Juan 11:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Tenemos primero la presentación de los personajes que representaron en esta historia un papel primordial (vv. Jua 11:1-2). Era una familia que vivía en Betania, lugar no lejano de Jerusalén y en el que solía hospedarse Jesús cuando acudía a las fiestas del pueblo judío en Jerusalén. Se le llama aquí «la aldea de María y de Marta su hermana» (v. Jua 11:1). Tenían un hermano que se llamaba Lázaro. Aquí tenemos una familia honesta y feliz y con la que el Señor Jesús tenía especial amistad. Una de las hermanas es señalada en particular como «la que ungió al Señor con perfume, y le enjugó los pies con sus cabellos» (v. Jua 11:2). Es una referencia parentética a la unción del Señor que el mismo evangelista nos narra en el capítulo siguiente, versículos Jua 11:3. Lázaro, el hermano de María y de Marta, estaba ahora enfermo, con la consiguiente aflicción por parte de sus hermanas. Cuanto más queridos nos son nuestros deudos y amigos, tanto mayor es la aflicción que nos ocasionan los problemas y las enfermedades de ellos. La multiplicación de los consuelos guarda así perfecta ecuación con la multiplicación de nuestros pesares.

II. Las noticias que le llegaron al Señor Jesús acerca de la enfermedad de Lázaro (v. Jua 11:3). Sus hermanas sabían dónde estaba Jesús y le enviaron un mensaje urgente, en el que le manifestaban: 1. El afecto que profesaban a su hermano y la preocupación que les causaba la enfermedad que éste padecía, porque «el hermano ha nacido para el tiempo de angustia» (Pro 17:17), y la hermana también. 2. La confianza que tenían depositada en el Señor Jesús a quien querían tener enterado del apuro en que ahora se hallaban. El comunicado que le enviaron era muy breve, notificándole simplemente la situación pero con una velada insinuación de una apelación urgente: «Señor, mira, el que amas está enfermo» (v. Jua 11:3). El verbo usado aquí, en el original, para «amar» no es el mismo de Jua 3:16, sino el que indica una amistad recíproca. Notemos que las hermanas no dicen: «el que te ama», sino «el que amas». El amor que nosotros le tenemos a Jesús es imperfecto, de poco valor e indigno de mención; pero el amor que Jesús nos tiene es tan grande que nunca se le pondera bastante. Advirtamos que no es cosa nueva que quienes son amigos de Cristo, pasen por enfermedades, problemas y contrariedades, pues estas cosas son comunes a todo el género humano, como lo son los beneficios generales que Dios dispensa (v. Mat 5:45). Por otra parte, nos sirve de gran consuelo cuando estamos enfermos el que haya en torno nuestro quienes oren al Señor por nosotros. Y tenemos igualmente motivo para amar y encomendar en oración a aquellas personas de quienes sabemos que Cristo las ama y se preocupa por ellas.

III. A continuación, vemos cómo reaccionó Jesús al recibir esta noticia.

1. Pronosticó el carácter y objetivo de esta enfermedad:

(A) Primero, el carácter peculiar de esta enfermedad: «Esta enfermedad no es para muerte» (v. Jua 11:4). ¡Extraña declaración! No sólo era para muerte, sino que Lázaro estuvo efectivamente muerto por cuatro días a causa de ella. Pero Cristo no quiso decir que Lázaro no iba a morir, sino que la muerte no iba a ser el resultado natural de aquella enfermedad. La muerte no acudió aquí, como sucede en los demás casos, en forma de emplazamiento inexorable del sepulcro, sino como un arresto provisional entre dos vidas. Murió Lázaro en aquella ocasión, pero su muerte no puso punto final a su vida, por lo que bien puede decirse que, en realidad, su vida no acabó con esa muerte. La muerte es un adiós definitivo a este mundo; en este sentido, la muerte de Lázaro no fue una despedida, sino un «hasta luego». En cierto modo, y con mayor gozo y mejor esperanza, así es siempre la defunción de los creyentes, pues su muerte corporal a este mundo no es sino el nacimiento espiritual al mundo celestial.

