Juan 12:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Vemos la visita que hizo el Señor Jesús a sus amigos de Betania (v. Jua 12:1). Vino del lugar al que se había retirado y llegó «a Betania seis días antes de la pascua». Se alojó allí «donde estaba Lázaro el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos». Su visita a Betania en esta ocasión puede considerarse:

1. Como un prólogo a la pascua que iba a celebrar, a lo cual hace referencia la exacta determinación de la fecha: «Seis días antes de la pascua».

2. Como una voluntaria exposición de sí mismo a la furia de sus enemigos; ahora que su hora estaba para llegar, Él se ponía al alcance de las manos de ellos. El Señor Jesús sufrió porque quiso sufrir; no le quitaron la vida por la fuerza, sino que Él la entregó de grado (Jua 10:18). Y así como la violencia de sus perseguidores no fue superior al poder de Él, así tampoco la astucia de ellos le tomó a Él por sorpresa. Hay tiempo en que se nos permite huir para preservar la vida, y hay tiempo en que se nos pide arriesgarla por la causa del Señor.

3. Como un ejemplo del afecto que sentía hacia sus amigos de Betania (Jua 11:5). Esta fue una visita de despedida. Betania es descrita aquí como la ciudad «donde estaba Lázaro». Y Juan añade el detalle significativo de que este Lázaro era «el que había estado muerto y a quien (Jesús) había resucitado de los muertos». El milagro llevado a cabo aquí, dio un honor nuevo a esta localidad y le añadió lustre y notoriedad. Donde Cristo siembra pródigamente, pronto surge una espléndida cosecha.

II. La estupenda recepción que sus amigos le ofrecieron: «Y le hicieron allí una cena» (v. Jua 12:2). Es la misma que aparece en Mat 26:6; Mar 14:3. Podemos suponer que los invitados eran todos ellos hombres, ya que, según hace notar Hendriksen, no se consideraba apropiado que las mujeres se reclinasen a comer juntamente con los hombres. Éstos serían, al menos quince: Jesús, los Doce, Lázaro y el Simón que vemos en Mateo y Marcos. Recordemos que la cena era la comida principal del día, pues era el ágape familiar en común después de las labores del día, durante las cuales cada miembro de la familia tomaba su sobrio yantar en el lugar mismo de sus respectivos trabajos. Ofrecieron a Jesús esta cena en señal de respeto y gratitud, pues un banquete se ofrece por amistad, pero también para disfrutar de una nueva oportunidad de conversar libre y gozosamente con el Salvador, pues un banquete es también para comunión. «Marta servía» añade Juan . Quizás habría otros sirvientes en la casa, pero Marta tomó como un honor servir cuando entre los invitados estaba Cristo. Y nosotros no debemos tener por deshonroso el abajarnos a cualquier servicio con el que el Señor sea glorificado. Cristo había reprendido a Marta en otra ocasión por estar preocupada «de mucho servicio» (Luc 10:40, lit.); pero no por eso había dejado ella de servir, como les pasa a algunos que cuando se les reprende de algún exceso, se enfadan y dejan el oficio; no, ella continuó sirviendo. Mejor es ser un sirviente en la mesa de Cristo que ser un invitado de honor en la mesa de un rey. «Y Lázaro era uno de los que estaban reclinados a la mesa con Él». Esto era una prueba adicional de que había resucitado de veras, como lo fue de la resurrección del Señor el testimonio de los que comieron y bebieron con Él después que resucitó de los muertos (Hch 10:41). El mero hecho de estar Lázaro reclinado a la mesa con los demás convidados era un monumento vivo del milagro que en él había llevado a cabo Jesús. También a los que Cristo ha resucitado a la vida espiritual, les hace sentarse con Él a su Mesa.

