Juan 12:27 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Juan 12:27 | Comentario Bíblico Online

Es ahora Jesús quien recibe honor de su Padre mediante una voz del cielo, lo cual dio a Cristo una oportunidad para prolongar su conversación con la gente.

I. Cristo se dirige a su Padre a consecuencia de la turbación que sintió en su espíritu en este preciso instante: «Ahora está turbada mi alma» (v. Jua 12:27). ¡Extrañas palabras de la boca de Cristo, y tanto más sorprendentes cuanto que son pronunciadas tras una visión de gloria y honor, cuando podría esperarse que dijera: «Ahora está satisfecha mi alma»! Sin embargo, no es extraño, desde el punto de vista psicológico, el que a la retaguardia de gloriosas elevaciones del espíritu, aparezcan profundas depresiones de ánimo. Vemos:

1. El temor de Jesús ante la visión de sus inminentes sufrimientos: «Ahora está turbada mi alma». Ahora aparecían las primeras angustias de la aflicción de su alma (Isa 53:11). El pecado de nuestra alma era la causa de la angustia de su alma, pero la angustia de su alma estaba destinada a librarnos de la aflicción de nuestra alma. Jesús estaba ahora afligido, pero no iba a ser por mucho tiempo: después de la cruz momentánea, vendría la luz sempiterna (comp. con Rom 8:18). Lo mismo pasa con quienes le siguen; éste es el gran consuelo de los creyentes en medio de sus más graves aflicciones: son por un momento, «porque esta leve tribulación momentánea nos produce, en una medida que sobrepasa toda medida, un eterno peso de gloria» (2Co 4:17).

2. El aprieto en que parece hallarse: «¿Y qué diré?» Jesús habla como quien se halla confuso, sin saber adónde dirigirse (comp. con Flp 1:23, aunque el contexto es diferente). Había en la zona emotiva del alma de Jesús como una lucha entre el pleno conocimiento de la obra que tenía que llevar a cabo y la resistencia natural a los sufrimientos que se avecinaban y, especialmente, al desamparo del Padre por cargar sobre Sí el pecado del mundo, lo que comportaba la interrupción de la comunión con Dios: ¡la muerte espiritual, eterna! como sustituto nuestro (v. 2Co 5:21). Ante esta horrenda perspectiva, Jesús exclama: «¿Qué diré?» Como si dijese: «¿Qué socorro invocaré?» Es la voz de los que se hallan en inminente peligro de sucumbir.

3. Su oración al Padre en tal aprieto. A pesar de que las ediciones del Nuevo Testamento Griego (y, por ello, las versiones de nuestras Biblias) traen esta oración entre signos de interrogación, los mejores comentaristas, tanto evangélicos como catolicorromanos, presentan argumentos convincentes de que no debe traducirse así, sino simplemente en forma de petición, exactamente como en el huerto de Getsemaní, de cuya agonía nos ofrece Juan aquí una imprecisa y rápida vislumbre, habida cuenta del carácter «triunfal» del cuarto Evangelio, como ya hicimos notar desde el principio. Dice, pues, Jesús ahora: «¡Padre, sálvame de esta hora!» Aunque la frase que hallamos en los otros evangelistas: «si es posible» no se halla aquí, se sobrentiende fácilmente. No pide Jesús que la hora no llegue, sino que el Padre le saque con bien de ella (nótese la preposición ek, como en Heb 5:7 «… librar de ¡ek! la muerte»). Es la voz de una naturaleza humana pura, inocente, que derrama los sentimientos del corazón en ardiente súplica al Padre. Aunque ponía su vida con toda su voluntad, oraba a Dios que le salvara de sus padecimientos, si eso era posible dentro de los eternos designios de la Trina Deidad. Con esto aprendemos que una oración en la que suplicamos a Dios que nos libre de una aflicción, es compatible con la entera sumisión de nuestra voluntad a la voluntad de Dios. El tiempo de sufrir era para Cristo tan breve como una «hora»; y, aunque una hora de sufrimiento intenso se hace muy larga, a través de ese breve espacio veía Jesús «el gozo puesto delante de Él» (Heb 12:2).