(B) Segundo, el objetivo peculiar de esta enfermedad: «sino para la gloria de Dios». Las aflicciones de los santos tienen por objeto la gloria de Dios. Los favores más dulces del Señor son los que provienen de las circunstancias más amargas. ¡Tengamos viva fe en los designios de la providencia de Dios, incluso en las horas más oscuras de nuestra vida, pues todo ello es para la gloria de Dios, ya que Dios hace que cooperen conjuntamente, para bien de los que le aman, todas las cosas (Rom 8:28), no sólo las que llamamos «prósperas», sino también las que nos parecen «adversas»! Y, si Dios ha de ser glorificado con ello, debemos estar satisfechos, pues, en último término, también ha de redundar en nuestro bien. Aquella era una enfermedad contraída «para que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella» (v. Jua 11:41), puesto que servía de ocasión para que Cristo llevase a cabo el glorioso portento de resucitar a un muerto de cuatro días (v. Jua 11:39). Esto nos ha de ayudar a consolarnos y a prestar consuelo a todos a quienes Jesús ama con el pensamiento de que, en cualquier aflicción en que nos hallemos, el objetivo de todo ello es que el Hijo de Dios sea glorificado por ese medio.

2. Después de estas palabras, vemos que Cristo demoró visitar a su paciente (vv. Jua 11:5-6). Las hermanas de Lázaro habían enviado a Jesús un mensaje urgente: «Señor, mira, el que amas está enfermo» (v. Jua 11:3), y habríamos de suponer que Jesús estaría dispuesto a llegarse cuanto antes a la cabecera del enfermo, pues se nos dice que: «Amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro» (v. Jua 11:5). Aunque parezca un detalle insignificante, del que los comentaristas no suelen hacer mención, no estará de más hacer notar que el verbo original, en este versículo, para «amar», no es el mismo del versículo Jua 11:3, sino el de Jua 3:16 y otros lugares, donde no significa una amistad recíproca, un afecto entrañable y correspondido, sino el amor más generoso que es compatible incluso con la falta de correspondencia por parte del amado. Volviendo a nuestro punto, notemos que no sucede aquí lo que habríamos esperado de Jesús: que, al recibir la noticia, se pusiese de inmediato en camino hacia Betania, sino que: «cuando oyó, pues, que estaba enfermo se quedó dos días más en el lugar donde estaba» (v. Jua 11:6). Por donde vemos, a la vista del contexto:

(A) Que, aun cuando Jesús amaba de veras generosamente, a toda esta familia, difirió el venir a ellos para poner a prueba la fe de las hermanas, y para que la prueba resultase en alabanza y honor.

(B) Que, precisamente porque les amaba de veras, tenía el designio de obrar en favor de esta familia algo sumamente grande y extraordinario. Por eso demoró visitar al enfermo, a fin de dar tiempo a que Lázaro muriese y fuese sepultado antes de que Él llegara. Al demorar por tanto tiempo su visita, tenía la oportunidad de hacer por él más que por ningún otro. Dios tiene designios de misericordia aun en sus aparentes demoras. Aun cuando Jesús no se apresuró a venir a Betania, no olvidaba a sus amigos que vivían allí.

IV. La conversación que Jesús tuvo con sus discípulos a raíz de esto (vv. Jua 11:7-16). Dos temas hallamos en esta conversación: el peligro en que Jesús mismo se hallaba, y la muerte de Lázaro.

