Juan 15:9 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Cristo, que es el fruto encarnado del amor de Dios (Jua 3:16), habla, en esta porción, del amor; un amor en cuatro direcciones (respecto a las cuatro dimensiones del amor de Cristo, véase Efe 3:17-19).

I. Del amor que el Padre le tiene a Él (vv. Jua 15:9-10).

1. El Padre siempre ha amado a Cristo: «Así como el Padre me ha amado …». Era «su amado Hijo» (Col 1:13. Lit. «el Hijo de su amor»). Y, sin embargo, «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito» (Jua 3:16), para morir por nosotros (v. Rom 8:32. Lit. «no perdonó a su propio Hijo …»). Quienes son amados por tal Padre, bien pueden menospreciar el odio que el mundo les tenga.

2. Él siempre ha permanecido en el amor del Padre, precisamente por haber guardado siempre los mandamientos del Padre: «… así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor» (v. Jua 15:10). Anteriormente había dicho: «yo hago siempre lo que le agrada» (Jua 8:29, comp. con Jua 4:34; Jua 5:30; Jua 6:38). Porque Él amó al Padre, y cumplió su voluntad en obediencia hasta la muerte de cruz (Flp 2:8; Heb 10:5-10), y por este amor se fue gozoso hacia el patíbulo, «menospreciando el oprobio» (Heb 12:2), el Padre tuvo siempre en Él su complacencia (Mat 3:17; Mat 17:5; Mar 1:11; Luc 3:22; 2Pe 1:17).

II. De su propio amor a sus discípulos. Se aleja de la presencia de ellos, pero no los aleja de su corazón. Veamos:

1. El modelo de este amor de Jesús a los suyos: «Así como el Padre me ha amado, también yo os he amado» (v. Jua 15:9). El mejor comentario de esto se halla en Jua 13:1: «… los amó hasta el extremo». El Padre le amaba como a su Unigénito (Jua 1:18), y Cristo nos ama como nuestro Primogénito (Rom 8:29). Pero, en la motivación, hay una diferencia significativa: El Padre amó en el Hijo al que era siempre digno de su amor pero el Señor nos amó a nosotros cuando éramos totalmente indignos (Rom 5:5.). Pero, al estar nosotros en Cristo, el Padre nos ama como le amó a Él, porque «nos agració en el Amado» (Efe 1:6, lit.).

2. Las pruebas y productos de este amor de Jesús a los suyos:

(A) Cristo amó a sus discípulos, y lo mostró al dar la vida por ellos: «Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos» (v. Jua 15:13). Éste es el amor con que «nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros» (Gál 2:20; Efe 5:2). «Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero» (1Jn 4:19). La mayor prueba del amor que se tiene a un amigo es dar la vida por la vida del amigo, porque aquí muestra el amor su máxima fuerza, al ser «fuerte como la muerte» (Cnt 8:6). Pero el amor de Cristo excedió al amor de todos los amantes juntos, tanto cuanto el cielo excede a la tierra. Dice Calvino: «Los corazones que no se suavizan con tan incomparable dulzura como es la del amor divino, por fuerza deben de ser más duros que el hierro y la roca».

(B) Cristo amó a sus discípulos, y lo mostró al hacer un pacto de amistad con ellos (vv. Jua 15:14-15). Los seguidores de Cristo son amigos de Cristo. Quienes cumplen con su deber de siervos, son promovidos a la dignidad de amigos. Éste es un honor del que disfrutan todos los fieles siervos del Señor. Aun cuando los creyentes no se comporten muchas veces como amigos de Cristo, Él es un amigo que les ama siempre (comp. con 2Ti 2:13). Ya no los quiere llamar «siervos», sino «amigos». Así se les dice (v. Jua 15:15), porque no sólo les ama, sino que quiere que sepan que les ama. Sin embargo, aunque Cristo ya no quiso llamarles «siervos», sino «amigos», ellos no se tenían por dignos de tal título y continuaron llamándose a sí mismos «siervos» (v. 1Pe 1:1, así como Rom 1:1; Gál 1:10; Stg 1:1; Jud 1:1). Cuanto mayor sea el honor que Cristo nos otorgue, tanto mayor ha de ser el honor que a Él le tributemos; y cuanto mayores seamos a sus ojos, tanto más bajos hemos de considerarnos ante nuestra conciencia.

(C) Cristo mostró el amor que tenía a sus discípulos, al tener la libertad de comunicarles los secretos del Padre: «Porque todas las cosas que le oí a mi Padre, os las he dado a conocer» (v. Jua 15:15). Jesucristo les encomendó fielmente a sus discípulos y a todos los creyentes genuinos (los que se hacen como niños), lo que Él había recibido del Padre (v. Mat 11:27). Los grandes temas pertenecientes a la salvación de la Humanidad, los ha declarado Cristo a sus amigos y discípulos, para que éstos los declaren a otros.

