Juan 11:4 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Después de poner ante los ojos de los discípulos la meta de la felicidad celestial, Jesús pasa ahora a mostrarles en sí mismo el camino para dicha meta. Y vemos que:

I. Lo da como cosa conocida de ellos: «Y sabéis adónde voy, y sabéis el camino» (v. Jua 14:4). Cómo si dijese:

1. «Lo podéis saber fácilmente, pues no es ninguna de las cosas secretas, que no os pertenecen a vosotros, sino que es de las reveladas» (v. Deu 29:29).

2. «Lo sabéis; sabéis y conocéis que existe esa casa y que existe un camino para esa casa, aunque quizá no acertéis a percataros de cuál es esa casa y cuál es el camino. En realidad, ya se os ha dicho y no podéis menos de conocer, tanto la mansión como el camino».

II. A esta declaración de Jesús, objeta Tomás su propia ignorancia, tanto de la meta como del camino: «le dijo Tomás: Señor no sabemos adónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?» (v. Jua 14:5). La declaración que Cristo acababa de hacer respecto al conocimiento que de la meta y del camino esperaba de ellos, suscita en ellos precisamente el reconocimiento de la ignorancia en que estaban en relación con todo eso, al mismo tiempo que les aviva el deseo de saber más. Aquí muestra Tomás mayor modestia que Pedro. Pedro sentía afán de conocer adónde iba el Señor en cambio Tomás está solícito por conocer el camino. Al confesar su ignorancia recomendaba su modestia. Los fieles siervos del Señor, cuando se hallan a oscuras, conscientes de que conocen sólo en parte (1Co 13:12), están prestos a reconocer sus propias deficiencias. Pero la causa de la ignorancia de los discípulos era culpable, ya que desconocían adónde iba Cristo por no discernir los tiempos y sazones y pensar que Cristo iba a restaurar de inmediato, sin pasar por la Cruz, el reino mesiánico (v. Hch 1:6). La imaginación de los discípulos volaba de una ciudad a otra del país, preguntándose en cuál de ellas iba Jesús a ser ungido rey; por eso, no podían entender en qué lugar de los cuatro puntos cardinales iban a ser edificadas aquellas «mansiones» de las que Cristo les hablaba. Si Tomás hubiera entendido que Jesús se dirigía al otro mundo y, en ese mundo, al Cielo, no habría dicho: «¿cómo podemos saber el camino?»

III. A esta objeción de Tomás, nacida de una supina ignorancia, da Jesús cumplida respuesta (vv. Jua 14:6-7). Tomás le había preguntado sobre la meta y sobre el camino, y Jesús contesta a ambas preguntas. Le conocían suficientemente a Él, y Él era el camino, Podían, del mismo modo, conocer al Padre, y el Padre era la meta por consiguiente, con razón les había dicho: «Sabéis adónde voy, y sabéis el camino» (v. Jua 14:5). «Creéis en Dios, que es la meta; creed también en mí, que soy el camino» (v. Jua 14:1). Vemos:

1. Que habla de sí mismo como camino: «Yo soy el camino … Nadie viene al Padre, sino por medio de mí» (v. Jua 14:6). Aquí hemos de notar:

(A) La naturaleza de la mediación de Cristo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida». Comoquiera que todo el contexto pone de relieve la idea de «camino», es muy probable que Jesús, al hablar en arameo, quisiese decir: «Yo soy el camino vivo y verdadero» (comp. con Heb 10:20), ya que el hebreo y el arameo suelen expresar por acumulación de sustantivos lo que el griego y el latín expresan por yuxtaposición de adjetivos. Pero notemos los siguientes detalles:

(a) Cristo es el camino en el que Dios y el hombre se encuentran; no es un camino entre tantos (comp. con Hch 16:17 «un camino». Lit.), sino el único camino de salvación (Hch 4:12). Ya no estamos en el estado de inocencia para ir por nosotros mismos al árbol de la vida, pero podemos ir a Él por medio de Cristo (Apo 22:14). Todo el que siga las pisadas de Cristo (1Pe 2:21), puede estar seguro de que no se desviará del camino recto hacia el Cielo.