1. El peligro que Él mismo corría al dirigirse a Judea (vv. Jua 11:7-10).

(A) Dice a sus discípulos: «Vamos a Judea otra vez» (v. Jua 11:7). Estas palabras pueden considerarse: (a) Como una indicación del propósito de hacer un gran favor a sus amigos de Betania. Cuando supo que se hallaban deprimidas Marta y María por la muerte de su hermano, dice: «Vamos ya a Judea otra vez». Cristo es puntual a favor de los suyos cuando ha llegado la hora precisa en que Él ha decidido intervenir; y, de ordinario, el peor momento para nosotros es su momento. Así que, cuando nos hallemos en lo profundo de nuestra aflicción, no nos dejemos arrastrar hasta lo profundo de la desesperación, al saber que la extrema necesidad del hombre es la suprema oportunidad de Dios. (b) Como una prueba para ver si la valentía de sus discípulos era suficiente para animarles a acompañarle en el viaje a Judea, donde tan mal lo habían pasado. Notemos que Cristo nunca deja solos a los suyos en ningún peligro, sino que siempre les acompaña.

(B) La objeción que ellos presentaron a este viaje: «Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?» (v. Jua 11:8). Le traen así a la memoria el peligro en que se había encontrado tan recientemente. Por aquí vemos que los discípulos de Cristo tienden a ver los peligros con más negros colores que su propio Maestro. El recuerdo del susto reciente no se les había borrado de la mente. Por eso se sorprenden de que resuelva ir a Judea otra vez, y es como si le dijeran: «¿Vas a favorecer ahora con tu presencia a quienes acaban de expulsarte de su región? ¿Vas otra vez adonde tan mal te han tratado?» Si Jesús hubiese estado inclinado a escapar del sufrimiento, no habría permitido que fuesen sus amigos los que le persuadieran a ello. Al mismo tiempo, ellos parecían desconfiar del poder de su Maestro, como si no pudiera escapar ahora y protegerles a ellos, de sus enemigos, de la misma forma que lo había hecho en anteriores ocasiones. Se ve que abrigaban un secreto temor de que iban a sufrir ellos mismos, si el Maestro estaba en peligro.

(C) Respuesta de Cristo a esta objeción: «¿No son doce las horas del día?» (v. Jua 11:9). Aunque las horas de luz varíen según las estaciones del año, Jesús usa aquí el cómputo corriente entre los judíos, que dividía el día en doce horas de luz y otras doce de oscuridad, y viene a decir a sus discípulos: «Mientras dura el día, es tiempo de trabajar» (comp. con Jua 9:4-5). La providencia de Dios nos ofrece la luz del día para trabajar. La vida del hombre es como un día (comp. con Job 14:2). Este día se divide en distintas horas, edades, estados y oportunidades. La consideración de esto debería hacernos, no sólo muy diligentes para llevar a cabo el trabajo que Dios nos ha asignado para esta vida, sino también muy preparados para los peligros de la vida. Pero no perdamos de vista que Dios alargará nuestro día hasta que hayamos consumado nuestra obra. Como decía Ryle, «somos inmortales mientras no hayamos terminado el trabajo que Dios nos ha encomendado». Esto nos muestra el consuelo y la satisfacción de que puede disfrutar un hijo de Dios mientras se mantiene en el camino del deber: «El que anda de día no tropieza». No está perplejo en su mente, sino que, al andar recto, anda seguro. Así como el que anda a la luz del día, no tropieza, sino que marcha seguro y alegre por su camino, «porque ve la luz de este mundo» y, con ella, ve la ruta que está delante de él, así también el creyente, apoyado en la Palabra de Dios como en su luz y norma de vida (Sal 119:105), y al tener como meta y objetivo la gloria de Dios en todo (1Co 10:31), marcha seguro con estas dos grandes luces; está equipado con un fiel guía en todas sus dudas y con un poderoso guardián en todos sus peligros. Cristo siempre caminaba de día a dondequiera que iba, y así hemos de hacerlo nosotros si somos sus fieles seguidores. Jesús muestra igualmente el peligro al que se expone todo el que no se atiene a esta norma: «Pero el que anda de noche, tropieza, porque no hay luz en él» (v. Jua 11:10). Quien camina por la ruta de su propio corazón y conforme a la corriente de este mundo, cae en toda clase de lazos y peligros. Tropieza porque no hay luz en él, pues la luz espiritual es para nuestras acciones morales lo que la luz natural es para nuestras acciones naturales (comp. con 1Jn 1:5.).

