Juan 15:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Juan 15:1 | Comentario Bíblico Online

En esta porción, habla Jesús, bajo la alegoría de una vid con sus pámpanos, del fruto del Espíritu Santo que producen los que permanecen en comunión con el Salvador. Veamos:

I. La doctrina que se nos enseña bajo dicha alegoría:

1. Jesucristo es «la vid verdadera» (v. Jua 15:1), es decir, genuina como indica el original (lit. «la vid, la genuina»): la que da fruto conveniente según su especie, no como la «viña» de Israel (v. Isa 5:1-7) que, en lugar de uvas, dio agrazones. El remanente piadoso de Israel, donde había muchas «vides» en una «viña», se concentra ahora en una sola «vid» o «cepa», Jesucristo, en el que han de ser injertados (v. Rom 6:5) todos los que hayan de salvarse por fe en Él. Esta «vid» no es producto espontáneo de nuestra tierra, sino que ha sido plantada en la «viña» por el «agricultor» (lit.), que es el Padre (comp. con 1Co 3:6-9). La vid que es Jesús fue plantada en la tierra cuando «el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros» (Jua 1:14). La vid es planta que tiende a extenderse. Así también Jesús trae «salvación hasta los confines de la tierra» (Isa 49:6; Hch 13:47). El fruto de la vid honra a Dios y alegra al hombre; así lo hace también el fruto de la mediación de Cristo. Jesús es la vid genuina, en oposición a la falsificada. De los árboles infructuosos se dice que mienten, pero Cristo es una vid que no engaña, todo el que a Él se allegue, quedará satisfecho (v. Jua 6:35-37).

2. Los creyentes son como «pámpanos» de esta vid, lo que supone que Cristo es la «cepa» y «raíz» de la planta. La cepa o raíz es la que sustenta a las ramas del arbusto o del árbol (v. Rom 11:18), le comunica la savia y le provee de todo en todo, tanto en cuanto al echar flores como en el dar fruto. También Cristo «lo llena todo en todo» (Efe 1:23, comp. con Jua 4:15-16). Las ramas o pámpanos de la vid son muchos, pero, al estar unidos a la misma cepa, forman todos una sola vid. Así también los cristianos, aunque distantes en el espacio, en el tiempo y en las opiniones personales, se encuentran en Cristo, que es el centro de la unidad cristiana.

3. El Padre es el agricultor o labrador. Aunque toda la tierra es de Jehová (Sal 24:1; Sal 89:11), no lleva fruto mientras Él no la trabaja, porque no sólo posee la tierra como finca que le pertenece, sino también como campo en el que hace su labor; por eso, cuida de la vid y de los pámpanos. Nunca hubo un labrador tan experto y tan vigilante para su viña como lo es Dios para la Iglesia. Por eso, «nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo» (Efe 1:4) y nos lo dio «como Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia» (Efe 1:22).

II. El deber que se desprende, para nosotros, de esta alegoría. 1. Debemos dar fruto. En una vid buscamos uvas; del mismo modo, en un creyente buscamos frutos de cristianismo. Un talante cristiano, una vida y un testimonio cristianos: ésos son los frutos. Así hemos de dar honor al labrador de la viña y a la cepa que nos sustenta. Los discípulos han de ser, como creyentes, «llenos de frutos de justicia» (Flp 1:11) y, como Apóstoles, manifestando en todo lugar el aroma del conocimiento de Cristo (v. 2Co 2:14). Consideremos:

(A) El destino de los pámpanos infructuosos: «Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quita» (v. Jua 15:2). Esta frase (nota del traductor) y todo lo que sigue hasta el versículo Jua 15:16, puede entenderse de dos maneras: (a) Como referido a falsos profesantes, que pasan por ser «pámpanos» en Cristo, pero no llevan fruto, por donde muestran que no son creyentes genuinos. Al estar unidos al Salvador sólo mediante el hilo de una profesión externa no reciben de él savia por lo que no tardan en secarse. A éstos los recogen y los echan al fuego (v. Jua 15:6, comp. con Mat 13:41-42). Esta es la opinión más corriente, tanto en la Iglesia Romana como entre los evangélicos. (b) Como referido a verdaderos creyentes, pero «carnales», «ociosos y sin fruto» (comp. con 1Co 3:1-3; 2Pe 1:8-9). Dios obra con éstos por medio de una disciplina drástica: los corta (comp. con 1Co 11:30; 1Jn 5:16-17). Según esta opinión que es la de L. S. Chafer y, en general, del Seminario Teológico de Dallas y otros muchos centros de formación bíblica, no es Dios quien los echa al fuego, sino los hombres, ya sea mediante la disciplina de la iglesia local (v. 1Co 5:5), ya sea según el juicio de los hombres, «según la carne» (1Pe 4:6), ya que los mismos mundanos, por mucho que odien a los creyentes que son consecuentes, los respetan, mientras que sólo burla y sarcasmo tienen para los que dan mal testimonio. Esta segunda opinión se apoya en fuertes bases tanto textuales como doctrinales, puesto que, en primer lugar, la traducción literal del versículo Jua 15:2 no es: «Todo pámpano que en mí no lleva fruto», sino: «Todo pámpano (que está) en mí, no llevando fruto», con lo que se distingue cuidadosamente entre la «unión» con Cristo en la que se implica la justificación («los que están en Cristo Jesús»; Rom 8:1. La segunda parte de este v. es, con la mayor probabilidad, una glosa espuria, sacada del v. Jua 15:4), y la «comunión» con Cristo, en la que se implica la santificación progresiva, la que, como expuesta a crisis y altibajos, puede palidecer y hasta secarse, sin que se pierda la unión con Cristo y, por tanto, la justificación. Nótese que todo el resto del capítulo está dominado por el verbo «permanecer», que indica comunión, no unión. Dado que Cristo se está refiriendo todo el tiempo a la unión vital con Él, no a la pertenencia a una estructura externa como es la iglesia local, la separación definitiva de un «pámpano» significaría la pérdida de la salvación por parte de alguien que la tuvo antes, cosa que sólo los arminianos y los catolicorromanos admiten. Éstas son, pues las dificultades que confrontan a los partidarios de la opinión corriente, que hemos citado en primer lugar.

(B) La promesa hecha a los pámpanos fructíferos: «Y todo aquel que lleva fruto, lo limpia, para que lleve más fruto» (v. Jua 15:2). La bendición de una mayor fructuosidad es el galardón de la fructuosidad ya existente. Incluso los pámpanos que dan fruto necesitan ser podados y limpiados para que den más fruto. Aun los mejores llevan algo vicioso, defectuoso, sucio (v. Stg 3:2): nociones, pasiones, humores que necesitan ser purificados; a veces, el esfuerzo que se hace para vencer un defecto da origen a otro defecto; cosa triste es que el diablo se las arregla para sacar «ventaja» (2Co 2:11) no sólo de nuestros defectos, sino hasta de nuestras «virtudes». Por eso está continuamente dando vueltas para ver el punto flaco por donde atacar (1Pe 5:8). La poda, a su tiempo y sazón, de los pámpanos fructíferos corre a cargo del gran Agricultor.

(C) El privilegio de los creyentes: «Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he hablado» (v. Jua 15:3, comp. con Jua 13:10). Ahora que Judas ya no estaba entre ellos, Jesús no añade: «aunque no todos» (Jua 13:10, Jua 13:11). Los once que quedaban estaban limpios, es decir, ya santificados por la verdad de Cristo (v. Jua 17:17). Esto se aplica a todos los creyentes, especialmente a los que muestran con su fruto que viven de la cepa, que es Cristo. Cristo les había predicado el mensaje, y ellos le habían creído porque eran «palabras de vida eterna» (Jua 6:68-69). Hay en las palabras de Jesús virtud para limpiar (comp. con Sal 119:9), de la misma manera que el fuego limpia al oro de su escoria, y la purga limpia al cuerpo de la enfermedad.