III. Los singulares respetos que le presentó María, la otra hermana de Lázaro (v. Jua 12:3): «Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume». Es interesante comparar este relato de Juan con el que Mateo (26:6 7) y Marcos (14:3) nos ofrecen de la misma escena. De paso, es preciso advertir que el episodio narrado por Lucas (7:36 50) es totalmente diferente del actual, como ha demostrado magistralmente W. Hendriksen. Véase el comentario al citado lugar de Lucas y nótense bien las diferencias. Tres detalles hallamos en Mateo y Marcos que no se encuentran en Juan: 1. Mateo y Marcos especifican que esta cena tuvo lugar en casa de Simón el leproso, el cual ofreció su amplio salón, sin duda, para esta recepción, tanto en señal de gratitud al Señor, quien probablemente le había curado de la lepra, como por la también probable falta de espacio en casa de Marta y María para tantos comensales. 2. Marcos refiere el interesante detalle de que María quebró el vaso de alabastro (v. el comentario a dicho lugar), con lo que se da a entender: (a) que era un frasco nuevo contra el parecer de algunos autores que aventuran la opinión de que este frasco contenía lo que había sobrado del embalsamamiento de Lázaro; (b) que María ofreció al Señor todo el contenido del frasco sin reservarse una sola gota del valioso perfume. 3. Mateo y Marcos dicen que María derramó el perfume «sobre la cabeza» de Jesús, mientras que Juan refiere que «ungió los pies de Jesús» (comp. con Sal 45:8; Sal 133:2). Al usar todo el contenido del frasco no cabe duda de que hubo suficiente para ungir la cabeza, el cuello y los hombros de Cristo, y derramar el resto sobre los pies en tal cantidad que hubo necesidad de enjugarlos. María los enjugó con su propio cabello, con olímpico desprecio a las rutinarias normas del país (y de cualquier otro país oriental), que miraban con desdén a una mujer que se atreviese a destrenzar el cabello en presencia de varones. En todo y por todo, María quiso ofrecer al Señor lo mejor que tenía: el mejor ungüento, para el Gran Ungido de Dios (Isa 61:1). En efecto: (A) el ungüento que María usó en esta ocasión era «de mucho precio», según expresan los tres distintos vocablos sinónimos en los respectivos relatos de los evangelistas, aunque en Mateo y Juan connotan especialmente el «valor estimativo» del perfume, mientras que en Marcos se recalca el «mucho precio» de costo. (B) El perfume era «de nardo puro», como señalan Marcos y Juan; este último especifica que era «una libra», equivalente al peso de unos 327 gramos. El significado del adjetivo «puro» fue explicado ya en comentario a Marcos. (C) Sólo Juan nos ha conservado el detalle de que «la casa se llenó del olor del perfume», lo que muestra también la gran cantidad del ungüento que María derramó sobre Jesús. Mateo (Mat 26:13) y Marcos (Mar 14:9) añaden que dondequiera se hubiese de predicar el Evangelio en el mundo entero, se hablaría (lit.) también en memorial de ella lo que hizo (lit.). La casa de la Iglesia como alguien ha comentado iba a quedar llena del perfume de amor agradecido y de generoso y santo derroche que María mostró hacia el Salvador. Todos cuantos de veras aman a Jesucristo más que a todas las cosas de este mundo, no tendrán pereza ni vergüenza en poner a los pies de Él lo mejor que posean y lo que más aprecien. Una conducta cristiana, consecuente con la fe que profesamos, es el «grato olor de Cristo» (2Co 2:15), el mejor perfume que podemos ofrecer en este mundo corrompido por el pecado.

IV. El descontento de Judas ante este acto de respeto de María para con Jesús (vv. Jua 12:4-5). Mateo y Marcos mencionan a los demás discípulos como irritados contra María, pero Juan nos señala con precisión la persona que originó la murmuración.

1. Esta persona fue «Judas Iscariote hijo de Simón, el que iba a entregarle» a traición (v. Jua 12:4), «uno de los discípulos» de Jesús; es decir, uno del número de los Doce, no de la condición propia de un verdadero discípulo de Cristo. Judas era un Apóstol, predicador del Evangelio, pero, en lugar de ensalzar esta acción de María murmuró contra ella y, como se ve por los lugares paralelos, contagió a los demás discípulos, incitándoles a ser cómplices de su murmuración. Triste cosa es ver que muchas congregaciones cristianas caigan en descrédito ante el mundo por causa del mal ejemplo que dan quienes, por el oficio que ostentan, están obligados a «ser ejemplos de la grey» (1Pe 5:3).

2. El pretexto con que cubrió su desagrado: «¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios y dado a los pobres?» (v. Jua 12:5). Aquí tenemos un caso de sabiduría mundanal, al censurar un acto bajo capa de celo generoso. Quienes se sobreestiman a sí mismos por su prudencia secular y subestiman en otros la sincera piedad, llevan dentro de sí una dosis del espíritu de Judas mayor de lo que querrían que se pensase de ellos. Aquí aparece la caridad para con los pobres como un manto bajo el que se oculta solapadamente la más vil de las codicias. Pregunta Judas: «¿Por qué no fue … dado a los pobres?» Otra lección que debemos aprender de este episodio es no acostumbrarnos a pensar que quienes no se portan en todo como nosotros, se están comportando incorrectamente. Los orgullosos son inclinados a pensar que los que no siguen su consejo están mal aconsejados.