4. Su aquiescencia a la voluntad del Padre, a pesar de todo: «Mas para esto he llegado a esta hora». Las emociones del sentimiento suelen tener la primera palabra, pero las resoluciones de la voluntad son las que pronuncian el veredicto definitivo. Así es como la natural repugnancia de Cristo a sufrir se doblegaba finalmente al amor, a la sabiduría y al poder divinos. Quienes deseen proceder como es debido, deben dar lugar a la reflexión antes de tomar una decisión. Fruto de esta reflexión es ese «segundo» pensamiento que aparece en la segunda frase de Jesús: «mas para esto he llegado a esta hora», con el que viene a rectificar su exclamación de la frase anterior: «sálvame de esta hora». No acalla sus temores con la idea de que no puede evitar sus padecimientos, sino que se satisface con la resolución de no querer evitarlos. Esto ha de servirnos de ejemplo en las horas más oscuras de nuestra vida.

5. Su interés por el honor que a Dios se le ha de seguir por los inminentes sufrimientos de Jesús: «Padre, glorifica tu nombre» (v. Jua 12:28). Es una conclusión parecida a lo que dijo después en Getsemaní: «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Luc 22:42), pues ésta es la mejor manera de glorificar el nombre de Dios (v. la secuencia en Luc 11:2 «santificado … hágase tu voluntad»). Esta frase de Jesús expresa algo más que una simple sumisión a la voluntad de Dios, pues indica una dedicación de sus padecimientos a la gloria de Dios. Era una voz pronunciada en razón de su función mediatorial (v. 2Co 5:19; 1Ti 2:5), pues la pronunciaba para garantizar nuestra salvación el mismo que se había hecho cargo de satisfacer a la justicia divina por nuestros pecados. El Señor Jesús glorificaba así la santidad de Dios mediante su radical humillación. Viene a decir: «Padre, glorifica tu nombre, y carga sobre mí la deuda de quienes han deshonrado ese santo nombre». Permítaseme (nota del traductor) copiar el brillante párrafo con que W. Hendriksen concluye su magnífica exposición del versículo Jua 12:27. Dice así: «Toda la idea de la oración (de Jesús) puede parafrasearse del modo siguiente … Padre, sálvame de esta hora, si es posible y de acuerdo con tu santa voluntad, pero no me salves de esta hora si ello significa que yo vaya a perder la cosecha espiritual (Jua 12:24), ya que la obtención de esta cosecha mediante mi muerte voluntaria es el verdadero objetivo de mi venida a este mundo. Por tanto, Padre, haz que, mediante mi perfecta obediencia a tu santa voluntad, a dondequiera que tu voluntad me conduzca (especialmente en mis padecimientos y muerte), tu nombre sea glorificado ».

II. La respuesta del Padre a esta oración de Jesús. Nótese:

1. Cómo fue dada esta respuesta: «Entonces vino una voz del cielo». Mediante «voces» salidas del cielo, tanto en el bautismo de Cristo (Mar 1:11) como en su transfiguración (Mar 9:7), y mediante los portentosos milagros que Jesús había llevado a cabo, el Padre había sido ya glorificado en el Hijo.

2. Cuál fue la respuesta misma: «Lo he glorificado (mi nombre), y lo glorificaré otra vez» (v. Jua 12:28). Jesús había terminado su oración diciendo: «Padre, glorifica tu nombre». A esto responde inmediatamente la voz celestial: «lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez». En efecto:

(A) El nombre de Dios había sido glorificado en la vida de Cristo, lo mismo en su doctrina y sus milagros que en los ejemplos maravillosos que nos dejó de su santidad y bondad.

(B) El nombre de Dios iba a ser glorificado otra vez, y en mayor grado, mediante la muerte y los padecimientos de Jesús. Con la obra de la redención, llevada a cabo en el Calvario, iban a resplandecer de forma insuperable la sabiduría, el poder, la justicia, la santidad, la fidelidad y la bondad de Dios. Al aceptar la satisfacción hecha a la santidad de Dios en la Cruz, el Padre se declaró enteramente satisfecho y complacido. De forma similar aunque a nivel inferior, lo que Dios ha hecho por nosotros para gloria de su santo nombre ha de servirnos de estímulo para esperar lo que aún ha de hacer por nosotros en el futuro.

III. Lo que opinaron los circunstantes acerca de esta voz: «Y la multitud que estaba allí y había oído la voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado» (v. Jua 12:29). Algo similar les ocurrió a los que acompañaban a Saulo en el camino hacia Damasco pues «oyeron la voz», pero «no la entendieron» (v. Hch 9:7; Hch 22:9). Esto demuestra: 1. Que fue algo real, no una ilusión acústica. 2. Que eran tardos en admitir una prueba tan clara de la divina misión de Cristo, pues se empeñaban en dar toda clase de explicaciones, excepto que Dios mismo le había hablado en respuesta a su oración.