(D) Cristo mostró el amor que tenía a sus discípulos, al elegirles y comisionarles: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto …». (v. Jua 15:16). Así que su amor a ellos aparece en que:

(a) Los eligió para el apostolado: «¿No os he escogido yo a vosotros los doce …?» (Jua 6:70). Esta elección no fue por iniciativa de los doce, sino de Jesús: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros». Está puesto en razón que sea Cristo quien escoja a sus ministros y todavía lo hace. Aun cuando los ministros de Dios hagan del llamamiento divino su propia decisión, la elección que hace Cristo es anterior a la decisión de ellos, y aun la dirige y determina.

(b) Los comisionó para el ministerio: «Y os he puesto, es decir, os he colocado aparte del mundo, con la promesa de capacitaros para el ministerio». Depositó en ellos una gran confianza al poner el tesoro del Evangelio en aquellos vasos de arcilla (2Co 4:7), para que fuesen por todas partes llevando fruto; un fruto de tal calidad que no se desvaneciera al primer soplo del viento de la persecución, sino que fuese un fruto permanente. Eran comisionados, no para estarse de brazos cruzados, sino para ir (Mat 28:19; Mar 16:15; Jua 20:21; Hch 1:8), y no como quien golpea al aire (1Co 9:26), sino revolucionando el mundo entero (Hch 17:6), al ser instrumentos en manos de Dios para llevar a todas las naciones a la obediencia del Evangelio de Cristo. Los que son comisionados por Cristo no trabajarán en vano, pues la Iglesia de Cristo no iba a ser flor de un día, como la calabacera (o ricino) de Jonás, «que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció» (Jon 4:10). Al mismo ritmo que pasa una generación de creyentes y de ministros del Señor, otra generación les sucede; de esta forma, el fruto no se marchita, sino que permanece hasta el día de hoy, y permanecerá hasta el fin del mundo (Mat 28:20).

(c) Les mostró el amor que les tenía, declarándoles el interés que tenía en abogar por ellos ante el trono de la gracia y de la misericordia (Heb 4:16), pues les dice: Para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo de» (v. Jua 15:16). Repite aquí la promesa del versículo Jua 15:7; pero mientras allí se había expresado en forma impersonal: «os será hecho», aquí hallamos el personal «dé», sobrentendiendo «él» (el Padre), aunque el pronombre no se halle en el original. Repitamos, por su importancia, que esta promesa va ligada al «fruto», de la misma manera que el «fruto» va ligado a la comunión con Jesús (v. Jua 15:5). Tenemos un Dios a quien presentarnos con nuestras peticiones como a un Padre. Tenemos un buen nombre, el nombre de Jesús (Hch 4:12), para invocarlo en nuestras peticiones. Tenemos un gran objetivo en nuestro trabajo; no cabe una tarea tan excelsa como la salvación de las almas por medio de la predicación del Evangelio. Podemos, pues, con toda franqueza y libertad, aunque con toda humildad, presentar confiadamente nuestras súplicas ante el trono de nuestro Padre Celestial.

III. Del amor de los discípulos a Jesucristo. Con respecto a esto, les exhorta a tres cosas:

1. A que continúen en su amor: «Permaneced en mi amor» (v. Jua 15:9). Todos cuantos aman a Cristo han de amarle de modo permanente. El aoristo de imperativo griego denota aquí una decisión u opción tomada de una vez por todas, pero la prueba evidente de esta opción será la observancia constante de los mandamientos de Cristo, como se ve en el versículo Jua 15:10. Todo nos irá bien, si permanecemos en el amor de Cristo y cumplimos siempre su voluntad. No habrá obstáculo que nos turbe, nos estorbe o nos desanime, si el amor al Señor continúa vivo en nuestro corazón.

2. A que se dejen invadir por el gozo de Cristo (v. Jua 15:11), de modo que:

(A) Su gozo permanezca en ellos: «Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros» (v. Jua 15:11). Si continúan en el amor de Cristo, y llevan así mucho fruto, Él se deleitará en ellos, y ellos se regocijarán en Él. Los discípulos fieles y fructuosos son el gozo del Señor. Y el gozo del Señor en ellos, se refleja en el gozo de ellos en el Señor. No es un gozo como el del mundo, de la misma manera que la paz de Cristo no es como la paz del mundo (v. Jua 14:27). El amor, el gozo y la paz, que son fruto del Espíritu Santo (v. Gál 5:22) son algo celestial, puro, inmarcesible. Es deseo de Cristo que sus discípulos se regocijen constante y continuamente (v. Flp 4:4). El gozo de los que permanecen en el amor de Cristo es una continua fiesta.