(D) La gloria que de nuestra fructuosidad resulta para el Padre: «En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto y seáis, así, mis discípulos» (v. Jua 15:8). Todo el fruto de los cristianos es para la gloria de Dios. Un poeta francés, Jean-Claude Rénard, basado en 1Co 15:24, presenta a Jesucristo en el acto de exprimir en los labios del Padre todos los racimos que, a lo largo de los siglos, han llevado estos «pámpanos de su vid». Las notorias buenas obras de los creyentes redundan siempre en gloria y alabanza de Dios (Mat 5:16). Con esto dan evidencia segura de que son discípulos de Cristo, quien tuvo siempre por norte y guía, en la obra que llevó a cabo en este mundo, glorificar al Padre (Jua 13:31; Jua 17:4). Cuanto más fruto llevemos, tanto más abundaremos en toda cosa buena y tanto mayor será la gloria que demos a nuestro Padre Celestial.

2. Para que podamos dar fruto, es menester que permanezcamos en Cristo; es decir, que mantengamos íntima comunión con Él.

(A) La obligación que se nos impone: «Permaneced en mí, y yo en vosotros» (v. Jua 15:4). Los que se allegan a Cristo han de permanecer en Él. Mediante esta comunión, la inmanencia de Cristo en nosotros es segura, porque la comunión de Cristo con los suyos nunca se rompe por el lado de Él. El brote del pámpano está en la cepa, y la savia de la cepa permanece en el pámpano y, de este modo, siempre hay una constante comunicación entre ambos.

(B) La necesidad de permanecer en Cristo a fin de llevar fruto: «Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (v. Jua 15:4). Los pámpanos producen su fruto en virtud de su unión con la cepa, que les da la savia vital, pero también es cierto que el fruto se produce, no en la raíz de la cepa, sino en los pámpanos mismos. Una vez que Cristo ascendió al Cielo, su obra es prolongada por los creyentes, especialmente por los predicadores del Evangelio, quienes aplican así, al arrostrar persecuciones y sufrimientos lo que Jesús llevó a cabo en el Calvario (v. Col 1:24). Dios no suele hacer milagros para convencer a las almas de pecado, si no es por la predicación del mensaje (Rom 10:17), al que el Espíritu Santo da calor y vida (Jua 3:5; Jua 16:7-11). Por eso, los predicadores son los «embajadores» de Cristo (2Co 5:20). Ellos son como los labios de Cristo para «predicar, instar, redargüir, reprender, exhortar» (2Ti 4:2); las manos de Cristo para ayudar, consolar, curar; los oídos de Cristo para escucharle a Él mismo y a los hermanos que van a ellos con sus dudas y problemas, así como a todos los que van a ellos en busca de luz; y los pies de Cristo para ir con el mensaje hasta los últimos confines del mundo (Hch 1:8), y con su ayuda adondequiera que haya necesidad. La comunión íntima con Cristo es la fuente de todo fruto que merezca tal nombre, y aparte de esta comunión con Cristo, no podemos hacer nada que valga la pena: «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí (lit. sin mí), nada podéis hacer» (v. Jua 15:5). Tan necesario es para nuestra «utilidad para el Dueño» (2Ti 2:21) y, por tanto, para nuestra auténtica felicidad (que consiste en «servir para algo»), «limpiarse» de toda maleza, y estar así «dispuestos para toda obra buena» (2Ti 2:21), que el motivo más fuerte para tener comunión íntima con el Señor es que, de otra manera, no podemos llevar ningún fruto. Una vida de fe en el Hijo de Dios (v. Gál 2:20) es, sin comparación, la vida más excelente que un ser humano puede vivir en este mundo, puesto que «aparte de Cristo, no podemos hacer nada». Cualquier clase de pelagianismo o semipelagianismo queda aquí claramente condenada, ya que, como escribe Agustín de Hipona en su comentario a este versículo, «para que nadie pensase que el pámpano puede llevar por sí mismo algún fruto, aunque pequeño, después de decir: Éste lleva mucho fruto , no dijo (Jesús): Porque sin mí podéis hacer poco, sino: Nada podéis hacer . Por tanto, ya sea poco, ya sea mucho, no puede hacerse sin Aquél, sin el que nada puede hacerse». Y añade: «El que piensa que produce fruto por sí mismo, no está en la vid; el que no está en la vid, no está en Cristo; y el que no está en Cristo, no es cristiano». Sin la gracia de Cristo el ser humano, no sólo no puede hacer nada, sino que no es nada (v. 1Co 15:10. Es de notar que la preposición que aparece al final de este versículo: «sino la gracia de Dios conmigo» es precisamente la opuesta a la que en Jua 15:5 se traduce por «separados de», «aparte de», con lo que ambos pasajes se iluminan mutuamente). Dependemos de Cristo, no sólo para sustentación, como la vid en la pared o en el emparrado, sino para vitalidad, como la rama de la raíz.