2. La muerte de Lázaro (vv. Jua 11:11-16).

(A) La noticia que gradualmente da Jesús a sus discípulos acerca de la muerte de Lázaro: «Nuestro amigo Lázaro se ha quedado dormido» (v. Jua 11:11. Lit. se ha dormido). Vemos aquí cómo llama Cristo a los creyentes y a la muerte de los creyentes. Al creyente le llama «amigo»: «Nuestro amigo Lázaro». Y da a entender claramente que los que El tiene por amigos, han de ser tenidos por tales de parte de quien profese ser creyente. Por eso habla de Lázaro como de un amigo «común a él y a ellos»: «Nuestro amigo». Por aquí vemos también que ni aun la muerte tiene poder para romper los lazos de la amistad entre Cristo y el creyente. Lázaro está ahora muerto y, sin embargo, Jesús le llama «nuestro amigo». Por otra parte, Jesús llama a la muerte de un creyente «dormición»; «duerme». Buena cosa es llamar a la muerte con epítetos que sirvan para hacérnosla más familiar y menos formidable, menos temible. Ante la fe firme y la esperanza segura de resucitar para una vida eterna y bienaventurada, ¿por qué no había de resultarnos tan fácil dejar el cuerpo y morir, como nos lo es quitarnos las ropas para dormir? Cuando un cristiano se muere, no hace otra cosa que ponerse a dormir para descansar del trabajo del día anterior (comp. con Apo 14:13), y recobrar fuerzas para la mañana siguiente. Pero Jesús no va a dejar que Lázaro duerma por demasiado tiempo así que añade: «pero voy a despertarle» (v. Jua 11:11). Hace poco había dicho: «Nuestro amigo duerme»; pero enseguida añade: «Voy a despertarle». Cuando Cristo dice de alguna manera a los suyos cuán grave es el caso, de inmediato se apresura a decirles también cuán pronto puede Él remediarlo. Al oír esto de labios del Señor, los discípulos cobrarían ánimo, al ver que el objetivo que Jesús tenía al ir a Judea era ofrecer su poderosa ayuda a una familia a la que todos ellos estaban tan obligados.

(B) Los discípulos no entendieron el modo de hablar del Señor (vv. Jua 11:12-13), y le dijeron: «Señor, si está dormido, sanará» (v. Jua 11:12). Con esto daban a entender: (a) Su interés por Lázaro. Esperaban que se recuperaría de la enfermedad, porque al oír que estaba durmiendo, pensaban que había pasado ya lo peor de la enfermedad pues el sueño es, con frecuencia, una buena medicina de la misma naturaleza orgánica. Esto es cierto de la muerte del creyente, pues se encuentra muchísimo mejor (v. Flp 1:23). (b) Un gran respiro para ellos mismos. Si Lázaro se estaba recuperando de la enfermedad, no había necesidad de que Cristo marchase a Judea a exponerse a Sí mismo, y a ellos, al peligro. Así es como también nosotros estamos inclinados a esperar que una buena obra que Dios nos ha encargado, se hará por sí misma, sin que tengamos que pasar por la fatiga o el peligro que tal obra comporta.

(C) Jesús rectifica esta equivocación de los discípulos: «Pero Jesús se había referido a la muerte de Lázaro» (v. Jua 11:13). ¡Cuán duros de mollera estaban todavía los discípulos de Cristo! Y eso, a pesar de que, incluso en el Antiguo Testamento, se llama con frecuencia «sueño» a la muerte. Deberían haber entendido a Jesús cuando les hablaba en el lenguaje de las Escrituras. Por difícil que nos parezca una cosa, cuando Cristo se dispone a poner allí su mano hemos de estar seguros de que se trata de algo grande, inusitado, extraordinario, digno de Él. Notemos con qué cuidado corrige el evangelista el error de los discípulos, al decir: «Pero Jesús se había referido a la muerte de Lázaro». ¡Cómo lo recordaría Juan, al ser él mismo uno de los que habían entendido a Jesús equivocadamente!