IV. La explicación que, con toda mansedumbre y paciencia, dio de esta voz celestial el propio Jesús. Les dice:

1. Por qué vino esta voz: «No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros» (v. Jua 12:30). Como si dijese: «No es que yo necesitase esta voz para decirme lo que ya sé por mi comunión íntima con el Padre (comp. con Jua 11:42), sino para que vosotros no tengáis excusa, si os negáis a creer en mí aun después de haber oído esta voz del cielo». Lo que desde el cielo se nos dice acerca del Señor Jesús, por nuestro bien se dice, a fin de que se robustezca la fe y la confianza que hemos depositado en Él (comp. con 2Ti 1:12) y estemos dispuestos a seguirle por el camino que Él recorrió.

2. Cuál era el significado de esta voz. Dos cosas intentaba Dios al decir que iba a glorificar su nombre otra vez:

(A) Que, mediante la muerte de Cristo Satanás iba a ser derrotado: «Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo será echado fuera» (v. Jua 12:31). Habla Cristo en plan de júbilo triunfal, como si dijese: «Ahora llega el año jubilar de mis redimidos; ahora, sí, ahora se va a llevar a cabo esa magna obra que, desde antes de la fundación del mundo, fue decidida en el consejo de la Deidad». Los motivos de este júbilo triunfal son:

(a) Que «ahora es el juicio de este mundo»; la «crisis», como dice el original al emplear un término que tiene resonancia médica, tanto como legal. Una enfermedad llega a su «crisis» en el punto en que se decide la recuperación o la muerte del enfermo. Ahora se van a descubrir del todo los pensamientos de muchos corazones (Luc 2:35). Pero el vocablo griego significa, en realidad, como de costumbre, un juicio de condenación (comp. con Jua 3:17, Jua 3:19, por ejemplo); al rechazar a Cristo, el mundo no se percataba de que estaba pronunciando contra sí mismo su sentencia de condenación (v. Jua 16:8-11). Podemos ampliar todavía, con ulteriores aplicaciones este pensamiento: La muerte de Cristo significaba el juicio de este mundo:

Primero, porque iba a poner a prueba el carácter de cada individuo con base en lo que la cruz de Cristo significa para cada uno. Los hombres serán juzgados por la forma en que hayan comprendido el sentido de esta muerte (Jua 3:14-15).

Segundo, porque, por medio de este juicio, la Cruz se interponía entre un Dios santo y un mundo pecador, de forma que se había de pronunciar la sentencia de absolución y perdón sobre todos aquellos, tanto judíos como gentiles que, por fe, recibiesen la justicia de Dios en Cristo (v. Rom 1:17; Rom 3:21, Rom 3:25; Rom 4:3, Rom 4:6, Rom 4:11, Rom 4:22; Rom 9:30; Rom 10:3; 2Co 5:21).

Tercero, porque, por medio de la muerte de Cristo, este mundo regido por el príncipe de las tinieblas (Jua 16:11; Efe 2:2; 1Jn 5:19) iba a rubricar su sentencia de condenación (Jua 3:17-21, Jua 3:36; Jua 8:24). Con este juicio, se había de demostrar que el diablo era un usurpador de los poderes de este mundo, pues el juicio no le competía a él, sino a Jesús.

(b) Que «ahora el príncipe de este mundo será echado fuera», es decir, será desposeído de sus mal adquiridos derechos sobre las naciones y reinos de este mundo (comp. con Luc 4:6, a lo que Cristo no replica). El alzamiento de Cristo en la cruz significará la más vergonzosa derrota de los «principados y potestades» (Col 2:15) «dominadores de este mundo de tinieblas» (Efe 6:12). Al obtener la reconciliación del mundo con Dios por medio de su muerte, Jesús quebrantó el poder de la muerte (v. 1Co 15:22, 1Co 15:55-57) y echó fuera al Destructor. Y al conducir al mundo hacia Dios mediante la doctrina de la Cruz, Jesús quebrantó el poder del pecado (Rom 5:12-21; Rom 6:6) y echó fuera al Engañador (Apo 12:9; Apo 20:8). ¡Con qué seguridad habla Cristo de su victoria sobre Satanás: la da por conseguida, pues al entregarse voluntariamente a la muerte, triunfa sobre ella!