(b) Cristo es la verdad. No una verdad cualquiera: científica, religiosa, filosófica, etc., sino la única verdad consistente y total: «El Alfa y la Omega», de la A a la Z, la Enciclopedia completa de Dios (Apo 1:8, comp. con Apo 22:13), sin mezcla de error ni falsedad. Ésa es la verdad que hace libres (Jua 8:32); por eso, al inquirir sobre la verdad, no necesitamos aprender otra verdad que la que está comprendida en Jesús, pues todas las cosas están en Él resumidas y restauradas (Efe 1:10). En Cristo está la clave de todos los enigmas, pues Él «nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría» (1Co 1:30).

(c) Cristo es la vida. No una vida cualquiera, no el efímero bios = la forma externa de nuestro vivir, junto con los bienes con que se sustenta (v. 1Jn 2:16; 1Jn 3:17), ni la interna pero corruptible psykhe = vida temporal, que hemos de estar dispuestos a sacrificar en aras de Cristo y del Evangelio (Jua 12:25), sino la zoé = la vida en el centro mismo del ser, participación de la vida de Dios (Jua 1:4; Jua 5:24; Jua 8:12; Jua 10:10; 1Jn 3:14; 1Jn 5:11-12, 1Jn 5:20, entre otros lugares). Esta es la vida que dura por toda la eternidad (Jua 3:15-16, Jua 3:36; Jua 4:14 Jua 4:36; Jua 5:24; Jua 6:27, Jua 6:40, Jua 6:47, Jua 6:54, Jua 6:68; Jua 10:28; Jua 12:25, Jua 12:50; Jua 17:2-3; 1Jn 1:2; 1Jn 2:25; 1Jn 3:15; 1Jn 5:11, 1Jn 5:13, 1Jn 5:20). En Cristo y por Cristo estamos vivos para Dios con esta vida de Dios (Rom 6:3-11; Efe 2:1-5).

(B) La necesidad de la mediación de Cristo: «Nadie viene al Padre sino por medio de mí» (v. Jua 14:6). El hombre caído (y todo ser humano es originalmente caído desde el vientre de su madre, Sal 51:5) no puede llegarse a Dios como a su Padre, si no es llegándose a Cristo como al único Mediador entre Dios y los hombres (1Ti 2:5).

2. Que habla del Padre como de la meta: «Si me conocieseis también conoceríais a mi Padre; y desde ahora le conocéis y le habéis visto» (v. Jua 14:7). Ésta es una implícita reprimenda a los discípulos, por su torpeza y descuido en percatarse de la verdadera personalidad de Cristo: «Si me conocieseis …». Le conocían, pero no como podían y debían conocerle. Jesús había dicho antes a los judíos, en presencia de los Apóstoles: si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais» (Jua 8:19). Con todo, los Apóstoles no conocían tampoco a Jesús. No es fácil decir cuál de las dos cosas es más extraña, si la ignorancia voluntaria de los enemigos de la luz o los errores lamentables de los hijos de la luz. No obstante Jesús se satisface en parte, por la sinceridad de ellos, a pesar de la debilidad que muestran en su entendimiento embotado: «Desde ahora le conocéis y le habéis visto», por cuanto «la gloria de Dios brilla en la faz de Jesucristo» (2Co 4:6). Muchos discípulos de Cristo tienen mayor conocimiento y más gracia que lo que ellos piensan tener, pero no echan mano de lo que saben, como deberían, por lo que se privan a sí mismos de un conocimiento superior y de una comunión más íntima con Dios.