(D) Cristo les dice ahora lisa y llanamente, sin metáforas, el hecho de la muerte de Lázaro y su resolución de marchar a Betania: «Entonces Jesús les dijo abiertamente: Lázaro ha muerto» (v. Jua 11:14). Y les declara ahora el motivo por el que había demorado por tanto tiempo el viaje: «Y me alegro por vosotros de no haber estado allí» (v. Jua 11:15). Así tendrían ellos una oportunidad para robustecer su fe («para que creáis»), como fue el caso de los que, al ver a Jesús resucitar a Lázaro, «creyeron en Él» (v. Jua 11:45). Decide, pues, ir a Betania y llevar consigo a sus discípulos: «vayamos hasta él» (v. Jua 11:15). La muerte no puede separarnos del amor de Cristo (Rom 8:38), porque no puede alejarnos de su potente voz cuando nos llame. Quizás alguno de los que habían dicho, al oír que Lázaro dormía, «ya no hay por qué ir», diría ahora, al oír que había muerto, «ya no hay para qué ir».

(E) A continuación, se nos da una pincelada maestra del carácter variopinto de Tomás: valiente y al mismo tiempo, depresivo y difícil de persuadir acerca del lado rosa de los acontecimientos. «Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo» (v. Jua 11:16). La palabra «Tomás» en arameo es equivalente a «Dídimo» en griego, y ambas significan «gemelo» o «mellizo». Probablemente lo era, aunque nada se nos diga de su gemelo hermano o hermana. Dijo Tomás «a sus condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con Él».

(a) Al tener en cuenta la cobardía de los discípulos, como se mostró en el arresto de Jesús en Getsemaní hay autores que opinan que «con él» significa «con Lázaro». Sin embargo, esta opinión es insostenible por las siguientes razones: Primera, era una necedad querer morir con Lázaro, máxime cuando Jesús se dirigía precisamente a resucitarle. Segunda, la cobardía de los discípulos ante el peligro, como se mostró después, no era obstáculo para que su resolución a morir con Cristo fuera sincera, como hay que suponerla en Jua 13:37, compárese con Mat 26:35. Tercera, si el «vamos también nosotros» de Tomás corresponde al «vamos» de Jesús (v. Jua 11:15), es obvio que el «muramos con Él» quiere decir: «con Jesús», al pensar todavía en el peligro que habían expresado antes (v. Jua 11:8), para Jesús, si volvía de nuevo a Judea.

(b) Basados, pues, en la única interpretación correcta de la frase de Tomás, en el sentido de «morir con Cristo», vemos que él viene a decir: «¡No hay más remedio! Si Él (Jesús) se empeña en correr el peligro de muerte, vayamos con Él y corramos el mismo peligro del que nos dijo: ¡Sígueme! Eso es lo que exige la obediencia que le debemos y el afecto que le profesamos». Tomás conocía bien la perversidad de los enemigos de Jesús, y no se le antojaba improbable que le diesen muerte en esta ocasión. Por otra parte, mostraba el amor que profesaba al Maestro, al estar dispuesto a morir con Él. Y no sólo estaba él dispuesto a morir por Cristo, sino que alentaba a los demás condiscípulos a tener la misma resolución: «Vamos también nosotros». Como si dijese: «¿Cómo vamos a consentir quedarnos sin nuestro Maestro y sobrevivirle?» Así es como, en momentos de extrema dificultad, los genuinos creyentes deberían animarse unos a otros. Es digna de copiarse la reflexión de Ryle sobre este pasaje: «Observemos cuán diferentes en carácter son entre sí los discípulos de Cristo. Pedro, por ejemplo se adelantaba siempre lleno de celo y confianza, al contrario precisamente que Tomás el desconfiado. Sin embargo, ambos tenían la gracia de Dios y eran favorecidos con el amor de Cristo. No debemos, pues, incomodarnos de que los creyentes sean diferentes entre sí en detalles de carácter personal, sino soportar las diferencias, cuando se tiene en común lo que es fundamental».

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