(B) Que, mediante la muerte de Cristo, muchas almas se habían de convertir y salvar, con lo que Satanás quedaría fuera de todo aquel que creyese en Jesús: «Y yo, si soy levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo» (v. Jua 12:32). Obsérvense dos detalles:

(a) El gran designio del Señor Jesús era atraer hacia sí todos los hombres, no sólo a los judíos, sino también a los gentiles de toda raza, lengua, nación y pueblo (comp. con Apo 5:9; Apo 7:9). Nótese cómo Cristo es todo en todos en la conversión y salvación de las almas. Cristo es el que atrae hacia sí pero como el Padre y el Hijo son uno en esencia, honor y poder (Jua 10:30), también el Padre atrae hacia Cristo (Jua 6:44) a todos los que, por fe, han de venir a Él. No atrae por la fuerza, sino como un imán, al hacer que la persona quiera, y quiera, no sólo voluntariamente, sino placenteramente (v. el comentario a 6:44). Somos atraídos por el conocimiento que tenemos de Él y para que conozcamos más y más de Él (v. 2Co 3:18).

(b) El extraño método que siguió el Señor Jesús para atraer hacia sí a todos fue mediante su alzamiento de la tierra; es decir, mediante su crucifixión, conforme aclara el versículo Jua 12:33 (comp. con Jua 3:14): «Y decía esto dando a entender de qué (lit. de cuál, de qué clase) muerte iba a morir». Primero fue clavado en la cruz, y después levantado en ella. El verbo griego significa «exaltar», por donde vemos que Jesús tenía por gran honor el morir en una cruz por nosotros. ¿Y nos avergonzaremos nosotros de confesarle y de predicar a Cristo, y a éste crucificado? Por este medio, se convirtió Cristo en centro de atracción universal, de modo que todos los que se salvan, por Él, y sólo por Él, se salvan (Hch 4:12). El nacimiento y el crecimiento de la Iglesia fueron la bendita consecuencia de este alzamiento de Cristo en la cruz del Calvario. Aunque para los que se pierden, la cruz de Cristo es piedra de tropiezo (1Co 1:23), para los que se salvan es piedra imán (v. Flp 3:7-14; 1Pe 1:8, comp. con Cnt 1:4: «Llévame en pos de ti ¡corramos!») Él es el verdadero «tesoro» (comp. 1Pe 2:7 con Mat 6:21) que atrae hacia sí el corazón de quienes le aman. Podemos incluso aludir a la postura que Jesús adoptó mientras estuvo en la cruz: extendidos los brazos para recibir a todo el que se allegue a Él (Jua 6:37), y clavados para no bajarlos por cansancio (comp. con Éxo 17:12).

V. La objeción de la gente a estas palabras de Jesús (v. Jua 12:34). Aun cuando habían oído la voz venida del cielo, se oponían tercamente a sus enseñanzas. Cristo se había llamado a sí mismo (v. Jua 12:23), «el Hijo del Hombre», expresión que se halla 83 veces en los Evangelios (Jua 12:13, en Juan) y que los judíos sabían que era sinónimo de «Mesías». Por eso, se sorprendieron que dijera que iba a ser levantado, lo cual también entendieron claramente que se refería a su muerte. Notemos que:

1. Alegan contra Jesús la enseñanza de las Escrituras del Antiguo Testamento: «Nosotros hemos oído (pues se les leía) de la ley (sacado ek de la ley), que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo, pues dices tú que es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado (es decir, alzado de la tierra hasta el otro mundo)?» Sin duda, entendían por «ley» el conjunto de la Escritura o Biblia Hebrea, y recordarían lugares como Sal 110:4; Isa 9:6-7; Eze 37:25; Dan 7:14, que hablaban del Mesías como de un rey sempiterno (comp. con Luc 1:33). Y no estaban equivocados en esto. Pero olvidaban que, también según la Escritura, este mismo Mesías había de ser el Siervo Sufriente de Isa 53:5.; Dan 9:26 y aun Sal 22:16-18. Esta confusión es la que, hasta el día de hoy, sirve de «escándalo» a los judíos (v. 1Co 1:23). Los más expertos rabinos han opinado siempre que eran dos, en realidad, los Mesías: uno, «el hijo de José», que vendría a sufrir; otro, «el Hijo de David», que vendría a reinar y a resucitar al primero (v. el libro de A. Fruchtenbaum Jesus was a Jew. Nota del traductor); no han sido capaces de identificar en una sola persona a estos «dos Mesías». Estas son las enseñanzas, aparentemente «paradójicas», de algunos pasajes bíblicos, cosas «difíciles de entender, las cuales los indoctos e inestables (lit.) tuercen … para su propia perdición» (2Pe 3:16).

