Juan 1:19 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Testimonio que Juan dio ante los mensajeros que de Jerusalén le habían sido enviados para examinarle. Veamos:

I. Quiénes y por quién, fueron enviados a Juan el Bautista: Los enviados eran: 1. Sacerdotes y levitas (v. Jua 1:19). El Bautista era sacerdote de la descendencia de Aarón y, por ello, era apropiado que fuesen sacerdotes quienes le examinasen, 2. Estos sacerdotes y levitas «eran de los fariseos» (v. Jua 1:24), los cuales creían que no necesitaban arrepentimiento. Los que los enviaron eran «los judíos de Jerusalén». El evangelista usa aquí el término «judíos», como en otras muchas partes de su Evangelio, para designar peyorativamente a los contumaces compatriotas de Jesús que no quisieron recibirle (v. Jua 1:11). Podría esperarse que estos «judíos», pertenecientes al Sanedrín o Supremo Consejo de Israel conocieran los signos de los tiempos, que el Mesías estaba para llegar y que, por tanto, era fácil reconocer en Juan al Precursor profetizado; pero, en lugar de ello, vemos que envían mensajeros para ver quién era y qué se proponía este desconocido predicador. La mera erudición, el poder político o religioso y el alto rango en los honores públicos rara vez disponen bien para recibir la luz divina.

II. Con qué objetivo fueron enviados: «Para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres?» Es decir, para inquirir acerca de su persona y de su obra. No enviaron a arrestarle, sino para mostrar la autoridad que tenían en materias religiosas, para satisfacer su curiosidad y para ver de silenciar al Bautista. La doctrina que éste predicaba acerca del arrepentimiento les era extraña a estos judíos.

III. Cuál fue la respuesta que él les dio con el informe acerca de sí mismo y del bautismo que administraba:

1. Acerca de sí mismo. Ellos le preguntaron: «¿Tú, quién eres?» La aparición de Juan en sociedad fue sorprendente. Su espíritu, su talante, sus enseñanzas tenían algo que imponía respeto, pero él mismo no pretendía ser «alguien grande»; ponía más empeño en hacer el bien que en aparecer importante. Así que responde a la pregunta:

(A) Primero, en forma negativa: «Él no dejó de confesar, sino que declaró francamente: Yo no soy el Cristo» (v. Jua 1:20. Vers. Las Grandes Nuevas). El original dice: «Confesó, y no negó, y confesó …». Como en el versículo Jua 1:3 y en 2Re 20:15, también aquí se dice lo mismo en forma afirmativa y negativa, para recalcar, contra los seguidores fanáticos del Bautista, que él no era el Mesías. El Bautista, aquí como en otros lugares, no quiere arrebatarle a Cristo la gloria de ser el único Salvador y Esposo de la Iglesia. Las frases enérgicas del Bautista muestran la vehemencia y la constancia de su protesta. Los testigos fieles de Dios se ponen más en guardia contra el respeto indebido que contra el desprecio injusto. También niega Juan ser Elías (v. Jua 1:21). Estaba profetizado que Elías volvería para ser el precursor del Mesías. Por una mala inteligencia de Mal 4:5, los judíos pensaron que vendría para ser Su precursor en Su Primera Venida. Al enterarse del carácter de la doctrina y el bautismo de Juan, y de que había aparecido como «llovido del Cielo» no es extraño que le tomasen por Elías; pero no por eso le honraban como Elías habría merecido ser honrado. Juan respondió; «No lo soy». En efecto, no lo era en persona, pero sí lo era «en espíritu» (comp. Luc 1:17 con Mat 11:14, Mat 17:12). También niega Juan ser «el profeta», es decir el profeta a que hace referencia Deu 18:15-18, lugar que algunos entendían como referido a otro Precursor del Mesías, aunque la referencia del Deuteronomio apuntaba al propio Mesías, como vemos por Hch 3:22; Hch 7:37. A esto último, el Bautista respondió secamente: «No». Resulta curioso observar que las respuestas de Juan van siendo cada vez más concisas: «Yo no soy el Mesías … No lo soy … No».

(B) El comité enviado para examinarle le urge entonces a que de una respuesta positiva, para informar debidamente a quienes les habían enviado: «Le dijeron, pues: ¿Quién eres?, para que demos una respuesta a los que nos enviaron» (v. Jua 1:22). A Juan se le tenía por persona sincera a carta cabal y, por eso, estaban seguros de que les daría una respuesta clara y sin rodeos ni tapujos a la pregunta: «¿Qué dices de ti mismo?» Y así lo hizo al decirles: «Yo soy la voz de uno que clama en el desierto». Les responde con palabras de la Escritura (Isa 40:3), para mostrar que la Escritura se cumplía en él, pero lo hace con toda modestia, humildad y abnegación: «Soy la voz, una mera voz». Para entender bien esta respuesta del Bautista, es preciso leer detenidamente Isa 40:1-11, donde el profeta anuncia la misericordia de Jehová con Su pueblo, cuando éste vuelva de la cautividad de Babilonia, como un rey que viene a visitar a su pueblo con nuevos regalos de su gracia, pero exige de sus súbditos que le preparen el camino para que pueda viajar cómodamente. Juan no es la Palabra, pero es una voz; mejor aún, un sonido agudo, como un grito de socorro en medio del desierto sin agua; de aquel desierto que no estaba lejos del Jordán donde Juan predicaba. En el desierto, la gente puede morir de sed, si le falta el agua que da la vida (Jua 4:14; Jua 7:37). Juan no tiene el manantial, no puede calmar la sed, no es el Salvador, pero grita a todo el que se sienta perdido, a punto de morir de sed, señalándole el camino de la salvación, como lo hace en los versículos Jua 1:29 y Jua 1:36 (comp. con Isa 40:2; Mat 3:2; Mat 4:17; Mar 1:15; Luc 3:4-6). Así también, los ministros de Dios son la voz mediante la cual Dios tiene a bien hablar desde la Biblia. Esta voz, como la de Juan, es una voz humana. El pueblo había temblado al recibir la Ley mediante la voz de truenos y relámpagos; pero iban a oír el Evangelio por medio de una voz de hombre como la nuestra. La voz de Juan era un clamor de importunidad, de urgencia, de solemne proclamación de parte de Dios (comp. con 2Co 6:1-2). Así es como han de clamar los predicadores, pues las palabras que salen frías de los labios del predicador es imposible que calienten el corazón de los oyentes. Esa voz se oía en el desierto, porque sólo en un lugar de silencio y soledad lejos del mundanal ruido y de la prisa que los negocios imponen, es como se puede oír la voz de Dios.