(B) Su gozo «sea completo» (v. Jua 15:11). Este gozo, como todo lo que pertenece a la vida espiritual, está destinado a ser completo y, al mismo tiempo, a estar siempre creciendo, pues no es algo estático como un depósito o estanque, sino algo dinámico como un río que aumenta su caudal a medida que el álveo se hace más profundo. El gozo del mundo es como cisternas agrietadas (comp. con Jer 2:13), que ni pueden retener el agua, porque se escapa por las junturas, ni la pueden conservar indefinidamente, porque se evapora sin que haya un manantial que mantenga siempre completa la provisión de agua. Al quitar de nuestro pecho el corazón de piedra, y ponernos un corazón de carne (v. Eze 36:26), nos ha dado, por decirlo así, un vaso «elástico», de forma que siempre puede estar lleno y, a la vez, llenarse continuamente a medida que el vaso se ensancha (v. Sal 119:32: «Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón». Comp. con 2Co 6:11-13).

3. A que demuestren mediante la observancia de sus mandamientos el amor que le tienen: «Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor» (v. Jua 15:10). La unión de este versículo con el anterior nos muestra que el amor que Dios nos tiene y el que nosotros le tenemos a Él de tal modo se funden, que el nuestro viene a ser como un eco del suyo; y así como una persona que se halla a igual distancia del que habla y de la pared o muro que transmite el eco, no distingue bien si lo que oye es la voz o su eco, así también la Palabra de Dios une de tal forma el amor de Dios a nosotros y el nuestro a Él, que resulta difícil discernir si habla del uno, del otro, o de ambos a la vez (v. p. ej., Rom 5:5, sobre «el amor de Dios derramado en nuestros corazones»). Así, pues, la promesa: «permaneceréis en mi amor» insinúa: (A) Una morada, como un lugar donde habite el amor de Cristo (comp. con Efe 3:17). (B) Un lugar de reposo, donde descansar de nuestras fatigas y de nuestras cargas (v. Mat 11:28); y (C) un baluarte o fortaleza, donde estar a salvo (v. Sal 18:1; Sal 27:1; Sal 28:7; Sal 46:1; Sal 118:14; Pro 10:29; Isa 12:2; Jer 16:19; Hab 3:19). Así que podemos estar seguros de tener siempre a mano la gracia y el poder para perseverar en el amor de Cristo. La promesa de Jesús va condicionada a la observancia de sus mandamientos: «Si guardáis mis mandamientos». Los discípulos habían de guardar los mandamientos del Señor, no sólo para observarlos ellos mismos constantemente sino también para comunicarlos a otros fielmente, como depositarios de un tesoro que ha de compartirse con otros. Y, para estimularles a guardar sus mandamientos, Cristo apela a su propio ejemplo: «Así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor» (v. Jua 15:10). Con esta fidelidad a los mandamientos de Jesús, los discípulos mostrarán la amistad que tienen con Él: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis cuanto yo os mando» (v. Jua 15:14). Sólo pueden ser contados como amigos fieles de Cristo aquellos que son sus siervos obedientes. Y la única obediencia aceptable al Señor es la obediencia total.

IV. Del amor de los discípulos entre sí: «Esto os mando: Que os améis unos a otros» (v. Jua 15:17). Cristo repite aquí lo que antes había puesto como el «nuevo mandamiento» y el distintivo característico del cristiano (Jua 13:34-35), pero en el contexto del capítulo Jua 15:1-27, adquiere un tono de conclusión convincente, con una lógica que Hendriksen ha puesto hábilmente de relieve: «Yo, que de mí mismo soy indigno de ser amado, no puedo continuar amando a mi hermano, el cual tampoco es digno de ser amado (al menos, así lo veo yo), a no ser por medio de una constante consideración del amor que Cristo me ha tenido a mí. No sólo le amamos a Él porque Él nos amó primero (1Jn 4:19), sino que nos amamos los unos a los otros porque Él nos amó primero». En el versículo Jua 15:12, Cristo había repetido este mismo mandamiento de Jua 13:34 en forma más completa. A Juan se le grabó bien en la memoria este mandamiento, como lo muestra a lo largo de los capítulos 1Jn 3:1-24 y 1Jn 4:1-21 de su primera Epístola, especialmente en 1Jn 3:23, donde se resume toda la ética del creyente, en forma parecida a como Deu 6:4-5 resumía toda la ética del israelita. Aquí tenemos, no sólo el motivo, sino también el nivel, del amor que ha de existir entre los creyentes. Como si nos dijera: «Ve y haz tú lo mismo» (Luc 10:37). Notemos que este amor a los hermanos es una obligación, como vemos que Cristo lo expresa con todo énfasis y de diferente forma en los versículos Jua 15:12 y Jua 15:17:

1. «Éste es mi mandamiento» (v. Jua 15:12), como el que da a entender que es el más necesario de sus mandamientos. Parece como si Cristo, al prever la falta de caridad que los cristianos habían de mostrarse recíprocamente en lo futuro, quisiese recalcar con todo énfasis la necesidad de que observemos este mandamiento.

2. «Esto os mando» (v. Jua 15:17). Parece como si se dispusiera a preceptuar un cierto número de normas; y, sin embargo, sólo ordena ésta: «Que os améis unos a otros».

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