2. Preguntan, con aire de desprecio, qué clase de Mesías puede ser Jesús: «¿Quién es éste, el Hijo del Hombre?» (v. Jua 12:34, lit.). Como si dijesen: «Nosotros sabemos que el Mesías ha de permanecer para siempre, y tú dices que el Hijo del Hombre tiene que morir; ¿qué clase de Mesías eres tú?» Parece ser que prefieren no tener ningún Mesías antes que tener uno que se les vaya a morir. Sin embargo, la expresión «el Hijo del Hombre» tiene, ya desde Dan 7:13, un sentido de elevación, más bien que de humillación. Específicamente, como hace notar Hendriksen, en Juan es Aquel que desciende del cielo a la tierra (Jua 3:13), que habla el lenguaje del Padre Celestial (Jua 8:28), que sirve de puente entre el cielo y la tierra (Jua 1:51), que cumple en la cruz la misión redentora (Jua 3:14), que tiene la autoridad de ejecutar juicio (Jua 5:27), que es el pan vivo, bajado del cielo, necesario para tener vida (Jua 6:27, Jua 6:53), que es el objeto primordial de fe (9:35, de acuerdo con la lectura más probable. V. el comentario a dicho v.) y ha de ser glorificado, aunque ha de pasar por la muerte (Jua 12:23-24; Jua 13:31).

VI. Lo que Cristo replicó a esta objeción de la gente (vv. Jua 12:35-36). Como vemos siempre en Juan, hasta el punto de parecer desconcertantes las respuestas de Jesús a lo largo de todo el cuarto evangelio, a la objeción del versículo Jua 12:34 no responde Jesús directamente, sino que da un giro práctico a la conversación, como si dijese: «Es inútil enzarzarse en discusiones sobre lo que dice la ley acerca del Hijo del Hombre, porque vosotros no estáis en condiciones de entender esas cosas. Para conocer las cosas de Dios es preciso tener el Espíritu de Dios (1Co 2:14). Sólo quienes están dispuestos a hacer la voluntad de Dios pueden conocerme (v. Jua 7:17) pero toda la responsabilidad de la ignorancia que padecéis recae sobre vosotros, por cuanto tenéis la luz suficiente para quedar sin excusa (v. Luc 12:47-48; Jua 1:9; Jua 8:12; 2Pe 2:20-21, etc.). Por consiguiente, dejaos de controversias y prestad interés a las oportunidades que se os presentan en la práctica para obtener beneficio de la luz que, al presente, está al alcance de vuestra mano «aún por un poco, está la luz entre vosotros; andad entretanto que tenéis luz, para que no echen mano de vosotros (o: prevalezcan contra vosotros. Es el mismo verbo de 1:5. Ver el comentario a dicho v.) las tinieblas» (v. Jua 12:35). Observemos:

1. En general, el interés que Jesús tiene por el alma de los hombres, y el deseo de que alcancen la verdadera felicidad. ¡Con qué ternura les amonesta a estos malvados contradictores a que miren por sí mismos y se dejen de pendencias necias e insensatas! Sigue así el mismo método que después seguirá Pablo, cuando dice: «Porque el siervo de Dios no debe ser pendenciero, sino amable con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen …» (2Ti 2:24-26).

2. En particular, vemos:

(A) La singular ventaja de que esta gente disfrutó al tener entre ellos al Señor Jesús predicándoles el Evangelio, y de la que deberían haberse aprovechado, especialmente cuando era poco el tiempo que les quedaba: «Aún por un poco está la luz entre vosotros». Cristo es esta luz, «el Sol de justicia» y, aun cuando había de morir en la cruz, había de ser, no obstante, el Cristo que permanece para siempre (v. Jua 12:34), pues había de volver a la vida, de la misma manera que el ocaso del sol no impide que su influjo sea permanente sobre la tierra (v. Gén 1:14-18), puesto que cada mañana vuelve a surgir de nuestro horizonte. Pero somos nosotros quienes no sabemos si llegaremos a la mañana siguiente, cuando el sol vuelva a salir. Por eso, hemos de aprovechar el tiempo de luz que tenemos, «andando entretanto que tenemos luz».

