que no pueden volver a recogerse» (2Sa 14:14); pero Cristo, después de poner su vida en el sepulcro, todavía la tenía al alcance de la mano para poder recogerla. Véase aquí la gracia de Cristo (comp. con 2Co 8:9), quien puso su vida para nuestro rescate (Mat 20:28; 1Ti 2:6), ya que se ofreció a ser nuestro Salvador. Cuarta: Que, finalmente, puso su vida en obediencia al mandamiento del Padre: «Este mandamiento recibí de mi Padre» (comp. con Jua 6:38; Jua 14:31). Por aquí vemos que la obediencia al Padre es compatible con la libertad. Más aún, nunca es más libre el ser humano que cuando obedece fielmente a Dios porque la obediencia no es otra cosa que el empalme ajustado con la divina omnipotencia, a la que nada ni nadie pueden resistir.

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