Juan 11:15 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción, Cristo promete enviar el Espíritu Santo, a cuyo cargo estará consolar a los discípulos e imprimir en su memoria y en su corazón estas cosas.

I. Antes de prometerles el Consolador, les demanda la condición necesaria para obtener el verdadero consuelo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (v. Jua 14:15). No esperar consuelo por otra vía que la del deber cumplido. Ahora que estaban preocupados por lo que iba a ser de ellos, les pide que salgan de su egocentrismo y muestren en su obediencia el amor que le tienen. En horas de aflicción y en tiempo de apuro, la preocupación por el «qué va a pasar» debería ser sorbida por la ocupación en la fiel observancia de los deberes cotidianos. Cuando ellos mostraban el afecto que le tenían en la tristeza que les embargaba el ánimo a causa de su partida, Él les ruega que, si quieren mostrarle que le aman de veras no lo hagan mediante esas débiles y femeninas emociones, sino mediante la viril y decidida observancia de sus mandamientos. Esto es mejor que las lágrimas y mejor que los sacrificios. Al otorgarles tan preciosas promesas, Jesús les pone como condición: «con tal que observéis mis mandamientos, como prueba del amor que me tenéis».

II. A continuación, les hace esta gran promesa que va a ser una inefable bendición para ellos (vv. Jua 14:16-17).

1. Les promete que tendrán otro Consolador. Ésta es la gran promesa del Nuevo Testamento; una promesa a propósito para la actual condición de los discípulos, quienes se hallaban ahora llenos de tristeza (Jua 16:6) y en urgente necesidad de un consolador. Vemos pues:

(A) La bendición prometida. La palabra original (Parákletos) significa literalmente «uno que es llamado para que venga al lado»; se supone que es llamado para que ayude en una situación de aprieto, ya sea para instruir, consolar, amonestar, traer a la memoria, iluminando los ojos y el corazón (no la Palabra misma, pues ésta tiene su propia luz, v. Sal 119:105; 2Pe 1:19), ayudándonos en nuestros sufrimientos, testimonios, oraciones, etc. El vocablo griego ocurre sólo cinco veces en todo el Nuevo Testamento; todas ellas, de la pluma de Juan, cuatro se hallan en estos capítulos (Jua 14:16, Jua 14:26; Jua 15:26; Jua 16:7); la otra, en 1Jn 2:1, donde se aplica a Jesucristo con el sentido de «abogado junto al Padre». Por donde vemos que el creyente tiene a su disposición dos abogados: uno junto al Padre para defendernos de nuestro gran acusador (v. Apo 12:10 y comp. con Zac 3:1); el otro, a nuestro lado, para defendernos de todo mal que nos asedie o nos estorbe (v. 1Jn 3:24; 1Jn 4:4; con la mayor probabilidad, tanto por la preposición «en», comp. Jua 14:18, como por la contraposición al «que está en el mundo», comp. con Jua 12:31). Cuando Cristo estaba en la tierra, Él hablaba a favor de ellos al Padre, pero, al marcharse Cristo, este otro Consolador que es el Espíritu, no sólo hablará a favor de ellos (Rom 8:27), sino también en ellos (Mar 13:11). Una causa que se defiende con tal Abogado no puede quedar fallida. Al decir «otro» Jesús da a entender que Él mismo lo había sido hasta ahora y que de ahora en adelante, lo sería el Espíritu Santo único que merece el nombre de «Vicario de Cristo en la tierra», puesto que Él es ahora el que «hace las veces» de Cristo.

(B) El Dador de tal bendición es el Padre: «Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador». El mismo que nos dio como Salvador al Hijo (Jua 3:16; Rom 8:32; Gál 4:4-6), nos dio por Consolador al Espíritu Santo.

(C) Cómo nos proveyó el Padre de esta bendición: por intercesión del Señor Jesucristo: «Yo rogaré al Padre». Como hace notar Hendriksen, el verbo «rogar» en el original griego nunca es aiteo = pedir en forma de súplica en boca de Jesús sino erotao = pedir como quien demanda con autoridad. Sólo una vez se usa en el Nuevo Testamento el verbo erotao en conexión con las peticiones que los creyentes elevan a Dios (1Jn 5:16); el contexto explica bien el porqué de esta excepción. Cuando Jesús dice: «Yo rogaré al Padre» no quiere dar a entender que el Padre no esté inclinado a concedernos ese Don, sino sólo que la concesión del Espíritu Santo a los creyentes es fruto de la función mediatorial de Cristo.

(D) La permanencia de tal bendición: «para que esté con vosotros para siempre» (v. Jua 14:16). Con los discípulos a quienes se dirigía entonces el Maestro, y con todos cuantos habían de compartir con ellos, a lo largo de los siglos, el derramamiento del Espíritu el día de Pentecostés. Este gran regalo del Espíritu es «para siempre»; es decir, nunca le faltará a ningún creyente durante toda su vida, y nunca le faltará a la Iglesia durante la presente dispensación. Aunque estén dispersos en el tiempo y en el espacio, el Espíritu Santo, que es Dios como el Padre y el Hijo, es inmenso (con lo que puede hallarse en todos y cada uno de los creyentes a la vez) y es eterno (con lo que nunca habrá un tiempo en el que haya cesado su permanencia en ellos). ¡Demos gracias a Dios por los perpetuos consuelos de los que nos ha proveído! ¡Nunca tendremos que echar en falta a nuestro Divino Consolador! Por medio de Él y con Él, Jesús permanecerá con nosotros hasta la consumación de los siglos (Mat 28:20).