(B) La advertencia que les hace de que saquen el mejor partido del privilegio que se les ofrece: «Andad entretanto que tenéis luz». Así como los que viajan a pie o a caballo, han de aprovechar bien todas las horas del día para que no les sorprenda la noche en el camino, así también hemos de aprovecharnos de la luz que ilumina nuestro camino hacia el cielo (v. Sal 119:105), mientras vamos de paso por este mundo. El día es para el trabajo; la noche para el descanso (Jua 9:4-5). Esto debe hacernos diligentes para no malgastar el tiempo que Dios nos concede, sino aprovechar todas las ocasiones de hacer el bien (Efe 5:16; Col 4:5), no sea que nuestro día se acabe antes de haber terminado la tarea que se nos ha asignado para la jornada: «para que no os sorprendan las tinieblas».

(C) La triste condición de los que rechazan el Evangelio de Jesucristo: «Andan en tinieblas y no saben adónde van» (v. Jua 12:35), pues no saben dónde están ni cómo hallar la salida (comp. con Hch 13:11). Cuando se dejan a un lado las enseñanzas de la fe cristiana, y no se disciernen bien las diferencias entre lo bueno y lo malo, toda la conducta es tenebrosa y el ser humano marcha deprisa a precipitarse en su destrucción, porque desconoce el peligro en que se halla, y no se da cuenta de que está danzando a oscuras al borde mismo del abismo.

(D) El gran interés que esto ha de suscitar en cada uno de nosotros, y la grave obligación de seguir la norma de Cristo se infieren de la insistencia con que el Señor vuelve a la carga al repetir la misma exhortación: «Entretanto que tenéis la luz, creed en la luz para que seáis hijos de luz» (v. Jua 12:36). Esta insistencia de Jesús a que no se marchen del mercado, sino que se beneficien de la oferta que les hace, se debe a que esa «luz» de la que por poco tiempo van a disfrutar, es nada menos que Él mismo (Jua 1:9; Jua 8:12). Por eso, «el que cree en Cristo)» (Jua 7:38) «cree en la luz» y no sólo cree en la luz, sino que «llega a ser hijo de luz»; es decir, a identificarse con la luz (conforme a esta clase de semitismos o maneras de expresión de los hebreos y otros orientales) y ser luces (Efe 5:8; Flp 2:15), «partícipes de la naturaleza divina» (2Pe 1:4), «hijos de Dios» (Jua 1:12-13), que «es Luz» (1Jn 1:5). ¡Dichoso aquel cuyo ser entero «es luminoso no teniendo parte alguna de tinieblas»! (Luc 11:36). En la medida en que contemplamos el rostro de Jesús por medio de la Palabra y conducidos por el Espíritu Santo no sólo tenemos luz para nuestros ojos y para nuestros pies (Sal 119:105), sino que «vamos siendo transformados de gloria en gloria (y brillamos cada vez más) a la misma imagen» (2Co 3:18, comp. con Rom 8:29), puesto que Jesús es la imagen misma de Dios (Col 1:15; Heb 1:3).

VII. La segunda parte del versículo Jua 12:36 viene a ser un compendio de la actividad que llevó a cabo Jesús durante el tiempo de su ministerio público; un compendio también del constante rechazo que halló de parte de los líderes religiosos, y su final retirada de ellos, como se ve por el contexto posterior. Es un final parecido al de Hch 28:25-29. Dice Juan: «Estas cosas habló Jesús, y se fue y se ocultó de ellos». Se ocultó de ellos (lit. fue ocultado lejos de ellos), para que quedasen en sus voluntarias tinieblas por su obstinación en rechazar la luz (vv. Jua 12:35-36), y se marchó con toda probabilidad a Betania para pasar allí la noche. Puesto que los judíos no quisieron recibir sus enseñanzas, es como si les dijera, con esta retirada: «Puesto que no queréis escucharme, no tengo más que deciros». Cristo retira, con toda justicia, los medios de gracia a los que se obstinan en rechazarlos. Desde ahora, ya no aparecerá más en público hasta que sea conducido a los tribunales para ser juzgado y condenado a muerte. Solamente conversará con sus discípulos en el Aposento Alto, y con Pilato a fin de que éste pueda testificar de la inocencia de Jesús y quede sin excusa al condenarle a muerte, cobarde e injustamente. Los versículos Jua 12:44-48, a pesar de las apariencias, no constituyen un mensaje posterior, sino que, como hace notar Hendriksen, son como un compendio de toda la predicación de Jesús durante su ministerio público.

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