IV. Al oír estas últimas frases de Jesús Felipe siente curiosidad por saber más acerca del Padre, y Jesús le da cumplida respuesta (vv. Jua 14:8-11). Notemos:

1. El intenso deseo de Felipe de obtener un conocimiento superior del Padre, con lo que se quedará satisfecho: «Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta» (v. Jua 14:8). Como si dijese: «Eso es lo que deseamos todos nosotros y con eso tenemos bastante». Esto supone un intenso deseo de conocer íntimamente a Dios como a Padre. La petición es: «Muéstranos el Padre». El alegato es: «Con eso nos basta». Piensa Felipe que, con tal de que Cristo descorra el fleco de la cortina que nos oculta la visión del Padre, y pueda gozarse con un rayo de luz que emerja de la gloria divina, su alma quedará satisfecha pues habrá disfrutado, por algunos momentos, de la vida del Cielo desde la tierra. Es como si le dijera a Cristo: «Déjanos ver al Padre con nuestros ojos corporales como te vemos a ti, y con eso tendremos bastante por ahora». Con ello manifiesta, no sólo la flaqueza de su fe, sino también el desconocimiento de la forma en que el Padre se manifiesta. Su imaginación, como la de muchos otros, requería para confirmación de su fe, o para aliento de su esperanza, un conocimiento del Padre, superior al que Jesucristo mismo ofrecía en su propia persona.

2. La respuesta que Jesús dio a Felipe, la cual es muy digna de estudio y consideración, ya que, incluso en las postrimerías del siglo xx (nota del traductor), hay muchos creyentes de fe sincera, pero de ignorancia supina, que se hacen las mismas ilusiones que el Apóstol Felipe. Al contestar a Felipe, Cristo:

(A) Le asegura que, para conocer al Padre, tiene bastante con conocerle a Él: «Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?» (v. Jua 14:9). Jesús reprende aquí a Felipe por dos cosas:

(a) Por no haber adquirido, después de tanto tiempo, un conocimiento claro de la persona de Jesucristo: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?» El primer día que vio Felipe a Cristo declaró que había reconocido en Él al Mesías (Jua 1:45). Habían pasado desde entonces unos tres años y medio, y el conocimiento que de Cristo tenía ahora Felipe no había progresado en absoluto. El Señor espera de nosotros que nuestro progreso en conocerle sea, en cierto grado, proporcional al tiempo que llevamos en su compañía, de forma que no seamos bebés perpetuamente (comp. con Heb 5:11-14).

(b) Por su flaqueza en orar: «Muéstranos el Padre». Aquí tenemos un ejemplo de la debilidad de muchos creyentes, quienes no sólo no saben qué han de pedir como conviene (Rom 8:26), de cuya debilidad todos somos partícipes, sino que tienen que ser rectificadas por el Espíritu Santo sus oraciones (Rom 8:27), puesto que «piden mal» (Stg 4:3). En la instrucción que Jesús da ahora a Felipe justifica la afirmación anterior de que «conocían al Padre y le habían visto» (v. Jua 14:7), ya que, al requerirle Felipe que les mostrase al Padre, el Señor responde categóricamente: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (v. Jua 14:9). Todo el que contempla a Cristo con los ojos de la fe está viendo en Él al Padre, ya que Jesús es «uno con el Padre» (Jua 10:30), es «Dios manifestado en carne» (1Ti 3:16; 1Jn 4:2). La afirmación que Jesús acaba de hacer es de tal importancia y de tal contundencia (nota del traductor) que, de un solo golpe echa por tierra toda clase de «visión beatífica» de la esencia divina, que no sea a través de la humanidad de Cristo, a través del Verbo hecho carne. Esta declaración de Jesús está en perfecta consonancia con Jua 1:18; Jua 6:46 y especialmente 1Ti 6:16 («a quien ninguno de los hombres ha visto NI PUEDE VER»). En efecto, aparte de Cristo, Dios es Espíritu (Jua 4:24), invisible a los ojos del cuerpo y, por ser infinito, incomprensible a los ojos del espíritu; y es además espíritu purísimo, sin composición ni mezcla («YO SOY EL QUE SOY»; Éxo 3:14), no se puede ver una parte de Dios sin que se le vea entero, lo cual sólo puede hacerlo alguien que sea tan infinito como Él. De ahí que sólo las tres divinas personas pueden verse unas a otras como son en sí (v. Luc 10:22; 1Co 2:11). Todo otro lugar de la Escritura que hable de «ver a Dios» ha de interpretarse como signo de comunión íntima con Él, no de visión directa de la esencia divina. El argumento cobra mayor fuerza cuando se compara este lugar con Hch 1:6-7, donde, a la pregunta de los discípulos sobre la restauración del reino a Israel Jesús no niega el hecho, sino apela a los planes de Dios respecto a los tiempos y sazones, es decir, a las distintas dispensaciones divinas. En cambio, aquí (Jua 14:9) Jesús contesta lisa y llanamente y afirma que «quien me ha visto a mí, ha visto al Padre». Si además de la visión de Cristo, hubiese una ulterior visión en la gloria del Cielo, de la esencia divina del Padre en sí mismo, prescindiendo de la visión del Verbo humanado, Jesús habría proferido, no sólo una afirmación arrogante, sino también engañosa, puesto que, a semejanza de Hch 1:6-7, debería haber dicho a Felipe: «Felipe, ten paciencia; por ahora te basta con verme a mí; DESPUÉS, VERÁS TAMBIÉN AL PADRE». Hay quienes apelan a Apo 5:6-7 para afirmar que Juan vio, además del «Cordero», al que «estaba sentado en el trono». Éstos no se percatan de que Juan expresa en símbolos las realidades, y las expresa por medio de metáforas, pues ni Jesús es un «cordero», ni el Padre tiene «mano derecha» (Apo 5:1) ni izquierda, puesto que es un Espíritu Infinito, sin miembros corporales (comp. con Luc 24:39).