2. Este consolador es «el Espíritu de la verdad, al cual … vosotros le conocéis» (v. Jua 14:17). Vemos:

(A) Que el Consolador prometido es el Espíritu, alguien que ha de llevar a cabo su obra de una forma y con un método espiritual.

(B) Que es el Espíritu de la verdad (v. Jua 14:17), no sólo por ser la Verdad sustancial, al ser Dios como el Padre vivo y verdadero (1Ts 1:9) y como el Hijo (v. Jua 14:6), sino porque Él es el encargado de guiarnos a toda la verdad (Jua 16:13), especialmente a todas las verdades que tienen relación con la obra redentora de Cristo (Jua 16:14). También es el Espíritu de la verdad, por ser el Espíritu de Cristo (Rom 8:9; 1Pe 1:11), que es la Verdad (v. Jua 14:6). Nos conducirá a la verdad, no sólo por sí mismo (v. 1Jn 2:20, 1Jn 2:27), sino también por medio de los ministros de Cristo que son fieles (1Co 4:1-2).

(C) Que el mundo, es decir, los amadores del mundo (v. 1Jn 2:15-17), no puede recibir el Espíritu de la verdad, porque no le ve ni le conoce (v. Jua 14:17). Los seguidores del mundo pertenecen a un reino distinto, al reino de Satanás, opuesto al reino de Cristo; son los que prefieren las tinieblas a la luz (Jua 3:17-21) y, al ser secuaces del error y de la mentira, no están en condiciones de recibir al Espíritu de la verdad (comp. con 1Re 22:22; 2Cr 18:21), mientras no salgan de las tinieblas a la luz (v. 1Pe 2:9). Es una terrible desgracia para los amadores del mundo el que, por no poder recibir al Espíritu de la verdad se vean en tinieblas acerca de todo lo que más importa para el destino de todo ser humano. Donde impera el espíritu del mundo, queda excluido el Espíritu de Dios. Y, al quedar fuera, los secuaces del mundo no le pueden ver ni conocer, no pueden tener relación con Él. Los consuelos del Espíritu Santo les son tanta locura como la Cruz de Jesucristo (1Co 1:18, 1Co 1:24). Habladles a los del mundo de estas cosas: de la inhabitación y de las operaciones del Espíritu Santo en el creyente y en la iglesia, y pensarán que estáis locos o que habéis venido de otro planeta.

(D) Que los creyentes tienen el altísimo privilegio de conocerle, de tenerle junto a ellos y que mora en ellos: «Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y estará en vosotros» (v. Jua 14:17). Es interesante comparar las preposiciones que el evangelista usa en los versículos Jua 14:16 y Jua 14:17:

(a) «para que esté CON vosotros» (v. Jua 14:16). La preposición griega es metá, por lo que, en dicho versículo, equivale a «en compañía de (o: en medio de) vosotros». Los creyentes nunca están solos.

(b) «porque mora CON vosotros» (v. Jua 14:17). Aquí, la preposición griega es para con dativo. Equivale, pues, a decir: «mora al lado de vosotros» (nótese, como ya lo hicimos, el griego Parákletos). No sólo nos hace compañía y está en nuestro medio, sino que está a nuestro lado.

(c) «y estará EN vosotros» (v. Jua 14:17). La preposición es aquí en (como en castellano), con el sentido de «dentro de vosotros». Puede, pues, observarse la gradación que el Señor establece, de menos a más: «en compañía de», «al lado de», «dentro de». Con esta última preposición queda claramente indicada la inhabitación del Espíritu Santo en el creyente. La tercera persona (tercera, no en naturaleza, dignidad ni poder, sino en el orden de las procesiones divinas intratrinitarias) de la Trina Deidad, el Espíritu Santo, no sólo es un asistente que está constantemente a nuestro lado, sino también un huésped que ocupa nuestro espíritu y nuestro cuerpo como santuario (1Co 6:19); y no como un huésped que viene a pasar unas vacaciones, sino que tiene su morada en nosotros para trabajar en todo el proceso de nuestra santificación (Jua 3:5; Jua 14:26; Jua 16:13-15; Rom 5:5; Rom 8:4, Rom 8:9, Rom 8:14; Rom 8:26-27; 1Co 2:10; 1Co 2:12-13; 1Co 12:7.; Gál 5:5, Gál 5:16, Gál 5:22, Gál 5:25; Efe 2:18; Efe 3:16; Efe 4:30; Efe 5:18, etc.). No sólo llevará a cabo el Espíritu Santo todas estas cosas, sino que los discípulos serán conscientes de su presencia y de su acción: «pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y estará en vosotros» (comp. con 1Jn 2:20, 1Jn 2:27). El mejor conocimiento acerca del Espíritu Santo es el que se adquiere por la experiencia íntima de la comunión personal con Él, según el sentido bíblico del verbo «conocer». La inhabitación del Espíritu Santo en el creyente es duradera; si somos genuinos creyentes, podremos entristecerlo (Efe 4:30) con cada pecado no reconocido ni confesado, pero no se marchará de nosotros (comp. con 2Ti 2:13). Como la luz en el aire, y como la savia en el árbol, así de inseparable es de nosotros el Espíritu Santo. Dentro de nosotros, Él está y trabaja en silencio, sin ruido, sin pausa. No hay consuelo que pueda compararse a éste.

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