(C) El mensaje que la voz clamorosa de Juan proclamaba era el siguiente: «Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». Juan vino a rectificar los errores del pueblo en cuanto a los caminos de Dios (v. Isa 55:8). «Camino» y «andar» son términos que la Biblia emplea para indicar la conducta (v. Col 2:6-7). Así, pues, «enderezar el camino» es cambiar de conducta y convertirse a Dios. Compárese con Heb 9:10 «… reformar las cosas» = hacer correcta la relación con Dios, perdida por el pecado (comp. con Jer 2:13). Los escribas y fariseos habían hecho torcidos los caminos, y Juan clama al pueblo para que enderece todo lo torcido.

2. Luego viene el testimonio que Juan da acerca de su bautismo. Nótese:

(A) La pregunta que el comité le hizo acerca de esto: «¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?» (v. Jua 1:25). Eran conscientes de que el bautismo de Juan era el rito sagrado que simbolizaba la purificación de los que estaban afectados por la polución del pecado, y esperaban que estaría en uso en los días del Mesías. Se daba por supuesto que tanto el Mesías como Elías y el profeta anunciado bautizarían cuando vinieran a purificar un mundo contaminado. Es la gracia divina la que ha provisto el modo de quedar limpios del pecado mediante la fe en el Salvador. A la vista del bautismo que Juan llevaba a cabo, y ante la respuesta de él de que no era el Mesías, ni Elías, ni el anunciado profeta, ellos le preguntan entonces: «¿Por qué, pues, bautizas, si tú na eres el Cristo, ni Elias ni el profeta?» (v. Jua 1:25). Le preguntan con qué autoridad ejerce esta función, ya que la purificación escatológica del pueblo era un acto singularmente mesiánico, según Eze 36:35; Eze 37:23. Como la respuesta de Juan aludía a una función profética (predicar arrepentimiento), ellos interrogan acerca del aspecto sacerdotal de su conducta. Máxime cuando no estaban preparados para recibir a un Precursor de carácter tan espiritual.

(B) A esto replicó Juan diciendo que él era meramente el ministro de un signo exterior: «Yo bautizo con agua» (v. Jua 1:26); como si dijese: «Eso es todo. Yo no puedo conferir la gracia espiritual que ello simboliza. Mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis (lit. sabéis)». Cristo estuvo en medio del pueblo como uno de ellos, pero pasaba desconocido; no se daban cuenta de Su presencia, como indica el verbo original. Como iban en busca de un Mesías que no respondía al verdadero concepto bíblico del auténtico Mesías, el Cristo que ya ha surgido en medio de ellos les pasa totalmente desapercibido. ¡Cuántas cosas de gran valor están escondidas a los ojos del mundo! La oscuridad es con mucha frecuencia la suerte que cabe al verdadero valor, a la virtud sincera y a la auténtica excelencia. También nos muestra esto que Dios está siempre más cercano a nosotros que lo que pensamos. Así entonces, el reino de Dios estaba en medio de ellos (Luc 17:21). Juan repite a continuación lo que ya había dicho en el versículo Jua 1:15, y añade que «del cual (Jesús) yo no soy digno (lit. no estoy cualificado, o no soy competente) de desatar la correa del calzado» (v. Jua 1:27). Desatar las sandalias era oficio de esclavos. Lo hacían cuando sus amos volvían a casa, antes de lavarles los pies según costumbre. Si Juan se tenía por indigno e incompetente para ese honor de servir a Cristo en el ínfimo de los oficios de un esclavo, ¡cuán indignos deberíamos tenernos nosotros de servirle! Al llegar a este punto, cualquiera pensaría que estos sacerdotes y levitas habrían de preguntar inmediatamente a Juan quién era tal persona tan excelente y dónde podían encontrarle. Pero no lo hacen. Habían venido a molestar a Juan, no a recibir de él instrucción. Tuvieron la oportunidad de conocer a Cristo, pero la dejaron pasar. Se nos especifica en qué lugar sucedió todo esto (v. Jua 1:28). Aunque nuestras versiones dicen «Betábara», los mejores MSS dicen «Betania», distinta de la Betania de Lázaro, Marta y María (la cual estaba cerca de Jerusalén) y situada a unos 20 km al sur del mar de Galilea y a unos 32 km al sudeste de Nazaret. El tiempo, según W. Hendriksen, era a últimos de febrero o primeros de marzo del año 27 de nuestra era.

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