(B) Le hace notar la razón por la que «quien ha visto a Jesús, ha visto al Padre», pues añade: «¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí?» (v. Jua 14:10). Como si dijese: «Si yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí, el que me ha visto a mí, ha visto al Padre». En efecto, Jesús es uno con el Padre (Jua 10:30; Jua 17:21). Si creemos que Jesús es el Enviado del Padre (Jua 3:16, etc.), y que habla las palabras de Dios (Jua 3:34), hemos de creerle a Él como creemos a Dios (v. Jua 14:1). Por eso añade: «Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, Él hace las obras». Las obras que el Padre hacía en Jesús daban testimonio de que era el enviado del Padre (Jua 5:36). Por ellas, Dios hablaba más alto que con cualquier expresión audible (comp. con Mar 2:9-11). Si los discípulos no aciertan a ver en Jesús al Padre, las obras que Jesús hace dan testimonio de que es verdad lo que Él dice. Sí, el Padre está en Cristo, de tal forma que fácilmente puede ser hallado (Isa 55:6). Al ver en los Evangelios la persona, la doctrina y los milagros de beneficencia del Salvador, adquirimos un claro conocimiento de Dios de forma que podamos exclamar, con mayor motivo que David: «Clemente y misericordioso es Jehová, lento para la ira y grande en misericordia. Bueno es Jehová para todos, y la ternura de su amor sobre todas sus obras» (Sal 145:8-9).

(C) Jesús quiere que esto quede bien claro; por eso, recalca el hecho de la mutua inmanencia del Padre y del Hijo, y apela de nuevo a las obras que el Padre hace en Él: «Creedme que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí; si no, creedme por las mismas obras» (v. Jua 14:11). Comentando esta inmanencia del Padre en el Hijo, y del Hijo en el Padre, dice S. Hilario: «Está Jesús en el Padre, y el Padre está en Jesús, no por conjunción de dos naturalezas distintas, ni por la fuerza de absorción de una capacidad mayor, sino por el nacimiento de un viviente de una naturaleza viviente, por cuanto de Dios no puede nacer más que Dios. Por lo mismo, Jesús es Dios de Dios, con igual naturaleza que el Padre. Él está en el Padre porque tiene idéntica naturaleza y está naciendo de Dios desde toda la eternidad; y el Padre está en Él por igual razón, porque le engendra eternamente Dios».

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