(C) Las consecuencias fatales de no tener comunión con el Señor: «El que en mí no permanece, es echado fuera como el (mal) pámpano, y se seca» (v. Jua 15:6). Es echado fuera como sarmiento seco que es cortado o arrancado «para que no inutilice» la savia de la vid (comp. con Luc 13:7). Los que no tienen comunión con Jesucristo, poco a poco (o mucho a mucho) se irán secando y se quedarán en nada. Habrá incluso motivo para pensar que nunca fueron verdaderos creyentes (v. lo dicho, al comienzo del comentario sobre el v. 2, acerca de las diferentes opiniones de los comentaristas). Quienes no llevan ningún fruto, tarde o temprano se quedarán también sin hojas. «Y los recogen (los ángeles o los hombres), y los echan al fuego y arden» (v. Jua 15:6), lo cual siempre es terrible (comp. con 1Co 3:13, 1Co 3:15; Heb 12:29).

(D) La bendición adicional de los que permanecen en el Señor: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y os será hecho» (v. Jua 15:7). A la idea de la permanencia nuestra en Cristo, y la de Cristo en nosotros añade ahora el Señor la de la «permanencia de sus palabras en nosotros», así como, en Jua 8:31, había hablado de «permanecer en su palabra», con lo que aprendemos que hay también una mutua inmanencia entre los creyentes y la palabra de Cristo, de la que Pablo habla en Col 3:16Col 3:16, exhortándonos a que le prestemos amplia acogida a fin de que «habite ricamente en nosotros». Jesús había enfatizado repetidamente este poder salvífico de la palabra suya (Jua 5:24, Jua 5:38; Jua 8:31, Jua 8:37, Jua 8:51. V. también Jua 17:6, Jua 17:17 y comp. con 1Pe 1:22-25). Cuando mantenemos comunión íntima con Cristo, y sus palabras controlan nuestra conducta, «todo lo que pidamos será hecho según queramos», porque siempre lo querremos de acuerdo con su voluntad al ser ella la norma de nuestra voluntad. Y, ¿qué más podemos desear, sino que se nos concedan las cosas que pedimos? La idea se repite al final del versículo Jua 15:16 y, tanto en estos versículos como en el resto del capítulo, queda suficientemente claro que la eficacia de la oración está conectada con el «fruto», y el «fruto» depende enteramente de la comunión con Jesús. Esos textos que hablan de la eficacia de la oración no se pueden sacar, por consiguiente, de su contexto. Cristo en el corazón del creyente es el que cumple los deseos del corazón del creyente, porque nuestros deseos serán los de Cristo, como la mente nuestra será la mente de Cristo (1Co 2:16). Así es como las promesas de Dios estimulan nuestras plegarias, y las plegarias en comunión con el Señor y con los hermanos suben, rápidas y sin estorbo, al trono de la gracia (comp. con 1Pe 3:7).

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