3. La forma en que Juan, buen conocedor del «paño», como suele decirse, descubre el verdadero motivo que impulsó a Judas a formular esta declaración hipócrita: «Pero dijo esto, no porque tuviese interés por los pobres, sino porque era ladrón y, teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella» (v. Jua 12:6). La censura de Judas no brotaba de su caridad hacia los pobres, sino de su avaricia. Así hay, por desgracia, muchos que aparentan mucho celo por defender la autoridad de la Iglesia, y aun de fomentar su pureza, cuando, en realidad, procuran su propia gloria y aun sus intereses materiales. En este pasaje vemos:

(A) Que Judas era el tesorero de la familia espiritual de Cristo. Véase, por aquí, de qué recursos se mantenían Jesús y sus discípulos: de una pequeña bolsa, de las que, según el vocablo griego indica, usaban los músicos para llevar las boquillas de las flautas. Allí se echaban las donaciones que para el Maestro y los suyos aportaban personas piadosas (v. Luc 8:3), ya que «nuestro Señor Jesucristo, por amor a nosotros se hizo pobre, siendo rico» (2Co 8:9). Hay quienes opinan que este oficio de tesorero fue confiado a Judas precisamente por su baja condición espiritual, pero no hay razón alguna para pensar así. Es mi opinión personal (nota del traductor) que Jesús le confió este cargo a Judas por ser el único judío (los demás eran galileos), y los judíos se han distinguido siempre por su singular capacidad para los negocios. Es cierto que los empleos seculares son un obstáculo, y hasta una tentación, para los ministros de Dios, pero cuando el Señor llama a uno de los suyos a que se encargue de la administración de los fondos, no hay en ello pizca de degradación (comp. con Hch 6:1-7). Poner a Judas como tesorero no fue por parte de Jesús un tropezadero para precipitar su ruina, sino una oportunidad de poner a prueba la calidad de su carácter. Es cierto que Jesús conocía de antemano a cada uno de sus discípulos (Jua 6:70-71), pero la presciencia de Cristo no era el motor de la codicia de Judas, sino el conocimiento previo (comp. con Hch 2:23) de lo que Judas iba a ser.

(B) Que, al abusar de la confianza que en él había depositado Jesús, Judas era un ladrón. «Raíz de todos los males es el amor al dinero» (1Ti 6:10), y los males que se le siguieron a Judas de este amor al dinero no pudieron ser más funestos: la venta de su Maestro por treinta monedas de plata, su posterior desesperación y, por fin, el suicidio. Quienes tienen corazón de ladrón, fácilmente llegan a tener corazón de asesino, porque la codicia y la compasión rara vez van de la mano. Y el que es honesto en esta materia muestra de ordinario, que alberga en su corazón algún temor de Dios (comp. con Efe 6:5-8).

V. Cristo vindica la conducta de María en esta ocasión (vv. Jua 12:7-8): «Entonces Jesús dijo: Déjala». Como si dijese: «Permitidle que haga esto, pues es una señal de buena voluntad hacia mí, ya que guardó esto para mi sepelio». Cristo no quiere desanimar a quienes de corazón desean servirle, incluso en casos en que, a los ojos humanos, hay falta de discreción en lo que le ofrecen. Con todo, la lectura apropiada de este versículo, de acuerdo con el original, es la siguiente: «Dejadla que lo guarde para el día de mi sepelio», puesto que el segundo verbo griego está en aoristo de subjuntivo. María no tendría después la oportunidad de embalsamar al Señor, pero su buena intención fue tenida en cuenta y grandemente estimada por Jesús. Así es como, muchas veces, la providencia de Dios abre la puerta de una oportunidad a los buenos creyentes, de forma que las expresiones de su sincera piedad resulten más oportunas y más hermosas de lo que ellos mismos podrían imaginarse.

VI. También responde cumplidamente Jesús a la objeción de Judas, y dice: «Porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros, mas a mí no siempre me tenéis» (v. Jua 12:8. Lit.). Si el pecado no hubiese corrompido a la raza humana, no habría pobres; pero, dada la condición actual de la humanidad por muchas que sean las personas generosas, dispuestas a socorrer las necesidades ajenas, siempre habrá pobres. La providencia divina nos ofrece así la oportunidad de hacer el bien a quienes no disfrutan de lo necesario para subsistir. En cambio, al Señor una vez ascendido al Cielo, ya no le podemos asistir en la forma que se le podía servir cuando peregrinaba en este mundo (v. Jua 1:14 «acampó entre nosotros», lit.). Esto nos enseña a sacar provecho de las oportunidades mientras están a mano especialmente de aquellas oportunidades que tienen corta duración. Las obligaciones que pueden cumplirse en cualquier tiempo, han de dejar paso a las que sólo se pueden cumplir en un determinado tiempo.

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